Carolina Marín impone su maestría ante Ohori y ya está en semifinales de los Juegos

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Estar aquí ya es un premio, podría decir Carolina Marín, pero entonces no sería Carolina Marín. Estar aquí, en los Juegos de París, no es nada, ni tan siquiera una bonita experiencia, si no se lleva como mínimo una medalla o, mejor, su segundo oro olímpico. Cuentan que al volver de los Juegos de Río, donde había sido campeona, le preguntaron qué le había parecido el Cristo del Corcovado y ella contestó que ni idea, que no le había visto. No hay deportista más ambiciosa, más sacrificada, más decidida.

Este sábado, en los cuartos de final, superó a la japonesa Aya Ohori por 21-13 y 21-14 en 52 minutos y se clasificó para las semifinales de este domingo en las que se podría enfrentar a la china Chen Yu Fei, la vigente campeona olímpica. Dura rival y qué más da.

La japonesa Ohori le había vencido el año pasado en el Open de Francia y en el Arena Porte de la Chapelle de París, un pabellón hasta arriba de españoles coreando su nombre, no tuvo ni la oportunidad de intentarlo. En los Juegos Olímpicos, como en los Mundiales, Marín está a otro nivel. Y eso que, con los años, con las lesiones que le destrozaron las rodillas, con las desgracias vividas -como el trágico fallecimiento de su padre en 2020-, Marín ha ido variando su estilo de juego. En los Juegos de Río 2016 ganó siendo fuego, la más agresiva del circuito, puro ataque. Ahora, en los Juegos de París, veteranísima pese a sus 31 años, impone su control, su dominio del bádminton.

ANTONIN THUILLIERAFP

Ohori, su rival, entró a la pista para pegar con su poderoso remate, pum, pum, pum, pum, y lo consiguió al principio. De entrada, 1-3, y mucha fuerza. Pero Marín, que ya ha vivido encuentros de todo tipo, sabía lo que hacer. Golpe a golpe, fue alejando a la japonesa de la zona de remate, empujándola atrás, hasta que la desesperó. A final del primer set, Ohori abría los brazos pidiendo ayuda a sus entrenadores, incapaz de leer el juego que le planteaba Marín.

Sólo en el segundo set, cuando Ohori aceptó los intercambios, se dibujó cierta igualdad (11-9 para Marín), pero bajo ese esquema más controlado, más cerebral, la española era netamente superior. De hecho, después de un engaño, un supuesto smash que había convertido en dejada, Marín se reía consciente del lío que le estaba montando a Ohori. Para la española, pese a todo lo vivido y lo sufrido, estar aquí, en los Juegos de París, no significada nada si no gana su segundo oro olímpico.

kpd