Aguantar o no aguantar, esa era la cuestión. No aguantaron. Los cuatro frustrados hamletianos no habían conocido nunca una victoria profesional. Tampoco sus equipos en esta Vuelta. Una doble virginidad que no perdieron. Eran, por orden alfabético, Thomas Champion (francés, 24 años, Cofidis), Jonas Gregaard (danés, 28, Lotto), Thibaut Guernalec (francés, 27, Arkea) y Xabier Isasa (español, 22, Euskaltel).
Hicieron toda la etapa juntos, aunque Champion se rindió a 10 kms. de la llegada. Los otros tres fueron atrapados, bajo la lluvia que emborronaba sus figuras en la pantalla, en el centro urbano de Santander, a 2 kms. de la llegada, cuando la carrera arribó al mar. O sea, murieron en la orilla. En el sprint del gran grupo se impuso Kaden Groves (Alpecin). ¿Quién si no? Era su tercer triunfo y la consolidación del jersey verde que distingue al líder por puntos. Se lo dejó Wout van Aert, a quien la carrera añoró con un recuerdo silencioso.
Como era más que previsible, nada ha cambiado en la clasificación general. Los favoritos velaron sus armas por el procedimiento de continuar afilándolas. O'Connor respira un día más mientras teme que le quede un día menos para mantener el rojo. Tras la tempestad de Covadonga llegó, pues, la calma. La calma... que precede a la tempestad. Un proceso circular.
El jueves nos depara una etapa de media montaña por tierras alavesas con cierta gracia: 180 kms., con un puerto de 2ª y otro de 1ª, el de Herrera, situado a 45 kms. de la meta. Más que para la esquelética nómina de sprinters, parece propicia para el más rápido o el menos fatigado de una escapada. El viernes, el sábado y el domingo, el tríptico final.
Covadonga. Mitificación histórica, religiosa y ciclista. Y en los Lagos, para la mitificación histórica y la divinización religiosa de los gigantes sobre dos ruedas sin motor, inscribió su nombre Marc Soler (UAE), rematando la numerosa escapada del día, la estampida de rigor, esta vez de 17 hombres. Soler, el más combativo de esta Vuelta, también uno de los menos estrategas, de los que más fuerzas tiran por el sumidero, obtuvo una recompensa merecida y, ateniéndonos a sus gracias, corta. Incluso así, soberbia, envuelto Marc en un paisaje fantasmal. Dominó a sus últimos compañeros de fatiga, Filippo Zana (Jayco) y Max Poole (DSM).
Detrás, la mezcla de heroísmo absoluto, de sacrificio inmenso y de fe intacta permitió a Ben O'Connor mantener el rojo por sólo cinco segundos. Para desgracia propia y de la carrera, Wout van Aert se cayó, junto a Engelhard y Del Toro en la húmeda y peligrosa bajada de la Collada Llomena y tuvo que abandonar. Se hizo bastante daño en la rodilla y el brazo derechos. Las exploraciones dirán el alcance de unas lesiones que podrían comprometer el resto de la temporada. Lleva un año maldito.
Los Lagos no son un puerto terrorífico. Los hay mucho más altos, mucho más largos, mucho más duros. Pero, atendiendo a su entorno físico, geológico, de una hermosura sobrecogedora de riscos primigenios y bosques misteriosos, no queda más remedio que otorgarle la máxima categoría. Probablemente, la de "especial" es exagerada. Pero nadie la va a discutir ni permitiría que se la rebajase. La Vuelta se la reconoce como una forma de homenaje a lo que representa: un símbolo heráldico admitido por el hombre tanto como una montaña colocada ahí por la Naturaleza.
Marc Soler, Primoz Roglic y Ben O'Connor fueron los hombres del día. El primero por su victoria parcial, temporal, pero ya eterna. El segundo, por su acercamiento al liderato. El tercero, por mantenerlo con una dignidad admirable y, conjunta, una energía física y psicológica ante la que nos inclinamos con admiración y respeto. Soler ya ha cumplido de sobra, aunque no es descartable que lo siga intentando. Roglic parece el más fuerte de la carrera, pero no el Roglic más fuerte que conocemos. Después de todo, tiene ya 34 años. O'Connor va perdiendo gota a gota de sudor, de perfume y de veneno su ventaja. Pero quizás, como en Don Juan Tenorio, aún quede un grano de arena en el reloj de su vida.
La diferencia entre un Roglic fuerte, pero no tanto y un O'Connor débil, pero hasta cierto punto, va a designar en principio al vencedor y al vencido, que ahora bailan en cinco segundos como un gemido de placer, como un estertor de agonía. La Vuelta ha hablado en Covadonga bastante claro. Mas, Carapaz y Landa, secundarios, que no segundones, no parecen en condiciones de aspirar a otra cosa que no sea un lugar en el podio. El tercer escalón. Pero si la Vuelta ha hablado con claridad, no ha dicho ni mucho menos la última palabra. Vienen ahora dos etapas de transición y (relativo) descanso. Pero el viernes en Moncalvillo, el sábado en Picón Blanco y el domingo, en la contrarreloj de Madrid, la carrera dictará una sentencia ante la que ya no cabrá interponer recurso alguno.
