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De las finales de Champions que ha disputado el Madrid contemporáneo, a la que más podría parecerse la de Wembley es a la que jugó frente al Bayer Leverkusen, en 2002. Un rival alemán de clase media, inferior desde cualquier ángulo a los blancos, que desde 1988 han ganado dos veces a la Juventus, dos al Liverpool, dos al Atlético, una al Valencia y otra al citado Leverkusen: ocho de las 14. Sin embargo, la Novena, resuelta con la volea de Zidane en el minuto 45, fue la que supuso un mayor padecimiento para el Madrid, junto con la disputada en París, con un desenlace heroico para Casillas. La radiografía de los finalistas en el trayecto hacia Wembley no augura, inicialmente, algo similar, ya que de todas las superioridades que pueden apreciarse en el Madrid frente a su rival, ninguna es tan evidente como su producción goleadora en los 10 últimos minutos de los partidos o su alargue. Las estadísticas de este curso dicen que en ese tramo es imbatible, y no precisamente por su portero. Si es capaz de llegar sin sorpresas, nadie como el equipo de Carlo Ancelotti juega mejor la final de los 10 minutos.
Entre el gol que marcó Vinicius al Bayern Múnich en el minuto 83, en la ida de las semifinales, y el de Bellingham al Unión Berlín, en el minuto 93, en el primer encuentro de la fase de grupos, el Madrid ha conseguido cinco más (ver gráfico). Es decir, siete a partir del minuto 80 de los 26 marcados en total en la competición, un 26,9%. El porcentaje de su producción goleadora ya es mayor en el segundo tiempo (61,5%), aunque con una gran concentración en esa franja final. En el mismo segmento, el Dortmund sólo ha marcado dos tantos, el que anotó en el Metropolitano por medio de Haller (minuto 81), en cuartos, y el logrado frente al PSV Eindhoven, en la ida de los cuartos, a cargo de Reus (minuto 94). Un 11,7% de su bagaje goleador en esta Champions.
Al contrario, los alemanes han conseguido dos tantos en los primeros 10 minutos por ninguno de los blancos, que lograron el primero por parte de Rodrygo frente al Nápoles en el Bernabéu, a los 11 minutos. Sugiere el dato que el Dortmund parte más activado en los partidos frente a un Madrid que ha tenido arranques perezosos, algo de lo que los propios protagonistas han hecho autocrítica repetidamente. Los anticuerpos que son necesarios para evitarlo es de suponer que son más fáciles de activar en una finalísima.
UN RIVAL MEJOR EN EL ECUADOR
Los goles alemanes se reparten prácticamente a partes iguales entre los dos tiempos, tan sólo uno más tras el descanso. Sorprende que, pese a la diferencia en la producción (17 frente a 26), el Dortmund ha marcado más en el ecuador de los encuentros, entre los minutos 30 y 50 (cinco frente a dos). Las dos salidas al terreno de juego y el final del primer periodo son, según el recorrido anterior de los equipos, fases en las que el Madrid ha de estar especialmente vigilante.
Con muchos menos goles, en el equipo de Edin Terzic, en cambio, han marcado más futbolistas que en el de Ancelotti (12 por 10). Vinicius, Rodrygo y Joselu han anotado cinco cada uno, por cuatro de Bellingham. Ningún jugador del rival en Wembley ha conseguido tantos. Füllkrug suma tres por dos de Brandt, Reus y Adeyemi. Se trata de un equipo muy coral tanto en lo defensivo como en lo ofensivo, donde el despliegue de Adeyemi, Jadon Sancho y Brandt multiplica las opciones. El balón parado le da, asimismo, buenos frutos, como demostró Hummels en París. Füllkrug es un 'delantero-tanque' poderoso físicamente.
