El Barcelona se enfrentará al Atlético de Madrid y la Real Sociedad al Real Madrid en las semifinales de la Copa del Rey. Los partidos de ida serán en Montjüic y en el Reale Arena, mientras los de vuelta tendrán lugar en el Metropolitano y en el Bernabéu.
Los partidos de ida se disputarán entre el 25 y el 27 de febrero y la vuelta, entre el 1 y el 3 de abril. La final será el sábado 26 de ese mismo mes en el estadio de La Cartuja, en Sevilla. Los horarios concretos de los partidos se conocerán en las próximas horas.
La primera reacción por parte del Atlético no se ha hecho esperar. Koke, su capitán, presente en el sorteo, sitúa en la ida la clave de la eliminatoria: “Nos vamos a enfrentar uno de los equipos más en forma, va a ser una semifinal muy bonita y espero que pase el Atleti. Lo importante va a ser hacer un buen partido en la ida”, ha dicho.
Al margen de la Real Sociedad, los otros tres equipos son los que están inmersos en la pelea por el título de Liga, y también los tres se mantienen vivos en Champions, aunque al Madrid le falte rubricar su buen partido de ayer ante el City para asegurarse su presencia en octavos, donde sí están Barça y Atlético.
De hecho, el partido de ida de esos octavos de final se disputará la semana siguiente de la ida de estas semifinales de Copa, mientras que la ida de los cuartos de final de la competición europea se jugará (los que superen los octavos) justo después de la vuelta de esa penúltima ronda copera.
El Juez Único de Competición ha resuelto respecto a las sanciones a aplicar a los futbolistas del Real Madrid que fueron expulsados en la final de la Copa del Rey que se disputó el pasado sábado entre los blancos y el FC Barcelona tras lanzar objetos y luego encararse con el árbitro del partido, Ricardo De Burgos Bengoetxea.
El juez ha decidido aplicar en su dictamen una sanción de seis partidos a Antonio Rüdiger, de dos al lateral del Real Madrid, Lucas Vázquez y, por contra, ha retirado la tarjeta al británico Jude Bellingham. Decisión que podrá ser recurrida por el club blanco.
En la resolución se recoge que el alemán infringió el artículo 101 del Código Disciplinario en el que se habla de "violencia leve hacia los árbitros" por el lanzamiento de "un objeto sin llegar a alcanzarme" desde el área técnica y por mostrar una "actitud agresiva" teniendo que ser sujetado por miembros del cuerpo técnico, según recogió De Burgos Bengoetxea en el acta del encuentro.
Como son más de cuatro encuentros, el central del Real Madrid los tiene que cumplir en cualquier competición doméstica, no sólo en la Copa del Rey, torneo en el que se produjo. No obstante, como restan sólo cinco jornadas de Liga, lo hará entre esta temporada y la que viene.
El club intentó alegar el arrepentimiento espontáneo que manifestó el jugador en sus redes sociales tras el duelo, pero el juez no lo consideró suficiente para reducir la sanción al futbolista, que aplicó en su grado medio. La pena recogida en el citado artículo 101 puede ser de entre cuatro y doce partidos.
En el caso de Lucas Vázquez, se la aplica el artículo 127 del Código Disciplinario, que habla de protestas a todos los miembros del estamento arbitral, y para el que se prescribe una sanción de uno a tres partidos y al que también se le ha aplicado una pena en su grado medio.
Bellingham, favorecido
Por contra, Jude Bellingham ha salido beneficiado de la decisión del Juez Único, toda vez que ha decidido eliminar la tarjeta roja que vio al finalizar el choque que el Real Madrid perdió contra el Barcelona con el gol de Koundé en la segunda parte de la prórroga.
El dictamen recoge que las pruebas videográficas muestran una realidad distinta a la relatada en el acta arbitral, que tiene presunción de veracidad en estos juicios. Apuntan que "ni hay proximidad al colegiado" ni se observa "una actitud agresiva" contra el mismo. Por todo ello se resuelve la retirada de la amonestación al inglés, que podrá estar ante el Celta en el Bernabéu en el próximo encuentro de Liga.
Cuando Julen Agirrezabala y Nico Williams nacieron, la gabarra llevaba 18 y 16 años sin pasear a un campeón por la ría de Bilbao. Nadie de su generación ha visto al Athletic alzar la Copa del Rey, cinco veces han llorado que se les escapó y ambos se conjuraron y fueron clave para levantarla 40 años después. Les costó 120 minutos probar de todas las formas posibles cómo batir a un combativo Mallorca que los llevó hasta una tanda de penaltis en la que no fallaron. La gabarra, por fin, volverá al agua el próximo jueves.
Fue Iker Muniain quien recorrió los escalones hasta el palco de La Cartuja para recoger de manos del Rey Felipe el título. A final de la larga fila de autoridades estaba Iribar, con lágrimas en los ojos. Como el mítico guardameta, el capitán navarro sabe lo que ha costado volver a ser campeones. "Una barbaridad, muchas derrotas, muchas lágrimas, muchos momentos amargos. Hoy saboreamos el lado bueno del fútbol. 40 años han pasado para coger la Copa y no soltarla jamás", aventuró.
