El FC Barcelona ha hecho oficial este sábado el traspaso del extremo francés Ousmane Dembélé al Paris Saint Germain por 50,4 millones de euros, en un escueto comunicado. El extremo francés ha firmado un contrato por cinco años.
Hacía días que Dembélé estaba en París con permiso del club catalán para pasar la revisión médica y cerrar su fichaje por el PSG.
El punta francés ni siquiera fue presentado como uno más de la plantilla en el Trofeo Joan Gamper, que el equipo azulgrana disputó ante el Tottenham Hotspur el pasado martes.
Dembélé, de 26 años, llegó al Barcelona en 2017 y había renovado en 2022 su contrato con los blaugranas hasta 2024. Sin embargo, el PSG aprovechó una cláusula de rescisión de 50 millones de euros (54 millones de dólares) para fichar al jugador, campeón del mundo con su selección en 2018.
Las noches de hundimiento del Barça tienen un escenario europeo más, Milán, pero en nada se parecerá a cualquier otro naufragio. Esta vez fue un castigo cruel y por momentos injusto para el equipo primaveral y descarado que ha ensamblado Hansi Flick. Se encontraron con el primer gran obstáculo y pelearon con convicción toda la eliminatoria, sin miedo, guiados por un Lamine Yamal en la persecución de un sueño que les arrebató el Inter justo cuando vivían inmersos en un estado de felicidad sostenida. Parecían quedar atrás los breves estallidos que habían alimentado la última década, en la que el Barça no creó memoria y ni recuerdos europeos, a veces por deméritos otras por falta de suerte. Cuando pareció que este equipo, comandando por un juvenil y bajo el gobierno de Pedri, lo tenía todo, los italianos se cobraron primero los errores, después le sobrevivieron y acabaron resistiendo para someter la alegría feroz de esta generación culé en una eliminatoria épica. [Narración y estadísticas (4-3)]
El Barça encontró con la necesidad de masticar un duelo que tardó en saber interpretar, tuvo en su mano y lo vio escapar. No lograba generarle dudas a un rival que echó mano de veteranía, esa misma que hizo de Dimarco buscara intimidar a Lamine a base palitos. Nada que pudiera castigar Marciniak, pero suficiente para desquiciar. Aún así se sostuvo el de Rocafonda para tirar de un Barça que se refugió solo en él para intimidar, sin que eso le permitiera sacar a pasear su don.
En los primeros minutos, ambos equipos buscaron dañarse por los flancos. Si Lamine estaba juguetón, Dumfries anduvo siempre preparado para buscarle las cosquillas a Gerard Martín. Fue la caldera del Giuseppe Meazza la que encendió el partido cuando el Inter encadenó tres saque es de esquina consecutivos e impuso su pizca de locura. Se durmió Olmo en la salida de balón y apareció Dimarco para robar, buscar a Dumfries y que el neerlandés asistiera a Lautaro Martínez para abrir el marcador. El argentino había apurado para llegar al duelo y fue determinante durante muchos minutos.
Cubarsí y el VAR
La ventaja le dibujó al equipo de Inzaghi el escenario que quería. Sin necesidad de arriesgar, entregó el control a los azulgrana, demasiado imprecisos ante Sommer. Ni Ferran ni Lamine, en alianza con un solvente Éric García en funciones de lateral, eligieron bien y Olmo y Raphinha ni aparecían.
Al Inter le bastaba con estirarse a la contra, buscando inquietar en cualquier despeje como la bolea que probó Mkhitaryan o el zurdazo de Çalhanoglu. Se sostenía el Barça en esa mínima desventaja cuando Cubarsí se lanzó a los pies de Lautaro frenando su mano a mano con Szczesny. Se jugó el penalti y el VAR lo cazó. El argentino, a medio gas, había marcado un gol y dejado en bandeja el segundo a Çalhanoglu desde el punto de penalti con la primera parte cumplida. El 2-0 era un mazazo que Flick tendría que buscar enmendarlo en el vestuario.
Aunque solo la habilidad en el fuera de fuego les libró del tercer tanto, al alemán no le hizo falta ni mover el banquillo porque el héroe inesperado lo tenía en el césped. Se activaron Lamine, Pedri y Raphinha, pero fue Gerard Martín el que puso un centro lateral que Eric García enganchó para enviar a la escuadra. Ese gol recordó que no hay desaliento cuando está en juego una final. Tuvo el empate el improvisado lateral en una contra de manual con Gerard y Pedri, pero su disparo lo adivinó Sommer, todo reflejos.
Frattesi festeja el 4-3 del Inter, el martes en el Meazza.AFP
Nada pudo hacer el suizo con otro centro llovido desde la izquierda para el testarazo de Dani Olmo. El Barça había revivido y el Inter temblaba. Tanto que cuando el VAR convirtió en falta al borde del área la entrada de Mkhitaryan a Lamine que Marciniak vio como penalti, todo el estadio resopló de alivio.