Estamos descubriendo con interés y cierta esperanza a un Enric Mas ambicioso, valiente, decidido, apoyado por un Movistar incondicional. Pero no es capaz de romper aguas y moldes. Le falta ese punto de capacidades para lograrlo. No es un "killer". Es un diésel que a la hora de revolucionar el motor no encuentra la potencia suficiente para hacer diferencias. Se diría condenado a integrar en las grandes carreras los pequeños, selectos grupos de ilustres, pero sin la capacidad de responder a lo grande. Sin embargo, a los 29 años, en plena madurez y aún con un cierto margen de progreso, podríamos estar asistiendo a un tardío pero nuevo Enric Mas que se está ganando a pulso un voto de confianza.
'Landismo'
Respecto a Mikel Landa, cualquier movimiento por pequeño que sea revive ese landismo mortecino que se alimenta de ilusiones más que de hechos. Próximo a los 35 años, está protagonizando una Vuelta más que notable. No obstante, cada ataque suyo es de algodón. Incluso en su blandura, lo acaba pagando a la postre. Toda su gestualidad sobre la bicicleta, manos abajo del manillar, cuerpo bailando encima de los pedales remite a la potencia. Pero queda mejor en una fotografía que en una imagen animada. El ciclismo español, sin embargo, reconoce en Mikel a un personaje enormemente atractivo, especial para el aficionado. El carisma, como el gol, se tiene o no se tiene. El del alavés redunda en beneficio del propio ciclismo.
La etapa añadió a la belleza de la competición y el paisaje la fascinación de la niebla, que rezumaba agua. Los corredores, desdibujados, con sus contornos confundidos con la gris opacidad general, llegando en un goteo incesante, proclamaron una vez más el atractivo de un deporte único en el que la lírica y la épica son las dos caras de una misma poética epopeya.
Hoy llega la Vuelta a los Lagos de Covadonga. La clasificación general la encabeza un sorprendente australiano, Ben O'Connor. Aunque cuarto en el Tour2021 y el Giro2024, al comienzo de la carrera nadie lo colocaba entre los favoritos. Una cabalgada en solitario en la quinta etapa en medio de la confianza o el despiste del grupo de ilustres lo situó en cabeza de la general con 4:51 de ventaja sobre el segundo, Primoz Roglic.
Las etapas posteriores contemplaron cómo Roglic le iba limando tiempo hasta, en vísperas de los Lagos, dejar la diferencia en 1:03. Otros aspirantes también se le habían acercado. Hoy O'Connor, heroico pero inestable, está condenado, se augura que perderá la carrera en la última semana de pasión.
Aunque tal vez no. La historia de la Vuelta registra casos de ciclistas más o menos corrientes que, enfrentados a situaciones excepcionales, se comportaron del mismo excepcional modo. La carrera recuerda al francés Éric Caritoux en 1984 y al italiano Marco Giovannetti en 1990.
Curiosamente, la etapa en la que se coronó O'Connor empezaba en Jerez de la Frontera, donde Caritoux, en aquel 1984, en la habitación del hotel, maldecía entre dientes al darse cuenta, al abrir la maleta, de que había olvidado las zapatillas. Las malditas prisas. El equipo Skil había recordado a última hora que estaba obligado por contrato a participar en la Vuelta, y, precipitadamente, reclutó como pudo a nueve hombres. No estaba entre ellos el líder del equipo, Sean Kelly, que se hallaba disputando las clásicas (y ganando algunas). Caritoux, su gregario de cámara, se encontró poco menos que al frente del grupo. Haría lo que pudiera.
O sea, nada. O casi. A los 23 años, sólo reunía cuatro victorias; la más importante de ellas, una etapa de la París-Niza. La Vuelta no era un bocado a su alcance. El equipo cubriría el expediente, y a otra cosa. Pero he aquí que, tras una semana de etapas llanas, en la que finalizaba en Rasos de Peguera, atacó Eduardo Chozas e hizo pedazos el pelotón. Lo atraparon Alberto Fernández y Caritoux, que se sintió muy bien y soltó al español, que fue sobrepasado por un trío en el que figuraba Pedro Delgado, que se vistió de líder con su primer jersey amarillo.
Lo perdió en, también curiosamente, Covadonga, donde ganó Reimund Dietzen, y pasaría a manos del inesperado Caritoux, que ya no lo soltó. Fernández ascendió al segundo puesto, a 32 segundos del francés. Ni en etapas posteriores ni en la sierra de Madrid-Segovia pudieron Delgado y Fernández con él.
