El vecino Santi

El vecino Santi

Extracto del libro ‘Derrotas’

Actualizado

Miguel Ángel Lara, periodista de MARCA, publica su primera novela, ‘Derrotas’ (Cordel de Praga), un relato a medio camino entre los recuerdos y el fútbol. Un viaje por los pasillos del ser humano con el Mundial de 1982 como sonido ambiente de un relato a veces crudo. Este es un extracto

El Brasil-URSS en el Mundial de 1982.GETTY

Su casa se había convertido en mi salón para ver el fútbol. A Santi le encantaba comentar los partidos conmigo. Y a mí con él. No trabajaba. No sé si porque estaba enfermo o porque perdió el empleo en aquellos años en los que el paro en España era ya un problema. Siempre que subía estaba sentado en el salón, en la misma silla. El paquete de Rex, el cenicero repleto de colillas y un café o un cerveza, dependía de la hora. Yo me sentaba, como si fuera un ritual, en el pequeño sofá oscuro, con la televisión a mi izquierda y la diminuta terraza de frente. Estuviera Doro, su mujer, en casa o no, siempre había algo para mí. Un zumo, un refresco… Si estaba, me lo traía ella; si no, Santi me abría la puerta, se sentaba en su sitio y me decía que fuera a la nevera.

En la pequeña salita vi al Madrid perder la Copa de Europa de 1981 ante el Liverpool en París; al Barcelona ganar la Recopa de 1979, al Fortuna de Düsseldorf, con la épica prórroga en Basilea; a Bélgica derrotar a España en la Eurocopa de 1980 y luego perder la final ante un equipo alemán del que me atraparon dos jugadores: un gigante llamado Hrubesch y un centrocampista que era una máquina, Schuster; o al Ratón Ayala galopar por el césped del Calderón. Allí se veían todos los partidos. Nunca supe de qué equipo era Santi. Yo creía que era del Madrid, por castizo. Pero un día animaba al Atleti, al otro le encantaba la manera de jugar del Barcelona y al siguiente decía que en la gente de bien solo podía ser del Athletic o del Betis.

Pero en junio de 1982 yo ya había salido del huevo. Me gustaba ver los partidos en mi casa. Santi venía alguna vez a buscarme para que subiera, pero le decía más veces no que sí. No es que me aburriera en el segundo, pero prefería verlos solo. Mi padre a veces veía alguno, pero se cansaba. El fútbol no le gustaba. Mi tío Alberto, quien para horror de mi madre me metió el balón en la sangre, vivía lejos, en Carabanchel.

A pesar de la traición, Santi acudió a mi rescate. Mi madre le contó a su amiga del alma mi delito. Y Doro montó en cólera, pero para defenderme. Que si a quién se le ocurre, que vaya manera de castigar al niño, que no estamos en tiempos de ordeno y mando, que si Franco ya estaba enterrado y bien enterrado… El caso es que mis padres me dieron otra oportunidad.

Santi rechazó quedarse a ver el partido con nosotros, pero prometió que el miércoles bajaba a ver el debut de España. «Es un partido chupao, contra Honduras. ¡Les metemos seis!». Esa fue su despedida con su sonrisa castiza, socarrona, la voz madrileñísima y rasgada de tanto tabaco. Le vi salir de casa como si el que atravesara la puerta fuera el superhéroe que salva a la chica en último momento.

¡Cómo disfruté ese partido! Mi padre me preguntaba cosas y yo no paraba de hablar. Que Argentina era la campeona, que tenía al mejor jugador del mundo, ese, ese, el 10, el que tiene el pelo como yo, pero moreno, que le llamaban El Pelusa, y al que le pegan tanto. Que se fijara en Menotti, que era como Santi. Le dio un ataque de risa cuando las cámaras enfocaron al banquillo argentino, con El Flaco pegado a su cigarro como nuestro vecino. Que cuidado con los belgas, que eran los subcampeones de Europa. Que eso que hacían se llamaba tirar el fuera de juego y eran unos maestros. Que vaya sorpresa el gol de Vandenbergh y el 0-1…

Nos lo pasamos en grande. Los dos, aunque yo creo que él más por verme tan feliz. Y yo también por tenerlo a mi lado viendo el partido. Mamá ni nos llamó a cenar. Antes de quedarme dormido vinieron, como cada noche, los dos a darnos un beso y rezar juntos eso de cuatro angelitos tiene mi cama.

¿Y mañana qué? , dijo mi padre.
A las cinco y cuarto, Italia-Polonia. ¡Y a las nueve debutamos! ¿Lo puedo ver, verdad?
¿Pero no ha dicho Santi que era el miércoles?
Debutamos los soviéticos. Contra Brasil. ¡Partidazo!
¿Qué te ha dado con los rusos?
¡Papá! Son soviéticos. No todos los soviéticos son rusos. Mira, es como si aquí llamáramos a todos los españoles andaluces porque es la región más grande. ¿Lo entiendes?
Sí, sí. ¡Pero cómo vas a ir con ellos! ¡Tendrás que ir con España!

Ese era mi gran problema en ese Mundial. ¿Qué pasaría si España tuviera que jugar contra la URSS? Acababa de empezar, tenía tiempo.

Mi padre me vio dudar.

Bueno, el primero no lo puedes ver porque tienes que estudiar. El de las nueve, sí. ¿En serio que quieres que los soviéticos -le noté el esfuerzo para no decir rusos- ganen el Mundial?
Papá, yo te hago caso. De verdad. Y me dijiste que no vuelva nunca más a decirte mentiras.

kpd