Hugo González se cuelga el oro en los 200 metros espalda, completa el doblete mundial y se lanza hacia los Juegos de París

Hugo González se cuelga el oro en los 200 metros espalda, completa el doblete mundial y se lanza hacia los Juegos de París

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Olía a medalla, y a medalla supo. Olor y sabor a oro, como el aroma y el paladar del mejor vino. Hugo González mejoró, en los 200 espalda, su metal plateado de los 100. Nadó como hace siempre, de menos (es un decir) a más. A todo. Pasó en sexto lugar por los 50 metros. No estábamos inquietos: es su táctica. En segundo por los 100. ¿No iba demasiado aprisa? ¿No tendría que ir todavía cuarto o quinto? ¿Estaba impaciente? ¿Se había precipitado? ¿Acusaría al final el esfuerzo?

Por los 150 dobló en tercer lugar. Bien. Había ralentizado un poco antes del envite final, del último largo. Guardaba unos gramos de energía. Había equilibrado los esfuerzos, perfectamente sopesados. Son muchas horas de entrenamiento y de cronómetro. Lleva en la cabeza, incorporados al sistema nervioso, como un todo indivisible, los segundos sumergibles o aéreos y las brazadas mirando al techo, al cielo. Es un atleta y un reloj. Un hombre y una máquina. Un hombre de fuego-hielo y una máquina de precisión. Ahora, tras el último viraje, debía acelerar a tope, ya sin cálculos, ni tácticas. A morir. A ganar.

Y así fue. No ofreció ninguna duda a los ojos de quienes contemplaban la prueba. Las distancias que iba estableciendo entre él y los demás eran perceptibles y crecientes. Nadaba. Volaba. Ya no había inquietud entre los expedicionarios españoles y entre quienes veían la prueba por televisión, sino júbilo anticipado metro a metro. El cronómetro fue, como siempre, exacto e imparcial: 1:55.30, mucho mejor que en las magníficas semifinales (1:56.38). Tras él, lejos, también, sin embargo, formidable en su impotencia, el suizo Roman Mityunov: 1:55.40.

Hugo, campeón mundial júnior en 2015, a los 16 años, en la misma prueba, es el cuarto medallista español de oro en la natación en línea, tras Martín López Zubero (dos oros), Nina Zhivanevskaya (ambos espaldistas) y Mireia Belmonte. Certifica de la mejor manera posible su liderazgo en la natación española. Viene de algunas dudas, tiempo atrás, a causa de la falta de compensación de tantos esfuerzos. Pero parece curado de tales pensamientos. Este oro sólo puede proporcionarle motivos para seguir sacrificándose, y no precisamente en vano o de modo insuficiente. Y, atención, la suya no es “sólo” una medalla, que siempre es celebrada. Es un oro, el metal que vale más que todas las platas y todos los bronces juntos. Ya lo echábamos en falta. Ya lo necesitábamos.

Es oro todo lo que reluce.

kpd