Alberto estaba entonces a 37 segundos. Era un buen contrarrelojista y en la penúltima etapa, la crono de Madrid, de 33 kms., depositó sus esperanzas. Le sacó 31 segundos al francés, que acabaría con seis de ventaja, todavía la menor diferencia registrada en la Vuelta entre el primero y el segundo. Fernández se mataría en diciembre, junto a su esposa, en un accidente de tráfico cuando regresaba desde Madrid, donde había recogido el trofeo al mejor ciclista español del año.
Giovanneti pedalea en una etapa de la Vuelta.MARCA
Giovannetti no tenía más pedigrí que Caritoux. Es cierto que entre 1986 y 1989, incluidos, había coleccionado dos sextos puestos y dos octavos en el Giro. El clásico corredor fiable, pero sin brillo. No era un ganador. Su historial de triunfos se reducía a una etapa de la Vuelta a Suiza. Los equipos españoles Banesto (Miguel Indurain, Pedro Delgado, Julián Gorospe) y ONCE (Pello Ruiz Cabestany, Anselmo Fuerte, Marino Lejarreta) estaban tan preocupados por vigilarse entre sí que no advirtieron que Giovannetti, tras la sexta etapa, era segundo, a 25 segundos de Gorospe.
En el undécimo asalto, el que concluía en la estación de esquí de San Isidro, en la frontera astur-leonesa, Gorospe flaqueó. Lejarreta, que había roto las hostilidades, se había caído a 60 kilómetros de meta. La etapa la ganó Carlos Hernández (Lotus-Festina). Pero Álvaro Pino (Seur) había llevado a su compañero Giovannetti hasta el liderato.
Y ya no lo abandonó. Ni en el Naranco. Ni en la cronoescalada de Valdezcaray. Ni en Cerler. Ni en la contrarreloj de Zaragoza. Ni en la sierra segoviana, pese a los esfuerzos frenéticos de Delgado. Al día siguiente, el italiano desfiló de amarillo por Madrid y coronó un podio con Delgado a 128" y Anselmo Fuerte a 148".
Sin más emociones
Giovannetti y Caritoux no lograron nada parecido en años posteriores. Ambos fueron campeones nacionales (el francés dos veces) y Giovannetti fue tercero en el Giro en ese mismo 1990.
Conseguiría también buenos puestos en la corsa rosa. Pero terminaría su vida profesional con cuatro victorias. Caritoux, con 13. La flamígera gloria, esa yegua hermosa y salvaje, había pasado una vez por su lado. Se subieron a ella en marcha, se aferraron a sus crines, la domaron y luego, exhaustos, derribados pero victoriosos, la vieron perderse galopando en dirección a otros.
Esos 3.000 metros añadidos al Puerto de Pajares son un retablo de sufrimiento. Un martirio para unos corredores que se retuercen en un escenario de dolor. El Cuitu Negru es un calvario donde Pablo Castrillo se consagró como el nuevo talento del ciclismo español. El oscense (23 años), en un memorable ejercicio agónico, se anotó la victoria en la etapa reina de una Vuelta en la que Ben O'Connor mantuvo el liderato con enorme sufrimiento.
Castrillo, el único español que había ganado una etapa (Manzaneda, con el emotivo tributo a Manolo Azcona), volvió a sorprender a todos con un admirable trabajo de coraje y tesón. El chaval del Kern Pharma se metió en la escapada buena del día, con más de 100 kilómetros por delante, y supo administrar sus energías para superar en las paredes infernales del Cuitu Negru al ruso Aleksandr Vlasov y al francés Pavel Sivakov, dos veteranos curtidos en mil batallas. Otro triunfo para el nuevo ídolo, al que le llueven ofertas, el Ineos británico podría ser su destino.
Jornada espléndida en el Cuitu Negru, un sendero de tierra que fue asfaltado en 2012 para martirizar a los ciclistas. Entonces venció Dario Cataldo, aquella fue la ascensión más dura de su vida. Subió a un ritmo de nueve kilómetros a la hora, como si fuera andando. Ahora los desarrollos son más altos, pero el sufrimiento sigue siendo insoportable. En las rampas del 24% de desnivel, avanzar y mantener el equilibrio requieren esfuerzos titánicos. Esa carretera con el kilómetro más lento de la Vuelta no va a ningún sitio. Un vía crucis en el que los corredores serpentean con la vista perdida. Un Gólgota donde algunos encuentran satisfacción, como este Pablo Castrillo que se crece en el dolor. También O'Connor, que supo mantener el maillot rojo ante el asombro de unos especialistas que aventuraban una clamorosa derrota.
El australiano ya estaba advertido de la dureza del Cuitu Negru. Antes de tomar la salida en Infiesto analizó las imágenes de la única ascensión realizada a este pico. Se motivó al comprobar que era una subida larga, diferente a las de Ancares y Granada. ''Será una jornada dura, un día para la épica", vaticinó.
