El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo este domingo que el equipo de fútbol americano Washington Commanders debería recuperar "inmediatamente" el polémico nombre original de Redskins (pieles rojas), que cambiaron en 2020 por sus connotaciones racistas hacia la población nativa estadounidense.
"Los Washington 'Lo que sea' deberían cambiar su nombre INMEDIATAMENTE a Washington Redskins. Hay un gran clamor por ello", escribió el mandatario en su red Truth Social.
Trump insistió en que "lo mismo ocurre con los Cleveland Indians, uno de los seis equipos originales de béisbol, con un pasado histórico".
En 2021, ese emblemático conjunto pasó a ser conocido como los Cleveland Guardians (Guardianes de Cleveland), también en respuesta a la presión de movimientos de justicia social en el país.
"Nuestro gran pueblo indígena, en masa, desea que esto suceda. Su herencia y prestigio les están siendo arrebatados sistemáticamente. Los tiempos son diferentes ahora que hace tres o cuatro años. Somos un país de pasión y sentido común", advirtió el mandatario, con un mensaje a los dueños de estos equipos: "¡¡¡HÁGANLO!!!".
En otro mensaje en la plataforma, Trump amenazó a los Commanderscon entorpecer las negociaciones para el regreso de la franquicia a la ciudad capital.
"Si no cambian el nombre de nuevo al original Washington Redskins y no eliminan el absurdo mote de Washington Commanders, no haré ningún trato para que construyan un estadio en Washington. El equipo valdría mucho más y el acuerdo sería más emocionante para todos", indicó.
En diciembre de 2020, la formación de la capital de Estados Unidos abandonó el nombre de Redskins (referencia a la piel roja de los indios nativos estadounidenses), así como su logotipo que mostraba la cabeza con plumas de un hombre indígena en los costados del casco del equipo, que ahora luce una W en mayúscula.
El Mundial de clubes puso el domingo punto y final a su primera gran edición, tan revolucionaria como criticada. El Supermundial, nunca más Mundialito, terminó algo lejos de los datos del último Mundial de Qatar o de la Eurocopa, confirmando que el fútbol de selecciones sigue generando una pasión global imposible de igualar por los clubes, pero sentó las bases, eso sí, de un torneo que parece haber llegado para quedarse.
«Hemos generado ingresos de más de 2.000 millones. 31 millones por partido. No hay otra competición de clubes que se acerque a eso», clamaba Gianni Infantino en un desayuno con la prensa en la Torre Trump antes de la final, elogiando su idea y situándose de nuevo en la trinchera contra la UEFA, la verdadera y constante guerra del fútbol mundial. «La gente tiene que aceptar que el fútbol es nacional, continental e internacional y cada uno tiene su lugar en el calendario», insistió. Mensaje claro, sencillo y directo. Este Mundial es la 'Superliga' de la FIFA.
En lo deportivo, el torneo ha celebrado más de tres goles por partido y ha tenido decepciones (Atlético o Manchester City) y sorpresas (Fluminense o Al Hilal). Lo normal. Y en la grada ha sido un Mundial de contrastes. La media de espectadores rozará los 45.000 y de ocupación el 60%, viviendo alguna situación incómoda en la fase de grupos, como los 3.412 aficionados que acudieron al Mamelodi-Ulsan en Orlando, otras de éxtasis futbolístico con los fans sudamericanos, grandes agitadores, y con el Madrid, equipo con mayor seguimiento; y creciendo en la fase final con los encuentros celebrados en los estadios colosos de Philadelphia, Atlanta y especialmente el MetLife de Nueva Jersey.
"Gratis para todo el mundo"
Desde cuartos de final, y quitando el Fluminense-Al Hilal (43.000), la media de espectadores en los estadios ha sido de 70.800 aficionados, con 77.452 en el PSG-Madrid y 81.000 en la final, rozando el lleno, casi imposible, pero eso a la FIFA le da igual, aunque se hayan visto huecos en la grada durante el torneo. «Prefiero 40.000 personas en un estadio de 80.000 que 30.000 en uno de 30.000», explicó Infantino, sacando pecho de los 80.000 del PSG-Atlético del Rose Bowl: «Ninguna liga de clubes reúne a más de 40.000 en todos los partidos, sólo la Premier».
En la Eurocopa de Alemania, por ejemplo, la media del torneo fue de 51.939, pero los estadios también eran más pequeños. La final de Berlín entre España e Inglaterra congregó a 65.600 en un estadio con capacidad para 74.000 y el encuentro con más aficionados fue el Países Bajos - Turquía de cuartos (70.091). En Qatar, la asistencia media fue de 53.191 con los 89.000 de Lusail como hervidero en los últimos partidos.
Es decir, el Mundial de clubes ha estado por debajo en el promedio general de asistencia, pero ha peleado en su fase final. Otra cosa son las televisiones. «Decían que no tendríamos acuerdo de televisión y finalmente conseguimos uno revolucionario con DAZN, ofreciendo el fútbol gratis para todo el mundo», declaró Infantino. En España, además de DAZN, Telecinco ha dado el partido más importante de cada día y las cifras, dominadoras de su franja, han quedado lejos de los torneos de selecciones o de los clásicos entre Madrid y Barça.
