El primer galáctico del Madrid era quien más odiaba la palabra «galáctico». «No vuelva a pronunciarla. Esa palabra hizo mucho daño al Madrid». La última charla con Alfredo Di Stéfano, que a pesar de ser presidente de honor recibía en la modesta zona de veteranos del Bernabéu, mostraba cómo el inexorable deterioro que el paso del tiempo había provocado en su cuerpo, no había hecho mella alguna en su pensamiento, en sus principios. Repetía Di Stéfa
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Un rostro taciturno anticipa cada acción de Arda Güler, que por momentos trae el recuerdo de aquel Özil indescifrable y hasta desesperante, pero exquisito. Hay algo futbolístico y algo cultural en la semejanza. Esos tipos no siempre sobreviven bien en el Madrid, un club inyectado, como si las dudas que inspiran fueran sospechosas. Veremos qué sucede con el joven turco, de 19 años, que llegó al Madrid cojo y no ha acabado de encontrar su lugar. De esa forma saltó a Anoeta, con aspecto de despistado o con un aspecto que no sabemos interpretar. El gol que definió la victoria, encontrado gracias a la buena decisión de Carvajal, una más, es la mejor terapia.
Güler tuvo su oportunidad como titular por primera vez en la Liga, porque los titulares se quedaron en el banquillo. Los titulares de Múnich, se entiende, que es donde el Madrid se juega lo mejor de la temporada. El título que la justifica ya está ganado. La Liga es ya para el Madrid dejar pasar el tiempo. También para el Barça, que empieza su futuro como si regresara al pasado. Anoeta era, pues, una estación de paso, aunque éstas se encuentran repletas de oportunidades para los menos habituales. Jugó Carvajal porque está sancionado en la Champions. Lo hizo Militao para saber si podrá hacerlo y repitió Modric en el once porque no empezará en el Allianz. Parece un pecado, pero es el pecado del tiempo.
Buen rendimiento de Militao
Militao acompañó a Nacho, con Kepa en la portería, frente a una Real punzante, con la presión alta y Barrenetxea y Javi Galán profundos, más el hiperactivo Kubo por la derecha. Para Fran García, que acabó por ver una tarjeta amarilla, fue un tormento. Ancelotti no contó con ninguno de los atacantes que utilizará el martes y alineó a Brahim y Joselu, además del jugador turco.
No era de esperar, pues, un Madrid a fuego. Pese a la motivación que representaba para los menos habituales, todos se sienten jugadores del Madrid, y el Madrid está ya en otra cosa, una vez pasado el clásico con éxito y levantado el dique de puntos sobre el Barcelona.
El equipo de Imanol lo quiso más y puso más, aunque también contaba con bajas. Se juega Europa el conjunto realista. Ello provocó que Kepa tuviera que emplearse a fondo, en especial con buenas manos bajas a disparos de Kubo o Turrientes, otro de los productos de Zubieta que es interesante seguir. La hierba mojada endemoniaba cada pelota y aumentaba la dificultad para los porteros. Turrientes es poderoso físicamente, vertical desde el centro del campo y carga la pierna a la primera. Antes del descanso lanzó alto un disparo muy potente; después, colocó bajo para una estirada del portero madridista, al que Lunin observaba desde el banquillo. Nunca ha sentido el ucraniano tanta jerarquía estando sentado.
Le faltaba a la Real la finura del último pase que dejara a algún jugador en posición de gol claro. la única vez que lo hizo, había falta previa sobre Tchouaméni que el VAR se encargo de indicar con acierto a Munuera Montero. En ese lugar se echa de menos a David Silva, uno de los mejores que hemos visto en esa especialidad. Anoeta lo homenajeó como merece antes del partido.
