El joven central del Sevilla, tras una atribulada trayectoria se convierte en la esperanza para llenar el vació que dejaron Diego Carlos y a Koundé
El Sevilla vendió a Diego Carlos y a Jules Koundé el verano pasado, y el proyecto de Julen Lopetegui se deshizo como una construcción de arena. El equipo asfixiante y robusto, que tan bien había competido en Liga y en Europa, dejó paso a la indecisión y al titubeo. Los sustitutos no sólo no estuvieron a la altura de sus antecesores, sino que ni siquiera se afianzaron en el puesto. Tanguy Nianzou, procedente del Bayern Munich, y Marcão, del Galatasaray, entre lesiones y errores, apenas tuvieron peso en la temporada pasada.
Lopetegui primero, Sampaoli después, y Mendilibar finalmente, tuvieron que improvisar con lo que había. La versatilidad de Gudelj, el sacrificio de Fernando, las resurrecciones de Rekik y el pundonor de Kike Salas sirvieron para ir taponando la hemorragia en la retaguardia. Hasta que llegó Loïc Badé (Sèvres, 2000).
Cesión al Nottingham
El central francés, previsible titular, hoy, en la Supercopa de Europa ante el Manchester City de Guardiola (21.00 horas, Movistar), venía de su particular infierno. Su irrupción en la liga francesa fue impactante. Envergadura, seriedad y una madurez inesperada. Había dado sus primeros pasos como profesional en Segunda, en el Le Havre. De allí lo tomó el RC Lens, con el que debutó con apenas 19 años. Tras más de 30 partidos, el Stade Rennes pagó 17 millones por él. A pesar de debutar en Europa y mostrarse preparado para asumir responsabilidades en el equipo rojinegro, la directiva decidió cederlo en las postrimerías del mercado veraniego al Nottingham Forest inglés.
Pese a coquetear con el descenso, ser uno de los equipos más goleados de la categoría y bucear en la tabla casi toda la temporada, el entrenador, Steve Cooper, decidió no darle ni un solo minuto a Badé. Gracias a que no debutó, pudo jugar en tres clubes en la misma sesión, llegando al Sevilla envuelto en dudas y con demasiadas obligaciones. Sampaoli había llevado al club al abismo y la defensa estaba en el escaparate de todas las tragedias.
Recuperación en Sevilla
El central francés se sobrepuso y empezó, partido a partido, a demostrar su valía: más de 2.000 minutos, 19 partidos de Liga, dos de Copa del Rey y seis de Europa League. PSV Eindhoven, Fenerbahce, Manchester United, Juventus y Roma. La ruta del tesoro. Su primer título. «Monchi me dijo que en el Sevilla los franceses se lo solían pasar bien», dijo en una entrevista. Está claro que el ya ex director deportivo tenía razón.
«A Badé le gusta mucho sacar el balón por el centro, pero a nosotros nos gusta más sacarlo a las bandas, jugar más abiertos», dijo José Luis Mendilibar en una de las últimas ruedas de prensa de la pasada temporada. Lo dijo con complicidad, con cierto paternalismo, sabiendo que pese a su altura, pese a su felicidad, es aún un futbolista por pulir. El pasado viernes, en el debut liguero, le dio la titularidad. Acabó el partido expulsado. Entró Gattoni, el nuevo central del equipo, a cubrir su hueco, pero su debut no pudo ser más desacertado.
Badé es un futbolista con un gran juego aéreo, seguro sacando el balón, disciplinado, consistente, pero que a veces se muestra desconcentrado, precipitado o ausente. El Sevilla sigue echando de menos a Diego Carlos y Koundé. Sólo el francés ha podido aliviar un poco aquella sonora ausencia. Pese a que llegó en el momento adecuado al lugar adecuado, al joven defensa le queda recorrido, seguridad y un compañero fiable en la zaga. La prueba del City, esta noche, se antoja fundamental para conocer su respuesta ante la máxima exigencia, aunque no definitiva. Tiene tiempo. Desde aquellos meses en su casa, hace no tanto, en su breve estancia en Nottingham, viendo el fútbol desde el sofá, al césped en el Stadio Georgios Karaiskakis de El Pireo. Una de esas trayectorias vitales que hacen grandes a los futbolistas. El sufrimiento endurece.