La superioridad culé era aplastante y, como no podía ser otro, Lamine tuvo la ocasión de romper el empate con un latigazo desde la frontal del área que salvó la mano de Sommer. Entonces apareció Raphinha. Necesitó probar con la izquierda, que salvara Sommer y recoger el rechazo para ajustar un derechazo a la base del poste para poner rumbo a Munich. Nada parecía poder frenar a este Barça y hasta Lamine estrelló el cuarto en el palo. Sin embargo, el Inter revivió para aguar la fiesta culé. Cuerpeó Dumfries con Gerard y le ganó para poner un centro que Acerbi convirtió en el empate que condenaba a la prórroga.
Con el partido loco, en el tiempo extra los errores se pagaron mucho más caros. El de Araújo dejando escapar a Thuram en el lateral del área para asistir a Frattesi fue determinante. Otra vez el Barça estaba eliminado. Bajo la intensa lluvia de Milán, faltaba el gol de Lamine que, por más que lo buscó de manera incansable, no apareció.
Nasser Al-Khelaifi esperó a Joan Laporta en el hall del hotel, en Roma, como se espera a un matador de toros, al triunfador de la feria. A los abrazos siguieron las bromas con el presidente del Barcelona, acompañado por el vicepresidente Rafa Yuste. Los enemigos de Florentino Pérez, el Cid de la Superliga, confraternizaban con su gran aliado, que se mueve en un peligroso equilibrio. La realidad es que Laporta necesita las dos barajas por tres razones. La primera es porque, aunque aumenten los ingresos del Barcelona, nada supondría el fin de la crisis económica del club azulgrana como una Superliga, escindida o apadrinada por la UEFA. La segunda es porque necesita la benevolencia del organismo que preside Aleksander Ceferin por el cumplimiento del Fair Play, el Camp Nou y hasta el caso Negreira, en el largo plazo. La tercera es porque visualizarse en un decorado beligerante con el presidente del Madrid siempre suma en un curso que acaba con elecciones.
A Laporta no le asustan los ejercicios de funambulismo. Al contrario, es un especialista. Ya los ha practicado con LaLiga de Javier Tebas, condescendiente con sus palancas. Tebas desea la ruptura del Barça con la Superliga, incluso la ha dado por hecha, pero nada hace presagiar un posicionamiento oficial de ese tipo, no por ahora. Sobre todo, si existe un canal abierto entre la UEFA y A22 Sports Management, la sociedad que explota la Superliga, con la posibilidad de un acuerdo futuro. Lo único que podría provocar un giro radical de Laporta sería un horizonte electoral complejo, pero restan meses y no aparece un opositor amenazante. En el Madrid, pues, observan sus movimientos con calma.
Al-Khelaifi preside la Asociación de Clubes Europeos (ECA), que en su congreso de Roma cambia de nombre a Clubes de Fútbol Europeos (EFC). Integrada en la sociedad UC3, junto a la UEFA, el martes aprobaron la estrategia comercial para las competiciones masculinas durante el periodo 2027-33, como si la Superliga no existiera. Ese hecho no es óbice para que otras negociaciones continúen. Laporta es uno de los más interesados. Asistió anoche a la cena en Roma, pero no a las sesiones de la Asamblea, al no ser el Barcelona miembro del EFC. Una forma de estar sin estar.
Las 'palancas' y la UEFA
El dirigente acude después de presentar unas cuentas con dos caras, que deberán lograr el beneplácito de sus socios compromisarios, a los que Laporta seduce con facilidad. La buena cara es que han aumentado los ingresos en la temporada 2024/25 hasta los 964 millones, 100 más de lo presupuestado y 216 por encima de la anterior, gracias al nuevo contrato con Nike, el merchandising y el ticketing de Montjuïc. La previsión es alcanzar los 1.075 millones este curso, con la apertura del Spotify Camp Nou.
Aunque el club haya dado números rojos en 17 millones, la tendencia es buena. El problema es que Crowe, el auditor, ha corregido las pérdidas de 2023/24, que pasan de 90 millones a 180, por la pérdida de valor de Barça Studios, una de las mágicas palancas de Laporta. De una valoración de 400 millones en 2023 se ha pasado a 178, 226 millones menos.
Ello cuestiona uno de los ejes de la reconstrucción económica del dirigente, aprobada por LaLiga pero no por la UEFA, que multó al club por la palanca de la venta de derechos futuros. De 60 millones de sanción, el organismo de Ceferin la rebajó a 15 con la condición de cumplimientos futuros del Fair Play. Esa multa ha elevado las pérdidas del pasado ejercicio y podría lastrar el actual si el perdón del organismo decayera.