Cole Palmer, con el trofeo del Mundial en el MetLife Stadium.AFP
Los partidos del Madrid han tenido una audiencia media de 3,4 millones y un 31% de share, mientras que los de la selección en Alemania se fueron hasta los 8,9 y 63,3%, la final de última Copa a 8,7 y 59% y la final de la Supercopa a 6,5 y 49,8%. Todo en abierto. Los blancos venden, pero no tanto como cuando se enfrentan a su eterno rival ni como la selección en un torneo grande. Suena lógico. El Mundial de clubes, eso sí, mejora en audiencia a la Intercontinental (1,9 y 22% ante Pachuca en abierto) y supera por poco al último 'Mundialito' madridista, ganado ante el Al Hilal a principios de 2023 (3,3 millones y 25%). También supera a la final de la Champions: 2.957.000 espectadores con un 28,3% de share para el Chelsea - PSG frente al 2.641.000 y el 26,3% del PSG - Inter.
En el césped, mucho debate con el calor y las tormentas, «pero en el 94 también jugábamos así y no pasada nada», clamaban este fin de semana Hristo Stoichkov y Roberto Baggio. «En los Juegos de París también se jugaba durante el día», se defendía Infantino, que recordó que en 2026 cinco de los 16 estadios tendrán techo.
De los 1.000 millones de premio, el PSG y el Chelsea se llevan más de 100 cada uno y el Madrid 74 por sus semifinales, un bote más grande que el que reparte la Champions por más partidos. «Dicen que perdíamos dinero o que nos quedábamos con algo. No. Todo se ha distribuido. Ya es la competición de clubes más valiosa del mundo», insiste Infantino en otro mensaje hacia la UEFA de Ceferin. «La era dorada del fútbol de clubes ha comenzado», finalizó.
Más allá del calor y las tormentas, el primer SuperMundial de clubes, con llenos en los encuentros y ciudades más importantes, está llamando la atención de varias federaciones dispuestas a organizar el siguiente, planeado para 2029. Y España está en la pelea. Rafael Louzán, presidente de la RFEF, ha participado durante la última semana en distintas reuniones celebradas en Miami con la FIFA y las federaciones y mostró su postura favorable a ser sede del torneo. Eso sí, no es el único: Arabia Saudí, en primer plano, y Brasil y Marruecos en otro escalón inferior también se han sumado a la lucha por llevar a cabo la edición de dentro de cuatro años.
Hay que recordar que la sede del Mundial de clubes no tiene nada que ver con la organización del Mundial de selecciones, como sí ocurría con la antigua Copa Confederaciones, ligada a la sede de la Copa del Mundo. Son elecciones independientes, aunque en el caso de la primera sí ha coincidido EEUU como país organizador. Las buenas relaciones entre Gianni Infantino y Donald Trump aceleraron la elección americana, con el príncipe saudí Bin Salman como persona clave en lo económico.
Esa cercanía de la FIFA con los saudíes, la insistencia del gobierno de Arabia en organizar eventos para promover su famosa 'Visión 2030' y la potencia económica del país, inversor principal en este primer Mundial de clubes, le convierten en un candidato de peso.
Optimismo en Las Rozas
La Federación Española, por su parte, quiere dar un giro en su política de organización de eventos futbolísticos, algo que ha dejado claro Louzán en sus reuniones en Miami. El país va camino de organizar dos Mundiales de selecciones, uno de ellos compartido con Marruecos y Portugal, pero no es sede de torneos de importancia desde hace varias décadas. Eso pretende cambiar el nuevo presidente.
Las buenas relaciones entre España y Arabia Saudí, consolidadas a través de la Supercopa de España y de la gestión de las candidaturas de 2030 y 2034, causan optimismo en Las Rozas. Acelerar el proceso y negociar para que ambos países se aseguren los Mundiales de clubes 2029 y 2033 es el objetivo español.
El Mundial de clubes de Estados Unidos ha tenido 12 sedes, un número similar al que España está ofreciendo en el Mundial 2030, 63 partidos por todo el país y 32 equipos repartidos en distintas sedes auxiliares, algo que tampoco supone un problema para las instalaciones del fútbol español, superiores, por ejemplo, a las de Marruecos.
El gol de penalti de Haaland frente a Al Ain.AFP
El interés de la RFEF es claro y también serviría como punto de partida del Mundial 2030 para probar la logística que llevarían a cabo el siguiente verano. Así se lo está tomando también Estados Unidos.
La carrera, eso sí, no será fácil. Además de Arabia Saudí y España, en la carrera por organizarlo también están Brasil y Marruecos, que como Louzán también han sido contundentes durante las reuniones de la semana pasada: quieren el torneo. Brasil organizó el Mundial de 2014 y la Copa Confederaciones de 2013 y el presidente de su Federación, Samir Xaud, quiere sumar un punto positivo tras ser elegido como sucesor de Ednaldo Rodrigues, cabeza visible de la 'canarinha' hasta hace unas semanas. «Estamos dispuestos a ser sede de ese Mundial y trabajaremos para que sea posible», ha dicho.
El deseo de Marruecos, anunciado por Marca y confirmado por este periódico, ha sorprendido en la Federación Española y vuelve a poner de manifiesto algunas de las contradicciones y problemas que han surgido en la candidatura del Mundial 2030. El país del norte de África sigue peleando por albergar la final del Mundial que comparte con España, a pesar de que desde la RFEF se da por hecho que será en suelo español, a la espera de decidir entre el Bernabéu y el Camp Nou, y ahora ha mostrado también su intención de presentarse para el Mundial de clubes. Su capacidad logística y económica parece inferior, pero en el fútbol de hoy en día todo se puede.
