Condujo a España hasta aquel Mundial que nos hizo felices y simula modestia: “Sólo soy un entrenador de formación que tuvo suerte”. Fue más y lo sabe. Al fin y al cabo, él gritó: «¡Ba-lon-ces-to!»
El 4 de septiembre de 2006, un señor con barba, agotado y que acababa de perder a su padre se subió a un escenario y gritó: “¡Ba-lon-ces-to!”. Unas horas antes, en Saitama, José Vicente Hernández (Madrid, 1958), Pepu para amigos y enemigos, había dir
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"Llegaba una ola gigante y me arrasaba. Aparecía de repente y me llevaba por delante. No podía hacer nada, no conocía las causas, no la veía venir y era incontrolable. Hubo momentos en los que no veía salida. La bola iba creciendo y creciendo y me dominaba. Me asfixiaba". Bojan Krkic (Linyola, 1990) intenta explicar en su casa de Barcelona los ataques de ansiedad que le persiguieron durante toda su carrera, a la que puso fin el año pasado. "Es dificilísimo de verbalizar, sólo lo entiende del todo quien lo ha sentido", se resigna.
Pese a ello, quien fuera niño prodigio del fútbol español y ahora coordina el área de fútbol del Barça ha decidido intentarlo en 'Controlar lo incontrolable' (Alienta Editorial), el libro que publica la semana que viene y del que habla por primera vez en EL MUNDO. En él explica la otra cara de una carrera que fue mucho, pero no todo lo que los demás esperaban. Porque eso era imposible.
¿Por qué has decidido escribir el libro?
Tenía ganas de contar mi historia y explicar todo lo que he vivido para recordar que no somos superhéroes ni nada parecido. Como cualquiera, pasamos por unas vivencias y unas situaciones complicadas y, como tenemos la suerte de poder llegar a mucha gente, creo que puede ayudar que lo contemos. A veces parece que los deportistas somos más fuertes o eso que se dice tanto de que somos de otra pasta. Es mentira, somos de la misma pasta que todos y a veces nos rompemos. Quería mostrar esa otra cara, la que no va de goles y trofeos.
Casos como el tuyo o el reciente de Ricky Rubio ayudan a romper con el tabú de la salud mental en el deporte, que es un problema más habitual de lo que parece.
Pero mucho más. Ojalá estos casos visibilicen que los deportistas de élite somos personas con los mismos problemas y emociones que cualquiera y que no hay que esconderlo. Creo que va a ayudar sobre todo a las nuevas generaciones para entender que es algo de lo que no deben avergonzarse, que forma parte del ser humano y se puede afrontar, tratar y superar como cualquier otra situación adversa. Hay que normalizarlo y pedir ayuda como con cualquier lesión.
¿Cuándo te diste cuenta de que algo iba mal? ¿Cómo empezó?
Empezó pronto, a mitad de mi primera temporada en el Barça, porque todo fue demasiado deprisa y llegó un momento en que en mi cabeza no cabían más cosas. Todo me iba pasando rapidísimo: debutar, marcar goles, tener protagonismo en el primer equipo, llamar la atención a la selección absoluta... Se esperaba demasiado de mí y yo era un niño. Ahora hemos normalizado esto, pero hace 16 años no era normal que un chaval de 17 años estuviera en este escenario tan complejo. Eran demasiadas emociones que no cabían dentro del proceso normal de gestión y madurez de un adolescente.
Este debate sobre los riesgos de la precocidad de los futbolistas de La Masia vuelve a estar de actualidad con los problemas físicos de Pedri, Gavi o Ansu y la responsabilidad exagerada que recae sobre Lamine Yamal y Cubarsí. ¿Es una política peligrosa?
Es difícil. Obviamente, si se están dando tantos casos de chavales debutando con 17 y 18 años, 15 en el caso de Lamine, es porque tienen algo especial y es imposible hacer como que ese don no está ahí. Tienen un talento diferencial y se merecen la oportunidad porque trabajan para ello. Si valne, ¿cómo les vas a quitar su sueño? Es muy difícil de controlar. Tienen el nivel, hay una filosofía de club y un entrenador que decide apostar por gente de la casa. El Barcelona siempre lo ha hecho, pero ahora en esta situación económica todavía más. Es lógico, pero entre todos deberíamos hacer el esfuerzo de no querer ir más deprisa de lo que conviene. Lo que pasa es que es difícil que el Barcelona, por su situación; la selección, porque son muy buenos, y la prensa, porque venden, echen el freno. Es comprensible, pero entre todos deberíamos proteger más a estos chicos para que no les pasé lo que a mí. No podemos olvidar que tienen 16 o 17 años. Yo sé lo que es y lo pasé fatal.
