Barça 75 Real Madrid 73
Los de Jasikevicius, que dominaron 37 minutos con un gran Satorasnky, se diluyen con el arreón de Deck en el desenlace. Llull falló el triple de la remontada
La primera derrota del Real Madrid de Chus Mateo llegó en el Palau Blaugrana, allá donde el entonces asistente empezó a tomar las riendas de un equipo que heredó tras el insólito despido de Pablo Laso. Un Barcelona de repente revitalizado, liderado por un imparable Satoransky, despejó sus dudas de este arranque de curso durante 37 minutos en los que desplumó al eterno rival, que le había ganado cinco de los seis precedentes. Y, sin embargo, fantasmas de vuelta, tanto tembló en el desenlace que no acabó perdiendo porque esta vez el milagro de Llull se escapó. [75-73: Narración y estadísticas]
Gozó el balear del triple que hubiera firmado (otra) remontada histórica. Porque esta vez poco tuvo que ver el guion con lo que venía sucediendo desde mayo pasado, con la Final Four, la ACB y hasta la Supercopa. Esta vez Tavares no pudo reinar, esta vez el rebote fue azulgrana. Aún sin Mirotic (ni Kuric ni el recién operado Sergi Martínez) y con muy poco de un Higgins al que su estado físico no le permite permanecer demasiado en pista, el Barça recuperó el ímpetu y el colmillo, superior como hace no tanto sucedía.
Los azulgrana ya habían cosechado tres derrotas en lo que va de temporada y las lesiones sólo habían torpedeado aún más este Año 3 de la era Saras. Y acudía el Madrid lanzado, seis victorias de carrerilla y las caras nuevas apuntando ilusiones. Pero para el tempranero clásico de Euroliga nada de lo anterior valía. Un Real Madrid anestesiado, un Barça herido.
Mateo, que volvía al Palau tras la pasada final de ACB, ahora sí con todos los galones del puesto, quiso innovar en el quinteto. Iba a aprender aquella lección de no tocar lo que funciona. Cambió el paso de un Madrid que viajaba viento en popa, con Tavares, ogro azulgrana, en el banquillo y Hezonja y Cornelie de inicio. La apuesta le salió fatal, porque tampoco supo reaccionar tácticamente cuando Satoransky abusó en el poste de Sergio Rodríguez. El checo fue el autor de los 10 primeros puntos azulgrana, siete de sus manos y una asistencia para un triple de Mike Tobey. Iba a ser su noche, la primera grande desde su retorno después de su paso por la NBA.
Con Kalinic enchufado y pese a los cambios de cordura del Madrid, la ventaja de un Barça fue su resorte. Se veía dominando en el clásico, al fin. Llull y Tavares recortaron, pero de nuevo los de Jasikevicius, que encontró respuesta en su banquillo con Vesely y Da Silva -todos los fichajes destacaron-, se dispararon con un parcial de 12-2 (40-27 la máxima entonces) que sólo un triple de Hezonja sobre la bocina del descanso pudo frenar.
Sin rastro de Musa
Había avisado Chus Mateo en la previa, como poniéndose una venda que en el ADN del Real Madrid no existe: «Hay que desdramatizar». Y dio la impresión que esa falta de motivación la asumieron sus pupilos, sin la rabia competitiva de anteriores ocasiones. El tercer cuarto no mejoró el Madrid, ahora ofuscado por la defensa local, sin rastro de Musa. Se unieron a la fiesta Sanli y Laprovittola, la conexión checa siguió haciendo daño y los blancos se vieron 18 abajo (61-43, min. 29). Un 0-9, con Petr Cornelie de protagonista a la desesperada, les iba a hacer llegar con algo de aliento al episodio final.
Pero el Madrid no fluía. Satoransky dominaba cada detalle en la pista y el asunto estaba completamente dominado… si no fuera porque el de enfrente era precisamente el Madrid. Y, fiel a su tradición, a eso de no rendirse jamás, de forzar los imposibles, se puso a ello con la colaboración de un Barça que tembló cuando Deck rugió. El argentino se vistió de héroe, firmó 13 puntos en el último acto y los blancos asestaron un parcial de 2-13 que les dejó a dos puntos a falta de 15 segundos.
Sacaba de fondo Laprovittola, que, presa de los nervios, la perdió. Así que Llull, el de las canastas increíbles, gozó de un triple que hubiera firmado otra de sus noches inolvidables. Se escapó por poco. El Madrid perdió y, sin embargo, con ese alarde de orgullo final, hizo olvidar toda la inferioridad mostrada anteriormente.