¿Quién es Kirsty Coventry? De familia adinerada en Zimbabue, dos veces campeona olímpica, premiada por el dictador Mugabe y respaldada por Trump

¿Quién es Kirsty Coventry? De familia adinerada en Zimbabue, dos veces campeona olímpica, premiada por el dictador Mugabe y respaldada por Trump

Era sólo una niña, apenas 16 años, cuando Kirsty Coventry ya fue escogida Deportista del año en su país, Zimbabue. Tan sólo había debutado en los Juegos Olímpicos, llegó a semifinales en los 100 metros espalda de Sydney 2000, pero su existencia era tan extraña que se convirtió en una estrella. Su instituto, el privado y femenino Dominican Convent High School de Harare, se le quedó pequeño, se fue a estudiar a la Universidad de Auburn de Estados Unidos y, de ahí, a la gloria. Primero, campeona olímpica de los 200 metros espalda en Atenas 2004 y Pekín 2008, luego Ministra de Deportes de Zimbabue y finalmente desde este jueves, presidenta del Comité Olímpico Internacional (COI).

Será la primera mujer al frente del organismo en sus 130 años de historia, la primera dirigente nacida en África y, entre otras cosas, la primera escogida en la primera ronda de las elecciones. Ni Jacques Rogge ni Thomas Bach, sus dos predecesores, que también contaron con mucha competencia, se impusieron con tanta diferencia sobre el resto. En la votación inicial, Coventry obtuvo 49 votos de los 97 posibles mientras el español Juan Antonio Samaranch Salisachs, el segundo candidato, se llevaba 28; el británico Sebastian Coe, tercero, acababa con ocho; y el resto de aspirantes apenas eran respaldados.

El éxito de Coventry se explica principalmente a través del apoyo del propio Bach, que llevaba meses haciendo campaña interna por ella, pero también responde a otros factores. "Necesitamos que quien ocupe la presidencia tenga una idea muy clara sobre cómo afrontar el futuro a largo plazo", dijo Bach, poniendo en valor la edad de los aspirantes, y le sobraba razón. El dirigente alemán, cuyo bajo mandato se incorporaron más de la mitad de los miembros presentes -que le debían un favor-, sabía que su influencia era importante, pero necesitaba más argumentos.

FABRICE COFFRINIAFP

Coventry convenció por ser mujer, por su juventud a sus 41 años, por su currículo, por ser africana y por su formación estadounidense. Nadie como ella puede restablecer las relaciones entre el COI y el Gobierno de Donald Trump, que había sugerido su respaldo hacia ella, y al mismo tiempo representar un éxito para África, el único continente que todavía ha sido escogido como sede de unos Juegos Olímpicos. El equilibrio parece imposible, pero Coventry lleva en esa línea todavía; en peores se ha visto.

El polémico premio de Mugabe

Hija de una familia adinerada instalada décadas atrás en Zimbabue con su empresa química, cuando fue campeona olímpica supo lidiar con el dictador de su país, Robert Mugabe. "Nuestra chica de oro", la llegó a llamar Mugabe, que le premió con 100.000 dólares después de su éxito en Atenas 2004 y la expuso como un ejemplo de "blanca buena". Pese a su política identitaria poscolonial, a la expulsión de miles de granjeros blancos, Coventry se supuso un emblema de la unión del país y ella no rechazó esa figura.

Desde su residencia en Estados Unidos, participó en algunas campañas humanitarias, pero nunca se opuso abiertamente a Mugabe, un hecho que en las últimas semanas le había afeado la prensa inglesa, a favor de la candidatura de Coe. De hecho, cuando Emmerson Mnangagwa, ex vicepresidente de Mugabe, logró hacerse con la presidencia a través de un golpe de estado en 2017, la nombró Ministra de Juventud, Deportes, Artes y Recreación, un cargo al que ahora deberá renunciar. Su futuro ya no está en su país, aunque ha prometido que trabajará para que África tenga más voz.