La subida a Pajares se encuadra en los parámetros normales de los puertos de la Vuelta. Lo que le hace distinto es ese apéndice que sale de la estación de Brañilín, con los tres y últimos brutales kilómetros. Un suplicio al que llegó O'Connor tras un castigo recibido en una etapa que arrancó con ritmo frenético impuesto por el UAE. Marc Soler y Sivakov se fugaron y cortaron el grupo de los mejores en el ascenso a la Colladiella, justo cuando abandonó el asturiano Pelayo Sánchez. Más de 100 kilómetros por delante que se cubrieron con un cuarto de hora de adelanto y con una fuga con la que también se metieron gente de calidad, como Kruijswijk, Vine, Sivakov, Daniel Felipe Martínez, Vlasov, Lazkano, Meintjes, Izagirre y Castrillo. Dos minutos de ventaja en la segunda subida a la Colladiella. Tres antes del comienzo de Pajares, ya con Sivakov, Vlasov y Castrillo como únicos supervivientes de la escapada.
Por detrás, el T-Rex Quick Step de Mikel Landa (extraordinaria la labor de Cattaneo) apretó para descolgar a los gregarios de O'Connor. El Movistar de Enric Mas también colaboró en la labor de desgaste. Roglic cambió de bicicleta en el comienzo del puerto de Pajares y recurrió a un monoplato y un piñón de 44 dientes. Todas las cartas boca arriba en una ascensión interminable de 18,9 kilómetros.
Primero atacó Landa, luego Roglic, pero lo hicieron sin contundencia, con el líder a10 metros por detrás. Continuó el esloveno y tras él saltó Enric Mas. El balear firmó su mejor subida de los últimos años. En las rampas más tremendas de Cuitu Negru superó a Roglic y ratificó que es un serio aspirante al podio. Ambos aventajaron a O'Connor en 36 segundos, una renta insuficiente para conquistar el maillot rojo. Ahora, el australiano supera al esloveno en 43 segundos y al español en 2.23.
O'Connor va perdiendo progresivamente el botín de 4.51 minutos de ventaja conseguidos en la Yunquera, pero aún tiene margen para comandar una carrera repleta de emociones intensas.
Este lunes, segunda jornada de descanso, preludio de la emblemática etapa de Lagos de Covadonga. Una etapa que volverá a cribar la general en el inicio de la última semana de la Vuelta, que también tendrá como citas especiales, la del viernes, con final en el alto de Moncalvillo; la del sábado, con meta en la cima de Picón Blanco, y la del domingo con la crono de clausura en Madrid. Casi nada.
El líder herido detuvo la hemorragia antes del asalto crucial. En la meta de Villablino, Ben O'Connor recuperó el resuello tras soportar una interminable excursión de 200,5 kilómetros. El australiano, en la víspera del combate de Cuitu Negru, aguantó sin apuros la etapa maratón de la Vuelta, ganada por su compatriota Kaden Groves, un velocista que derrotó al sprint a Wout van Aert en una jornada de media montaña. Un desenlace imprevisto para esta ronda descontrolada. Una dolorosa derrota para el fenómeno belga.
''Lo bueno es que aún sigo primero'', señaló O'Connor, a quien se le va agotando el botín de cerca de cinco minutos encontrado en el alto de la Yunquera. Primoz Roglic provoca un desgaste tortuoso. Agobiante ejercicio de resistencia para el maillot rojo que este sábado consiguió mantener la distancia de 1.21 sobre el esloveno.
Una jornada sin sustos para un líder con muchos enemigos. Tras la salida en Villafranca del Bierzo, con la ausencia de Rubén Fernández (Codifis), otra escapada marcó el rumbo a seguir. Mar Soler (UAE) continuó con las maniobras aventureras de las últimas jornadas, pero sus intentos no fructificaron. Sí tuvo premio el trabajo de su compañero Isaac del Toro, que, a 150 kilómetros de la meta, se llevó consigo a Victor Campenaerts (Lotto), Harold Tejada (Astana), Jhonatan Narváez (Ineos), Xandro Meurisse (Alpecin) y Marco Frigo (Israel). Una fuga extraña, sin integrantes del Kern Pharma y Euskaltel. Nuevamente, la carrera fracturada por los intereses de dos bandos, por un lado los opositores a la clasificación general y por el otro franco, los aspirantes a laureles parciales. Las dos ligas de esta Vuelta dominada por la incertidumbre.
Los fugados avanzaron hacia el valle de Laciana con una ventaja que nunca superó los 2.30 minutos. Por detrás, el Visma de Van Aert controló con rienda corta. En el primer paso por Villablino la ventaja era de 1.58. O'Connor, Roglic, Mas, Carapaz y Landa viajaban tranquilos en el pelotón por su paso por las zonas mineras de Asturias y León en dirección al largo puerto de Leitariegos (22,8 kilómetros). Fila india en las cercanías de la montaña de primera categoría, con los amarillos del Visma en cabeza. Media hora de adelanto.
