La expiación es un concepto que conoce bien el buen creyente. Al convertir virtud y pecado en el ‘yin y el yang’ de su vida, la necesita para hacer un ‘reset’ espiritual, porque nadie es inmune al segundo: todos somos pecadores. Luis de la Fuente es
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Al grito de "¡presenten armas!", el Madrid lo hizo, con Mbappé y Vinicius como fusiles erguidos, preparados. El Atlético, no. Dos disparos y retirada, una peligrosa retirada. La vigilia en la Liga del gran duelo de la Champions, el miércoles en el Metropolitano, deja mejores sensaciones para los blancos que para los rojiblancos, por el estado de sus grandes argumentos ofensivos, resolutivos ante un Rayo tan ambicioso como débil. En el primer 'round' del Bernabéu frente al Atlético, apenas aparecieron. El gol de Mbappé suma en el marcador, en la tabla y en la moral. El de Vinicius, soberbio, la inflama, aunque fuera en el marco de un acto corriente.
Ambos estaban en el once. Como Bellingham, como Rodrygo. Las rotaciones, pocas, la mayoría obligadas y atrás, con una sorpresa: Lunin. Lucas Vázquez aparecía en el lateral derecho, donde es necesario administrar a Valverde, que sólo jugó unos minutos, y Alaba lo hacía en el centro por el griposo Rüdiger. Modric, que siempre toma buenas decisiones, volvía al centro en un buen día de Tchouaméni, más firme que en mucho tiempo. Hay que preguntarse si es por su mejora o por la compañía de la versión croata de Astérix. Guste más o menos, es el lugar de Tchoauméni, no el de su compatriota Camavinga, que tiene en su dinamismo un interesante desorden si es para desordenar al contrario, no a los suyos. Mejor, pues, lejos de lo que Luis Aragonés llamaba "pasillos de seguridad". Cuando saltó al campo, el francés lo hizo un paso por delante, en la zona de los interiores.
Un Rayo al ataque
La propuesta del Rayo, innegociable para Íñigo Pérez, dejaba buenos caladeros al Madrid a la espalda de su adelantada defensa. Los exploró Vinicius, fuera en la conducción, el regate o la asistencia. La que le dio a Mbappé acabó en gol, porque el francés dispara como si utilizara un látigo. El tanto del día, y de muchos días, fue, en cambio, el que el brasileño consiguió a continuación. Vini arrastró al central fuera de su zona a la que regresó para burlar a Ratiu y superar a Batalla, todo sin soltar la pelota.
Sin el lesionado Mumin, al que sus compañeros dieron aliento en sus camisetas, al Rayo le sentaba mejor pisar el campo del Madrid, incluso su área, que el propio. Vini y Mbappé eran demasiado para Lejeune y Aridane, porque el segundo no aporta lo mismo que el ausente. Si además el entrenador manda la línea hacia arriba, hay momentos en los que únicamente se pueden apretar las cuentas del rosario.
Lunin es un portero contrastado, pero cuando se aparece poco en la portería, siempre se pasa un examen, y más si el trabajo es sustituir a un cíclope. En esa tesitura, son clave las primeras acciones, la primera parada. Fueron, al menos extrañas. Una salida penosa del ucraniano pudo costarle el primer gol al Madrid, pero Aridane cabeceó alto cuando tenía toda la portería delante. Cuando detuvo el balón Lunin a disparo de Ratiu, un lateral tremendo en su despliegue, su rechace fue hacia la zona prohibida y Gumbau volvió a disparar. Asencio desvió lo justo. Entre el central y el portero pudieron, asimismo, liarla, en una cesión hacia atrás que encontró a Lunin superado y pudo acabar en la red. También el Madrid se encontraba más preciso del centro del campo en adelante. No es casual que ahí estuvieran los 'titularísimos'.
Las dos caras de Vini
El zapatazo de Pedro Díaz llegó cuando el Rayo había pasado por sus mejores minutos sin frutos, sobre la campana del descanso. La pelota entró claramente después de golpear el larguero. El VAR lo ratificó para hacer el partido largo, sin que el Madrid pudiera cerrarlo. Íñigo Pérez lo entendió, del mismo modo que Ancelotti, que movió el banquillo para guardar el resultado. Todos los que saltaron al campo, menos Brahim, fueron de corte defensivo. Lo dejaron Mbappé y Bellingham, que no tuvo precisamente su día, mientras Vinicius se enredaba y se ganaba una tarjeta.
Por esa senda tiene un problema el brasileño, y tendría muchos en el Metropolitano. Por la de la primera parte, en cambio, será un peligro. Es su perversa dualidad. También la del Madrid, mejor en el homenaje al fallecido médico del Barcelona, Carlos Miñarro, y al colegiado David García, de Segunda federación, que en la parodia de los árbitros.