FABRICE COFFRINIAFP

Ahora debe ponerse a trabajar por todo el mundo para, cuando reciba el relevo de Bach el próximo 23 de junio, encara múltiples problemas: la reentrada de Rusia en los Juegos Olímpicos, la pérdida de varios patrocinadores japoneses esenciales para el olimpismo, la negociación de los contratos televisivos, la elección de una sede para los Juegos Olímpicos de 2036 y, entre otras cosas, la llegada de las deportistas trans a las competiciones y los problemas económicos de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) por los recortes del Gobierno de Trump.

El anterior presidente, Bach, que nunca se opuso frontalmente a las trans, no mantenía buenas relaciones con el dirigente estadounidense, que amenazaba con vetar a deportistas de varios países en los Juegos Olímpicos de los Ángeles 2028, pero Coventry tiene armas para arreglar la situación. Ya ha anunciado "medidas estrictas" para acatar esas cuestiones de género y, a través de los medios estadounidenses, la administración Trump le ha dado su visto bueno.

El olimpismo da un triple mortal hacia el futuro: una mujer frente al debate de la transexualidad y la testosterona de Trump y Putin

El olimpismo da un triple mortal hacia el futuro: una mujer frente al debate de la transexualidad y la testosterona de Trump y Putin

El apoyo de Thomas Bach, presidente saliente, a Kirsty Coventry podría justificar su victoria, pero no esta victoria, tan abrumadora que no necesitó que se eliminaran, uno a uno, el resto de los seis candidatos. El olimpismo ha hecho mucho más que apostar por la primera mujer. Ha dado un triple mortal hacia el futuro, en una decisión no carente de riesgos, porque el deporte quiere cambios que no observaba posibles con Juan Antonio Samaranch Salisachs ni con Sebastian Coe. Los miembros del COI entienden que ambos representan el pasado frente a un porvenir que va a necesitar de decisiones audaces y que difícilmente toman quienes han formado parte del establishment durante tanto tiempo: Coe, como presidente de la World Athletics; Samaranch Salisachs, como vicepresidente del propio COI.

Un rasgo de ese tiempo ha sido el presidencialismo, incluso el de Bach, y del que Coventry se ha desmarcado desde el primer momento. La ex campeona olímpica de natación, de Zimbabue, ha explicado que rige su vida a través de la filosofía 'Ubuntu': «Soy porque somos». Originaria de las culturas zulú y xhosa, rechaza el individualismo y entiende que los seres humanos son capaces de conseguir objetivos porque están conectados. De esa forma, insiste, quiere dirigir el Movimiento Olímpico. Loable propósito en un deporte que apuesta cada vez más por ex deportistas en puestos de gobierno, al contrario del antiguo régimen. Coe lo era, pero su arrogancia lo aproximaba al dirigismo del pasado. Los ocho apoyos que obtuvo en la votación envían al británico a la viñeta del cómic olímpico. Ridículo. Samaranch Salisachs fue segundo con 28, a 21 votos de la ganadora, muy lejos del consenso que inspiró su padre y patriarca del olimpismo moderno.

El caudillaje es también un signo de los tiempos en un mundo en el que va a tener que interactuar la nueva presidenta, con Donald Trump como anfitrión de los siguientes Juegos, y Vladimir Putin deseoso de volver a la platea olímpica si hay paz en Ucrania.

Coventry era, además, la candidata más joven, con 41 años, frente a Samaranch Salisachs y Coe, por encima de los 60. Su condición de mujer impulsará la paridad donde no haya llegado, pero antes deberá afrontar la peliaguda cuestión de la transexualidad. Como africana, su continente empieza a soñar.

Kirsty Coventry, al frente del COI: muchas votaciones en una

Kirsty Coventry, al frente del COI: muchas votaciones en una

El Comité Olímpico Internacional (COI) ha efectuado muchas votaciones en una. Y todas históricas. Ha votado uniformidad (49 sufragios, la mínima, pero suficiente, mayoría absoluta). Ha votado rapidez para dejar clara la dirección de la papeleta (elección en primera ronda). Ha votado juventud y, por lo tanto, futuro y estabilidad (Kirsty Coventry tiene 41 años y, antes de los 70, edad límite para el desempeño del cargo, podrá cumplir los ocho años de mandato, más, llegado el caso, una legal prórroga de cuatro).