En Florida hay más de un millón de ciudadanos ilegales, no documentados. Una cifra que según el Instituto de Política Migratoria se eleva hasta los 14 millones si tenemos en cuenta todo Estados Unidos. Y serán más, seguro. Y muchos son latinos. Y les encanta el fútbol. Y este Mundial de clubes con Leo Messi y el Inter Miami, Boca Juniors, River Plate, Palmeiras o Monterrey es un paraísos del balón para ellos. Muchos, con trabajos estables pero sin papeles, planeaban acudir a los estadios, especialmente al Hard Rock de Miami donde este sábado el Inter Miami y el Al Ahly inician el torneo, pero la presencia de la policía fronteriza de Donald Trump en los alrededores del evento les ha ahuyentado.
"Todos los ciudadanos deberán llevar consigo la confirmación de su estatus legal en el país", anunció en un comunicado el ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas), desplegado por el Gobierno en las sedes del Mundial.
Los disturbios de la última final de la Copa América, disputada en el Hard Rock de Miami el año pasado, han elevado la atención de las autoridades. El partido entre Argentina y Colombia se tuvo que retrasar más de una hora porque se produjo una avalancha de aficionados en la entrada, se saltaron los puntos de seguridad y se enfrentaron a la policía, con 27 arrestos. Una imagen que Miami no quiere repetir justo cuando queda un año para el Mundial de selecciones, la cita más importante para el país a nivel deportivo junto a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028.
plan de seguridad
De hecho, la seguridad del Hard Rock Stadium ha emitido un comunicado en el que detalla su plan de seguridad: los aficionados que no tengan entradas "no podrán acercarse al estadio, "los que tengan tickets tendrán que pasar "multitud de puntos de seguridad" antes de entrar, "la policía patrullará la zona para asegurarse de que todo el mundo tiene entradas".
"Mi mujer es abogada y está recibiendo muchas consultas de ciudadanos no documentados sobre lo que deben hacer. Tienen trabajo y entrada pero la presencia del ICE les da miedo", asegura un taxista camino del Hard Rock.
"CBP está lista para controlar la seguridad en los partidos", escribió en redes sociales la policía fronteriza (CBP). Una publicación que después fue borrada por la reacción que tuvo entre los ciudadanos en relación a las duras políticas de Donald Trump en cuanto a inmigración. Muchos creen que la presencia de esos departamentos del gobierno en los partidos va más allá de la propia seguridad de los encuentros.
"podrían sentirse intimidados"
Thomas Kennedy, defensor de los derechos de los inmigrantes de la Coalición de Inmigrantes de Florida, aseguró que "las detenciones han aumentado claramente y, en este momento, el ambiente para la aplicación de las leyes de inmigración es muy hostil", dijo Kennedy, que añadió: "Los aficionados extranjeros con visados válidos podrían sentirse intimidados. Yo estaría preocupado y perturbado si fuera a los partidos", aseguró, en declaraciones que recoge el Miami Herald.
Por su parte, Gianni Infantino, presidente de la FIFA, se centró en la seguridad del torneo: "Lo más importante para nosotros es garantizar la seguridad de los aficionados que acuden a los partidos. Nadie debe pensar que puede venir a un partido y crear problemas. Queremos que todo el mundo se lo pase bien", declaró en un encuentro con medios en Miami.
"Que vengan los aficionados. Queremos que celebren, queremos que vean los partidos, pero cuando se acabe el torneo, se tendrán que volver a su casa", aseguró el vicepresidente JD Vance, en una conferencia al lado de Trump e Infantino hace unas semanas.
«¡La Copa del Mundo!¡Gianni, levántate! ¡Gianni! Gracias, Gianni, gran trabajo». Las palabras de Donald Trump provocaron los aplausos de todo el Foro de Inversión Arabia Saudí-Estados Unidos, celebrado el pasado mes de mayo en Riad. Todos los invitados se pusieron de pie, incluido el príncipe Mohammed bin Salman, hombre clave, junto a Trump, del momento actual de Infantino al frente de la FIFA. Fue el mandatario estadounidense quien acercó al directivo suizo a la mesa del saudí hace ya varios años, y de aquellas conversaciones surgen ahora los Mundiales de clubes y selecciones en suelo americano y la Copa del Mundo en territorio saudí, cuyo Fondo de Inversión Pública (FIP) es uno de los mayores socios de la FIFA en el nuevo Súper Mundial de Clubes que comienza este sábado en Miami y que repartirá 1.000 millones en premios. La cifra ha terminado por convencer a aquellos clubes que amenazaban con un boicot y ha puesto el cuchillo entre los dientes al resto de organizaciones en la eterna guerra del fútbol.
Infantino lleva obsesionado con la idea de cambiar el formato del Mundial de Clubes desde su llegada al trono de la FIFA en 2016, un aterrizaje ligado, en parte, a Trump y a Estados Unidos. La derrota de la candidatura americana ante la de Qatar por la edición de 2022 provocó la investigación del FBI que derivaría en el 'Fifagate', el escándalo que acabó con Sepp Blatter y alzó a Infantino. En 2018, los americanos ganaron la cita de 2026 y Trump invitó a «mi gran amigo» Infantino a la Casa Blanca. El presidente de la FIFA ya se movía entre las grandes autoridades del planeta, como el príncipe Bin Salman o Vladimir Putin, compañeros en los palcos durante el Mundial de Rusia.
