El día de su mayor conquista, mostró su punto más vulnerable. Incorporó mujeres a sus organismos, AFE y Federación, pero varias se sintieron “intimidadas” por su “lenguaje corporal”
Sídney era Troya, una conquista largamente perseguida para la que hubo, incluso, que establecer alianzas entre quienes tanto se odiaban. El Aquiles de Sídney, sin embargo, se creía Aquiles y Agamenón al mismo tiempo, guerrero y rey. Atravesada la mur
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Sentir las miradas encima sin mirar a nadie. Un difícil ejercicio de concentración que ya era apreciable cuando Jon Rahm apareció en el putting green, la última zona de calentamiento. Fueron minutos, al contrario que sus rivales. Un último contacto con la hierba bajo un sol oblicuo, menos húmedo que los anteriores. Refugiado del ruido en sus auriculares, no embocó ninguna. No importaba, ahí no.
Salió disparado, entre gritos de "¡Rahm!, ¡España! o ¡Europe!" A ninguno respondió, a ninguno escuchó. Estaba en modo concentración, en modo recorrido, perfecto hasta la mitad del campo, que cerró con cuatro golpes de ventaja. En el hoyo 11 llegó el problema; en el 14, el hundimiento del que no pudo reponerse. Fue quinto.
"No sé cómo explicarlo", se repetía una y otra vez Rahm, abatido. "Cuando lo tienes tan cerca, es muy doloroso perder de este modo", insistía, sin querer hablar de futuro, de una nueva experiencia olímpica en Los Ángeles 2032: "Ahora no me habéis de futuro. Me va a costar reponerme de esto". Admitió que los errores afectaron a su concentración, pero, en su opinión, "el problema no estuvo en el hoyo 11 o 12, sino en el tercer golpe del 14".
+4 en los nueve últimos
La concentración ha sido un elemento clave en el crecimiento de Rahm, desde los tiempos en los que la Federación lo sancionaba por explotar en el green, golpear los palos y las bolsas. Incluso fue obligado a trabajar con golfistas discapacitados, una especie de servicio social que siempre ha reconocido como clave en su vida. Eso cambió a Rahm y alumbró al campeón que se observó en París durante una primera parte del recorrido perfecta, fuera en el tee como en el green.
En los 10 primeros hoyos tan sólo se fue fuera de la calle en dos ocasiones, algo que solventó sin superar nunca el par. Birdie a birdie, con cuatro en cinco hoyos consecutivos, firmaba un -5 en los primeros nueve hoyos. En los siguientes nueve, un +4. Partió con -14 y acabó en -15. Había dicho que era necesario estar seis golpes por debajo del par. Acertó en el diagnóstico, no en el tratamiento. Sólo arañó uno al campo.
La mayor dificultad del último tramo no explica la diferencia, porque la crisis llegó antes, con dos bogeys en los hoyos 11 y 12, donde las jornadas anteriores había realizado par y birdie. Marcado por esos errores, en el hoyo 14, un par 5 y, por tanto una oportunidad para el birdie, incluso para el eagle, que había logrado en la primera jornada, acabó por realizar un doble bogey.
Scheffler, Fleetwood y Matsuyama, en el podio.EFE
Ese tramo fatal no sólo le hizo perder el liderato con el que había arrancado la jornada, igualado en el hoyo 12 por el británico Tommy Fleetwood, también las posiciones de podio. Cuando salió del doble bogey era quinto, empatado con el francés Víctor Pérez, una de las sorpresas del torneo olímpico de golf, que realizó un recorrido de -8 el último día.
Después de uno de sus errores, Rahm agitó el palo, gesto de desesperación que jamás había hecho hasta entonces en todo el recorrido. Necesitaba volver a su estado del principio frente a un desenlace en desventaja. Un putt larguísimo le permitió hacerlo en el hoyo 15 y empatar con -17 con el japonés Hideki Matsuyama en la tercera plaza. El oro estaba a dos golpes, demasiado en dos hoyos. El bronce, en disputa. Un nuevo bogey en el 17 le dejó a merced de un birdie en el hoyo más difícil. Volvió a hacer girar su palo, desencajado. Mal asunto. El resultado fue un nuevo bogey. Miró al césped. Desencajado, tampoco quería mirar a nadie.