Buscó Iker a otro veterano, De Marcos, para volver a levantar una Copa que llegó pronto a las manos de Ernesto Valverde. No rehuyó el protagonismo como tampoco se libró del manteo.Técnico siempre comedido, agarró el trofeo, caminó en solitario hacia la grada rojiblanca de La Cartuja y, sin dejar de sonreír dejó la Copa en el punto de penalti desde donde se acababan de proclamar campeones. No tiene comparación con ninguno, Sólo hay que ver cómo estaba el campo lo que significa para esta afición. Al final fue en los penaltis, porque también hemos sufrido", admitió el técnico, que miraba de reojo los lanzamientos pero se alegró de la parada de Agirrezabala. "Ha jugado partidos muy comprometidos antes de esta final, como contra el Atlético o el Barça", destacó Valverde.
No será la que se vio en el césped su única celebración, que tendrá que planear. "Me había negado a pensar cómo celebrarlo y ahora tendré que hacerlo. Cuando estaba en Grecia, después de una final aparecíamos en un bar perdido para comer un gyros (un sandwich con pan de pita) y beber cerveza. Algo así haremos", confesó el entrenador mientras la fiesta seguía en el césped.
Una valla cedió
Celebró el Athletic con su afición tan de cerca que una valla del fondo cedió ante la eufórica cercanía de los jugadores sin que se lamentaran daños y al unísono con su plantilla de campeones abrazada en el área entonaron el Txoria Txoi antes de que Asier Villalibre sacara su mítica trompeta y Unai Simón y Yuri se pasaran un ratito cortando la red donde acabaron los cuatro penaltis pateados por el Athletic.
No llegó a patear Nico Williams, que fue el peligro, el mejor jugador del partido, el talento al que se agarraron los rojiblancos. «No puedo esperar más a subir a la gabarra. Llevamos mucho tiempo persiguiendo esto, desde el parque hasta este estadio. El año pasado fallé dos ocasiones en las semifinales y ahora esto es un sueño. Por mi familia, mi hermano, De Marcos, estoy feliz de haberlo logrado en el club de mi vida».
Ese sueño lo cumplirá el próximo jueves y tendrá un protagonismo especial: "Siempre he sido el hermano de, pero ahora me estoy haciendo mi nombre".
Julen Agirrezabala ataja el lanzamiento de Morlanes.J. REINAAFP
Lo mismo sentía Julen Agirrezabala, otro veinteañero a quien le han contado la historia de cuando fueron los mejores. En este partido fue creciendo hasta atajar las ocasiones del Mallorca, que no fueron muchas pero algunas muy claras, y el penalti de Morlanes que hundió a los de Aguirre con una suerte que muchas veces les salió de cara. Esta vez Dominik Greif no pudo ser el héroe ni llevarse una Copa de regalo de cumpleaños que borrara tres años de calvario de lesiones.
Lo tuvo cerca el Mallorca. Aguirre reconoció más a su equipo que Valverde durante muchos minutos. La Cartuja era rojiblanca y rujía en euskera, pero sus futbolistas estuvieron atenazados por la responsabilidad en toda la primera parte. Les costaba hacer correr a los Williams, que lo peleaban con más corazón que cabeza. Iñaki contra Copete y Lato mientras Nico lograba quebrar a Gio González y Valjent pero no encontraba la portería de Greif.
De la ansiedad se pasó al temblor con el gol de Dani Rodríguez. «Como si jugaras en la plaza» le había dicho al gallego su mujer y por eso no dudó en rematar una pelota escupida por Prados que le ofreció Gio González para que se convirtiera en héroe. Ni Muriqi ni Larin ni Abdón. Aquel chico criado en el Deportivo que en el que llegó del Albacete en el verano de 2018 para jugar en Segunda acercaba al Mallorca a la segunda Copa. Eso pensaba en el palco bufanda al cuello, Rafa Nadal y su entrenador Carlos Moyà. Unas filas más abajo sufría Iríbar viendo a su Athletic tambalearse y a Nico, en un mano a mano escorado contra Greif, estrellar el empate en el exterior de la red antes de que le anularan un tanto por fuera de juego.
Valverde y Unai Simón consuelan a Morlanes.JAIME REINAAFP
En el vestuario, Valverde les leyó todo lo que había apuntado en su libreta y hubo un despertar. Si Larin pudo hacer el segundo, nada evitó que su rival se quedara el balón y que el pequeño de los Williams se echara el escudo a la espalda. Se escapó por la banda izquierda, perdió la pelota ante Gio, peleó la recuperación con Samu Costa y asistió a Oihan Sancet para que batiera la meta mallorquinista. Este regalo le convierte en el tercer jugador más goles ofrece a sus compañeros de toda Europa.