Ha votado mujer, la primera en 131 años de historia. Mujer. No feminismo, en el sentido rabiosamente beligerante que le dan por aquí; y ya veremos si alguna de nuestras voces políticas más conspicuas al respecto, entre ellas la de la ministra de Deportes, se congratula del hecho. Seguramente no, porque Coventry es africana, sí, y ese aspecto se ha resaltado. De Zimbabue, por añadidura. Pero blanca y rubia en un país con el 98,8% de población negra. Así que, es probable que sea señalada como representante de la minoría privilegiada que mantiene en toda clase de precariedades al resto de la ciudadanía de su país. Además, de formación universitaria estadounidense, Coventry formará presumiblemente con Donald Trump, anfitrión en Los Angeles de los Juegos 2028, una entente cordial en un novedoso y turbulento contexto geopolítico.

El COI ha votado también excelencia deportiva individual en la natación, uno de los tres deportes reyes de los Juegos (Coventry, 1,80 de excepcional espaldista, reúne siete medallas olímpicas, dos de ellas de oro. Thomas Bach, el primer presidente campeón olímpico, fue oro en esgrima por equipos).

El COI ha votado, en definitiva, modernidad en una especie de consciente y loable inmolación. Si bien el organismo ya no es el cuerpo anquilosado, geriátrico y masculino de antaño, la elección de Coventry precipita los plazos que conducirán a los cambios. De algún modo, y con cierto retraso, porque los tiempos cambian a tenor de los acontecimientos y no de los calendarios, el siglo XXI olímpico empieza con esta presidencia revolucionaria que transforma, para reforzarlo, el olimpismo.

Coventry era la apuesta de Bach, el hombre que ha nombrado a más del 70% de miembros de la Asamblea y elevado en ella hasta el 44% el número de mujeres. Ése es su mayor legado. Actual y, a la vez, póstumo.

El descalabro de Patrick Mahomes cierra el debate: Tom Brady es y será el mejor de la Historia

El descalabro de Patrick Mahomes cierra el debate: Tom Brady es y será el mejor de la Historia

Hay una etapa complicada en la valoración pública de cualquier grande del deporte que son los años inmediatamente posteriores a su retirada, cuando ya no está provocando asombro cada semana y el paso del tiempo aún no ha convertido sus hazañas en leyendas. Ahí está ahora mismo Tom Brady, que dejó la NFL hace dos años como indiscutible mejor jugador de la historia.

¿Indiscutible? Según algunos, no tanto. La necesidad de llenar rápidamente el trono llevó a que durante los días previos a la Super Bowl, disputada el domingo en Nueva Orleans entre Kansas City y Philadelphia, las tertulias estadounidenses, que son igual que las de aquí pero con mejores trajes, acometieran una y otra vez un debate sorprendente: si ganaban los Chiefs y Patrick Mahomes lograba su cuarto anillo, tercero seguido, ¿sería el quarterback tejano ya tan grande o más que Brady?

La pregunta era osada, teniendo en cuenta que el mito de los Patriots ganó siete títulos (seis en New England y uno en Tampa Bay), tres más que ningún otro quarterback (Montana y Bradshaw, con cuatro) y más del doble que Mahomes, pero algunos, incluso así, respondieron que sí. Philadelphia decidió zanjar el debate con una paliza (40-22) en la que el marcador no hace justicia al castigo, físico y a su legado, que recibió Mahomes.

Mediado el tercer cuarto, los Eagles ganaban 34-0 y Kansas City no había logrado cruzar el mediocampo. No es una exageración, es un dato. Mahomes, absolutamente superado, había regalado tres veces el balón a sus rivales y no había exhibido nada de lo que de él se espera: magia para salir de cualquier problema. Por una noche, fue un quarterback cualquiera.

