El jugador falleció este lunes 17 de abril a consecuencia de un cáncer
Luis Márquez en un partido con el Real Betis.REAL BETIS BALOMPIÉ
Luis Márquez, centrocampista del Betis durante la década de los noventa (1989-2000), ha muerto este lunes en Sevilla a los 51 años a consecuencia de un cáncer, ha informado el club verdiblanco, que ha mostrado su pesar por el fallecimiento de uno de los más representativos futbolistas de una época.
Conocido como ‘Schuster‘ por su parecido con el internacional alemán en su etapa en los escalafones inferiores béticos, en los que fue campeón de Copa infantil en 1987 y juvenil en 1990, Luis Márquez debutó en el primer equipo el 25 de febrero de 1990 en un partido ante el Palamós.
Desde la campaña 1991-1992, el centrocampista se hizo un habitual en las alineaciones del Betis de la década de los noventa, primero como centrocampista, su posición natural, y posteriormente como lateral derecho, posiciones en las que desplegó un fútbol de potencia y calidad.
Vivió Luis Márquez en el Betis el tránsito de la Segunda División, con el ascenso del 8 de mayo de 1994 al ganarle 0-2 en El Plantío al Burgos, al gran equipo que confeccionó Lorenzo Serra Ferrer, en el que alternó con nombres como Vidakovic, Vlada Stosic, Rafael Gordillo, Alexis Trujillo o Ángel Cuéllar, entre otros muchos.
A las órdenes de Serra Ferrer disputó la Copa de la UEFA y con Luis Aragonés en el banquillo participó en la extinta Recopa de Europa.
En su nueve temporadas en el Betis, Luis Márquez disputó 202 partidos oficiales -166 de Liga, 32 de Copa, 2 de la Recopa y 2 de la Copa de la UEFA- y marcó 15 goles, uno de ellos de los más recordados por la afición verdiblanca, el que le hizo un Sábado de Pasión de 1995 al Atlético de Madrid de una volea desde la esquina del balcón del área a la salida de un córner.
Desde hace años, Luis Márquez venía luchando contra una cruel enfermedad que lo obligó a pasar por el quirófano en varias ocasiones, mostrando una fortaleza y una entereza que siempre mereció el elogio de sus compañeros y amigos, ha recordado este lunes el Betis.
Aparece Rafa Jódar, con sus 17 años, y sus 1,90 metros, y su juego directo, y sólo queda una certeza: el tenis español tiene futuro. En los últimos tiempos no ha celebrado muchos éxitos que no fueran de Carlos Alcaraz, pero la cantera sigue rebosando talento. En el US Open júnior, por ejemplo, en las últimas cuatro ediciones ha habido tres campeones españoles: Dani Rincón en 2021, Martín Landaluce en 2022 y Jódar este 2024, una racha que no había encadenado ningún país. En la final del Grand Slam estadounidense de este sábado, en la inmensidad de la pista Arthur Ashe, Jódar al noruego Nicolai Budkov Kjær, el ganador del último Wimbledon junior, el número uno del mundo en menores de 18 años, por 2-6, 6-2 y 7-6(1).
"Estoy viviendo un sueño ahora mismo. Ha sido una batalla preciosa y me gustaría felicitar a Nicolai por el partido. Ha sido un placer jugar contra él", comentaba Jódar en sala de prensa con una educación exquisita.
De Leganés, formado por su padre y por los entrenadores del Club de Tenis Chamartín, Jódar empezó a pelotear en su garaje, para luego practicar en unas pistas de pádel cercanas a su casa y descubrir la competición a los siete años. El año pasado ya dio la campanada al ganar por sorpresa y con sólo 16 años el Campeonato de España junior y desde entonces combina las sesiones en su club con 'stages' en la academia BTT de Sant Cugat, donde aprende de Francis Roig, ex entrenador de Rafa Nadal. Precisamente Nadal fue su ídolo de infancia -el primer partido que vio en televisión fue la final del Open de Australia de 2012 perdida ante Novak Djokovic- y un espejo en el que mirarse, madridista como él, aunque el estilo de ambos es muy distinto.
Con su físico, Jódar se acerca más al tenis de Jannik Sinner, el actual número uno del mundo, pese a que todavía le queda mucha formación. Antes del US Open junior, el español se había comprometido con la Universidad de Virginia para jugar allí a partir de enero, aunque ahora podría intentar un salto temprano al circuito ATP. "No puedo decir lo que voy a hacer. Para ser sincero, todavía no lo he decidido", aseguraba después de levantar el título más importante de su corta carrera.