El pulso entre la escuadra de Van Aert y los huidos se mantuvo vivo durante toda la ascensión. En las primeras rampas cedieron Del Toro, Campenaerts y Meurisse. Luego se rindieron Tejada y Frigo. Narváez se quedó solo a falta de seis kilómetros para la cima, a 23 de la meta. Sólo 21 segundos de ventaja. Fin de la aventura a 3.000 metros de la pancarta del Premio de la Montaña. Todos juntos hasta arriba.
En el descenso hasta Villablino, Roglic pinchó pero no tuvo excesivos problemas para reincorporarse al grupo principal. Van Aert se quedó sin compañeros para preparar el sprint, al contrario que Groves. El Alpecin, siempre a la expectativa del Visma, apenas gasto efectivos durante la etapa, lo que permitió que el australiano contara con la colaboración de cuatro compañeros a falta de tres kilómetros. En el sprint lanzado, Van Aert y el australiano no tuvieron rivales. Venció Groves para desesperación del belga y de todo su equipo, que se quedó sin recompensa después de una jornada de gran desgaste. Ingrato ciclismo. Segundo triunfo para Groves, el anterior lo firmó en la primer etapa en línea en Portugal.
Este domingo, una cita que marcará el desarrollo de la última semana de la Vuelta, con un final tremendo en los muros de Cuitu Negru, un apéndice de tres kilómetros del Puerto de Pajares que incluye rampas del 24%, las paredes más empinadas de esta ronda descontrolada.
Cima de Ancares. León a un lado, Lugo al otro y, allá en el fondo, Madrid. Tan cerca. Tan lejos. Ben O'Coonor salvó el rojo. Ha transcurrido un día más. Madrid, en teoría, está más cerca. Ha transcurrido un día más, sí. Pero Madrid, en realidad, se aleja. O'Connor empezó la etapa con 3:16 de ventaja sobre Roglic. La concluyó con 1:21. Antes, culminando una escapada de 23 hombres que fue por el camino haciéndose jirones, Michael Woods, canadiense, veteranísimo (37 años), obtenía su tercer triunfo en la Vuelta a lo largo de sus distintas participaciones.
Había descolgado a Mauro Schmid y a un Marc Soler que gasta demasiadas energías en escaramuzas estériles. Es una fuerza de la naturaleza, pero nos asombra y duele tanto despilfarro en un deporte en el que dosificar los esfuerzos gana batallas y guerras. Él no los escatima. No es su táctica: es su naturaleza.
Woods, de paso, le proporcionaba al Israel su primer triunfo en la carrera. Su éxito era el zumo. La carne, la chicha, la sustancia estaba por detrás, en un pelotón que se quedó esquelético en la brutal subida de 7,5 kms., al 9,3% de media y unos cuantos picos del 15%, en la que sobrevivían en los puestos de cabeza, más o menos dispersos, los tenores de la prueba.
Y ninguno más afinado y con la voz más potente que Primoz Roglic. Un recital en tono y timbre. Le fue haciendo el coro Enric Mas hasta que enronqueció. Incluso lo superaron, sufriendo como perros, Landa y Carapaz. El mallorquín, en un terreno que le favorecía teóricamente, no dio la talla de ganador. Roglic le desnudó y los otros aspirantes al podio también le descubrieron sus limitaciones. Mas, al igual que Soler, es como es, es lo que es.
Queda mucha y muy importante Vuelta, y el ciclismo está lleno de lances inesperados, de giros copernicanos. Pero así, en principio, con todo lo que llevamos recorrido, él, Landa y Carlos Rodríguez, sexto ahora en la general, parecen destinados a luchar por los puestos secundarios del podio, con, incluso, dificultades para hacerse con una etapa. La pugna por el rojo es hoy por hoy un diálogo entre O'Connor y Roglic. El australiano va perdiendo la voz. El esloveno la va alzando, aproximándola al grito. No es descartable que OConnor, que anda en la pelea, pueda acabar sexto si sigue cediendo golpe a golpe, verso a verso
Roglic ha ido jornada a jornada comiéndole terreno y tiempo al australiano. Los periodistas hemos hablado y escrito de "mordiscos", "bocados", "dentelladas" y demás metáforas del reino animal muy del gusto del gremio y de los aficionados. Frecuentes recursos estilísticos perfectamente descriptivos, por otra parte. Pero Roglic no va pellizcando, ni mordiendo, ni tragando, ni devorando... Va royendo, como quien va desgastando un hueso hasta dejarlo en el tuétano. Roglic no es un carnívoro. Es un roedor. Eso sí, implacable. Se encamina, y mucho más con la contrarreloj final, hacia su cuarta Vuelta.
Este sábado tenemos una etapa larga, la más larga de la Vuelta (200 kms.), interesante, con un puerto de 3ª y otro de 1ª (Leitariegos), que acaba en Villablino. Pero destinada de hacer de puente entre la de Ancares y dos de las reinas de la carrera: la del Cuitu Negro el domingo y, tras el descanso del lunes, la de los Lagos de Covadonga. Nunca se sabe, la vida y el ciclismo te dan sorpresas. Pero, probablemente, quien salga de líder de Asturias llegará de líder a Madrid.