"NUESTRA AUTOESTIMA CRECIÓ"
El Madrid ha marcado en todos los partidos mientras que el Dortmund no lo hizo en los dos primeros, ante PSG y Milan. Curiosamente, no pudo ganar a los de Luis Enrique en ninguno de los dos encuentros de la fase de grupos, pero les derrotó en ambos en semifinales. Ello dice mucho de un equipo que ha crecido en los momentos de presión, como era la vuelta de cuartos después de perder en el Metropolitano. «A partir de la tercera jornada, cuando jugamos contra el Newcastle y ganamos, notamos cómo empezábamos a creer que podíamos conseguir algo. Nuestra autoestima comenzó a crecer», dice Terzic. La realidad es ya no dejó de hacerlo. La final es su premio. «Si jugáramos 10 veces contra el Madrid, sería difícil ganar en el balance general, pero a 90 minutos o 120 más los penaltis, podemos vencer a cualquiera».
El Dortmund será el cuarto rival alemán del Madrid en esta Champions, que la empezó ante el Unión Berlín, con una victoria pírrica en el Bernabéu, y en el mismo lugar tuvo su momento crítico del torneo ante el Leipzig. Padecer ante el Bayern estaba en el guion. Las finales tienen el suyo propio. Mejor para el Madrid sise decide en los 10 últimos minutos.
Al grito de "¡presenten armas!", el Madrid lo hizo, con Mbappé y Vinicius como fusiles erguidos, preparados. El Atlético, no. Dos disparos y retirada, una peligrosa retirada. La vigilia en la Liga del gran duelo de la Champions, el miércoles en el Metropolitano, deja mejores sensaciones para los blancos que para los rojiblancos, por el estado de sus grandes argumentos ofensivos, resolutivos ante un Rayo tan ambicioso como débil. En el primer 'round' del Bernabéu frente al Atlético, apenas aparecieron. El gol de Mbappé suma en el marcador, en la tabla y en la moral. El de Vinicius, soberbio, la inflama, aunque fuera en el marco de un acto corriente.
Ambos estaban en el once. Como Bellingham, como Rodrygo. Las rotaciones, pocas, la mayoría obligadas y atrás, con una sorpresa: Lunin. Lucas Vázquez aparecía en el lateral derecho, donde es necesario administrar a Valverde, que sólo jugó unos minutos, y Alaba lo hacía en el centro por el griposo Rüdiger. Modric, que siempre toma buenas decisiones, volvía al centro en un buen día de Tchouaméni, más firme que en mucho tiempo. Hay que preguntarse si es por su mejora o por la compañía de la versión croata de Astérix. Guste más o menos, es el lugar de Tchoauméni, no el de su compatriota Camavinga, que tiene en su dinamismo un interesante desorden si es para desordenar al contrario, no a los suyos. Mejor, pues, lejos de lo que Luis Aragonés llamaba "pasillos de seguridad". Cuando saltó al campo, el francés lo hizo un paso por delante, en la zona de los interiores.
Un Rayo al ataque
La propuesta del Rayo, innegociable para Íñigo Pérez, dejaba buenos caladeros al Madrid a la espalda de su adelantada defensa. Los exploró Vinicius, fuera en la conducción, el regate o la asistencia. La que le dio a Mbappé acabó en gol, porque el francés dispara como si utilizara un látigo. El tanto del día, y de muchos días, fue, en cambio, el que el brasileño consiguió a continuación. Vini arrastró al central fuera de su zona a la que regresó para burlar a Ratiu y superar a Batalla, todo sin soltar la pelota.
Sin el lesionado Mumin, al que sus compañeros dieron aliento en sus camisetas, al Rayo le sentaba mejor pisar el campo del Madrid, incluso su área, que el propio. Vini y Mbappé eran demasiado para Lejeune y Aridane, porque el segundo no aporta lo mismo que el ausente. Si además el entrenador manda la línea hacia arriba, hay momentos en los que únicamente se pueden apretar las cuentas del rosario.