La derrota pone a dormir su asalto al reino del más grande, más por la forma que por el hecho. Ha jugado cinco Super Bowls y ha perdido dos. La primera, ante unos Buccaneers liderados por un Brady de 43 años, fue otra paliza: 31-9. El hoy comentarista jugó diez y perdió tres, dos contra los Giants y la última ante los Eagles, pero en todas tuvo a su equipo en el partido hasta el último minuto. Jamás fue humillado. Las derrotas de Mahomes se recordarán de muy distinta forma cuando toque hacer balance.

Tom Brady, durante la Super Bowl que comentó para la TV estadounidense.

Tom Brady, durante la Super Bowl que comentó para la TV estadounidense.AFP

Mahomes aún tiene 29 años y tiempo de sobra para reabrir el debate. A su edad, Brady tenía los mismos tres títulos y acababa de perder la Super Bowl contra Nueva York en, seguramente, la mayor sorpresa de la historia. Mahomes jugó mal en Nueva Orleans, pero sigue siendo el mejor jugador de la NFL sin mucha discusión.

La victoria de Philadelphia no dice demasiado sobre el nivel del quarterback preferido de Donald Trump, pero sí recuerda que en una liga montada para que ningún equipo domine durante mucho tiempo seguido (temporadas muy cortas, límite salarial duro, lesiones constantes, eliminatorias a un partido, carreras breves, draft favoreciendo a los peores...) ganar siete anillos es un milagro. ¿Podrá repetirlo Mahomes?

Lo primero, tendrá que convertirse en el enfermo de la competición y la preparación física que fue Brady, capaz de ser élite en un deporte de contacto hasta los 44 años. Mahomes no ha tenido, hasta ahora, esa disciplina. Después necesitará que su entrenador, Andy Reid (66 años), decida seguir a su lado como Bill Belichick acompañó al californiano y que la franquicia rehaga un equipo envejecido. Por último, requerirá salud y suerte. Como en cualquier deporte, pero un poco más. Son muchas cosas. Mientras tanto, Tom Brady sonríe plácidamente en su trono.

Super Bowl: Los Philadelphia Eagles humillan a Patrick Mahomes delante de su fan Donald Trump

Super Bowl: Los Philadelphia Eagles humillan a Patrick Mahomes delante de su fan Donald Trump

Eligió un mal día Donald Trump para convertirse en el primer presidente de Estados Unidos en acudir a una Super Bowl. O, al menos, eligió mal a quién dar su apoyo. Horas antes del partido declaró su amor por Patrick Mahomes y, aún más, por su mujer Brittany, fan declarada del republicano (o lo que sea). Ni siquiera le desanimó compartir la bufanda de los Chiefs con su odiada Taylor Swift, que le hizo más daño en las elecciones que Kamala Harris, y su novio, Travis Kelce, la otra gran estrella de Kansas City y supervillano en el planeta MAGA por ser el rostro de la campaña de vacunación durante la pandemia. Nada de eso desanimó a Trump porque él había ido a Nueva Orleans a ganar y, jubilado Tom Brady, nadie acerca tanto la victoria en la NFL como Mahomes. Un rato después, los Philadelphia Eagles celebraban el título tras una de las mayores humillaciones de la historia (40-22, gracias al maquillaje final).

No fue una victoria, fue una aniquilación, un partido para el que se deberían haber recuperado los dos rombos. Hay cosas que los niños no deben ver. La primera vez que Kansas City cruzó el mediocampo, acababa el tercer cuarto, perdía ya 34-0 y los Eagles pensaban ya en dónde ir a celebrarlo.

No necesitó siquiera el equipo dirigido por Nick Sirianni, que ha pasado en un año de hombre-meme cuya cabeza peligraba a campeón, un gran partido de su superestrella ofensiva, Saquon Barkley, que cerró el, seguramente, mejor año que se ha visto de un corredor con una actuación discreta para sus estándares. Más brillante estuvo su quarterback, Jalen Hurts (nombrado MVP con dos touchdowns de pase y otro de carrera), pero tampoco necesitó grandes heroicidades. La Super Bowl se decidió cuando ambos descansaban, en el ataque de unos Chiefs absolutamente destrozados por la defensa que vestía de verde. Fue una exhibición. Si hubiera sido boxeo, la esquina de Mahomes habría tirado la toalla antes del descanso.