El número uno del ránking
Los 18 hoyos del Golf National, tomado por una peregrinación cuyas intenciones nada tenían que ver con la que tomó el cercano Palacio de Versalles, siguieron al español, convertido ya en un icono, hasta el final. Unas 80.000 personas, más de las que acudieron a la Ryder Cup en este mismo campo o de las que caben en el estadio de Saint Denis. El polémico fichaje por el circuito saudí LIV lo ha apartado de determinados focos, pero su carisma sigue intacto.
Rahm no pudo devolver tanto cariño en forma de oro y vio cómo lo ganaba el estadounidense Scottie Scheffler, el hombre al que Rahm, de ganador a ganador, le puso la chaqueta verde este año en Augusta. El estadounidense, el mejor del ránking este año, fue de menos a más en el torneo olímpico para acabar con el récord del campo en la última jornada (-9) y una tarjeta global de -19. La plata fue para Fleetwood (-18) y el bronce para Matsuyama (-17). Dos golpes malditos separaron, pues, a Rahm del podio, aunque los golpes malditos en París fueron muchos más.
Mbappé llegó para esto, aunque no esperara encontrarse esto. Para marcar, para ser decisivo, para cambiar la realidad incluso en el lugar que más a menudo la desafía. En la Copa, el Bernabéu observó cómo quien la cambiaba era el Celta, ya con Mbappé fuera del campo y el miedo en la hierba, el banquillo, la grada y el palco. El miedo que no ha tenido tiempo de conocer Endrick, a sus 18 años, no todavía. Encoraginado, revuelto sobre sí mismo, devolvió la vida a todos, de Mbappé a Ancelotti, al Madrid entero, y cerró la noche de tacón, a lo grande.
El desenlace es una prueba de vida para el equipo, pero también un síntoma de que el Madrid, pese a su clasificación para los cuartos de la Copa, no está como debe ni como quiere su entrenador, con ración doble de chicles. La purga que sucedió a la Supercopa, con hasta seis cambios en el once, no le dio los efectos esperados, con errores de bulto de Camavinga y Asencio que llevaron a la prórroga, y únicamente Mbappé con el estandarte en alto, pero para entonces ya sentado en el banquillo, como Vinicius. El destino señaló a Endrick, que apenas había gozado de oportunidades, y miró de reojo a Ancelotti. El gol de Valverde, antes del final torero del brasileño, fue como la descarga de la presión.
El adolescente Endrick es imberbe, como casi todo el Celta. Lo malo de esos equipos es que los descompone cualquier circunstancia. Lo bueno, en cambio, es que no sienten todavía el peso de la responsabilidad, de la jerarquía, como le ocurre al Madrid, atenazado. Eso explica una eliminatoria muy cargada emocionalmente. Para los gallegos, fue demasiado encajar un gol después de reclamar un penalti. Todo sucedió como en la rápida secuencia de un thriller que acaba con el movimiento de un pistolero. Mbappé cambió de ritmo en el área del mismo modo que se desefunda. Lo hizo en carrera para ganar ese espacio decisivo a Javi Rodríguez y disparar a quemarropa. Decisivo, esa es, hoy, la palabra que lo define, la palabra más esperada en la grada. El problema es que llega entre incertidumbres, sobre Ancelotti y sobre el resto. El partido fue la metáfora del momento, marcado desde el inicio por el impacto de la Supercopa.
Ese mismo Mbappé asomó ya en Yeda, pero sin la compañía suficiente frente a la supercantera en la se acompañan todos, y de la que salieron Mingueza o Ilaix Moriba, dos de los mejores con el Celta en el Bernabéu. La Copa era una empresa tremenda, pero el equipo gallego no la afrontó como un Everest, sino como una oportunidad. Supo cómo defender en el inicio y cómo desplegarse entre las dudas que dejaba el Madrid, aunque sin Iago Aspas le faltara su Galicia Calidade en el área. Cuando Camavinga falló, Bamba no lo hizo frente a Lunin; cuando Asencio derribó al propio Bamba en el área, Marcos Alonso fue preciso, quirúrgico en el penalti para llegar a una prórroga que era un martirio en el Bernabéu.