En un día múltiplemente glorioso en la forma, el fondo y la sentimentalidad, Pablo Castrillo (Kern Pharma), oscense de 23 años, inauguró su palmarés profesional. Primera victoria para él y, de paso, para un español en esta Vuelta. Pablo mató muchos pájaros de un tiro en una jornada de, también, especial emotividad, horas después del fallecimiento de Manuel Azcona, uno de esos hombres casi anónimos para el gran público, que trabajan en silencio y ayudan desde la base a formar y forjar profesionales.
Azcona fue uno de los factótums del Kern Pharma, un modesto equipo de categoría continental que ha obtenido así su triunfo más importante. Las lágrimas de Castrillo y de toda su gente estaban, por tantos motivos, por tantas razones, plenamente justificadas y son plenamente compartidas por el mundo del ciclismo.
Entre la victoria de Castrillo en la etapa y la permanencia de O'Connor al frente de la general hubo una teoría y una práctica. Todas las etapas contienen una parte teórica y otra práctica. Es decir, una especulativa y otra real. A veces coinciden. Esta vez también. Y, prácticamente, punto por punto.
Veamos. Película teórica de la etapa más corta de la Vuelta (137,5 kms.), a excepción, claro, de las contrarreloj. Para empezar, escapada rutinaria, multitudinaria del día. O sea, una estampida más que una fuga. Unos cuantos de los que la forman tienen buen nivel, incluso excelente. Todos llegan juntos (¿con cuánta ventaja?) al pie de la Estación de Montaña de Manzaneda. En la subida, ataques y contraataques entre un grupo de penitentes en el que habrá un vencedor y un montón o un puñado de condenados. Escapada que termina deshaciéndose en jirones como un vestido que se rasga en harapos.
Siguiendo con la teoría, el grupo de notables empieza a su vez la ascensión y nadie se mueve un ápice porque al día siguiente hay un etapón en el que todos tienen mucho que ganar, que conservar o que perder.
... Y, bueno, un matiz, no fue tan grande la fuga: 10. Carlos Verona, Óscar Rodríguez, Jhonatan Narváez, Harold Tejada, Max Poole, Louis Meintjes, Mauro Schmid, Pablo Castrillo, Mauri Vansevenant y Marc Soler, un asiduo en estas lides, un recalcitrante, en el sentido elogioso de la palabra. Se está mereciendo con creces una victoria. Encabezado cansinamente por el Decathlon, en el pelotón no había parón. Había parálisis. Casi se podían oír los bostezos. Como consecuencia directa, la diferencia de los escapados crecía y crecía, asimismo apaciblemente. En pelotón no autorizaba la escapada: la alentaba. Más aún: la bendecía. Respetando la general, el Decathlon Ag2R del líder mantenía la cabeza. A su estela, el Bora Red Bull de Primoz Roglic. Pegado a él, los del Movistar de Enric Mas. Todos tranquilos, hoy entre bomberos no nos pisemos la manguera.
Tampoco se mataban los rebeldes, guardando fuerzas para el envite final. Sabían que nadie les pondría en peligro. Seis minutos, siete minutos, ocho minutos, nueve minutos, 10 minutos... Ribeira Sacra, orillas, cañones del Sil, río de antiguas riquezas áureas, carreteras a veces despejadas, a veces umbrías, belleza permanente, intacta. Llovía por el resto de España. Por Galicia, no. Lucía un sol clemente (25, 27 grados). Nada ocurría. Una etapa y dos carreras. La primera con 10 almas. La segunda, con todas los demás, pero reducida al interés de los favoritos. Una de las 10 almas llegó al cielo. Las otras nueve se quedaron en el purgatorio. En el pelotón, ni cielo, ni purgatorio, ni infierno. El limbo.
Hemos cumplido la duodécima etapa y hay 14 equipos de los 22 que no han ganado ninguna. Cunde el nerviosismo. En algunos casos, el pánico. Hay prisa. Hay miedo. Hay necesidad. Hay obligación.
La decimotercera etapa es de las de aúpa. Un puerto de 3ª, dos de 2ª y llegada en alto, en el de Ancares, de 1ª, por la inédita vertiente leonesa: 7,7 kms. al 9% de media, con rampas del 15%, y cinco últimos kms. al 12%. Una etapa muy exigente y llamada, ya a estas alturas, a ir moldeando la clasificación, como quien moldea una estatua hasta proporcionarle la forma definitiva.
Undécima etapa. Quedan 10. Ben O'Connor pasó el ecuador de la Vuelta aguantando lo bastante como para acostarse de rojo y sufriendo lo suficiente como para, después de su reafirmación en la ardiente y seca Granada, volver a sembrar dudas en la verde y fresca Galicia. Todos los mejor clasificados (Roglic, Mas, Landa) le dieron un mordisco de casi 40". Bueno, todos no. Carapaz, pillado entre dos fuegos, se quedó entre dos aguas, nadando entre el grupo de Roglic y el de O'Connor.