El perdón es una prerrogativa de reyes. La Champions tiene el suyo, que, como si se tratase de un acto de clemencia, jugueteó con Pep Guardiola, su peor enemigo en la peor situación posible. Al final, el rey dijo no, pero sin escarnio. La victoria del Madrid en el Etihad pudo ser un Waterloo para este club-estado, pero fue sólo una victoria, por la mínima. El cadalso para Guardiola se prepara en el Bernabéu, aunque el fútbol tiene destinos inescrutables cuando al enemigo se le deja con vida, y no es cualquier enemigo. [Narración y estadísticas, 2-3]
El Madrid es un equipo difícil de explicar. Siempre. Cuando marca desde la nada, como cuando no lo hace desde la abundancia. La diferencia es que lo segundo no es habitual, no encaja con su estado natural. Tampoco lo era este City, un carnero con piel de lobo. A De Bruyne o Bernardo Silva les queda el nombre, la solera, pero poco más. No es irrespetuoso, es el paso del tiempo.
El partido, entre dudas en defensa e imprecisiones en ataque, se correspondía con la Champions que ambos habían realizado, aunque el desplome del equipo de Guardiola, quinto en la Premier a 15 puntos de la cabeza, nada tiene que ver con el existir del Madrid, líder de la Liga. Nunca había tenido una oportunidad tan clara de dar un golpe de mano en el Etihad, donde logró su primera victoria. Un golpe de mano que pudo ser mucho mayor. Nunca, sin embargo, había acudido con una defensa tan parcheada, con un Tarzán de la cantera como pestillo de seguridad. A Asencio lo encontró superado la imagen del gol de Haaland, cierto, pero su pierna dura encontró el balón en la mayoría de balones de riesgo. Un gran escenario para una gran reválida.
Haaland celebra el primer tanto del partido.Darren StaplesAP
La presión alta con la que empezó el Madrid no está en su menú para todos los días, pero en lugares como el Etihad hay que jugar a la carta. Tenía sentido para hurgar en las dudas de una defensa en la que Guardiola alineó a cuatro centrales. Había un quinto, Stones, en el centro del campo. Si lo hiciera otro entrenador se agotarían los calificativos. Anatema.
Encontró su objetivo el equipo de Ancelotti en pérdidas que se traducían en ataques al espacio y en oportunidades. A Vinicius le faltaron centímetros para el gol y el penalti, Mbappé no cruzó lo suficiente para concluir una jugada digna de un manual de las transiciones, y Vinicius lanzó al larguero. El City estaba grogui, como un púgil que es incapaz de identificar por dónde llegará el siguiente golpe, pero no besó la lona en unos minutos frenéticos. Al Madrid le faltó el directo. Si lo hubiera tenido, la eliminatoria no necesitaría regresar al Bernabéu.
Sin Rodri, sin boya
Es sintomática la influencia que puede tener la baja de un futbolista en un equipo, pero es que la ausencia de Rodri no es una ausencia cualquiera. Es la baja del mediocentro, el mejor en su especialidad, en un equipo cuyo entrenador piensa como un mediocentro. Empezar a partir de un aseado Stones, que en la segunda parte regresó al puesto de central, no tiene nada que ver. Al City le faltaba la boya, con interiores lejos de su esplendor y, sobre todo, de la confianza. Si lo primero se puede jugar; sin lo segundo, jamás.
El equipo de Guardiola se encendía con el eléctrico Grealish o la interacción entre las líneas de Gvardiol. Haaland los necesitaba. Cuando el croata rompió la línea y se plantó en el área para asociarse con el noruego, llegó el gol, un gol de la nada, un gol que ponía el partido del revés. El marcador decía lo contrario que el césped, pero ofreció al City la confianza que no tiene para buscarse con la pelota, encontrar posesiones largas y amenazar, una vez que alcanzaba los tres cuartos. Era un espejismo. Al mínimo descuido, llegaba de nuevo el peligro frente a Ederson.
Mbappé, con la espinilla
El descanso no cambió el decorado, por insistente que fuera la charla de Guardiola. Ha dado muchas en los últimos meses. El técnico catalán tuvo que maniobrar por otra lesión y sustituyó a Akanji por Lewis, un lateral natural en la derecha. Contra un Vinicius on fire no habría podido ninguno. El brasileño cargó su banda para generar peligro constante y el City volvió a entrar en modo supervivencia. Valverde y Mbappé dispusieron de ocasiones antes de que el francés encontrara el fruto de la forma más cómica, en un remate con la espinilla al recibir en el espacio un balón de Ceballos.
Con el campo inclinado hacia el área de Ederson, Ceballos cometió un error al regresar a su área en el derribo a Foden. Haaland no falló en el penalti para volver a llevar el partido a la ilógica. Ancelotti, como siempre, dejó madurar el partido antes de los cambios, pero uno de los elegidos fue clave. Brahim saltó al campo y nada más aproximarse al área del City cazó el rechace de Ederson a disparo de Vini para volver a igualar el choque. Otro error de un equipo que no se reconoce y que entregó el último tanto tras una cadena de despropósitos, desde sus defensas hasta su portero. Bellingham marcó porque no había más perdón posible. El Bernabéu espera sentencia.