En tu caso, las expectativas eran demenciales. Más de 400 goles en cantera, el nuevo Messi, la selección nada más cumplir 18... ¿Fue demasiado?
Claro. A mí jugar me hacía feliz, siempre me lo ha hecho, pero todo lo demás... Cuando llegas al mundo profesional, jugar es sólo una parte. La gente está viendo que futbolísticamente tienes algo diferencial y ya se olvida de tu edad. Da igual, sólo cuenta lo que haces en el campo. Estás en pleno proceso formativo como persona y a nadie le importa porque se te juzga como adulto, esta sociedad de la inmediatez lo quiere todo y lo quiere ya. No sé si fueron sólo las expectativas las que provocaron la ansiedad, pero desde luego influyeron. Después de los partidos, aunque hubiera marcado, me encerraba en mí mismo y me aislaba de todo. Fue demasiado y demasiado deprisa.
Por lo que cuentas, empezaron antes los problemas psicológicos que los deportivos.
Sí, a los cuatro o cinco meses de temporada ya empezaron los ataques. Estaba jugando muy bien y cada día eran buenos goles, portadas y protagonismo en todos los lados. Eso para mí era un problema porque siempre he sido una persona muy tímida, quiero pasar siempre desapercibido, no me gustan las aglomeraciones... Venía de mi pueblo, de una vida tranquila con mi familia, y de repente no podía salir a la calle. Fue un cambio muy bestia y llegó un momento en que no podía más con tanta atención. Por así decirlo, estaba harto de ser Bojan.
¿El vestuario sabía algo? ¿Te protegía?
No sabían nada. En esa época era muy raro ver a un chico de 17 años en un vestuario profesional. Entras en un mundo donde hay gente que lleva muchos kilómetros y tú eres un chaval inocente que empieza a conocer el mundo, pero del que todo el mundo habla y llega allí sin haber demostrado nada. Un vestuario no es sencillo. No diría que me recibieron con envidia, pero sí con competitividad. Y es normal. Allí sí que no se entiende de edades. Hay once titulares y todos pelean por serlo. Da igual que tengas 17 o 34, el que juega, juega.
¿Cómo reaccionaste a esos primeros ataques?
Cuando asomó por primera vez esta ola de ansiedad empecé a tener miedo, porque nunca sabía cuándo iba a tener otro ataque, cuándo iba a golpearme otra vez esa bola que venía de la nada y no podía controlar. No quería hacer nada ni ver a nadie. Sólo estar en casa, porque allí tenía la tranquilidad de que, si pasaba, nadie iba a verlo.
En 2014, harto de luchar contra lo que el mundo esperaba de él, Bojan decidió dejar el Barça y fichar por el modesto Stoke City. Un nuevo comienzo. Pero no es sencillo escapar de uno mismo. "En la terminal, esperando a embarcar hacia Inglaterra, estaba triste pero tranquilo. Al subir al avión algo me invadió totalmente y no pude aguantar. Se me vino todo encima: ansiedad, agobio, nervios... Cuando ya avanzaba el avión por la pista, le dije a la azafata que tenían que parar, me dijo que era imposible, me senté en el suelo y dejé de ser consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Tan mal me puse que el piloto dio la vuelta. Frené un avión en plena pista de despegue. Fue un punto de inflexión y mi momento más desagradable, pero tuve ataques peores, sólo que nadie estaba allí", recuerda.
¿Quién sabía lo que te estaba pasando?
Nadie fuera de mi círculo íntimo. En el mundo del fútbol, mostrar esta debilidad se podía malinterpretar y te podía perjudicar. Sabía que para seguir adelante tenía que solucionarlo yo. Entonces, me tenía que mantener fuerte a pesar de que, obviamente, esa situación me limitó mucho sin que la gente lo supiera. Aunque más en lo que rodea al fútbol que en el campo. No iba a eventos y celebraciones y la gente, también, en el Barça, no entendía por qué, pero yo sabía que estar en público me iba a generar un estrés constante y no iba a estar cómodo.
Pero te estuviste tratando.
Sí, claro. He trabajado con psicólogos y profesionales durante todos estos años. Ansiolíticos tomé sólo esa primera temporada y tras algún ataque concreto, como aquel del avión, pero sobre todo he hecho terapia. Tuve un psicoanalista que me ayudó muchísimo en el peor momento y, a partir de eso, he ido siempre de la mano de un profesional para conocerme, para solucionar el problema y también para mejorar a la hora de gestionar ciertas situaciones como la fama.
¿Odiabas la fama?