Mientras, el nuevo Mundial de Clubes iba tomando forma. Zvonimir Boban, exfutbolista y mano derecha de Infantino en las primeras lluvias de ideas sobre el torneo, lideró el plan inicial de un formato con 24 clubes. En 2019, llegaron a un acuerdo por 25.000 millones con Softbank, empresa japonesa respaldada por el FIP de Arabia Saudí, para hacer el torneo en China. Los protagonistas se repetían. Todo estaba cuadrado a pesar de las amenazas de boicot de los clubes europeos y del enfado de las distintas organizaciones, pero el Covid-19 lo detuvo todo.
El runrún alrededor de la creación de una nueva competición volvió a despertar con la Superliga, en sus inicios vinculada a la propia FIFA e impulsada finalmente en 2021 por el Real Madrid, el Barcelona y la Juventus. Fracasó, pero pellizcó las ganas de Infantino, que insistió en su proyecto de una edición cada cuatro años. Una Superliga a su manera.
En junio de 2023, se anunció que el nuevo Mundial se disputaría en Estados Unidos. Otra vez, los protagonistas se repiten. Trump no estaba en el Despacho Oval, pero la relación que Infantino había masticado durante años con las marcas y organizaciones de Norteamérica dieron sus frutos, y cuando Trump recuperó la presidencia, Infantino se presentó en el mitin de la victoria republicana y posteriormente en la investidura. Unos meses después, repitió visita en la casa de Trump en Florida y en el Despacho Oval, antes de volver a coincidir en la gira del presidente estadounidense por Oriente Medio. «Es el rey del fútbol», le elogia Trump, y el miércoles, en un acto en Miami con diferentes medios de comunicación, Infantino definió este Mundial de Clubes como un «big bang para el fútbol actual».
Los 1.000 millones de premio del torneo salen del acuerdo con DAZN, cuyo 10% lo ha comprado Surj Sports Investment, compañía que forma parte del PIF saudí. Otra vez, mismos protagonistas. Los suculentos 140 millones que puede ganar un equipo europeo si lo levanta, una cifra muy superior al resto de confederaciones de la FIFA, han dado a Infantino el «sí» de los grandes del viejo continente, incluso de aquellos que criticaban el formato, y de la ECA, la organización que hace años amenazaba con el boicot, y ha logrado la presencia de Leo Messi dándole un hueco al Inter Miami tras ganar la liga regular de la MLS y sin tener en cuenta los playoffs.
El «big bang» del fútbol aterrizará en Estados Unidos este mes para compensar las temporadas de Real Madrid, Atlético, ManchesterCity y compañía y para añadir más picante a un calendario futbolístico en constante guerra.
«La tensión es algo bueno». Fue la respuesta de Donald Trump cuando, después de recibir a Gianni Infantino en el Despacho Oval, en marzo, le preguntaron por cómo iba a preparar el Mundial de fútbol 2026, compartido con dos países, México y Canadá, con los que había desatado una guerra comercial. El presidente de la FIFA, profesional de la diplomacia, no cambió su sonrisa, pero la tensión, como la procesión, iba por dentro. No es el único. Trump va a tener bajo sus pies las dos principales pistas del circo del deporte, el Mundial de fútbol, el año próximo, y los Juegos Olímpicos, en Los Ángeles, en 2028, dos poderosas herramientas, a su vez, de la geopolítica que Trump zarandea como un cubilete. Los primeros dados, sin embargo, pueden aparecer a partir del fin de semana, con el inicio del Mundial de clubes, prueba test del Mundial, en mitad de las protestas por las redadas contra inmigrantes.
La competición no tiene, por ahora, la visibilidad ni los riesgos de los dos grandes eventos que Trump va a acoger durante su legislatura. Se desarrolla íntegramente en Estados Unidos, por lo que quedan a un lado las tensiones comerciales con México y Estados Unidos, pero no las que tienen que ver con los controles en las fronteras, dado el desplazamiento de aficionados. El principal foco de alerta está en Los Ángeles, futura ciudad olímpica hoy en llamas por las detenciones y deportaciones de inmigrantes ordenadas por el presidente, y donde PSG de Luis Enrique y Atlético de Madrid debutan el domingo, en el estadio Rose Bowl. Los Ángeles es un enclave estratégico para todas las competiciones. La mayor parte de las sedes se sitúan en la costa este y oeste, zonas que condensan la contestación contra Trump.
Antidisturbios dispersan a manifestantes, en Los Ángeles.RONALDO SCHEMIDTAFP
El deporte internacional, muy celoso de su independencia, se ha situado, pues, en alerta, no sólo ante la tentadora instrumentalización que Trump pueda hacer de los acontecimientos, sino también frente al temor a los viejos boicots, con China como gran enemigo comercial, en una guerra por ahora en stand by, y a decisiones que comprometen su equilibrio competitivo y político, como son la legislación sobre la transexualidad en el deporte, la negativa a financiar la lucha antidopaje en el marco internacional o el perverso me quiere, no me quiere de Trump con Vladimir Putin, actualmente fuera del espacio olímpico, pero ansioso por volver.
Infantino no visitó la Casa Blanca para hablar del Mundial 2026 ni de las interrelaciones con Canadá y México, sino para presentar a Trump el Mundial de Clubes. El presidente de la FIFA vendió el producto de una forma que encantó a Trump: «Será como tres Superbowls en un día». Lo suyo es el espectáculo, está claro.