Laporta y Al-Khelaifi, el miércoles en Roma.EFE
Laporta se encontró de nuevo en Roma con el presidente de la UEFA, con el que ya estuvo la pasada semana, en el palco de Montjuïc, o en la gala del Balón de Oro, con el Barça en pleno. Donde no va Florentino, allí está el presidente azulgrana. El premio de France Football, con patrocinio de Qatar, tuvo en Ousmane Dembélé a su ganador y en Al-Khelaifi a su triunfador.
El sapo de Figo
Laporta estaba muy interesado en la presencia de Ceferin en Montjuïc, aunque eso implicara tragarse el sapo de Luis Figo. Pocos días después, la UEFA daba su aprobación al Barcelona-Villarreal en Miami, aunque en su razonamiento fuera crítica con el fondo y se acogiera a un vacío legal. El derecho puede ser muy creativo.
Ahí no acaban, sin embargo, los favores de Ceferin que puede necesitar el Barcelona. Con la apertura del nuevo Camp Nou pendiente, los criterios para disputar la Champions son más exigentes que en la Liga, por lo que la UEFA hará su propia peritación con vistas a la segunda fase de la competición, que se inicia en marzo.
En el largo plazo permanece, además, la amenaza del caso Negreira, aún en instrucción. Si hubiese condenas en el ámbito penal, la UEFA, a la espera de sentencia en España, podría activar el artículo 4.2 del Reglamento de la Champions y expulsar al Barça. En la partida de Roma, pues, había que estar con la baraja indicada.
Al Barça le bastó con un latigazo de Joao Félix, hiperactivo sobre el césped del Nuevo Mirandilla, para acabar sumando los tres puntos en un partido otrora proclive a despistes carísimos. Con el clásico ante el Real Madrid en el Bernabéu ya a la vuelta de la esquina y a las puertas del trascendental partido con el PSG del martes, que puede volver a meter a los azulgrana en unas semifinales de la máxima competición europea cinco años después, el portugués aprovechó el duelo para reivindicarse y postularse como la primera opción a tener en cuenta en caso de que alguno de los más utilizados no esté.
El equipo titular del Barça no dejó lugar a dudas. En el once de Xavi sólo había tres jugadores que entrarían ahora mismo en el conjunto de gala azulgrana: Ter Stegen, Cubarsí y Christensen. Con el danés reubicado de nuevo, en este caso, en el centro de la zaga. Vitor Roque, tal y como llegó a deslizar el de Terrassa en la rueda de prensa del viernes, estuvo también de inicio sobre el césped, con otros dos futbolistas que han perdido protagonismo en los últimos tiempos, como Ferran Torres y Joao Félix, acompañándolo en labores ofensivas. Y fue el portugués, precisamente, el encargado finalmente de abrir el marcador en el ocaso del primer tiempo, con un remate de chilena que tomó por sorpresa a propios y extraños y que, a su vez, hizo en parte justicia a los méritos que acumularon los visitantes a lo largo de la primera mitad.
El tanto del portugués, el séptimo en la Liga en lo que llevamos de temporada, les permitió a los barcelonistas marcharse con ventaja al descanso tras unos primeros 45 minutos en los que tuvieron más el balón más que el Cádiz, aunque les costó crear ocasiones decididamente claras. En defensa, mientras, con Héctor Font y Marcos Alonso escoltando a Cubarsí y Christensen en las alas, el Barça no sufrió demasiado. Y en las contadas ocasiones en las que los delanteros locales se las arreglaron para encontrar algún resquicio para amenazar seriamente a su rival, se encontraron siempre con la seguridad bajo los palos de Ter Stegen. Las cosas, además, podrían haberse puesto aún mejor para los visitantes si Chust no hubiera andado atentísimo para sacar sobre la línea un remate de Fermín que ya había superado a Ledesma.
Tras el descanso, el equipo de Pellegrino saltó al terreno de juego tremendamente acelerado, espoleado por la necesidad de marcar al menos un tanto que le diera el empate. Y lo encontró, con un remate de Juanmi finalmente invalidado por un claro fuera de juego. La acción empujó tanto al propio Cádiz como a los aficionados congregados en el Nuevo Mirandilla. Para apaciguar esa efervescencia, Xavi movió el banquillo con un triple cambio con el que incorporó al duelo a Koundé, Pedri y Lamine Yamal.
Una decisión que se mostró eficaz tanto para maniatar un poco más a los locales como para recuperar el protagonismo en labores ofensivas. La mejor ocasión, con todo, sería un disparo desde fuera del área de Samassékou que obligó a Ter Stegen a lucirse para mantener su portería imbatida.
La incertidumbre del 0-1, cómo no, acabó por llevar al Cádiz a volcarse en las inmediaciones del área rival, con un Barça que supo aguantar perfectamente sus embestidas para llevarse tres puntos muy trabajados a una semana de plantarse en el clásico del Bernabéu y con la vuelta de los cuartos de la Champions ante el PSG centrando ya todas las miradas.