Sí, mi cuerpo nunca la toleró. Ni siquiera esas partes que te pueden deslumbrar cuando eres joven. Ser el foco de atención no me gustó ni un día en mi vida, aunque, con el paso de los años, ahora pienso que hay algo bonito en ella que ahora valoro. Gracias a que he sido jugador de fútbol puedo hacer este libro que puede ayudar a mucha gente. Esto sí que me gusta, pero todo lo demás, aunque entiendo que desde fuera puede parecer muy apetecible, para mí fue un suplicio.
¿Falta humanidad en el fútbol?
La hay. Poca, pero hay. Estoy convencido de ello porque he conocido gente en el mundo del fútbol que aún me acompaña y ha sido muy importante para mí. Es uno de los grandes éxitos de mi carrera. Ahora bien, ¿que podría haber más humanidad? Sin duda. No solo en el fútbol, sino en la sociedad.
Pero probablemente en otro ambiente te habría resultado más sencillo hablar de tus problemas.
Eso sí. Mi padre siempre me decía que si tenía la menor molestia física, no jugara. Por dos motivos: porque la gente no lo sabe y te va a juzgar como si estuvieras al 100% y porque, además, tampoco lo quieren saber. Les da igual, una vez que estás en el campo quiere ver tu mejor versión y no le cuentes que ibas infiltrado en el tobillo. En el fútbol lo que interesa es el show y el resultado, que alguien lo esté pasando mal o esté presionado da igual. En ese sentido sí puede resultar un mundo cruel.
¿Llegaste a pensar en dejarlo todo?
Obviamente, en situaciones tan adversas se te pasan por la cabeza este tipo de cosas. Lo que pasa es que sabía que eran reacciones temporales y no daba importancia a esos pensamientos. Sabía cuál era el problema y que lo que tenía que hacer era aceptar que es un momento jodido y tenía que afrontarlo para salir adelante. Tirar la toalla y mandarlo todo a tomar por culo podía ser tentador en un momento dado, pero no arreglaba nada ni era la solución.
El ex futbolista, este lunes tras la entrevista.Pedro Salado / Araba Press
Cuentas en el libro que la soledad fue tu mayor enemigo.
Sí. La soledad es real y a mí me ha hecho mucho daño. Seguramente, lo que más. Mi situación personal ha hecho que viviera 12 años fuera de España y solo. Eso son muchas horas estando en casa, con diferencias horarias que dificultan la comunicación con mi gente aquí... Al principio, la soledad fue hasta positiva porque me hizo madurar, conocerme y aprender a gestionar ciertas situaciones fuera de mi zona de confort, pero eso sólo funciona en un espacio de tiempo reducido. Cuando se alarga demasiado llega el efecto rebote y hace que le des demasiadas vueltas a todo, que te obsesiones con lo malo y tengas pensamientos desagradables. Es uno de los factores que me hicieron decidir retirarme.
¿Cómo mejoraste?
La ansiedad nunca se domina, pero vas aprendiendo a convivir. Cuando aparece la ola del turno uno se asusta y esa tensión hace que la ola sea aún más grande. Poco a poco, adquirí el aprendizaje de que, aunque se levante la ola, debes mantenerte sereno entendiendo que va a pasar, te va a empapar, pero no te va a tirar. Cuando logras eso, aceptar que la ola llega y vas a sobrevivir a ella, se va haciendo cada vez más pequeña. Ese ha sido mi proceso al menos.
¿Piensas en cómo hubiera sido tu carrera si se hubiera llevado con más calma?
Nunca me lo he planteado. Las cosas se han hecho como se han hecho y lo cierto es que me siento un privilegiado. No echo de menos jugar y conozco muchos futbolistas que lo han pasado fatal tras retirarse. Yo desde el primer día estoy de puta madre y eso para mí es una victoria. He cerrado una etapa de mi vida que he vivido con mucha intensidad y con situaciones de todos los colores que me hacen sentir hoy una persona plena y orgullosa de sí misma. He sabido cerrar una etapa y empezar otra. ¿Que mi carrera podría haber sido mejor? Nunca lo sabremos, pero me quedo con la que he tenido porque todas esas experiencias me han traído hasta aquí y aquí estoy muy bien.
¿Ha sido una liberación retirarte?
Ha sido tomar el control de mi vida. Lo dejé con 32 años y estando físicamente para jugar, pero sentí que era el momento. Cierro esta etapa y empiezo otra. Han sido 16 temporadas como jugador profesional y mantenerte ahí arriba tantos años, con todo lo vivido, es muy complejo. Lo he conseguido y estas vivencias me hacen sentir orgulloso. No cambiaría nada de mi carrera como profesional y por eso tampoco lo echo de menos: lo he dado todo, me he vaciado y lo he vivido todo, bueno y malo. Toca vivir el fútbol desde otro lado, aprender cómo funcionan las cosas e intentar ayudar a esos jugadores que ahora mismo están pasando lo que yo pasé.