La llegada de Carvajal
El Madrid, en cambio, necesita mucho menos. Apenas había llegado con claridad cuando una progresión de Carvajal le llevó al lugar clave para el centro. El lateral del Madrid lo hizo al primer toque y ello restó tiempo a los defensas para posicionarse. El balón en perpendicular no fue detenido por ninguno, como si se produjera un fallo defensivo en cadena. Güler llegaba para rematar un centro limpio a la red de Remiro. La sonrisa apareció en su rostro hasta entonces crispado, en especial después de haber sido amonestado nada más empezar. Fue la razón por la que Ancelotti decidió sustituirlo por Vinicius pasada la hora, ya que el turco no rehuye el choque, pese a su aparente fragilidad.
La necesidad llevó a la Real a aumentar el ritmo sobre el área de Kepa, donde ya había entrado Rüdiger. y Militao no se dejaba nada, una señal de su recuperación. Volvió entonces a aparecer el compromiso defensivo del Madrid, reforzado por los cambios en una línea de cinco hombres, fórmula que le ha llevado a las semifinales de la Champions y acerca su alirón en la Liga.
Esto se ha acabado después de un clásico de circunstancias en el que el Madrid no necesitó del mejor Madrid, sólo de su espíritu, frente a un Barça que no es capaz de sujetar sus goles, ni en Montjuïc ni en el Bernabéu, ni en la Champions ni en la Liga. Continúa en su Sinaí, en una travesía del desierto que pronto abandonará Xavi. El abrazo a Ancelotti es el abrazo del adiós. Los brazos de Bellingham, en cambio, acabaron en cruz. Al inglés corresponde la estampa de esta Liga, que queda sentenciada de la misma forma que empezó, aunque este último acto le deba casi todo a un antidivo, Lucas Vázquez, como a los del Etihad. En ese equilibrio entre el brillo y el trabajo está el éxito de este Madrid, un campeón virtual en casa camino de otro Grial. [Narración y Estadísticas, 3-2]
Lamine Yamal arrancó de la misma forma y en el mismo lugar en el que se fue del campo ante el PSG con la cara de quien pregunta qué he hecho yo. Marcar la diferencia. En el Bernabéu, que ya le había aplaudido vestido de rojo, continuó para quitarle la razón al entrenador por su errática decisión en la Champions. Si alguien así se va del campo, vayámonos todos. Su juventud, como la de Cubarsí, es la única prueba de vida que deja este Barça, obligado a reinventarse frente a un Madrid robusto, por juego, por caja y por estadio.
Camavinga sufrió a Lamine Yamal porque el azulgrana tiene la velocidad que hace sufrir a cualquiera. Con una tarjeta cargó al francés, al que Ancelotti había decidido volver a colocar en el lateral, en un cálculo de puntos y de esfuerzos en el que lo único que había que hacer era no perder. La Liga estaba mentalmente ganada y había que poner lo mejor en la Champions. Ahora, con 11 puntos de ventaja sobre 18 posibles, lo está virtualmente.
DEPRIMIDO Y DESESPERADO
El Barça no se encuentra en ninguna de esas situaciones. Está entre deprimido y desesperado. La victoria en el Bernabéu era la única forma de mantener viva una quimera y de no convertir lo que resta de temporada en un tormento. Le queda la queja, con o sin razones, en el penalti o sobre la línea de gol, ayer en el Bernabéu, pero eso no le ofrece coartada para sus errores. está donde merece.
Los equipos hechos para los títulos no saben jugar por nada. Los jugadores, tampoco, y menos los implicados en la Eurocopa y Copa América que vienen. Un mal asunto para Xavi. Ya dijo que se va, ya sabe que se va, con Rafa Márquez preparado en el piso de abajo, pero la forma de acabar puede ser todavía peor si los futbolistas no se entregan con la profesionalidad debida. Veremos.
Esa desesperación convertida en necesidad llevó al Barcelona a imprimir una presión altísima nada más salir. Obtuvo frutos frente a un Madrid contemplativo, en el que Lucas Vázquez volvía a la derecha después del estajanovista esfuerzo de Carvajal en Manchester. Camavinga en la izquierda y Tchouaméni como central auxiliar un día más. Modric y Kroos volvían a encontrarse en la titularidad como tiempo atrás. El croata, en su mejor versión.