Lunin es un portero contrastado, pero cuando se aparece poco en la portería, siempre se pasa un examen, y más si el trabajo es sustituir a un cíclope. En esa tesitura, son clave las primeras acciones, la primera parada. Fueron, al menos extrañas. Una salida penosa del ucraniano pudo costarle el primer gol al Madrid, pero Aridane cabeceó alto cuando tenía toda la portería delante. Cuando detuvo el balón Lunin a disparo de Ratiu, un lateral tremendo en su despliegue, su rechace fue hacia la zona prohibida y Gumbau volvió a disparar. Asencio desvió lo justo. Entre el central y el portero pudieron, asimismo, liarla, en una cesión hacia atrás que encontró a Lunin superado y pudo acabar en la red. También el Madrid se encontraba más preciso del centro del campo en adelante. No es casual que ahí estuvieran los 'titularísimos'.
Las dos caras de Vini
El zapatazo de Pedro Díaz llegó cuando el Rayo había pasado por sus mejores minutos sin frutos, sobre la campana del descanso. La pelota entró claramente después de golpear el larguero. El VAR lo ratificó para hacer el partido largo, sin que el Madrid pudiera cerrarlo. Íñigo Pérez lo entendió, del mismo modo que Ancelotti, que movió el banquillo para guardar el resultado. Todos los que saltaron al campo, menos Brahim, fueron de corte defensivo. Lo dejaron Mbappé y Bellingham, que no tuvo precisamente su día, mientras Vinicius se enredaba y se ganaba una tarjeta.
Por esa senda tiene un problema el brasileño, y tendría muchos en el Metropolitano. Por la de la primera parte, en cambio, será un peligro. Es su perversa dualidad. También la del Madrid, mejor en el homenaje al fallecido médico del Barcelona, Carlos Miñarro, y al colegiado David García, de Segunda federación, que en la parodia de los árbitros.
La vuelta de Xabi Alonso al Madrid no es como la del hijo pródigo en los Evangelios, porque no hubo pecado en su marcha al Bayern, pese a escoger el lado del anticristoGuardiola, sólo la voluntad de determinar su propio destino y buscar la ciencia hasta en el sacrilegio, pero sin avaricia. No necesita, pues, el perdón de Dios ni la misericordia de ser superior alguno. Estamos ante el regreso de un conquistador que siempre ha obedecido a su instinto, especialmente para decir «no». Dijo «no» a Rafa Benítez por quedarse junto a su pareja antes del parto, hecho que marcó el principio del fin de su balada en Liverpool, y dijo «no» a Hacienda, frente a la que temblaban e imploraban sus compañeros, los grandes héroes de Sudáfrica, bajo la amenaza de acabar en la cárcel. El Madrid sabe bien que ha sentado a todo un carácter en un banquillo donde se acostumbra a decir «sí», y el nuevo entrenador conoce el principio de autoridad que rige el lugar del mismo modo que el hijo que vuelve a la casa del padre. Hay cosas que no cambian ni la fama ni el dinero. Esa cohabitación es tan o más importante en esta nueva era que el encaje de piezas en el campo, porque entrenar al Madrid no es entrenar únicamente a un equipo. Es entrenar a un ecosistema compuesto de fútbol, poder y vanidades.
El primer «no» del entrenador acabó por ser un «sí», aunque sin llegar a la tensión de los extremos, porque la voluntad del tolosarra era empezar de cero, en la pretemporada. Es decir, después del Mundial de Clubes. A cambio, se acelera la llegada de jugadores, aunque no haya tiempo para el mercadeo llevado al límite, como gusta a Florentino Pérez. Ahí tenemos ya a Huijsen. Sin embargo, el «sí» que Xabi Alonso le habría dado a Modric, o eso dice el entorno del croata, condicionado a la última voluntad del club, fue un «no» cuando llegó a los despachos principales de la T4 del Bernabéu. El interés estratégico del Madrid, pues, ha prevalecido en el tanteo anterior y posterior a la firma del técnico, cuyo fuerte carácter no está reñido con su pragmatismo.