¿Hablas con los más jóvenes, como Lamine o Cubarsí, de lo que pasó?
Aún no tengo esa confianza con ellos. Intento no ser invasivo y mantener las distancias, pero si necesitan hablar de cualquier problema saben que estoy ahí para ayudar.
¿Has sido feliz como futbolista?
Sí, me ha dado mucho. Ya no te hablo de celebraciones, de goles y de títulos, sino de convertirme en la persona que soy. Conocer gente nueva, el vínculo que haces con la afición, llegar al primer equipo, jugar en la Roma o el Milán, salvar la categoría con el Mainz, ser el primer español en marcar en las cuatro grandes ligas... Todas estas situaciones me han hecho eternamente feliz.
¿Ahora estás bien?
Muy bien, la verdad. En un momento nuevo, una etapa de aprendizaje y estoy creciendo. Esto acaba de empezar.
Santi Giménez (Barcelona, 1968) es un montón de cosas. Subdirector de ‘As’, comentarista de ‘Carrusel Deportivo’ y ‘El Larguero’, colaborador cultural en RAC1, muy alto, llamativamente pelirrojo (tirando a cano ya, todo hay que decirlo), culé, escritor, abuelo aunque no lo parezca, bebedor sibarita y actor fetiche de David Trueba, entre otra serie de cuestiones.
Acaba de publicar un libro de relatos, ‘Nos crecen los enanos’, alrededor de las calamidades históricas del Barça, que, pese a que la semana ha sido dura, no son tantas. "Cualquier equipo podría tener su libro de desgracias. Las del Barça a mí me tocan más de cerca, pero los del Atleti o el Espanyol tendrían varios volúmenes. Hasta el Real Madrid, aunque no lo quieran reconocer, con las Ligas de Tenerife o el Centenariazo. Lo bonito es que, por muchas putadas que te haga tu equipo, tú no te bajas. Si no, seríamos todos del Madrid. Un coñazo", explica.
Perder no es para tanto.
En realidad, lo cojonudo es lo que decía [el regatista] Dennis Conner: "Sólo hay una cosa mejor que ganar que es perder y volver a ganar". Porque cuando te la has pegado antes, la victoria es distinta. Sin las derrotas en las finales de Copa de Europa de Berna o de Sevilla, las Champions que ha ganado luego el Barça no tendrían el mismo sabor. Si ganas las seis primeras Copas de Europa y luego no pierdes una final ni a tiros, no tiene ni puta gracia.
¿Aún disfrutas escribiendo?
En esto, como en el deporte, también te imaginas que vas a ganar siempre y luego es mentira. Crees que vas a escribir con tiempo y al final no te da la vida y no cumples los plazos. Esto tan famoso de Virginia Woolf de que para escribir en condiciones hay que tener una habitación propia lo podían decir ellos porque eran totalmente millonarios. Yo tengo un trabajo, unos plazos, una vida… Así que en general aún me gusta escribir, pero siempre existe el momento en el que te arrepientes de haberte metido en este lío.
Para saber más
Siendo un hombre de múltiples inquietudes, ¿es aplicable ese arrepentimiento también al periodismo?
No me arrepiento nada porque creo que tampoco sabría hacer otra cosa. Es lo que siempre he querido hacer y me da igual el periodismo deportivo, que me gusta mucho, u otro tipo de periodismo porque es cierto que me interesan muchas cosas. También hago cosas de periodismo cultural o histórico [consejo del entrevistador: busquen sus dos libros de los Execrables, sobre la cara oculta de los grandes personajes de la Historia], por ejemplo. El periodismo te permite tocar muchos palos y conocer a gente interesante y a mucho miserable también, no nos vamos a engañar.
Existe un prejuicio crónico hacia el periodista deportivo, como si por hablar de fútbol fueras automáticamente un gañán.
Es verdad y no se sostiene. En el periodismo deportivo se ha escrito muy bien y solamente tienes que mirar la cantera que ha sido. En Barcelona, Carles Francino, Andreu Buenafuente, Jordi Basté o Joaquim Maria Puyal empezaron en el periodismo deportivo y seguro que en Madrid hay otros mil ejemplos. El periodismo deportivo te da una agilidad, una rapidez y una manera de actuar que no la tienen otras secciones. Los de política, evidentemente, van muy agobiados durante la campaña electoral, pero es que para nosotros la campaña electoral empieza en agosto y acaba en junio. Además a través del deporte puedes escribir de casi cualquier cosa de la vida. Es verdad que estamos bastante estigmatizados y esa fama de zotes viene porque se toma la parte por el todo. Si ves a ciertos personajes y programas como ‘El Chiringuito’, vas a pensar que todo el mundo es así y que los periodistas deportivos somos gente que nos dedicamos a gritarnos con la camiseta puesta. Y los hay, pero son sólo una parte.