Error de Lunin
Encontró frutos el Barça, aunque el fruto que buscaba llegaría a balón parado. Es paradójica la eficacia que el Madrid mostró bajo el bombardeo de córners en el Etihad y, en cambio, el primer balón volado en paralelo a la portería acabó en la red después de un error de bulto del último héroe de la Champions. Lunin hizo una salida en falso y Christensen remató antes de que venciera la parábola. Pudo llegar otro en el área local en un balón que se paseó ante la mirada de los defensas de Ancelotti. Después del extremo ejercicio de concentración realizado ante el City, es posible que se produjera una descomprensión también en lo mental. Posible y humano.
La falta de tensión defensiva, de hecho, llevó al Madrid a tener que sobreponerse por dos veces a los goles del Barcelona. Si en la primera parte fue un balón parado, en la segunda fue un centro de Lamine Yamal el que encontró a todas las piezas fuera de sitio. Ferran Torres jugó al engaño ante Lunin y su rechace lo cazó Fermín, uno de los cambios de Xavi que entró a fuego en el partido. Acierte o no, Fermín siempre percute.
Acierte o no, Lucas Vázquez siempre cumple. Esta vez, no obstante, hizo mucho más que cumplir, al ser clave en las dos acciones que permitieron al Madrid materializar los dos empates y sujetar la Liga con holgura. Primero, al ser objeto de un penalti con dosis de pillería por parte de Cubarsí; después, al llegar al área como le gusta para rematar a la red de Ter Stegen. Como socio para transformar la pena máxima o para recibir la asistencia tuvo a Vinicius, 'titularísimo' también en los días de cálculo. A Lucas le quedaba una, la asistencia en el 91 a un Bellingham que fue como un Cristo resucitado siempre en el día más señalado. Su estampa es la del título.
La resistencia no es la cualidad que más se asocie al Madrid, amo del vértigo y de las transiciones. No hay resistencia posible en el alto nivel de la Champions sin un control emocional superlativo, el que se necesita para pasear por el contorno de un cráter. El Madrid lo tiene, sea para lo que sea, también para aquello en lo que no tiene costumbre, con sus héroes o con sus antidivos, Lunin, Rüdiger, Nacho, Carvajal y hasta Lucas Vázquez. Fueron
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La autodestrucción de Xavi, a patadas con la publicidad en la banda, fue la autodestrucción del Barça, como un Saturno que devora a sus hijos, a una obra inconclusa. Esta eliminación tras un 1-4 en su casa no augura que pueda acabarla, que reconsidere su decisión de marcharse. Cuando lo hizo del banquillo de Montjuïc, expulsado, era como si lo hiciera del Barcelona. [Narración y estadísticas (1-4)]
Lamine Yamal mostró un camino que el propio entrenador cercenó cuando sintió el miedo de una expulsión, la de Araújo, pese a los dos goles de ventaja en ese instante. El pavor llevó entonces al campo a los fantasmas de Liverpool, Roma o Lisboa, como sombras chinescas frente a un PSG que no necesitó a un gran Mbappé, pese a sus dos tantos. Bastó con su versión más terrenal para citarse con el Borussia Dortmund y cerrar las puertas de las semifinales de Champions a un club que vuelve a la casilla de salida, con su ADN, su deuda y sus miedos.
LA DECISIÓN DE YAMAL
Ese Yamal había sido Mbappé un solo instante fugaz, como la carrera de un guepardo, fugaz pero mortal. Hay algo felino en este futbolista que corre sin pisar la hierba. Se desliza. Hay algo también de depredador que aguarda su momento, ausente de lo que sucede durante muchos minutos, porque su minuto es el minuto de oro, el que justifica su presencia en el campo. Al recibir de Araújo, orientó con la cabeza y dejó atrás a Nuno Gomes como se dejan las puertas de esquí en un slalom. El centro del gol fue para Raphinha, que sumaba su hat trick en la eliminatoria después de sus dos goles en París.
