El lenguaje coloquial equipara líricamente, como un piropo a la juventud en flor, años a primaveras. Reminiscencias del romanticismo decimonónico. En el caso de Novak Djokovic, Geraint Thomas y Marcelinho Huertas, la sinonimia es literal. Los tres nacieron en mayo. El 22, Djokovic. El 25, Thomas y Huertas. Cuando lleguen esos fragantes días. Djokovic cumplirá 38 años. Thomas, 39. Huertas, 42.
El tenista serbio, el ciclista británico y el baloncestista brasileño ya no son deportistas primaverales, sino otoñales, por no decir invernales, en la escala temporal de su gremio. La edad, sin embargo, no les afecta de la misma manera. Expresa tres formas diferentes de relación entre el tiempo y las personas sometidas a su transcurrir: la permanencia, la decadencia y la equidistancia. O sea, la victoriosa resistencia a Cronos, la aceptación de la derrota ante sus dictados y el estado intermedio entre ambas. En la última semana hemos asistido a las tres.
Huertas firmó una soberbia Copa del Rey de baloncesto. No se le atisba el declive. Thomas, un ganador del Tour, anunciaba que se retirará al final de la temporada. Aunque esforzado y admirable segundo en el Giro de 2023 y tercero en el de 2024, no conoce la victoria desde 2022. Ha comprendido que ya no da más de sí.
En cuanto a Djokovic… lleva un 2025 alarmante. En Brisbane perdió con un tal, con perdón, Reilly Opelka, número 293 de la ATP, que había entrado en el cuadro gracias a su ránking protegido. En Melbourne, en el Open de Australia, cedió un set frente a (otro tal) Nisehsh Basavareddy, el 107º, un invitado. Entregó otra manga a Jaime Faria (125º), procedente de la previa. Se rehízo ganando a Tomás Machado, Jiri Lehecka y, sobre todo, Carlos Alcaraz.
El ocaso de Djokovic
Pero, desfondado por la pelea con el murciano, abandonó tras el primer set ante Alexander Zverev. Y, estos días, en primera ronda, en Doha, cayó frente a Matteo Berretini, número 35 del escalafón. Hace tiempo que su cuerpo se le va declarando en rebeldía. No le obedece como antes y lleva mandándole avisos en forma de quejas y crujidos.
Desde el US Open de 2023, Nole, ya con Federer retirado y Rafa con la reserva en rojo incandescente, no se apunta un ‘major’. En 2024 ganó, ante ese Alcaraz que, reverencial, no acaba de tomarle la medida, el oro olímpico. No es poco. Pero, en sus circunstancias, tampoco mucho. Fue su único triunfo del año. A tenor de las impresiones generales ofrecidas las últimas temporadas, semeja uno de esos brillantes coletazos, cada vez más infrecuentes, de los talentos excepcionales.
Djokovic, aislado generacionalmente, se encuentra en ‘terra nullius’. Superviviente de un trío irrepetible, pertenece a una época que se extinguió de muerte natural, por consunción biológica. No puede prolongarla, y menos revivirla, en solitario. Es posible que esté pensando en cerrarla definitivamente, después de alguna victoria señalada que aún pudiera aguardarle. Rendirle póstumo homenaje arriando, orgulloso, la última bandera. Despedirla para siempre con una sonrisa de satisfacción en lugar de un rictus de impotencia. Y unirse a Rafa y Roger pasando de hombre a monumento. De la carne al mármol.