¿Hay diferencia en esto entre Madrid y Barcelona?
No lo creo. De hecho, el periodismo bufandero sin careta lo inventa el ‘Sport’, que es el primer diario que se declara abiertamente del Barça. Un poco forzado por eso, le siguió ‘Mundo Deportivo’, que originalmente quería ser ‘L’Equipe’ y cuando el Espanyol jugaba en casa abría con el Espanyol. ‘As’ y ‘Marca’ se sumaron también enseguida a la casa del Madrid, aunque Marca mantuvo aún un tiempo la zamarra de "el diario de todas las aficiones", que ya evidentemente ha pasado al olvido. Pero esa corriente se inventó en Barcelona y ya se apuntaron todos.
Empezaste tu carrera cerrando dos periódicos, ‘Las Noticias’ y ‘Diario de Barcelona’. Sólo podías mejorar.
A ver, igual fue una señal, pero me quedé porque era divertido. El primero fue un proyecto que duró tres meses y cerró porque, evidentemente, lo utilizaron para blanquear dinero y el siguiente acabó muriendo por cuestiones políticas, pero era el diario más antiguo del continente después de ‘The Times’. Ahí viví cómo se pasaba de la linotipia y los fotolitos a los periódicos de ahora, que son otra cosa que nada tiene que ver con aquel diario y aquella era del periodismo que murieron a la vez.
En esos primeros años de carrera vives dos cosas que se han mitificado mucho y no sé si fueron para tanto. La primera es ese periodismo crápula de redacciones con tabaco y alcohol.
Era para tanto. En el ‘Diario de Barcelona’, cada día a las siete de la tarde subía el del bar de abajo con un carrito como los de los aviones con ginebra, vodka, whisky… Lo que bebieras. Aparte de las botellas que cada redactor tenía en su cajón, claro. Iba sirviendo y a las siete y media, cada tarde, todas las mesas se llenaban de cubatas. Y ya tomaba nota a los que se quedaban a cenar para ver qué les subía a las diez. Yo me integré bien. Vi que era tradición y me pedí un gintonic.
Un esfuerzo.
Claro, joder, si a mí me encantaba la Fanta y hasta hacía deporte, pero hay que integrarse. El tema es que entonces el ambiente era diferente porque se pasaba muchísimo más tiempo en las redacciones. No había teléfonos móviles ni ordenadores portátiles y todo el mundo trabajaba llamando por el teléfono fijo de su mes o saliendo a la calle a buscar noticias, pero teniendo que volver para escribirlas en la redacción. No era esto de ahora que hago cuatro llamadas con el móvil, lo escribo desde donde sea y me puedo pasar una semana sin ver a los compañeros. Antes estábamos juntos todas las putas horas del día.
Y teníais acceso a los protagonistas, otra cosa que ha desaparecido.
Claro. Tenías acceso a los jugadores del Barça y del Espanyol porque cada día salían del entrenamiento y hablaban contigo. También es cierto que ahora hay cientos de periodistas cubriendo al Barça y antes éramos diez o doce. Nos conocían a todos por el nombre, se paraban a hablar, dejábamos los coches en el mismo parking… Hubo una época en que los futbolistas del Barça entrenaban en unos campos detrás del Miniestadi, pero se cambiaban en el Camp Nou. Era un trayecto de unos 300 metros y normalmente lo hacían andando, pero había ahí algunas facultades de las universidades y, si veían mucha gente, nos pedían que les llevásemos en nuestros coches. Este era el nivel de confianza.
Los viajes ayudaban mucho también.
Viajabas con ellos en el mismo avión, estabas en el mismo hotel, podíais salir juntos por la noche… Los clubes o la selección nos metían a los periodistas en ese pack y con lo que nos cobraban básicamente pagaban el hotel y el avión a los jugadores. Ahora que tienen mucho más dinero, ya no les interesa. La convivencia era total y yo creo que hay algo en que tanto los clubes como los futbolistas se equivocan. Dicen que nos han alejado porque si les conocemos demasiado, nos metemos en sus vidas. Y es falso. Cuando sí había trato nadie se metía en sus vidas privadas, aunque las conocíamos, porque les protegías mucho más. Salían ganando los jugadores porque un tío con el que tienes una relación personal, cuando te tenga que dar un palo te lo va a dar con más cariño que si no le conoces de nada.