Si había un jugador diferencial sobre el campo, acabábamos de verlo en Montjuïc. Si hubo un futbolista al que Xavi eligió para dejar el campo cuando Araújo fue expulsado, fue precisamente Yamal. La mirada baja del futbolista al retirarse era la de la resignación de un joven que todavía no siente como propia la jerarquía que ya tiene en el campo. Había dado al Barcelona la cobertura con la que protegerse, un gol más de ventaja, añadido al que ya trajo en el equipaje de regreso de París. Xavi pensaba en la muralla y por eso llamó a una torre, Íñigo Martínez. En su decisión había cálculo y poco ADN Barça. En su decisión perdía al futbolista que mejor podía correr a la espalda de un PSG desesperado y volcado. Lo lamentaría.
Araujo ve la tarjeta roja.FRANCK FIFEAFP
Había todavía partidos por jugar dentro del mismo partido, pero Luis Enrique era quien más claro tenía el suyo. Lo había empezado con el mando en el juego y los cambios que más le habían dado en el Parque de los Príncipes, como Barcola y Vitinha. El primero se situó en la izquierda, con Dembélé en la derecha, por lo que el lugar del 9 era para Mbappé. Centrado, buscaba saltar de la línea del vértigo, mientras Araújo iba en su busca a todas partes. Era el central del riesgo y era el central por el que empezaron los problemas para el Barcelona cuando había hecho lo más difícil y podía jugar realmente el partido que quisiera. En la ida lo consiguió; en la vuelta, no.
EXPULSIÓN FATAL
Barcola ganó en la carrera un balón al espacio y Araújo lo derribó al borde del área. La falta fue fuera del rectángulo, pero el colegiado le mostró la roja por tratarse Barcola del último hombre. El VAR no corrigió su decisión pese a las protestas azulgrana y al no estar el francés exactamente en perpendicular a Ter Stegen. Restaba una hora de partido, la hora de la autodestrucción.
El gol del PSG no llegó en la jugada inmediata, una falta mal lanzada por Nuno Gomes, pero el gol estaba ya en la dinámica del partido. Un centro de Barcola, en otra de sus llegadas por la izquierda, no fue interceptado por Cubarsí ni por Cancelo y Dembélé marcó a placer. Lo mejor para el Barça fue el descanso; lo peor, el regreso.
Lo hizo el equipo azulgrana con las mismas dudas con las que se había ido a la caseta, con el mismo miedo. El acoso metió en su área a un equipo que no está para levantar murallas, y menos un Íñigo Martínez fuera de la dinámica del equipo. En pocos minutos, había visto una amarilla en una disputa con Mbappé. También el francés, pero las amonestaciones pesan menos en un delantero.
UN TÉCNICO HISTÉRICO
Fabián pudo adelantar al PSG a los pocos minutos, pero lo hizo a continuación Vitinha en un paseo por la frontal en el que nadie salió a su encuentro, blando De Jong y en un papel que no es el suyo Lewandowski. El hábitat del polaco es el área contraria, no la suya. Mal asunto. La igualada en inferioridad enmudeció a un Montjuïc convencido de lo contrario y sacó de sus casillas a Xavi. Por una falta sin trascendencia, le dijo de todo al árbitro y pateó una valla de publicidad. Su expulsión era su fracaso, que no pudo corregir su hermano Óscar con las entradas de Ferran Torres, Fermín o Joao Félix, al que siguió el de un Barça desnortado y desamparado.
Cancelo cometió un penalti sin sentido sobre Dembélé cuando el francés iba hacia fuera del área. Ter Stegen se movió como un muñeco de feria y entonces Mbappé, un Mbappé de blanco, no falló para firmar con otro gol más una sentencia en la que poco tuvo que ver. Casi todo, lo bueno y lo malo, fue cosa de Xavi.