Sentir las miradas encima sin mirar a nadie. Un difícil ejercicio de concentración que ya era apreciable cuando Jon Rahm apareció en el putting green, la última zona de calentamiento. Fueron minutos, al contrario que sus rivales. Un último contacto con la hierba bajo un sol oblicuo, menos húmedo que los anteriores. Refugiado del ruido en sus auriculares, no embocó ninguna. No importaba, ahí no.
Salió disparado, entre gritos de "¡Rahm!, ¡España! o ¡Europe!" A ninguno respondió, a ninguno escuchó. Estaba en modo concentración, en modo recorrido, perfecto hasta la mitad del campo, que cerró con cuatro golpes de ventaja. En el hoyo 11 llegó el problema; en el 14, el hundimiento del que no pudo reponerse. Fue quinto.
"No sé cómo explicarlo", se repetía una y otra vez Rahm, abatido. "Cuando lo tienes tan cerca, es muy doloroso perder de este modo", insistía, sin querer hablar de futuro, de una nueva experiencia olímpica en Los Ángeles 2032: "Ahora no me habéis de futuro. Me va a costar reponerme de esto". Admitió que los errores afectaron a su concentración, pero, en su opinión, "el problema no estuvo en el hoyo 11 o 12, sino en el tercer golpe del 14".
+4 en los nueve últimos
La concentración ha sido un elemento clave en el crecimiento de Rahm, desde los tiempos en los que la Federación lo sancionaba por explotar en el green, golpear los palos y las bolsas. Incluso fue obligado a trabajar con golfistas discapacitados, una especie de servicio social que siempre ha reconocido como clave en su vida. Eso cambió a Rahm y alumbró al campeón que se observó en París durante una primera parte del recorrido perfecta, fuera en el tee como en el green.
En los 10 primeros hoyos tan sólo se fue fuera de la calle en dos ocasiones, algo que solventó sin superar nunca el par. Birdie a birdie, con cuatro en cinco hoyos consecutivos, firmaba un -5 en los primeros nueve hoyos. En los siguientes nueve, un +4. Partió con -14 y acabó en -15. Había dicho que era necesario estar seis golpes por debajo del par. Acertó en el diagnóstico, no en el tratamiento. Sólo arañó uno al campo.
La mayor dificultad del último tramo no explica la diferencia, porque la crisis llegó antes, con dos bogeys en los hoyos 11 y 12, donde las jornadas anteriores había realizado par y birdie. Marcado por esos errores, en el hoyo 14, un par 5 y, por tanto una oportunidad para el birdie, incluso para el eagle, que había logrado en la primera jornada, acabó por realizar un doble bogey.
Scheffler, Fleetwood y Matsuyama, en el podio.EFE
Ese tramo fatal no sólo le hizo perder el liderato con el que había arrancado la jornada, igualado en el hoyo 12 por el británico Tommy Fleetwood, también las posiciones de podio. Cuando salió del doble bogey era quinto, empatado con el francés Víctor Pérez, una de las sorpresas del torneo olímpico de golf, que realizó un recorrido de -8 el último día.
Después de uno de sus errores, Rahm agitó el palo, gesto de desesperación que jamás había hecho hasta entonces en todo el recorrido. Necesitaba volver a su estado del principio frente a un desenlace en desventaja. Un putt larguísimo le permitió hacerlo en el hoyo 15 y empatar con -17 con el japonés Hideki Matsuyama en la tercera plaza. El oro estaba a dos golpes, demasiado en dos hoyos. El bronce, en disputa. Un nuevo bogey en el 17 le dejó a merced de un birdie en el hoyo más difícil. Volvió a hacer girar su palo, desencajado. Mal asunto. El resultado fue un nuevo bogey. Miró al césped. Desencajado, tampoco quería mirar a nadie.
El número uno del ránking
Los 18 hoyos del Golf National, tomado por una peregrinación cuyas intenciones nada tenían que ver con la que tomó el cercano Palacio de Versalles, siguieron al español, convertido ya en un icono, hasta el final. Unas 80.000 personas, más de las que acudieron a la Ryder Cup en este mismo campo o de las que caben en el estadio de Saint Denis. El polémico fichaje por el circuito saudí LIV lo ha apartado de determinados focos, pero su carisma sigue intacto.
Rahm no pudo devolver tanto cariño en forma de oro y vio cómo lo ganaba el estadounidense Scottie Scheffler, el hombre al que Rahm, de ganador a ganador, le puso la chaqueta verde este año en Augusta. El estadounidense, el mejor del ránking este año, fue de menos a más en el torneo olímpico para acabar con el récord del campo en la última jornada (-9) y una tarjeta global de -19. La plata fue para Fleetwood (-18) y el bronce para Matsuyama (-17). Dos golpes malditos separaron, pues, a Rahm del podio, aunque los golpes malditos en París fueron muchos más.