La segunda cuestión mitificada de tus inicios son los Juegos de Barcelona 92 y la felicidad y modernidad que transmitieron.
Eso fue curioso porque la ciudad estaba bastante dividida en los años previos. A mi generación, que éramos aún muy jóvenes, nos pareció cojonudo que nos los dieran, pero para la gente más mayor aquello era un atraco a la ciudad, cuatro años de obras, nos iban a invadir los turistas y los independentistas decían que era una maniobra para españolizar, porque hubo alguna actuación cuestionable del juez Garzón al respecto. El orgullo surge a posteriori porque recuerdo mucha gente que decidió irse de Barcelona esos 15 días y a la semana volvió porque vieron que aquello era maravilloso. Yo lo viví desde dentro y me pareció fantástico. Por mucho fútbol que haya hecho y muchas Champions del Barça, los Juegos de Barcelona son mi recuerdo profesional más feliz.
Eras casi un crío.
Tenía 23 años. Otra cosa que pasaba en ese periodismo tan mitificado es que no había Comité de Empresa y el director decidió echar a toda la sección de deportes de un día para otro poco antes de los Juegos Olímpicos, fichar a cuatro chavales y me tocó ir a cubrir el atletismo. Me vi en el Estadio Olímpico haciendo el deporte rey y flipé.
Aquí hay un giro argumental loco porque de esa imagen idílica pasaste a trabajar en la política, en Prensa de CiU. ¿Qué pintabas allí?
Nada, pero cerró el periódico, mi madre se preocupó mucho por mi futuro laboral, ella estaba en Convergència y se enteró de que había una vacante para cubrir durante dos meses una campaña electoral absurda para las europeas. Pensé: "Bueno, son sólo dos meses y necesito dinero para irme de vacaciones". La gente era majísima y fue divertido verlo desde el otro lado, pero la campaña era de un hombre aburridísimo que se llamaba Carles Gasòliba y mi trabajo era básicamente escuchar tertulias y atender a los medios de comunicación que querían entrevistas. Lo que pasa es que la vida en Cataluña es lo que sucede entre elección y elección y llegaron casi seguidas a la Generalitat, al Ayuntamiento y unas generales, y me fui quedando.
Eso ya era más interesante.
Mucho. El Ayuntamiento fue Miquel Roca contra Pasqual Maragall; la Generalitat, en el 95, iba a ser la última de Jordi Pujol, que luego no, y las generales, que fue la última campaña que hice, ya en la caravana electoral, fue la que acabó con el Pacto del Majestic con Aznar, que lo viví. Ahí ya dije que me iba, que aquello no era lo mío y tampoco era, digamos, el partido que a mí me representa. Pero fue una experiencia cojonuda.
¿Qué tal con Pujol?
Hostia, es un personaje increíble. Llevaba acompañándole tres o cuatro meses a actos y un día había un foro internacional en Barcelona y, como hablaba inglés, me pusieron a guiar a un equipo de la BBC que estaba haciendo un reportaje especial sobre Pujol. Los llevo a hablar con él y el tío me vio así pelirrojo, alto y hablando raro, me confundió con el de la BBC y me empezó a chapurrear en inglés hasta que entendió que yo era de los suyos. Pero lo mejor era lo de las siestas.
Desarrolla, por favor.
Pujol necesitaba echarse la siesta en casi cualquier circunstancia, así que cuando tenía comidas fuera, le cerrábamos una sala y el tío se tiraba en el suelo, debajo de la mesa, a dormir un rato. Sólo le asomaban las piernas. Un día estaba dormido y entró un obrero que estaba arreglando un pladur del salón, vio los pies que salían por debajo de la mesa, miró quién era y pensó que había habido un atentado. Empezó a gritar: "¡Han matado a Pujol!". Y el otro se despertó sobresaltado sin entender nada. Fue una escena increíble.
David Ramírez / Araba Press
De CiU pasas al ‘Sport’, tu carrera se dispara y compartes redacción con tu compañero del alma, Lu Martín.
Así es. Es el mejor reportero que hay y su capacidad para sacar noticias y trabajar es increíble. Luego hay que arreglarle los textos, eso sí. Nos conocíamos de antes, de los viajes y tal, y siempre congeniamos. Cuando empezamos ya a viajar juntos a todo, la cosa cogió otra dimensión.
Y acabasteis en la cárcel.