Kylian Mbappé es cantidad, pero lo que se espera de Mbappé es que sea calidad. Los números del delantero del PSG esta temporada son incontestables, con 39 goles en 41 partidos en todas las competiciones. Sólo Harry Kane puede mejorarlos, aunque de forma prácticamente centesimal, ya que ha marcado los mismos tantos con el Bayern, pero en dos partidos menos: 39 en 39. Vinicius ha conseguido la mitad (18), lo mismo que Lewandowski (20), mientras que Haaland se queda a casi a una decena de distancia (31). Pero a Mbappé no le sirve el granero, sólo el mejor grano, el de las ocasiones especiales. Es un jugador elegido y pagado para decantar las grandes noches. Lo es para quienes se sienten despechados en el Parque de los Príncipes por su anunciada marcha, como para quienes le aguardan ilusionados en el futurista Bernabéu. La última noche de París, en cambio, fue una noche cualquiera, gris, mediocre. La de Montjuïc le aguarda, hoy, entre la deuda de su pasado y el crédito de su futuro. Son sus dos Champions.
El nulo protagonismo de Mbappé ante el Barcelona en la ida de los cuartos ha hecho que las críticas arreciaran de forma exacerbada en su país en la última semana, amplificadas por el dolor que produce su partida entre los franceses. La única esperanza es esta Champions y su participación en los Juegos de París, algo que, como dijo el propio Mbappé, ya no está en su mano ni en la de Emmanuel Macron. Si es la mano de Florentino Pérez, es una mano dura. Sin embargo, no es únicamente dolor. Es la impresión de que siempre han estado por delante sus intereses personales, económicos, y los de su clan. En los días malos, eso pasa factura. También hay madridistas que lo piensan.
"Su actitud fue escandalosa"
De «falta de respeto» llegó a calificar su actuación en la ida el ex campeón del mundo Christophe Dugarry. «Se pueden fallar pases, regates, tener un mal día, pero la actitud de este muchacho fue escandalosa», prosiguió en una intervención en 'RMC Sport'. «Has escupido a la cara de la Champions, que al parecer quieres ganar. Tenías la oportunidad de jugar en un estadio tan hermoso, contra todo un Barcelona, y la actitud fue una vergüenza absoluta», añadió el ex campeón del 98 y ex azulgrana, que apeló a la dignidad y orgullo de la estrella ante el partido de vuelta.
Las duras, incluso insultantes, palabras de Dugarry no se reprodujeron en su textualidad entre el resto de los medios y creadores de opinión franceses, pero todos coincidieron en las críticas, también los que habían sido más próximos al jugador y su entorno. El PSG se ha liberado del divismo que representaban Neymar y Messi, y busca un nuevo camino con Luis Enrique, con el que Francia fue mucho más condescendiente que con Mbappé, pese a que su planteamiento fue ampliamente superado por el de Xavi. El propio Dugarry excusó de responsabilidades al asturiano por el adverso 2-3.
¿UN PSG SIN EGOS?
Luis Enrique, ayer en Montjuïc, dijo que tiene un «equipo unido, sin egos». Tuvo algo de interpretación la declaración del asturiano, que tuvo sus desencuentros iniciales con la estrella gala como también le pasó con Messi en el Barcelona. No mencionó a Mbappé ni una sola vez, pero quizás pensaba en él cuando dijo que «un gran jugador debe saber levantarse después de caer, como nos pasó a nosotros».
«Estoy seguro de que veremos a un gran Mbappé en la vuelta. Conociéndolo un poco, asumirá la responsabilidad y hará un gran partido. Es el jugador que más querrá clasificarse». La voz no es de Luis Enrique, sino de Javier Pastore, ex futbolista del PSG. Ha sido de las pocas contemporizadoras con Mbappé extramuros del Parque de los Príncipes. De hecho, el argentino puso por delante el acierto de Xavi al encontrar el antídoto contra el delantero: «Fue muy inteligente, al colocar a dos hombres para cerrarle los espacios. Pero al atraer defensas, Mbappé liberó espacio para otros, lo que explica que viéramos más uno contra uno de Dembélé en la banda opuesta».
Dada la ventaja de un gol con la que parte el Barcelona tras el 2-3 de la ida, Luis Enrique no espera un partido muy distinto. Tampoco debería hacerlo, pues, Mbappé, que necesitará del mejor desborde y hasta duplicidades ofensivas frente a un mejorado Koundé, un Araujo firme y el creciente Cubarsí.
