El entrenador Artur Jorge, uno de los técnicos lusos más respetados a nivel mundial y que le dio a Portugal su primera Copa de Europa en 1987 cuando dirigía el Oporto, ha muerto este jueves a causa de una larga enfermedad.
Según el comunicado divulgado hoy por sus familiares, Artur Jorge Braga de Melo Teixeira “falleció la pasada madrugada a los 78 años de edad, tras una larga enfermedad”.
Artur Jorge fue futbolista de la cantera del Oporto y se sentó por primera vez en los banquillos en julio de 1980, como segundo del Vitória de Guimarães.
Su éxito más sonado le llegó como entrenador con el Oporto, cuando el 27 de mayo de 1987 el conjunto portugués ganó (2-1) la final de la Copa de Europa al Bayern Múnich.
Tenía dos ases en punta, el portugués Paulo Futre y el argelino Rabah Madjer, que se impusieron a un conjunto alemán liderado por Michael Rummenigge, el recientemente fallecido Andreas Brehme y el medio Lothar Matthäus.
Era la primera Copa de Europa que ganaba un equipo de Portugal y sus éxitos catapultaron al sabio Artur Jorge a las cotas más altas del fútbol mundial.
En dos etapas diferentes (1991-94 y 98-99), dirigió al París Saint-Germain en las que entrenó a jugadores de la talla de David Ginola o George Weah y ganó una liga.
También entrenó al Benfica (1994-95) y en su periplo en el extranjero se hizo cargo de equipos como el CSK de Moscú o las selecciones de Camerún y Suiza. En España pasó por el banquillo del CD Tenerife (97-98).
Además, dirigió a la selección de su país entre 1990 y 1991 y en el año 1996.
Uno de los primeros en expresar sus condolencias públicas a la familia ha sido Paulo Futre, con este mensaje en sus redes sociales: “Tienes 45 minutos para hacer historia. “Nunca olvidaré estas palabras ni te olvidaré. Gracias por todo Siempre, Eterno Míster. Mi más sentido pésame a toda tu familia. Descansa en paz”.
En un comunicado, la Liga de Portugal “lamenta profundamente” su fallecimiento, mientras que la Federación Portuguesa de Fútbol lo califica como “una figura imborrable del fútbol portugués”, a la vez que recordó que, como futbolista, fue 16 veces internacional.
«La mayoría de tenistas del circuito juegan de una manera parecida. Golpean fuerte y cruzado con su derecha y cuando pueden atacan con el paralelo, buscan el error de su rival. Con Carlos no funciona así. Ante él no sólo tienes que defenderte desde el fondo de la pista porque es capaz de sacar golpes ganadores de cualquier sitio, juega hacia todos los lados, inventa cuando otros no lo harían», analiza Daniil Medvedev y detrás del típico elogio a su próximo rival, con quien se enfrentará hoy en las semifinales de Wimbledon (14.30 horas, Movistar) hay una certeza absoluta: Carlos Alcaraz es diferente. En un tenis cada vez más físico y robótico, pum, pum, pum, pum, derechazos aquí y allá, el español es capaz de crear. El resto boxea, él pinta; tanta es la distinción.
La dejada es su símbolo, hace casi el doble (un 2,9% de sus golpes) que Novak Djokovic (1,7%) y más del doble que Jannik Sinner (1,3%), pero hay mucho más. «Mis golpes favoritos son la dejada de derecha, el passing de derecha y diría que el globo de espaldas entre las piernas», contestó el otro día tras superar a Ugo Humbert en cuartos de final del Grand Slam londinense cuando le preguntaron por sus recursos más preciados. «¿El globo de espaldas entre las piernas?», le replicó su entrevistador. «Sí, sí, lo practico mucho, me gusta», confirmó. A sus 21 años, Alcaraz podría parecer el líder de una generación revolucionaria, más ingeniosa, un grupo de jóvenes llamado a recuperar y modernizar el tenis old school, pero en realidad está prácticamente solo.