Facilidad en las fronteras
El del año próximo será mucho mejor, pero también más complejo. Compartir con otros países una competición como el Mundial implica coordinación de sus autoridades y facilidad en las fronteras para el movimientos de aficionados, especialmente a sedes en lugares limítrofes, como Vancouver, Seattle, Toronto, Monterrey o incluso Los Ángeles.
Precisamente, uno de los pretextos de Trump para la imposición de los aranceles a México y Canadá, inicialmente del 25% aunque ahora amortiguados, estaba en relación con la exigencia de endurecimientos fronterizos para luchar contra la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, sobre todo el devastador fentanilo.
Las decisiones de Trump originaron en Canadá una ola de rechazo y boicot a los productos estadounidenses, con una posición muy dura del ex primer ministro, Justin Trudeau. Su sucesor, Mark Carney, visitó el mes pasado la Casa Blanca con un tono más conciliador, pero la misma advertencia: «Canadá no está en venta».
Claudia Sheinbaum, presidenta e México, durante un acto.José MéndezEFE
Los pasos atrás en materia arancelaria, sea con sus vecinos, la Unión Europea o China, han atemperado las relaciones comerciales y serenado a los mercados, pero las redadas y expulsiones de inmigrantes han abierto un enfrentamiento más cruento con México, verbalizado por la presidenta Claudia Sheinbaum, y con una explosiva caja de resonancia, al ser la inmigración una causa global.
La FIFA no quiere luchas que vayan más allá de las puramente futbolísticas, por lo que, a un año del Mundial, Infantino cruza los dedos para encapsular el torneo y protegerlo de las tensiones entre los países organizadores. Con motivo del Mundial de Clubes va a tener oportunidades de departir con Trump, que ya ha expresado su intención de acudir a varios partidos, aunque la apertura del torneo, en Miami, coincide con los fastos de su cumpleaños, con un desfile en Washington.
Infantino heredó los Mundiales de Rusia y Qatar, manchados en su concesión por la corrupción, pero el del año próximo es ya una obra de su administración. La FIFA tiene, al menos, una ventaja, y es que el modelo de gestión ha cambiado. Desde 2022, el organismo asume las funciones de los comités organizadores del pasado. El Bureau del Mundial se diseña y contrata desde Zúrich.
El Movimiento Olímpico en su conjunto tiene un plazo más largo, hasta 2028, pero observa con inquietud las maniobras de Trump, que recibirá a los Juegos en el tramo final de su mandato. El Comité Olímpico Internacional (COI) exige a los países organizadores, mediante una cláusula en el contrato, que las legislaciones que entren en conflicto con la Carta Olímpica , las normas técnicas de las federaciones internacionales o el Código de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), queden en suspenso para la Olympic Family durante la celebración del evento. Sucedió con la Ley Antidopaje de Italia durante los Juegos de invierno en Turín 2006, las restricciones a la libertad de expresión en Pekín 2008 o la normativa francesa que prohíbe el velo en recintos públicos en París 2024.
Conflicto con los transexuales
El primer foco de conflicto puede estar con respecto a la admisión de deportistas transexuales. El Movimiento Olímpico lo deja en manos de las federaciones internacionales, que no tienen una posición unívoca. La nueva presidenta del COI, Kristy Coventry, es partidaria de encontrar un criterio común, pero necesita un acuerdo deportivo, médico y ético. Necesita tiempo, todo lo contrario que Trump. En febrero, el presidente firmó una ordena ejecutiva, rodeado de niños, bajo el título Mantener a los hombre fuera del deporte femenino. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, manifestó que se exigirán sanciones a las escuelas o asociaciones que permitan competir a trans en categoría femenina.
El COI es, hoy, una de esas asociaciones. En Tokio, compitió la neozelandesa Laurel Hubbard; en París, precisamente una estadounidense, la atleta Nikki Hiltz. Veremos si antes de Los Ángeles se produce un acuerdo.
Los Juegos con drogas de Trump jr.
Más necesario, incluso, es en materia de dopaje, enfrentadas la AMA y la Agencia Antidopaje de Estados Unidos, que retuvo en enero el pago de 3,6 millones de dólares al organismo internacional, como parte de su financiación. El conflicto viene de atrás, con Joe Biden en la Casa Blanca, cuando la AMA permitió competir a 23 nadadores chinos en los Juegos de Tokio, en 2021, pese a haber dado positivo por trimetazidina. Pero la decisión de interrumpir los pagos no se ha producido hasta el regreso de Trump, que en su primera etapa en la Casa Blanca impulsó la conocida como Ley Radchenkov, por el delator ruso, por la que se pueden presentar cargos penales contra cualquier deportista que de positivo en competiciones contra estadounidenses.
Donald Trump jr., en un foro en Doha.KARIM JAAFARAFP
La AMA mostró su rechazo, pero nada que ver con su ira por los Enhanced Games, los Juegos Mejorados, en los que se permitirá el dopaje, programados para 2026 en Las Vegas. El presidente de la AMA, Witold Banka, pidió ayer su prohibición a las autoridades de EE.UU. Sería para Trump como prohibir jugar a su hijo, puesto que Donald Trump jr. está entre los promotores.
¿Es posible un boicot?