Todas las cábalas colocan a Mbappé en el Madrid la próxima temporada. José Mourinho se ganó buena parte de su fichaje después de apear, como técnico del Inter, al Barça de Guardiola en unas semifinales de Champions en el Camp Nou. El francés no necesita ese refrendo, pero sabe que en este partido se juega más de una Champions, la de su pasado y presente como francés y jugador del PSG, y la del futuro.
Luis Enrique era esperado en Montjuïc, mucho, después de sus palabras en París, del debate del ADN Barça y de al derrota (2-3) sufrida ante el Barcelona. Estuvo conciliador, no desafiante, dijo que la especulación está prohibida en la vuelta de estos cuartos de Champions, devolvió los elogios a Xavi y celebró el récord de goles global de la ida de los cuartos, en el que implicó a los ocho entrenadores, no únicamente a los que tienen pasado azulgrana. "Esto no es sólo ADN Barça, es ADN fútbol", zanjó y se levantó, raudo, directo al entrenamiento de los suyos.
Después de unas respuestas en las que no era el Luis Enrique habitual, nada provocador, entró de nuevo en la polémica para hacer aclaraciones: "Xavi me parece un entrenador 'top' y me gustaría que alguna vez me hubiera entrenado, pero no podrá ser. Como Guardiola, como Luis Aragonés. Pero como no lo ha hecho, no puedo decir que conozca al Xavi entrenador. No obstante, mantengo lo que dije, mi reivindicación, porque una derrota no cambia nada". Lo que dijo antes de la ida es que representaba mejor el ADN Barça que su oponente en esta eliminatoria.
En cuanto a la derrota sufrida en París hace una semana, manifestó: "El resultado no refleja lo que merecimos, al menos el empate. Hemos de dar una mejor versión mañana. No existe la palabra especulación. Estamos plenamente convencidos de que le vamos a dar la vuelta".
"Un jugador profesional se cae y se levanta, hay que saber adaptarse a eso", explicó, sin mencionar directamente a Mbappé, que ha sido foco de las críticas la última semana. "Tengo un equipo unido, sin egos", apostilló.
Vaticinó el asturiano un partido con goles, similar al de la vuelta, en el que, reseñó, "Ter Stegen jugó 24 balones largos, todo un récord". Algo con poco ADN Barça, aunque no lo dijera.
Las siglas ADN corresponden al ácido desoxirribonucleico, el contenedor de la carga genética que se transmite en el desarrollo de los seres vivos. El elemento fundamental de este ácido son los nucleótidos, las moléculas del interior de las células. En el caso del ADN se trata de la adenina, la guanina, la timina y la citosina. La ciencia no considera a un equipo como a un ser vivo, pero la realidad es que pueden establecerse paralelismos en su de
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Después de colocarse por delante de Xavi en la absurda discusión del ADN, Luis Enrique, genio y figura, recibió una cura de humildad que en el campo fue toda una lección de ADN. El Barça se reencontró con la pelota como si lo hiciera con un gen para decirle a Luis Enrique la verdad. El asturiano es un personaje, jugador o entrenador, de pasado y amores azulgrana, pero lo suyo en el campo, diga lo que diga, es más la carrera que el toque. Con las
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Guardiola sabe que por mucho que quieras encajar el fútbol en el racionalismo, hay variables incontrolables, momentos en que la única explicación a lo que sucede en el campo es la teoría del caos. El aleteo de una mariposa en un hemisferio puede provocar un cataclismo en el contrario. Cuando eso sucede, hay que sobrevivir cómo sea para volver al campo, con el racionalismo o con la artillería, porque todo es juego, todo es fútbol. El lugar más difícil para conseguirlo es el Bernabéu, ya que nadie como el Madrid saca tanto partido al caos, incluso a su propio caos. Guardiola supo cómo regresar al terreno de juego para recomponerse y ponerse por delante a cañonazos, a lo Madrid, del mismo modo que contestó Valverde. Los dos últimos campeones se equivocan, se amenazan y se fusilan, en el Bernabéu como en el Etihad, donde se resolverá un duelo trepidante. Esto es la Champions y esto son, hoy, los mejores. [3-3: Narración y estadísticas]
El entrenador del City discutía con Lillo como si buscara explicaciones en su oráculo. Quería que alguien le dijera qué había pasado para que Rodrygo pudiera escaparse de esa forma camino del segundo gol del Madrid, perseguido por un Akanji que no era abeja ni mariposa. No activaba su vuelo ni su aguijón. El rebote volvió a beneficiar al brasileño como dos minutos antes lo había hecho con Camavinga para empatar. A eso no hay explicaciones posibles. Es el destino, y el destino no quiere a nadie como al Madrid. A la salida de Rodrygo, sí. Como en el inicio a los errores en cadena que permitieron adelantarse al City por medio de Bernardo Silva. Desde la falta de Thouaméni, a la barrera de un hombre mal puesto y la medición infantil de Lunin. El caos, de hecho, se había repartido, pero el Madrid había conseguido ponerse por delante. Le faltó creerse de qué forma realmente lo estaba.