Mucho antes, nada más empezar, había alcanzado el Celta el área con claridad. Lunin salió a los pies de Swedberg, el sueco cayó con un leve contacto del ucraniano y Munuera Montero, muy cerca, no lo estimó suficiente. El VAR, con Hernández Hernández, tampoco le pidió revisarlo. La duda, al menos, merecía hacerlo. Con la cabeza en la protesta, el gol de Mbappé sacó al equipo gallego de un partido que hasta entonces había manejado con comodidad frente a un Madrid lento, al que cerró los espacios con un 5-4-1 muy efectivo. Los hombres de Ancelotti jugaban en exceso al pie, sin la velocidad de balón suficiente. Los tiros de Modric y Tchouaméni habían sido sus escasas opciones hasta que Brahim encontró una aproximación, resuelta por Iván Villar bajo palos.
De un Madrid desfigurado por los cambios podían esperarse imprecisiones. Ceballos y Modric aparecieron en el once, con Tchouaméni pero en el centro del campo, sin Bellinghgam ni Valverde. Ancelotti recurrió a todos ellos, y a todo lo que tenía, al observar la incapacidad para sujetar el resultado, pero la solución de verdad no le llegó está vez de la jerarquía, sino de un joven guardado en el desván que entra en la lucha en el momento indicado. Como Mbappé.
La segunda medalla de la vela se hace esperar, como sucedió con la primera, el oro de Diego Botín y Florian Trittel en 49er. La razón es el viento. El Mistral no aparece como era de desear y convierte las regatas olímpicas, en Marsella, en un calvario para organizadores y regatistas. "Lo peor fue la espera, intentar que no nos afectara y mantener la concentración", explicó Trittel, después de ver cómo se suspendían dos de sus últimas regatas, una cuando eran primeros, y se aplazaba un día la Medal Race. Lo mismo les sucedió a Jordi Xammar y Nora Brugman, cuando debían afrontar como segundos la Medal Race de 470 mixtos. La prueba final se aplazó un día, si el Mistral lo dispone.
Las pruebas de los regatistas españoles no han sido las únicas afectadas, ya que las suspensiones son recurrentes en todas las clases desde el inicio de las competiciones. En la mayoría se llega a la Medal Race sin que se hayan podido completar todas las regatas previas, aunque el reglamento permite la disputa de la regata final con un mínimo realizado. Es lo que sucederá, hoy, con el 470 mixto. El martes hubo de ser cancelada la tercera manga.
Clases afectadas
Entre el lunes y el martes, los kite-foils solo pudieron completar cinco de las 16 regatas programadas. En Ilca 7 y 470, solo ocho de las 10 mangas preliminares pudieron celebrarse. El lunes, la organización devolvió el dinero de las entradas a quienes las habían adquirido, mientras las protestas crecen entre los participantes. No ha sucedido únicamente esta semana. En IQFoil, la regata maratón disputada alrededor del puerto se detuvo el miércoles pasado, con los competidores, sin viento, parados entre el castillo de If y el Frioul. En los Ilca 6, la Medal Race se aplazó un día y, cuando se reanudó, las últimas regatas se hicieron con tan poco viento que algunas regatistas tuvieron problemas para llegar a la meta.
"Es un poco frustrante. Con un poco más de viento, podríamos ir rápido y fuerte. Pero bueno, son los Juegos Olímpicos de la calma y hacemos lo que podemos", dijo la kitesurfista francesa Lauriane Nolot, condescendiente con la organización. Entre los regatistas internacionales, la crítica es mayor.
El calor genera una barrera
El presidente del Comité Organizador, Tony Estanguet, visitó el martes la marina de Marsella ante los problemas surgidos. "Evidentemente no hay ningún arrepentimiento de haber elegido Marsella, al contrario, cuando vemos las imágenes y la calidad de la organización", afirmó. En opinión de David Lanier, especialista meteorológico del equipo francés, "la gran dificultad es el calor generado por la aglomeración de Marsella. Llega hasta 40 grados en tierra y eso al viento no le gusta. El calor progresa hacia el mar y bloquea el viento. Eso crea una capa, como un obstáculo para el viento", explicó.
La escasez del viento en Marsella y las contaminadas aguas del Sena, que ya han obligado a suspender varios entrenamientos en aguas abiertas, como ocurrió con el triatlón femenino, son, por ahora, los puntos negros de la organización. La triatleta belga Claire Michel, que tomó parte en la prueba, se infectó con la bacteria E. Coli después de nadar en el río que atraviesa París.