"Devuelve al tenis como partida de ajedrez"
«Carlos ha encontrado un patrón de juego distinto a los demás y tiene mucho mérito llevarlo a cabo porque también necesita la potencia de sus rivales. En los últimos 10 años el tenis se ha hecho más físico, casi completamente físico, y él está al nivel y al mismo tiempo utiliza recursos que otros no tienen. Es de los pocos que usa la dejada como recurso ganador, no como golpe desesperado, pero también cambia con su juego desde el fondo o con sus finalizaciones de volea», analiza Anabel Medina, capitana de la selección española en la Billie Jean King Cup, que disfruta de la evolución reciente del español. Campeón de Roland Garros y ahora a dos partidos de otro título en Wimbledon. Si vence hoy, el domingo le esperará el ganador del duelo entre Novak Djokovic y Lorenzo Musetti (sobre las 17.30 horas, Movistar) para asaltar la historia.
«Alcaraz devuelve el tenis a lo que es, una partida de ajedrez, y eso le complica mucho la vida a los rivales. Desde el principio, antes de empezar ya deben pensar: 'A ver por dónde me sale éste'. Él también es muy físico, tanto o más que el resto, pero propone cosas distintas», comenta Carlos Martínez, entrenador español, que estos días acompaña al japonés Taiki Takizawa en el torneo para menores de 14 años.
«Se nota que ha sido un jugón desde niño, que se pasaba horas y horas en el club con el bocadillo en una mano y la raqueta en la otra. En las clases te enseñan la base técnica, se repite mucho cada golpe, pero fuera de las clases también hay que investigar. Alcaraz practicaba ante el frontón, con los amigos, se divertía probando cosas nuevas y ahora ese tenis le sale de dentro», apunta José Perlas, ex técnico de Juan Carlos Ferrero, que vivió algunos de los entrenamientos de adolescencia del propio Alcaraz.
De niño, partidos con 60 dejadas
Porque ahí, en la base, se encuentra la razón de la imaginación del hoy número tres del mundo. La escuela de la Real Sociedad Club de Campo de Murcia, el club donde entrenaba, estuvo durante 30 años dirigida por su padre, también Carlos, y el pequeño Alcaraz se entretenía allí más allá de sus entrenamientos. Como dicen en el fútbol, es un tenista de la calle, practicaba por pura diversión, sin un técnico siempre atento, lejos de la competición. De ahí, también, su actitud juguetona en contra de la seriedad que impera en el circuito.
Antonio López, uno de los rivales de infancia de Alcaraz, explicaba hace unos meses a EL MUNDO que en sus partidos podían llegarse a sumar más de 50 o 60 dejadas, enfrascados ambos en una extraña competición por ver quién ejecutaba mejor ese golpe. Y de aquellos inicios estos logros. A los 21 años, este viernes ante Medvedev, Alcaraz buscará otra final en Wimbledon que será también reivindicación: la creatividad al poder.
Nada de lo que ocurrió en las entrañas del Arena AufSchalke desde que Georgia puso un pie en los octavos de la Eurocopa es casual. Todo tiene, buscado o no, un simbolismo que va más allá del balón. Estos futbolistas son un emblema para las nuevas generaciones de un país orgulloso que quiere, como en el campo, conquistar a Europa. El aldabonazo en Alemania, venciendo a Portugal y enfrentándose a España, es una metáfora de que quieren colocarse en todos los mapas.
Cuando Saba Lobjanidze enfiló, altavoz en mano, el largo pasillo de la zona mixta, lo seguían Mekvabishvili, Kvekveskiri y se fueron sumando jugadores al grito 'Sakartvelo'. No era un cántico de jugadores eufóricos que, hasta hace apenas un año, casi eran desconocidos si los encontraban por las calles de Tiflis. Era un grito patriota. Para los georgianos no existe Georgia sino Sakartvelo, «la tierra de los kartvelianos», los habitantes del Reino de Kartli que ocupó parte del actual territorio hasta el siglo XV. Allí hunden sus raíces estos jugadores que ni siquiera superan la treintena y que, por eso, han establecido un vínculo directo con la juventud del país.