Todo empezaba de nuevo aunque, esta vez con un Athletic que se sacudió la tensión para mandar con descaro, jugar y crear ocasiones, pero sin poder evitar la prórroga que puso nerviosos a todos. Pudo cerrar el partido otra vez Nico, pero los 40 años de sequía acabaron de penalti, un castigo que el Mallorca recuerda que ya sufrió en 1998 en su primera final en Mestalla. Al partido le puso fin el largo abrazo de Valverde y Aguirre.
¿Qué es el fracaso? El fracaso está en no intentarlo, claro. Pero a veces también aparece detrás del canto de una moneda. En que un disparo de Lamine roce el palo por fuera y no por dentro, en un mal o buen control de Julián ante Sczesny, en una picardía de Griezmann que sale o no, o en que Munuera decida desautorizar al VAR y mantenga la amarilla a Azpilicueta en lugar de la roja. [Narración y estadísticas, 0-1]
Se tiró una moneda al aire en el Metropolitano. Una moneda que giró durante los 90 minutos. Que pudo caer de cara para el Barcelona en la primera mitad o para el Atlético en la segunda. Que a veces necesita una brisa para que se vuelque de un lado y que Ferran fue el que la sopló sin que nadie quisiera contestar su soplido por mucho que lo intentara. Esa moneda compró el billete para La Cartuja al Barça, pero lo sudó hasta el final.
Los Atlético - Barcelona han recuperado el lustre de los 90, la calidad, las alternativas y la pierna fuerte. Los rojiblancos se ganaron dos amarillas en sus dos primeras faltas. Esa primera, como decimos, naranja. Y el Barça quiso el cuerpo a cuerpo, el vértigo. Cómo no quererlo con extremos como Raphinha o Lamine.
El canterano culé había dado una pase de la muerte que salvó Giménez con riesgo del autogol, tirado una porra de pisada al hijo de Simeone frente a su padre, asistido a Koundé para una ocasión clarísima y rozado el gol en el primer cuarto de hora. Los primeros cinco acercamientos del Barcelona fueron por su costado. Son conscientes de que Lamine, en trance, se parece a un argentino que emigró hace poco a las Américas, salvando las distancias.
En el Atlético la cosa empezó cambiada. Griezmann, rejuvenecido, robando dos balones peligrosos en un minuto y acertando en cada acción. Julián, en cambio, fallando dos controles fáciles para él y con los que podría haber generado peligro en la portería de Sczesny. El equipo buscó en sus salidas a De Paul, pero el argentino estaba más a defender que a crear. Y pasó lo que tiene que pasar con esto de la manta que te tapa la cabeza o los pies. Simeone cerró los caminos interiores, pero Pedri encontró a Lamine en un costado que vio perfecto el desmarque de Ferran. El Tiburón no perdonó. Se le caen los goles de los bolsillos juegue de titular o de suplente. Flick ha transformado esta Barça desde sus cimientos. No hay jugador que no haya mejorado su versión.
El tanto se sintió en ambos conjuntos, el Barça sacó el colmillo y el Atlético se desordenó. Simeone llamó a Griezmann en tres ocasiones en cinco minutos para mover el sistema pero, ante tanto cambio, los jugadores no supieron cómo colocarse ante el vendaval culé. Nueve disparos, el último un mano a mano que marró Raphinha, a uno en media hora. El resultado, apenas un gol, era quizás la mejor noticia.
Revolución sin premio
Entonces, Simeone tocó a rebato. Sacó a Sorloth en el descanso y el noruego tuvo la primera casi en el primer minuto. Fue fuera de juego, pero cambió algo el aire. El Atlético puso un uno contra uno a todo el campo y el Barcelona se vio sorprendido por este arranque rojiblanco aupado al 5-3-2 que tanto le gusta al Cholo. Repitió el noruego tras un gran pase de De Paul que le dejó solo ante Sczesny, pero su disparo no vio portería. El Barça aceptó el cambio de papeles esperando la contra y Raphinha pudo cerrar el partido, pero Musso respondió bien.
Es curioso cómo actúan los seres humanos ante la desesperación, el miedo o el fracaso. El Atlético se vio fuera de todo tras los primeros 45 minutos. Seguro que Simeone, muy activo en la banda, se lo recordó a los suyos en el descanso: Que el fracaso es no intentarlo, y el equipo acusó el recibo y se levantó para tutear al todopoderoso Barça, el imperio que no ha perdido en 2025. Solo un empate, pero éste lo consiguió la resistencia rojiblanca.
Los mapas de calor cambiaron completamente con un conjunto, el de Simeone, pisando constantemente el territorio culé. Flick sacó a Eric para ganar el medio, pero ese territorio estaba poblado de rojiblancos, que corrían y mordían como no lo habían hecho en los últimos partidos. Si habían llegado hasta aquí, había que morir matando. Y hubo más uy que ocasiones reales. El Barça aguantó y se pidió un Clásico en La Cartuja.