Xabi Alonso, durante un partido en Leverkusen.OSCAR DEL POZOAFP
Xabi Alonso es un tipo de decisiones firmes, no de estallidos, y de personas de confianza, pero sutil con las equidistancias. Se mantuvo fiel a su asesor fiscal, Iván Zaldúa, cuestionado por algunos de sus colegas en el sector, en el largo proceso del litigio con Hacienda que lo llevó a la tanda de penaltis, la sala del Tribunal Supremo. Mantiene a su agente de siempre, Iñaki Ibáñez, de sólida reputación y referencial para todos los futbolistas y entrenadores en Euskadi, pero deja cuestiones relativas a su imagen en manos de Best of You, agencia bien relacionada con la cúpula madridista. Xabi Alonso, simismo, llega con el staff técnico que tenía en el Bayer Leverkusen, pero su conexión y sintonía personal con Álvaro Arbeloa, consolidada especialmente en la era Mourinho, debería lubricar mejor la transición entre el filial y el primer equipo, al ser elegido el segundo como sustituto de Raúl.
Su segundo será el argentino Sebas Parrilla, al que conoció ya en Valdebebas, en su paso como técnico por las categorías inferiores. También estuvo vinculado a la cantera blanca Beñat Labaien, junto a Fernando Morientes en el Juvenil B, aunque Xabi Alonso lo conoció en la Real Sociedad, donde era analista. Alberto Encinas, por su parte, llegó al Bayer Leverkusen desde las categorías inferiores del Barcelona, crianza que también tuvo el nuevo preparador físico, Ismael Camenforte, vinculado al fútbol sala azulgrana, y que es considerado pieza clave en la reconstrucción, tanto para el entrenador como para el club. Si Antonio Pintus, al que siempre se apoyó desde la cúpula, sigue o no por Valdebebas, será sin molestar, únicamente como observador.
Pintus, al que trajo al Madrid Zinedine Zidane, regresó por petición expresa del club, pero su conexión con Carlo Ancelotti y su hijo Davide no era, precisamente, la ideal, pese a tratarse de compatriotas. En el entorno del staff se le observaba algo «anticuado». Camenforte es partidario de una preparación más individualizada en función de los puestos y las demarcaciones, y suya es una frase definitoria: «No trato a los futbolistas como a atletas». Atletas fue la palabra que utilizó Guardiola para definir al Madrid de Mourinho en el que jugaba Xabi Alonso, y con el que se sintió en muchas cosas identificado.
"Mou era el técnico que necesitábamos"
«Era el entrenador que el Madrid necesitaba en un momento determinado», confesaba el Xabi Alonso jugador en conversación con este periodista. Era el momento de mayor esplendor del Barça de Messi, lo que llevó al madridismo a una crisis de autoestima. No estamos en un momento semejante, no al menos todavía, pese a la optimista proyección del nuevo Barça de Lamine Yamal y del 4-0 sufrido esta temporada en los clásicos. En los 10 años transcurridos desde que el Barcelona levantó la última Champions, en 2015, el Madrid ha conquistado cinco, la última hace un año, con el entrenador saliente. El Madrid no está ante una urgencia histórica, pero sí ante la urgente necesidad de cambiar una tendencia.
El fútbol del Bayer Leverkusen, campeón de la Bundesliga y la Copa la pasada temporada, ha dejado claro qué quiere Xabi Alonso de sus jugadores: alto ritmo de juego, presión y adaptabilidad para cambiar de sistema, a partir de un inicio con tres centrales. Eso no quiere decir que vaya a repetir los dibujos tácticos en el Bernabéu, pero lo que sí va a exigir son las mismas constantes vitales. El Madrid que viene va a ser un equipo de autor, para lo bueno y para lo malo, hecho que confiere a su entrenador, de 43 años, un liderazgo mayor en un momento en el que el líder supremo se desgasta en muchos frentes a campo abierto, la Superliga, Tebas y los árbitros, sin aliados ni relevo ante un futuro no ajeno a las incógnitas.