Comparten inquietudes, sueño europeísta y orgullo nacional, porque como quienes salen a las calles a manifestarse, ellos tampoco se esconden. «El camino de Georgia pertenece a Europa. ¡El camino europeo nos une! ¡Hacia Europa!», afirmaba Kvaratskhelia en febrero cuando la UE abrió las puertas a la adhesión de Georgia. «¡El camino y el futuro de Georgia pasan únicamente por Europa!» decía Giorgi Mamardashvili, el nuevo ídolo, que ya es imagen de marcas como Emporio Armani o Pepsi.
«Como tres Champions»
«No he conocido un jugador con más sentimiento patriótico que él, lo lleva muy dentro», cuenta José Manuel Ochotorena, entrenador de porteros del Valencia y formador del mejor guardameta del torneo. «Cada cosa buena que hace piensa en lo importante que es para su país. Con la clasificación era el hombre más feliz del mundo. Como si hubiera ganado tres Champions. Cuando volvió a Valencia me contó que la noche del partido ante Grecia que les llevó a la Eurocopa casi no puede entrar en su casa de la gente que le esperaba», relata a EL MUNDO.
Y es que este grupo que dirige Willy Sagnol es mucho más que una suma de deportistas. Son ídolos por lo que hacen en el campo, donde sólo el luchador Ilia Topuria en el ring les gana en popularidad, y fuera. Pocos tienen un recuerdo de la invasión rusa que les arrebató dos provincias, Abjasia y Osetia, pero todos saben que no quieren vivir bajo la suela de esa bota de la que se libraron tras la caída de la URSS. «Cuando yo llegué en 2011 había aún ambiente de guerra y estos chicos conocen las dificultades que ha vivido su gente, la pobreza y las condiciones de vida que aún están muy por debajo de las de Europa occidental. Para todo el mundo era impensable que consiguieran esto», cuenta Carles Coto, que fue jugador del Dinamo de Tiflis durante tres temporadas. Fue junto a Xisco Muñoz, Alex García o Andrés Carrasco uno de los pioneros en «españolizar» el fútbol en Georgia. Ellos pusieron una semilla que luego germinó. «Jugadores como Kvaratskhelia, Mamardashvili o Mikautadze son un ejemplo de que tener lazos con Europa hace crecer», apunta el ex futbolista.
Eso es precisamente lo que piensa buena parte de la población y de los jugadores, a los que les gusta mostrarlo. En el vestuario entonaron 'Samshoblo' (Patria), una canción folk publicada después de la guerra con Rusia y hoy himno proeuropeo.
«dejadnos mostrar nuestra fuerza»
Después, en esa especie de conga por los pasillos del estadio de Gelsenkirchen a la que se unió Mikautadze -pero no el tímido Kvaratskhelia ni Mamardashvili, en el control antidopaje-, siguieron lanzando mensajes en el mismo sentido: «Estamos aquí, dejadnos mostrar nuestra fuerza, estamos juntos».
Mientras, las banderas de Georgia seguían ondeando en manos de los aficionados que, desde las escaleras de acceso a la grada, esperaban a ver salir a su héroes. Ellos les responden. Algunos se posicionaron contra la Ley de Transparencia sobre la Influencia Extranjera, la llamada 'Ley rusa' que pretende controlar la actividad de «agentes extranjeros» en el país, lo que supone de hecho una restricción de libertades, entre ellas las de expresión y todas las que posee en colectivo LGTBI.
Esa propuesta viene avalada por el partido Sueño Georgiano, liderado por el oligarca Bidzina Ivanichvili, considerado el dirigente en la sombra del país, que ayer anunció que donará más de 10 millones de dólares al equipo nacional de fútbol por la proeza de la clasificación para octavos. Se trata de una prima mayor que la que recibiría España si termina campeona. Falta saber si estos jugadores la aceptan o queda en los fondos de la Federación, menos beligerante.
Ahora espera España, pero ellos disfrutan y hasta unen a su fiesta en su base de Velbert, cerca de Dortmund, a otro conocido luchador, Merab Dvalishvili. Eso sí, con el corazón a 4.000 kilómetros. «Me han enviado vídeos de cómo está celebrando la gente y es increíble», contaba Giorgi Kochorasvili tras el partido. Antes de la Eurocopa, el anhelo del jugador del Levante era darle una alegría su pueblo, «que lo está pasando mal». Ya lo han conseguido.