Una escapada de 39 hombres condujo a un interés inesperado. El Israel, con cuatro elementos en su seno, se encontró con que George Bennett, decimosexto clasificado a 9:59 de O'Connor, podía entrar en, al menos, el top-10 cuando la fuga sobrepasó los seis minutos de ventaja con respecto al pelotón.
Bennett llegó a ser virtual tercero. El desencadenamiento de las hostilidades lo envió de nuevo al patio trasero. Primero por el empuje de Bora y Movistar. Luego con su propia fatiga en los kilómetros finales y con el zafarrancho del último puerto, chiquito pero matón. Los ciclistas habían salvado uno de 3ª (San Xusto) y otro de 2ª escalado dos veces (Aguasantas). El cuarto (Cruxeiras) armó la marimorena.
Estaba catalogado de 3ª categoría sólo porque es corto (5,2 kms.). Pero se empina al 7% de promedio, con tramos del 19%. El Bora entró en él a saco. Cuando sus ayudantes, sus gregarios (antes se decía "domésticos") le cedieron el paso, Roglic aceleró y se llevó con él, notoriamente, a Mas y Landa. Carapaz cedía. O'Connor más. Perdía arriba unos 30 segundos. Estaba solo, sin compañeros.
Los ocho kilómetros de descenso hasta la meta de Padrón vieron la lucha del deshilachado grupo cabecero por el triunfo de etapa, que sonrió al irlandés Eddie Dunbar (Jayco). Detrás, de entre los notables, Roglic, Mas y Landa. Un poco más lejos, Carapaz, que perdería 15" con relación a Roglic. Y tirando como un poseso de su pelotón, tratando de minimizar daños, O'Connor, que entregaría 37".
Esta es una Vuelta en tobogán y tiovivo con O'Connor y Roglic aguantando y cediendo, cediendo y aguantando. De momento, en sus altibajos, dominan la partida. Los demás (Carapaz, Mas, Landa) orbitan a su alrededor y alrededor de sí mismos, en un movimiento de traslación y otro de rotación. Vienen etapas importantes, la primera con la llegada en alto en la Estación de Montaña de Manzaneda, de 1ª. Que siga la fiesta. O el duelo.
Esta Vuelta de guerrillas se retroalimenta en su hábitat natural. Terreno sembrado de trampas en un recorrido de dientes de sierra en la primera cita con Galicia, un escenario propicio para las emboscadas en el que Wout van Aert se siente comodísimo. El belga, en las sinuosas carreteras próximas a las Rías Baixas, mostró su poderío tras consumar una escapada de 130 kilómetros. Tercera victoria para el fenomenal corredor del Visma. Si los anteriores triunfos los consiguió en al sprint, en Castelo Branco y Córdoba, este martes lo hizo tras aprovechar el impulso de una escapada nacida por el esfuerzo de Marc Soler, que terminó tercero.
La jornada, con un recorrido quebrado y sin descanso, fue controlada por el Decathlon de Ben O'Connor. El australiano manejó con acierto las mínimas acometidas de su adversarios. Carapaz, Yates, Enric Mas, Landa, Roglic y Carlos Rodríguez desaprovecharon una buena ocasión para limar distancia con un líder que cada vez se siente más identificado en su papel protagonista.
Tras el día de descanso y el traslado desde Granada a Ponteareas (cuna de los hermanos Delio y Emilio Rodríguez y de Álvaro Pino), los supervivientes de la ronda aliviaron su agobio con un gratificante descenso de la temperatura, de los 40 grados de Andalucía a los 27 de los parajes de Pontevedra. Todos se animaron en una excursión de 160 kilómetros que prometía sensaciones fuertes por el interesante perfil de la etapa: Subidas a cuatro puertos y un descenso de 20 kilómetros hacia la meta de Baiona. Una propuesta ideal para los aventureros. Un recorrido similar a esas palpitantes clásicas de primavera, con muros, toboganes y sin apenas zonas de recuperación. Esos desafíos que tan bien conoce Van Aert.
El arranque fue frenético, con los UAE hiperactivos. BrandonMcNulty y Marc Soler aceleraron para fracturar el grupo y provocar la escapada buena. Larga sucesión de hachazos, neutralizados por el Decathlon. No hubo tregua en el ascenso a Fonfría, con Soler, Van Aert y el belga William Junior Lecerf (gregario de Landa en el T-Rex) trabajando para consumar la fuga. Casi medio minuto de ventaja en el descenso, camino de la cota de Vilachán, con más de 100 kilómetros por delante, con el río Miño a distancia corta. Al trío de aventureros se unieron el alemán Juri Hollman (Alpecin) y el francés Quentin Pacher (Groupama). Seis minutos de renta a falta de 50 kilómetros, en el segundo alto de la jornada, poco antes del anuncio del abandono del italiano Ciccone.