Donald Trump, junto a su hija Ivanka y su nieto Theodore, en la Super Bowl.

Donald Trump, junto a su hija Ivanka y su nieto Theodore, en la Super Bowl.AP

Una y otra vez, liderados por un sensacional Josh Sweat (probablemente más merecedor del MVP que Hurts, pero el ataque siempre reina), golpearon al mejor jugador del planeta hasta convertirlo en un pelele que regaló dos intercepciones impropias a los fantásticos Cooper DeJean y Zack Baun. Y es que, para poner en perspectiva la obra de arte de la defensa coordinada por Vic Fangio, hay que recordar que Mahomes, aún sin cumplir los 30, buscaba su cuarto título (el segundo, contra estos mismos Eagles hace dos años) y el tercero seguido, un triunfo que le haría mirar ya sólo hacia Brady (siete anillos y que comentaba su primera Super Bowl en la tele) y la Historia. Aún está a tiempo, pero de Nueva Orleans salió su leyenda magullada.

Todo estaba ya resuelto (24-0) cuando Kendrick Lamar salió a actuar en el descanso. No fue el espectáculo más brillante que hemos visto, la propia NFL le había puesto la zancadilla sacando a Beyoncé a hacer magia en la jornada navideña, pero sí uno de los más morbosos. Primero, porque terminó de rematar al pobre Drake cantando ‘Not like us’ ante el mundo entero y acompañado de Serena Williams y Samuel L. Jackson. Tanto flow es abusar. Segundo, porque uno de los bailarines lució un buen rato una bandera palestina mientras regateaba a seguratas como Lamine Yamal a defensas. Tercero, porque nunca ha ocultado su (pésima) opinión sobre un Trump que le observaba desde el palco con cara de estar pensando a cuántos de esos tipos que en nada se parecían a él y a sus amigos podría deportar. A veces, la música no es lo más importante de un show.

La segunda parte fue un plácido paseo de Philadelphia hacia la gloria, hora y media de ver qué famosos aparecían en pantalla. Como siempre, no escaseaban. La citada Taylor Swift (que gestionó conuna fabulosa media sonrisa el tremendo abucheo de la afición de los Eagles al verla en el videomarcador), Jay Z, Kevin Costner, Bradley Cooper, Adam Sandler, Paul McCartney... y una llamativa representación de nuestro fútbol: Messi, Rodri, Griezmann, Koke, Luis Suárez, Busquets... Todos viendo cómo los Eagles ponían en pausa el ascenso de Patrick Mahomes a la sala más exclusiva del Panteón de los quarterbacks. Tendrá más oportunidades, no lo duden. Para la próxima, tal vez decida pedirle a Donald Trump que se quede en casa. Una humillación así tarda en curarse. Si es que se cura...

Pérez, Trump y la invasión de la plutocracia

Pérez, Trump y la invasión de la plutocracia

Hace una semana, dos hombres tomaron posesión presidencial de, en sus distintos ámbitos, un par de primeras potencias mundiales con rango de imperios. Donald Trump y Florentino Pérez gobiernan hoy, cada uno la suya, la Casa Blanca.

Aunque distintos, no les faltan similitudes. Son de la misma generación. Pérez cumplirá 78 años el 8 de marzo. Trump, 79 el 14 de junio. Durante unos meses compartirán los 78. Sus mandatos expirarán en 2029, cuando cuenten más de 80, una edad que proyecta incertidumbres en todos los órdenes de la vida. Para empezar, en el sucesorio.

Vienen de mandatos entrecortados, en dos tandas. Hegemónicos, carecen de rivales que puedan discutirles. A Trump, en el Partido Republicano. A Pérez, en el madridismo sociológico. Aunque claro vencedor, Trump ha vuelto al Despacho Oval con un 50% de popularidad. El mismo que, "grosso modo", recibe Florentino. Sin dejar de sentir los colores locales, la mitad de España es madridista por vocación, juegue quien juegue. La otra mitad, antimadridista por principio, mande quien mande. Trump tiene de su parte doctrinal las dos Cámaras del Congreso (el Senado y la Cámara de Representantes). Florentino, los compromisarios y las Peñas. En toda autoridad sin oposición anida una pulsión autoritaria.