La palabra «boicot» ha aparecido en alguna conversación entre altos dirigentes deportivos, como un temor susurrado, al observar el complejo mapa geopolítico y a su actor principal, el presidente del país más poderoso del mundo, desatado. Que las decisiones tomadas por Donald Trump puedan tener consecuencias en los acontecimientos deportivos organizados en Estados Unidos, especialmente los Juegos Olímpicos, no es una posibilidad remota si se repasa la historia.
No existen precedentes de boicots por una guerra comercial. No se trata de una guerra real, porque no supone la invasión de un territorio ni atenta contra la soberanía de un país, pero puede hundir su riqueza y generar confrontaciones que vayan más allá del ámbito puramente económico.
Estados Unidos decidió no acudir a Moscú'80 por la invasión de Afganistán, un año antes, y las autoridades soviéticas devolvieron el gol, cuatro años después, con el pretexto de la seguridad. El presidente Jimmy Carter tomó la decisión seis meses antes de la inauguración en Moscú, porque «acudir sería como poner un sello de aprobación a la política exterior de la URSS», después de amenazar: «O retiran las tropas o retiro a los atletas». «O retira los aranceles o retiro a mis atletas», podrían replicar algunos dirigentes mundiales si Trump volviera a la irracional escalada después de esta tregua de la que nadie conoce el futuro.
El 'apartheid' de la inmigración
Antes de Moscú'80, hubo ya un boicot de bloque, africano, a Montreal'76, por cuestiones raciales. Lo impulsó Tanzania, después de que los All Blacks de Nueva Zelanda realizaran una gira por Sudáfrica, que estaba sancionada por su política de apartheid. La presencia de Nueva Zelanda en los Juegos hizo que no acudieran la mayoría de países subsaharianos. Las luchas raciales continúan, y la prueba es el Blacks Lives Matter, visualizada también en los estadios del mundo, pero una de las grandes causas globales de nuestro tiempo es, hoy, la inmigración, frente a la que Trump actúa con estándares intolerables para buena parte del mundo. Según la prensa estadounidense, las deportaciones pueden ir a más e incluir a más nacionalidades, con un centro de reclusión en Guantánamo. Es su particular apartheid.
La posición de Trump frente a los conflictos en Ucrania y Gaza es, asimismo, un factor de riesgo. Ha coqueteado con Vladimir Putin en busca de una solución, pese la intensidad de la ofensiva rusa. Una de las monedas de cambio sería, muy probablemente, el regreso de Rusia al tablero deportivo y olímpico, en el que Putin invirtió mucho dinero, fuera en los Juegos de invierno de Socchi, en 2014, o el Mundial de fútbol, en 2018. La ofensiva israelí en Gaza, con el apoyo de la administración Trump frente a una condena mundial casi unánime, puede generar contestaciones, no sólo en el mundo árabe.
Los Ángeles, que acogerá unos Juegos por tercera vez en su historia, ya sufrió el boicot del bloque comunista en 1984, como contestación al de Moscú'80. China, en cambio, no secundó a la URSS y acudió a los Juegos por primera vez en su historia. En la actualidad, ocupa la posición de gran gigante deportivo opositor a Estados Unidos que durante las décadas de la Guerra Fría detentó la potencia soviética. Si en 1984 decidió no alinearse con el resto del mundo comunista para mostrar su músculo en el deporte, hoy su músculo principal es económico.
Era sólo una niña, apenas 16 años, cuando Kirsty Coventry ya fue escogida Deportista del año en su país, Zimbabue. Tan sólo había debutado en los Juegos Olímpicos, llegó a semifinales en los 100 metros espalda de Sydney 2000, pero su existencia era tan extraña que se convirtió en una estrella. Su instituto, el privado y femenino Dominican Convent High School de Harare, se le quedó pequeño, se fue a estudiar a la Universidad de Auburn de Estados Unidos y, de ahí, a la gloria. Primero, campeona olímpica de los 200 metros espalda en Atenas 2004 y Pekín 2008, luego Ministra de Deportes de Zimbabue y finalmente desde este jueves, presidenta del Comité Olímpico Internacional (COI).
Será la primera mujer al frente del organismo en sus 130 años de historia, la primera dirigente nacida en África y, entre otras cosas, la primera escogida en la primera ronda de las elecciones. Ni Jacques Rogge ni Thomas Bach, sus dos predecesores, que también contaron con mucha competencia, se impusieron con tanta diferencia sobre el resto. En la votación inicial, Coventry obtuvo 49 votos de los 97 posibles mientras el español Juan Antonio Samaranch Salisachs, el segundo candidato, se llevaba 28; el británico Sebastian Coe, tercero, acababa con ocho; y el resto de aspirantes apenas eran respaldados.
El éxito de Coventry se explica principalmente a través del apoyo del propio Bach, que llevaba meses haciendo campaña interna por ella, pero también responde a otros factores. "Necesitamos que quien ocupe la presidencia tenga una idea muy clara sobre cómo afrontar el futuro a largo plazo", dijo Bach, poniendo en valor la edad de los aspirantes, y le sobraba razón. El dirigente alemán, cuyo bajo mandato se incorporaron más de la mitad de los miembros presentes -que le debían un favor-, sabía que su influencia era importante, pero necesitaba más argumentos.
FABRICE COFFRINIAFP
Coventry convenció por ser mujer, por su juventud a sus 41 años, por su currículo, por ser africana y por su formación estadounidense. Nadie como ella puede restablecer las relaciones entre el COI y el Gobierno de Donald Trump, que había sugerido su respaldo hacia ella, y al mismo tiempo representar un éxito para África, el único continente que todavía ha sido escogido como sede de unos Juegos Olímpicos. El equilibrio parece imposible, pero Coventry lleva en esa línea todavía; en peores se ha visto.