En ninguno de los duelos que han convertido este enfrentamiento ya en un clásico de la Champions pudo verse a un City con tantas dudas. Se tienen cuando no se puede explicar lo que pasa. Adelantaba su defensa con miedo, porque el Madrid corre a la espalda como ninguno. Avanzaba el conjunto inglés sin riesgo, únicamente con Bernardo Silva como agitador, Grealish enfrentado a Carvajal como si escalara un muro y Haaland vencido en todos los duelos por Rüdiger. El cuerpo a cuerpo fue suyo, y vaya dos cuerpos. Es un futbolista inyectado. El alemán asumió, además, los mayores riesgos, después de que Tchouaméni viera una tarjeta amarilla en la primera jugada que dio origen al tanto del City.
Los jugadores del City celebran un gol en el Bernabéu.BallesterosEFE
El temor ajeno era una oportunidad para este Madrid impío cuando huele la sangre. Rodrygo las tuvo en las contras, por dos veces, y también Vinicius, de nuevo en el centro. Vini pierde amenaza si no está en movimiento en la banda, pero realiza un esfuerzo de adaptación que puede ser clave en el futuro, especialmente si llega Mbappé. La asistencia a Rodrygo en el segundo gol del Madrid es un ejemplo de las cosas que añade a su repertorio. Ambos alternaron espacios y roles en las acciones ofensivas, punzantes, frente a un Bellingham voluntarioso pero impotente. Es una evidencia que el inglés no es el del arranque de temporada.
La charla de Guardiola
Guardiola necesitaba el descanso para discutir en grupo, no sólo con su ayudante. Después de lo superado que había estado su equipo, llegó más vivo de lo que habría imaginado al vestuario. La coyuntura no iba a cambiar, con un Madrid en su salsa, agresivo en el centro del campo, donde ninguno de los dos conjuntos había conseguido imponerse, con Rodri sin lograr dar toda la claridad que los suyos necesitaban, y Kroos y Camavinga entregados a la presión.
El City partió con intenciones más punzantes, y eso se reflejó en un primer disparo de Grealish, que ya no se limitaba a merodear el área en horizontal. Había que cargar la pierna ante las dificultades que el equipo inglés había encontrado para penetrar el área, enjaulado Haaland, sin capacidad de filtrar balones en un área local bien cerrada. Rodri se incorporó en el balón parado, pero la vía tenía que ser otra. Foden lo demostró con un disparo seco y colocado, un imposible para Lunin como también lo hubiera sido para Courtois. Gvardiol lo imitó apenas cuatro minutos después para llevar al Madrid a la lona verde, ya con escasas fuerzas debido a su esfuerzo y expuesto a un rival al que había dejado vivir. El Madrid jamás deja de hacerlo, aunque esté muerto, y la prueba de vida es la tremenda volea de Valverde que cerró el primer acto de un thriller que tuvo de todo, errores y juego, caos y cañonazos. En el Etihad continuará un duelo que no debería acabar jamás.