Uno y otro son multimillonarios, sobre todo Donald ("Dolard"). Representan una concepción empresarial de la política y el fútbol. Eso no es nuevo. Una nación no deja de constituir una gran empresa. En cuanto al fútbol, hace tiempo que, en manos de países (los famosos "clubes-Estado"), magnates y oligarcas, supone un negocio tanto o más que una pasión. Que se lo digan al Madrid, que, según las cuentas de 2023-24, se ha convertido en la primera entidad futbolística que supera los 1.000 millones de euros de ingresos (1.045,5). Pertenece a los socios. Pero ya veremos en qué desemboca esa idea accionarial, aún sin definir, que aventura Pérez. Como en la granja de Orwell, algunos socios podrían llegar a ser más iguales que otros.

El Palco del Bernabéu

Trump y Pérez personalizan la completa invasión de la plutocracia en dos escenarios que nunca le han sido ajenos. En el Gabinete de Trump abundan los ricachones. En el adinerado ecosistema de Pérez, el equivalente gubernamental sería la Junta Directiva. Pero es el Palco del Bernabéu. Un escaparate. Un catálogo. Para el orgulloso mantenimiento de sus destinos históricos, Estados Unidos ha buscado en Trump a "un hombre fuerte". El Madrid, en Pérez, a "un hombre inteligente".

Donald, en las colosales dimensiones de todo cuanto contiene y significa su país en el Globo, y Florentino, en la hipérbole de lo que importa el Madrid en el fútbol internacional, practican un populismo triunfalista y complacido. Tosco en uno, elegante en otro. Trump pretende anexionarse Groenlandia. Pérez, tragarse a la UEFA.

Trump ha adoptado como himno propio una canción del 79, su edad en junio: "Y.M.C.A" (Village People). Florentino debería agenciarse una del 73, cuando tenía la edad actual de Mbappé, y dedicada a Kylian: "Eres tú" (Mocedades).

"Toda mi esperanza eres tú, eres tú. Todo mi horizonte eres tú, eres tú. Así, así, eres tú."

New Balance, las zapatillas que ignoraron a las estrellas

New Balance, las zapatillas que ignoraron a las estrellas

Hace poco más de un año, Shohei Ohtani dejó Asics para firmar con New Balance un acuerdo de patrocinio del que apenas se conocen detalles. Ni de su duración, ni de su cuantía económica. Sin embargo, los especialistas del sector dan por hecho que la estrella de las grandes ligas de béisbol, el deportista mejor pagado de la historia, percibirá una cantidad similar a la que New Balance abona a Kawhi Leonard, alero de los Clippers: cinco millones de euros anuales. Una suma astronómica en comparación a las de otros referentes de la marca, como la tenista Coco Gauff, el extremo del Arsenal Bukayo Saka o la vallista Sydney McLaughlin, doble campeona olímpica en Tokio. New Balance, una multinacional con 5.000 millones de euros en beneficios -más del doble que hace una década- lucha hoy encarnizadamente por su cuota de mercado. De hecho, durante el último lustro, su división de marketing ha incrementado el presupuesto en casi un 40%. Sin embargo, la coyuntura actual supone una anomalía histórica para New Balance, la firma que durante décadas diseñó el mejor calzado de running dejando de lado a los ídolos del deporte.

La idiosincrasia de New Balance, la que le permitió abrirse paso frente a competidores más poderosos, se ha cimentado en dos pilares: pragmatismo y calidad. "Han conseguido competir con Nike o Adidas, a pesar de vender zapatillas a precios elevados, gracias a una estrategia de promoción basada en demostrar que son tecnológicamente superiores", explica a este diario Kelly Cuesta, especialista en imagen de marca, marketing y comunicación de la Universidad Europea. Sólo así se explica que una firma con un diseño tan sobrio y con una paleta de colores tan reducida sea tan popular. Y sólo así puede entenderse el titánico esfuerzo de Jim Davis para edificar su imperio.