El polémico premio de Mugabe
Hija de una familia adinerada instalada décadas atrás en Zimbabue con su empresa química, cuando fue campeona olímpica supo lidiar con el dictador de su país, Robert Mugabe. "Nuestra chica de oro", la llegó a llamar Mugabe, que le premió con 100.000 dólares después de su éxito en Atenas 2004 y la expuso como un ejemplo de "blanca buena". Pese a su política identitaria poscolonial, a la expulsión de miles de granjeros blancos, Coventry se supuso un emblema de la unión del país y ella no rechazó esa figura.
Desde su residencia en Estados Unidos, participó en algunas campañas humanitarias, pero nunca se opuso abiertamente a Mugabe, un hecho que en las últimas semanas le había afeado la prensa inglesa, a favor de la candidatura de Coe. De hecho, cuando Emmerson Mnangagwa, ex vicepresidente de Mugabe, logró hacerse con la presidencia a través de un golpe de estado en 2017, la nombró Ministra de Juventud, Deportes, Artes y Recreación, un cargo al que ahora deberá renunciar. Su futuro ya no está en su país, aunque ha prometido que trabajará para que África tenga más voz.
FABRICE COFFRINIAFP
Ahora debe ponerse a trabajar por todo el mundo para, cuando reciba el relevo de Bach el próximo 23 de junio, encara múltiples problemas: la reentrada de Rusia en los Juegos Olímpicos, la pérdida de varios patrocinadores japoneses esenciales para el olimpismo, la negociación de los contratos televisivos, la elección de una sede para los Juegos Olímpicos de 2036 y, entre otras cosas, la llegada de las deportistas trans a las competiciones y los problemas económicos de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) por los recortes del Gobierno de Trump.
El anterior presidente, Bach, que nunca se opuso frontalmente a las trans, no mantenía buenas relaciones con el dirigente estadounidense, que amenazaba con vetar a deportistas de varios países en los Juegos Olímpicos de los Ángeles 2028, pero Coventry tiene armas para arreglar la situación. Ya ha anunciado "medidas estrictas" para acatar esas cuestiones de género y, a través de los medios estadounidenses, la administración Trump le ha dado su visto bueno.
El apoyo de Thomas Bach, presidente saliente, a Kirsty Coventry podría justificar su victoria, pero no esta victoria, tan abrumadora que no necesitó que se eliminaran, uno a uno, el resto de los seis candidatos. El olimpismo ha hecho mucho más que apostar por la primera mujer. Ha dado un triple mortal hacia el futuro, en una decisión no carente de riesgos, porque el deporte quiere cambios que no observaba posibles con Juan Antonio Samaranch Salisachs ni con Sebastian Coe. Los miembros del COI entienden que ambos representan el pasado frente a un porvenir que va a necesitar de decisiones audaces y que difícilmente toman quienes han formado parte del establishment durante tanto tiempo: Coe, como presidente de la World Athletics; Samaranch Salisachs, como vicepresidente del propio COI.
Un rasgo de ese tiempo ha sido el presidencialismo, incluso el de Bach, y del que Coventry se ha desmarcado desde el primer momento. La ex campeona olímpica de natación, de Zimbabue, ha explicado que rige su vida a través de la filosofía 'Ubuntu': «Soy porque somos». Originaria de las culturas zulú y xhosa, rechaza el individualismo y entiende que los seres humanos son capaces de conseguir objetivos porque están conectados. De esa forma, insiste, quiere dirigir el Movimiento Olímpico. Loable propósito en un deporte que apuesta cada vez más por ex deportistas en puestos de gobierno, al contrario del antiguo régimen. Coe lo era, pero su arrogancia lo aproximaba al dirigismo del pasado. Los ocho apoyos que obtuvo en la votación envían al británico a la viñeta del cómic olímpico. Ridículo. Samaranch Salisachs fue segundo con 28, a 21 votos de la ganadora, muy lejos del consenso que inspiró su padre y patriarca del olimpismo moderno.
El caudillaje es también un signo de los tiempos en un mundo en el que va a tener que interactuar la nueva presidenta, con Donald Trump como anfitrión de los siguientes Juegos, y Vladimir Putin deseoso de volver a la platea olímpica si hay paz en Ucrania.
Coventry era, además, la candidata más joven, con 41 años, frente a Samaranch Salisachs y Coe, por encima de los 60. Su condición de mujer impulsará la paridad donde no haya llegado, pero antes deberá afrontar la peliaguda cuestión de la transexualidad. Como africana, su continente empieza a soñar.
El Comité Olímpico Internacional (COI) ha efectuado muchas votaciones en una. Y todas históricas. Ha votado uniformidad (49 sufragios, la mínima, pero suficiente, mayoría absoluta). Ha votado rapidez para dejar clara la dirección de la papeleta (elección en primera ronda). Ha votado juventud y, por lo tanto, futuro y estabilidad (Kirsty Coventry tiene 41 años y, antes de los 70, edad límite para el desempeño del cargo, podrá cumplir los ocho años de mandato, más, llegado el caso, una legal prórroga de cuatro).