En el inicio del Alto de Mougás, un puerto de primera categoría de casi 10 kilómetros al 6% de desnivel, Van Aert y Pacher abandonaron a sus compañeros de aventura. El pelotón viajaba estirado por las sinuosas carreteras de las Rías Baixas. El francés fue muy generoso e ingenuo. Colaboró con Van Aert sabiendo que el belga era muy superior en el sprint. Amagó con un ataque a falta de un kilómetro, pero su intentona fue inútil. Van Aert, sin aparente dificultad, aceleró y en sólo 20 metros descolgó al galo. El belga entró en la meta con el brazo derecho levantado y mostrando los tres dedos que le acreditan como el mejor cazador de etapas de la Vuelta. Antes de la llegada del pelotón, que apareció 5.30 minutos más tarde, tuvo tiempo para festejar el triunfo con su hijo y su esposa. Todos los focos para el belga, que todavía espera aumentar su fructífera cosecha.
Otro día a la expectativa de Carlos Rodríguez, que perdió a su gregario Laurens de Plus por Covid. El bicho sigue activo, Enric Mas y el resto de corredores del Movistar acudieron a la salida de Ponteareas con mascarillas. Todos en alerta por los contagios.
Este miércoles, cita con una jornada similar, con 166,5 kilómetros con salida y llegada a Padrón, con dos puertos de tercera categoría y dos de segunda. Fernando Escartín (director técnico de la carrera) aventura un día movido: ''La etapa muestra un terreno rompepiernas donde el pelotón tendrá complicado controlar a la escapada''. Pue eso, a disfrutar.
«Es un enchufado, el niño bonito del jefe». «Si no fuera por su padre no estaría aquí». El kazajo Nicolas Vinokurov (22 años) ya se ha acostumbrado a soportar los comentarios envenenados que escucha desde 2022, cuando ingresó en el Astana, el equipo dirigido por su padre: Alexandre Vinokurov, que fue campeón en ruta en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, ganador de la Vuelta a España 2006 y tercero en el Tour de Francia de 2003 (sólo fue superado por los defenestrados Lance Armstrong y Jan Ullrich). La trayectoria del progenitor siempre estuvo agitada por la polémica: Fue sancionado con un caso de dopaje sanguíneo y acusado de comprar el triunfo en la clásica Lieja-Bastoña-Lieja de 2010. Se retiró en 2012 e inmediatamente después pasó a desempeñar el cargo de mánager general del equipo Astana.
El hijo del jefe sobrevive en la Vuelta ejerciendo un rol muy discreto. Ocupa el puesto 148 en la clasificación general, a un hora, 51 minutos y 53 segundos del líder Ben O'Connor. Es un integrante habitual del furgón de cola del pelotón, ese que en las jornadas de alta montaña pelea para no llegar fuera de control. El pasado domingo, con una dura travesía por las cumbres de Sierra Nevada y meta en Granada, terminó en el puesto 159, sólo cuatro llegaron más tarde que él. Su mejor resultado lo cosechó en la etapa quinta, con el puesto 28, que se resolvió al sprint de Sevilla. En el resto de citas no ha conseguido finalizar entre los 130 primeros. Un ciclista anónimo de la Vuelta, que huye del farolillo rojo y sólo acapara atención por el pasado de su protector. Antes de llegar a la Vuelta, que ayer disfrutó de su primer día de descanso, participó en la Vuelta a Burgos sin apenas notoriedad. Su mejor clasificación fue un decimoséptimo puesto en la última de las cinco jornadas de la carrera. Terminó en el puesto 100.
«Muchas personas piensan que sólo conseguí un contrato gracias a mi padre, pero no se fijan en los resultados. Tendré que seguir demostrando que valgo para esto, también tendré hacer frente a esas críticas», decía Nicolas a la web WielerFlits tras ganar una etapa en el Tour de Japón de 2023.
El hijo del patrón del Astana, nacido en Niza y criado en Mónaco, se estrenó como profesional en el Tour de Omán de 2022. Su hermano mellizo, Alexandre, milita en el segundo equipo de Astana. En su corta hoja de servicios, además del triunfo parcial en el Tour de Japón, figuran como notas más relevantes los campeonatos de ruta sub-23 de Kazajistán de 2022 y de 2023 y la segunda plaza en el Tour de Van del año pasado.
Nicolas sabe que le queda mucho aprender y que el debut en la Vuelta le sirve como una experiencia muy enriquecedora. Sus objetivos son llegar hasta la clausura de Madrid, curtirse profesionalmente y ayudar a Harold Tejada y a Lorenzo Fortunato, los líderes del Astana en la Vuelta. Él es un hijo agradecido y con ganas de mejorar: «Mi padre sabe mucho de este deporte y siempre intenta ayudarme. A veces es muy estricto, si cometo un error me castiga por ello más rápido que a mis compañeros, porque sabe que podría haberlo hecho mejor. Pero otras veces también es muy amable», ha reconocido este corredor que atesora como gran virtud en el sprint en rampa. Todo apunta a que intentará abrirse camino como clasicómano. Su padre también sabe mucho de eso.