El 18 de abril de 1972 fue un día de esperanza para el atletismo. Por primera vez, tras 76 años de prohibición, ocho mujeres pudieron inscribirse en el Maratón de Boston. Aquel domingo, aprovechando el foco mediático, Davis cerró por 100.000 dólares la compra de una firma con más de seis décadas de experiencia en la fabricación de calzado deportivo. Aunque esa cantidad haya que multiplicarla por siete para adaptarla a los estándares actuales, lo cierto es que New Balance era una humilde empresa que elaboraba a mano un centenar de pares diarios. Un negocio pensado por y para el público estadounidense. De los antiguos dueños, Davis recibió un doble mandato: conservaría el tallaje del ancho de las zapatillas -su sello distintivo ante la competencia- y mantendría en nómina a ese puñado de trabajadores tan cualificados. Él aceptó gustoso. Su objeto era preservar el legado, aunque adaptándolo a las nuevas exigencias de una clientela cada día más volcada en el jogging y el running.

El diseñador de los Starbucks

Al poco de ponerse manos a la obra, el nuevo propietario otorgó plenos poderes a Terry Heckler para afrontar un rediseño integral. Por entonces, el diseñador del logo de los cafés Starbucks manejaba la opción de un cambio de nombre, dado que New Balance remitía a los albores de la marca, nacida en 1906 como fabricante de plantillas ortopédicas. Heckler, sin embargo, apostó por el continuismo, aunque redujo el logo a una N que a muchos les recordaba a Nike. A él no le importó en absoluto. Su otro precepto tampoco era negociable: cada modelo debía identificarse con un número. De este modo, la percepción no fluctuaría en función de los nombres y los clientes decidirían de un modo más objetivo. "De este modo comunica una sensación de orden y claridad en su oferta, lo que puede ser atractivo para los consumidores que buscan simplicidad y transparencia en sus decisiones de compra", abunda Cuesta, consultora y especialista en branding.

Allá por 1976, la N de Heckler apareció por primera vez en las 320, elegidas por la revista Runner's World como las mejores zapatillas de running de aquel año. En 1982, esa misma publicación volvería a coronar a las 420 por su tecnología Lunaris Pillow, que absorbía el impacto de la pisada. Las innovaciones y el reconocimiento de la crítica dispararon las ventas. Ni siquiera los 50 dólares de la 620, confeccionada en nylon y anunciada como "más ligera que el aire" -en clara alusión a Nike- disuadieron a los compradores. En aquel crucial 82 llegó otro salto al vacío con las 990, las primeras zapatillas que superaban los 100 dólares. "Cuando compras New Balance sabes que obtendrás productos que resisten la prueba del tiempo, tanto en calidad como en estilo. Han sabido posicionarse siempre como una marca confiable y de alta calidad, que prioriza la comodidad y el bienestar de sus clientes sobre la moda o las tendencias pasajeras", analiza Cuesta.

Jobs, con sus 990, en un número especial de 'Time' (2011).

Jobs, con sus 990, en un número especial de 'Time' (2011).

Pese a su indudable crecimiento, a finales de los 80, New Balance ni siquiera alcanzaba el 3% de cuota de mercado. Es cierto que en las tiendas podía competir de igual a igual frente a adversarios como las Adidas Oregon, las Nike Tailwind o las Saucony Jazz, pero el nicho del running ya no parecía lo bastante amplio. Así que hubo que recurrir al baloncesto. Davis pudo reclutar a Charles Oakley, Dennis Rodman o M.L. Carr, pero el golpe de efecto llegaría con James Worthy. Tras muchas discusiones, sus ejecutivos le habían convencido para que pagase un millón de dólares al alero de los Lakers. A partir de 1987 calzaría las 790, unas botas tan resistentes y elásticas como para anunciarlas como Trust-Worthy (dignas de confianza). Sin embargo, apenas tres años más tarde, Worthy fue sorprendido en un hotel de Houston por tres agentes de paisano cuando solicitaba los servicios de una prostituta. Fue la puntilla para Davis, un tipo de férreos principios morales. Harto de los caprichos y los divismos, Davis se lanzó en 1992 a la campaña publicitaria que le granjearía fama universal.

