Lampard, el niño bien del elitista Chelsea que dijo sí a una apuesta suicida

Lampard, el niño bien del elitista Chelsea que dijo sí a una apuesta suicida

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Aceptó la propuesta exprés del dueño norteamericano con la intención de eliminar al Madrid y relanzar su maltrecha carrera en los banquillos

Lampard, en la rueda de prensa.ADRIAN DENNISAFP

«Esto es un ‘win-win’». Frank Lampard lo tuvo claro. Un ‘win-win’ es eliminar al Madrid, cambiar el sino de una carrera fracasada hasta ahora como entrenador, todo lo contrario que como futbolista, posiblemente el mejor, dada su regularidad y títulos, en la historia del Chelsea. Todavía tiene el récord de haber jugado 164 partidos consecutivos en la Premier, entre 2001 y 2005. Cuando el nuevo propietario, Todd Boehly, lo llamó, sabía que no era para lo mismo que cuando lo hizo Roman Abramovich, con quien tenía un feeling especial. Nada de eso. Era para una misión circunstancial, mientras citaba a consultas a Luis Enrique y Julian Nagelsmann. «Si gano al Madrid, todo puede cambiar. Si pierdo, nada lo hará», se dijo. El 2-0 en el Bernabéu hizo la apuesta más difícil en un equipo que no necesita únicamente un entrenador. Urge un terapeuta. En Stamford Bridge no tiene más remedio que redoblar su apuesta: todo al blanco, todo o nada.

En el barrio de Chelsea no hay caras de optimismo. Tampoco en el equipo, aunque la mayoría coincide en que, en la situación de inferioridad en la que jugó el equipo más de media hora en la ida, el resultado pudo ser peor. Lampard es muy ‘polite’, educado, hijo de la clase media, al contrario que los Wayne Rooney o Steven Gerrard que formaron parte de su generación en la selección. La barrera social, de hecho, hizo que no conectara todo lo bien que los pross habrían necesitado en el terreno de juego, especialmente con Gerrard en el centro del campo. También le ocurría en su propio equipo con el central John Terry, procedente de la ‘working class’. Lampard no era sólo un grandísimo futbolista, sino que estaba hecho a la medida del elitista Chelsea, entre cuyos aficionados se encuentran Michael Caine, Sebastian Coe, Matt Damon o Will Ferrell.

LA SENDA DE GUARDIOLA

Lampard era lo que Pep Guardiola y ahora Xavi Hernández al Barça o Diego Simeone al Atlético. Sin embargo, el inglés se recostó demasiado en el aura de su figura, con una escasísima experiencia, en el Derby County, y poco trabajo previo. La llamada de Abramovich, en el verano de 2019, fue la llamada de un amigo, no sólo la de un propietario. La relación entre ambos había sido estrecha, hasta el extremo de que el oligarca ruso le prestaba su yate particular durante las vacaciones. Era como un retablo de lujos en el mar. Con Boehly no tiene nada que ver. Lampard recurrió, ayer, a las visitas de Abramovich al vestuario para justificar la que hizo el norteamericano tras perder en la ida: «Es positivo que un dueño muestre su pasión».

En una Premier colonizada por las grandes primadonas de los banquillos, la inmensa mayoría extranjeros, la apuesta por un técnico inglés y prácticamente novel suponía un riesgo altísimo. De hecho, fue un portugués, José Mourinho, quien consiguió sacar el mejor rendimiento de Lampard como futbolista, y un italo-suizo, Roberto Di Matteo, el que le llevó a levantar la Champions contra todo pronóstico. Por su mente ha pasado, asimismo, aquel periodo en el que el mayor título de este equipo llegó con un interino en el banco.

VESTUARIO DIFÍCIL

Lampard consiguió clasificar al Chelsea para la Champions, después de realizar incorporaciones como Havertz, Timo Werner o Chilwell, pero los problemas empezaron nada más iniciarse la siguiente temporada. Fue despedido, entre quejas por no haber atendido sus peticiones de fichajes y enfrentado a Marina Gravanovskaia, la mujer de hierro de Abramovich en el club. El oligarca no pudo salvarlo ante la crisis de resultados y un distanciamiento con el vestuario que ni siquiera su ex compañero Peter Cech pudo corregir. A varios de esos futbolistas se ha vuelto ahora a encontrar.

A sus 44 años, Lampard sabe que si sale señalado de esta etapa exprés, la Premier puede cerrarle las puertas para siempre. En su paso por el Everton, en el que sustituyó a Rafa Benítez, tampoco ofreció nada distinto. Este torneo respeta a sus glorias más que ningún otro, está en su cultura, pero sólo le cede las responsabilidades si funcionan. Algo similar le ocurre a Gerrard, después de dirigir al Aston Villa. No han logrado replicar en los banquillos lo que fueron en el terreno de juego.

«Cada partido con el Chelsea es una oportunidad. Lo es también para mí», manifestó, ayer, en un tono menos cáustico que el utilizado con sus jugadores después de la derrota contra el BrigHton, en Stamford Bridge, donde fue recibido con una pancarta de apoyo, a pesar del resultado del Bernabéu. Sabe que la grada le quiere, una grada dura a la que apeló para que empuje a sus futbolistas. Es tarde para los mecanismos colectivos, pero no lo es para que «expresen la calidad individual que tienen». Si lo hacen, el resultado en su opinión, no es una losa y todo puede cambiar para este héroe o suicida, pero siempre hijo predilecto del Chelsea.

kpd