Yo obligado, él voluntariamente en un acto de amor. Fue en un stage del Barça en Suiza y tuvimos un accidente de tráfico. Nada grave, pero como era un viernes por la tarde, había un herido leve, yo conducía y era extranjero, el protocolo marcaba que tenían que encerrarme hasta que apareciera el juez de guardia el sábado o el domingo. Me metieron en el calabozo y Lu dijo que no me dejaba solo y que también le detuvieran. Accedieron, pero entonces pidió una celda con dos enchufes y que nos dejaran meter los ordenadores porque teníamos que trabajar. Todavía están alucinando los policías suizos. Fue la única petición que hicimos, tampoco fuimos tan problemáticos.
Habría que preguntarles a ellos.
El caso es que al final nos echaron de la cárcel. Les dimos tanto la paliza que, para que dejáramos de molestar, nos mandaron al hotel bajo la promesa de que volviéramos cuando llegase el juez.
¿Cumplisteis?
Por supuesto, son gente muy educada los suizos.
En 2010 fichas por ‘As’, que para un culé es pasarse al enemigo.
Yo nunca lo había visto como el enemigo y en el ‘Sport’ era una mala época de cambios. Echaron a Miguel Rico, Lu se fue cinco minutos antes de que lo despidieran, Fernando Zueras se fue, Carazo ya no pintaba nada… Aquello había cambiado mucho y lo cierto es que yo tampoco pintaba ya nada y era el siguiente al que iban a echar. Entonces apareció el ‘As’, que buscaba un delegado en Cataluña porque Tomás Guasch se había ido con Paco González y Lama a la COPE. Alfredo Relaño pensó en mí y me pareció muy divertido. La verdad es que he escrito con más libertad del Barça en el ‘As’ que en el ‘Sport’. En un diario de Madrid puedes explicar cosas que pasan en el Barça que no te gustan, mientras que en uno de Barcelona que vive de las promociones y de los contactos del club, es más jodido. Total, a mí el Barça ya no me da nada porque soy del ‘As’, así que tengo la absoluta libertad para escribir lo que quiera.
Relaño también valoró siempre que le resistías las sobremesas, cuestión no siempre sencilla.
Sí, sí, sí. Vamos, creo que el día que Alfredo decide ficharme es uno que viene a Barcelona a verme, vamos a comer y acabamos a las siete de la tarde. Me dijo: "Me has aguantado la comida. Creo que eres el hombre adecuado" [risas].
No hemos hablado de tu faceta de actor, una carrera corta pero intensa.
Soy un actor de culto como John Cazale, que sólo hizo cinco pelis, pero todas buenas y casi todas con Coppola [risas]. Soy el John Cazale de David Trueba. Estuve en ‘¿Qué fue de Jorge Sanz?’, ahora en la de Eugenio [‘Saben aquell’] y ya estoy esperando lo siguiente, pero ya sabes que a los actores, a partir de cierta edad, ya no nos llegan tantos papeles.
Sobre todo a los galanes, claro.
Exactamente, me pasa un poco como a Jorge Sanz.
Jorge es tu amigo.
Así es, incluso me hizo alguna presentación bastante histórica de un libro de la que no voy a hablar porque no quiero volver a la cárcel.
Aquí volvemos a lo de los prejuicios del principio. En realidad, te mueves en un círculo intelectual de Barcelona.
Sí, esto empezó también es mucho por Lu, que se movía en ese ambiente. David Trueba, Pep Guardiola, Fermín Muguruza... Gente interesante que, además, también que te respetan y no ven al periodista deportivo como a un gañán ni te dicen: "Hostia, has leído libros y sabes de cosas a pesar de ser periodista deportivo". Tengo una amistad normal y natural, no es aquello de buscar el famoseo por el famoseo.
¿Guardiola se relaja en algún momento?
Quiero aclarar que no me considero amigo de Pep, esos son Trueba y Lu, yo soy un conocido, nos llevamos bien y hemos salido a cenar juntos todos. Guardiola se relaja dentro de su sistema. Es decir, habla de otras cosas y es divertido, pero llega un momento en que habla de fútbol y es que lo vive de verdad, es muy apasionado y es un privilegio que te explique fútbol.
Cuando hemos hablado de mitos de los 90, no hemos hablado del mayor para el barcelonismo: Johan Cruyff.
Merecido todo. En la distancia corta era magnético, el carisma en persona. Un tío divertido, fácil, afable e inteligentísimo. Tardé diez ruedas de prensa en atreverme a preguntarle algo, estaba cagado. Cruyff tenía una bronca abierta con Díaz Vega y al día siguiente a un partido había una reunión de los entrenadores con los árbitros, fue la primera vez que me atreví a preguntarle: "¿Y usted con qué cara va a ir allá?". Y el tío me miró y dijo: "Muy buena pregunta, pues no voy a ir" [risas]. Entonces ya me relajé y empecé a preguntar a Cruyff sin miedo. Al cabo de unas semanas, nos cruzamos por la calle, se paró y vino a buscarme para saludar. Ese día pensé: "Ya está, ya me puedo morir en paz".