Ha votado mujer, la primera en 131 años de historia. Mujer. No feminismo, en el sentido rabiosamente beligerante que le dan por aquí; y ya veremos si alguna de nuestras voces políticas más conspicuas al respecto, entre ellas la de la ministra de Deportes, se congratula del hecho. Seguramente no, porque Coventry es africana, sí, y ese aspecto se ha resaltado. De Zimbabue, por añadidura. Pero blanca y rubia en un país con el 98,8% de población negra. Así que, es probable que sea señalada como representante de la minoría privilegiada que mantiene en toda clase de precariedades al resto de la ciudadanía de su país. Además, de formación universitaria estadounidense, Coventry formará presumiblemente con Donald Trump, anfitrión en Los Angeles de los Juegos 2028, una entente cordial en un novedoso y turbulento contexto geopolítico.
El COI ha votado también excelencia deportiva individual en la natación, uno de los tres deportes reyes de los Juegos (Coventry, 1,80 de excepcional espaldista, reúne siete medallas olímpicas, dos de ellas de oro. Thomas Bach, el primer presidente campeón olímpico, fue oro en esgrima por equipos).
El COI ha votado, en definitiva, modernidad en una especie de consciente y loable inmolación. Si bien el organismo ya no es el cuerpo anquilosado, geriátrico y masculino de antaño, la elección de Coventry precipita los plazos que conducirán a los cambios. De algún modo, y con cierto retraso, porque los tiempos cambian a tenor de los acontecimientos y no de los calendarios, el siglo XXI olímpico empieza con esta presidencia revolucionaria que transforma, para reforzarlo, el olimpismo.
Coventry era la apuesta de Bach, el hombre que ha nombrado a más del 70% de miembros de la Asamblea y elevado en ella hasta el 44% el número de mujeres. Ése es su mayor legado. Actual y, a la vez, póstumo.
Hay una etapa complicada en la valoración pública de cualquier grande del deporte que son los años inmediatamente posteriores a su retirada, cuando ya no está provocando asombro cada semana y el paso del tiempo aún no ha convertido sus hazañas en leyendas. Ahí está ahora mismo Tom Brady, que dejó la NFL hace dos años como indiscutible mejor jugador de la historia.
¿Indiscutible? Según algunos, no tanto. La necesidad de llenar rápidamente el trono llevó a que durante los días previos a la Super Bowl, disputada el domingo en Nueva Orleans entre Kansas City y Philadelphia, las tertulias estadounidenses, que son igual que las de aquí pero con mejores trajes, acometieran una y otra vez un debate sorprendente: si ganaban los Chiefs y Patrick Mahomes lograba su cuarto anillo, tercero seguido, ¿sería el quarterback tejano ya tan grande o más que Brady?
La pregunta era osada, teniendo en cuenta que el mito de los Patriots ganó siete títulos (seis en New England y uno en Tampa Bay), tres más que ningún otro quarterback (Montana y Bradshaw, con cuatro) y más del doble que Mahomes, pero algunos, incluso así, respondieron que sí. Philadelphia decidió zanjar el debate con una paliza (40-22) en la que el marcador no hace justicia al castigo, físico y a su legado, que recibió Mahomes.
Mediado el tercer cuarto, los Eagles ganaban 34-0 y Kansas City no había logrado cruzar el mediocampo. No es una exageración, es un dato. Mahomes, absolutamente superado, había regalado tres veces el balón a sus rivales y no había exhibido nada de lo que de él se espera: magia para salir de cualquier problema. Por una noche, fue un quarterback cualquiera.
La derrota pone a dormir su asalto al reino del más grande, más por la forma que por el hecho. Ha jugado cinco Super Bowls y ha perdido dos. La primera, ante unos Buccaneers liderados por un Brady de 43 años, fue otra paliza: 31-9. El hoy comentarista jugó diez y perdió tres, dos contra los Giants y la última ante los Eagles, pero en todas tuvo a su equipo en el partido hasta el último minuto. Jamás fue humillado. Las derrotas de Mahomes se recordarán de muy distinta forma cuando toque hacer balance.
Tom Brady, durante la Super Bowl que comentó para la TV estadounidense.AFP
Mahomes aún tiene 29 años y tiempo de sobra para reabrir el debate. A su edad, Brady tenía los mismos tres títulos y acababa de perder la Super Bowl contra Nueva York en, seguramente, la mayor sorpresa de la historia. Mahomes jugó mal en Nueva Orleans, pero sigue siendo el mejor jugador de la NFL sin mucha discusión.
La victoria de Philadelphia no dice demasiado sobre el nivel del quarterback preferido de Donald Trump, pero sí recuerda que en una liga montada para que ningún equipo domine durante mucho tiempo seguido (temporadas muy cortas, límite salarial duro, lesiones constantes, eliminatorias a un partido, carreras breves, draft favoreciendo a los peores...) ganar siete anillos es un milagro. ¿Podrá repetirlo Mahomes?
Lo primero, tendrá que convertirse en el enfermo de la competición y la preparación física que fue Brady, capaz de ser élite en un deporte de contacto hasta los 44 años. Mahomes no ha tenido, hasta ahora, esa disciplina. Después necesitará que su entrenador, Andy Reid (66 años), decida seguir a su lado como Bill Belichick acompañó al californiano y que la franquicia rehaga un equipo envejecido. Por último, requerirá salud y suerte. Como en cualquier deporte, pero un poco más. Son muchas cosas. Mientras tanto, Tom Brady sonríe plácidamente en su trono.