"Endorsed by no one (Respaldados por nadie) les posicionó como una marca auténtica y centrada en el producto. A lo largo de los años, les ha ayudado a consolidar su reputación como una firma innovadora y de calidad, atrayendo a consumidores que valoran la originalidad, la autenticidad y la excelencia", añade Cuesta sobre aquella apuesta. La que, según otro de sus eslogan, les permite "vestir a las top-model en Londres y a los padres en Ohio". La estricta ética de trabajo de Davis es leyenda en el cuartel general de Boston. Por allí aún cuentan una vieja historia. Tras ser contactado por la Casa Blanca, el jefe no pudo devolver la llamada al Despacho Oval porque años atrás había prohibido a sus empleados usar el teléfono para estos fines.

Clinton, Obama y Trump

Davis apostó siempre por la eficiencia y la perdurabilidad, por unas zapatillas azules o grises con las que cualquiera se sintiera cómodo, fuese corriendo la Maratón de Nueva York o comprando un bolso en la Sexta Avenida. Ese fue la herencia recibida por la familia de Arthur Hall y la que ha ido inculcando a su hijo Chris, actual jefe de marketing. Para mal o para bien, New Balance sigue siendo un negocio familiar que no responde ante ningún consejo de administración. Por eso se ha resistido a la deslocalización en países asiáticos, limitándose a sus cinco factorías de Estados Unidos e Inglaterra. Aunque utilice materiales importados, el objetivo prioritario pasa por obtener la preciada etiqueta Made in USA, otorgada por la Federal Trade Commission (FTC).

El patriotismo sigue otorgando jugosos beneficios a una marca anclada en la tradición e identificada con el hombre blanco estadounidense. Entre otros, Bill Clinton, un fanático del jogging que llegó a construirse unas instalaciones privadas en los alrededores de la Avenida Pennsylvania para mantener a raya los gastos de seguridad. Barack Obama recibió asimismo unas 990 customizadas antes de verse envuelto en una virulenta controversia a propósito del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP). "Con el presidente electo Donald Trump creemos que las cosas van a avanzar en la dirección correcta", advirtió Matt LeBretton, un alto ejecutivo de New Balance. El populismo de Trump se oponía a un acuerdo de libre comercio presuntamente perjudicial para los productos Made in USA. En cualquier caso, unas horas más tarde centenares de zapatillas New Balance ardían en llamas a lo ancho del país como señal de protesta.

"Hay una buena razón por la que cuesta más que cualquier otra zapatilla de running. Cuesta más porque ofrece más"

Campaña publicitaria de las 1500

Mucho más digerible fue el aura beatífica de Steve Jobs, que guardaba en el armario unas 990 para cada día de la semana. Tras su muerte, la revista Time dedicó al cofundador de Apple un especial a título póstumo con una portada donde sólo ese modelo destacaba entre su espartano outfit. El precio de aquel modelo aún fue superado por las 1300, que en 1984 se vendían a casi 150 dólares (en torno a 400 al cambio de hoy). Una cifra exorbitante que mereció otro anuncio inolvidable bajo el titular Hipoteca tu casa. "Hay una buena razón por la que cuesta más que cualquier otra zapatilla de running. Cuesta más porque ofrece más". Según varios estudios, podían resistir sin deteriorarse algo más de 1.600 kilómetros.

En el mundo de la farándula (Timothée Chalamet, Emily Ratajkowski, Kanye West, Pharrell Williams...) hoy todos suspiran por unas New Balance, la marca que hasta hace nada los adolescentes rechazaban por demodé; quien sale a correr a diario conoce de memoria el canónico perfil de las 574, con su fantástica amortiguación ENCAP; por no hablar de aquellos atletas profesionales que a finales de los 80 recomendaban el uso de las estilizadas 1500 porque, según decían, aceleraban el proceso de recuperación de las lesiones. "Lo más increíble de New Balance es su capacidad para trascender las barreras socioeconómicas. Siempre entendieron cómo posicionar su producto ante diferentes segmentos de clientes, algo difícil de alcanzar", finaliza Cuesta.