¿Laporta es dios o diablo? Desde lejos, se ven las dos corrientes en el barcelonismo.
Lo que es Laporta es constante. Los que tiene a favor, los tiene siempre a favor y son inamovibles. Los contrarios son el ejército de Pancho Villa y nunca acaban de decidir quién da la cara contra él, porque Laporta es muy bueno en la confrontación, tiene siempre esa base de incondicionales y para ganarle vas a tener que bajar al barro. Y Laporta es un tío de batalla mientras que los otros son parte de una alta sociedad barcelonesa a la que no le gusta mancharse las manos ni tienen la jeta que tiene Laporta para jugarse el patrimonio. Laporta es un integrista del Barça.
Luego te sale un Lamine Yamal y te lo soluciona todo.
Claro, porque, después de que te salga un Messi, que te salga un Lamine es para contarlo en los libros de Historia. Increíble. También hay que tener en cuenta el factor azar y que para que estos chavales salgan ha hecho falta hacer muchos fichajes terribles antes. Por ejemplo, Fermín estaba cedido en el Linares. A todos estos jugadores les das confianza por la necesidad absoluta. Si se llega a quedar Dembélé, Lamine estaría jugando en el Girona.
¿Cómo ves el estado general del periodismo?
Está cambiando y no sabe cómo. Hay un problema de empaquetamiento, de cómo vender y monetizar el producto. Los periódicos de papel ya no se venden y en la web la gente no quiere pagar. Por lo tanto, la ecuación es complicada y eso está llevando a una cosa espantosa que es el clickbait y el síndrome del redactor asesinado, esos que se mueren a medio titular y te dejan la idea a medias o unos puntos suspensivos. Siempre tengo la sensación de que alguien ha entrado en la redacción y les ha disparado. Eso va muy en contra del oficio. Creo que no se hace buen periodismo y hay que darle una vuelta a las webs, no puede ser que se dediquen a ser elementos para engañar al lector como un imbécil porque picará dos veces en una noticia de estas, pero verá que es una chorrada y a la tercera ya no entrará porque no es gilipollas. Y luego hay que ordenarlas mejor, no puede estar todo al mismo nivel y una noticia sobre la Dana al lado de otra sobre las tetas de una concursante de la Isla de las Tentaciones. No lo acabo de entender, pero también es cierto que ya soy un señor viejo.
Bueno, te ha cundido. Has cubierto Barcelona 92, has tratado a Cruyff y has bebido con George Best.
Cierto, lo de Best es quizás lo que más ilusión me ha hecho por inopinado. Yo simplemente estaba en la barra de un bar y se me sentó al lado. Me vino a buscar él a mí. Era la final de Champions United-Bayern del Camp Nou, en el 99, la de la remontada en el descuento. La BBC me contrató para hacer una crónica social en el descanso y salí del estadio porque tenían el plató fuera. Como iban palmando, me fumaron y ya no pude volver a entrar, así que me fui a ver el segundo tiempo al Hotel Princesa Sofía, que era lo más cercano. Joan Gaspart, que era el dueño, había quitado todas las teles temiendo que los ingleses se las rompieran, así que pedí una cerveza y me senté a escuchar a Lama y Paco narrar la final rodeado de ingleses sin entrada y que no sabían cómo iba el partido.
Tenías el poder.
Absoluto. Empecé a explicarles lo que iba pasando y ellos me empezaron a pagar cervezas, más de las que incluso yo puedo beber. Cuando les dije que habían ganado me vi con seis o siete botellas delante, se abrieron las puertas del ascensor, apareció George Best y se sentó a mi lado.
¿Qué te dijo?
Me contó que se había ido antes del campo porque le estaba espantando el United, le felicité por el triunfo y el tío me dijo: "Nosotros éramos mejores". Estuve tomando una copa con él y, en cuanto pude, me fui discretamente.
Hay una cosa maravillosa con la selección y es que nos permite disfrutar de una de las mejores sensaciones de la vida: venirse arriba. Durante la temporada de clubes es un placer del que sólo disfrutan los madridistas, mientras el resto, incluso cuando nuestros equipos van como aviones, nos pasamos las semanas esperando a que el cielo se derrumbe sobre nuestras cabezas (y generalmente se derrumba), pero con España es diferente.
Quizás porque es u
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