Copa del Rey
Real Madrid 2 Osasuna 1
La profundidad del primero y la definición del segundo tumban a un Osasuna que logró igualar la final y dejó la Cartuja tras un digno partido
Es posible perder una final y no sentirse perdedor. Que se lo pregunten a cualquier navarro de Osasuna, equipo que, en la victoria como en la derrota, se había apoderado ya de gran parte del relato de la Copa. El trofeo, en cambio, obedece a las leyes de la naturaleza y viaja en las piernas de Vinicius y el pie enguantado de Rodrygo a casa del Real Madrid, que puede ganar con la profesión o con el alma. En la Cartuja de Sevilla le bastó con lo primero. [2-1: Narración y estadísticas]
Pese a las dificultades que encuentra el equipo blanco para estimularse en periodo de entreguerras, Vini está en guerra permanente. Cuando es contra el rival, resulta devastador. Dos minutos le bastaron. Cuando es contra sí mismo, empequeñece. La vigésima Copa de los suyos la puso en suerte cuando tomó la dirección correcta y se encontró con Rodrygo, su pareja de hecho en el campo. Son el Zipi y Zape del Madrid.
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Lo único positivo de la derrota es que jamás es definitiva, decía Saramago. Pero al mismo tiempo, añadía el escritor portugués, ese carácter efímero es lo negativo de la victoria. Osasuna vuelve de una Sevilla que tiño de rojo con el orgullo intacto y el sueño de tener otra oportunidad, la tercera. El Madrid da un sorbito a la Copa, sólo uno, como una reina con los labios apretados, con la certeza de que si lo que viene ante Guardiola no acaba del mismo modo, no se sentirá del todo vencedor a final de temporada.
Puede que esta final no despertara toda la erótica en los de Ancelotti, pero el camino ha sido muy estimulante, con el agonístico duelo con el Atlético o la goleada en el Camp Nou. La Copa es todo ese trayecto. Que no lo olviden. Definirla rápido era la fórmula para no caer en el tedio, y eso es lo que quiso hacer el Madrid cuando lanzó a Vinicius nada más empezar, aunque la encomiable resistencia de Osasuna pudo llevarle incluso a la prórroga, si Kike Barja hubiera acertado en el tiempo añadido. Osasuna perdió sin perder el equilibrio.
A los dos minutos
Vinicius redujo a Moncayola a su condición humana. Le habría sucedido a cualquiera. El brasileño ha adelantado a Benzema como vértice referencial del Madrid. Vini y Courtois son, hoy, el norte y el sur del Madrid, los hombres capaces de hacer las grandes diferencias. La primera carrera acabó con el pase a Rodrygo, que llegaba en la banda opuesta, para poner boca abajo La Cartuja. La definitiva también la empezó Vini, y pudieron ser más.
El Madrid repitió y repitió por el mismo trayecto y Moncayola acabó por ver la tarjeta amarilla. La banda izquierda era, pues, una mina para este Vinicius al que ni siquiera la sacra Sevilla infundía piedad. Sin embargo, alternó carreras con protestas hasta que Sánchez Martínez lo amonestó. Esta vez no había patadas a las que aferrarse. Se fue confundido al descanso. Algo le dijeron. Salió otro Vini.
Ese gol sin llamar no estaba en la hoja de Arrasate, pero lo importante para Osasuna en ese momento era no descomponerse, porque con la mínima desventaja se hace el partido largo, que era lo que quería el técnico del equipo navarro. Había decidido Arrasate no arriesgar con el Chimy Ávila como titular, del mismo modo que Ancelotti con Modric. Los dos tenían problemas, pero encontrarían su momento en el desenlace.
Aridane dio ayudas a Moncayola y Osasuna aprovechó la espalda de Vinicius para buscar acciones de dos contra uno ante Camavinga y lanzar centros que siempre encontraban la cabeza de Budimir. Courtois solventó un par de remates sin agobios, pero la realidad es que los centrales blancos, algo pasivos, no se imponían. Cuando Abde buscó un duelo personal con Militao, dejó atrás al brasileño y su balón lo sacó Carvajal. El bajón del central brasileño es evidente. Nada era tan peligroso como las carreras de Vinicius, que dio un fruto precioso a Benzema, reparado con una mano de acero de Herrera, pero el duelo estaba donde quería Arrasate. Poco después del descanso, lo estaría también en el marcador, merced a un golpeo duro y preciso de Torró.
La igualada levantó a la marea roja de la grada y disparó la adrenalina de sus jugadores, mientras Arrasate, ahora sí, daba entrada al Chimy, una bomba emocional para los suyos. Osasuna se sintió capaz de todo y el Madrid sintió la obligación de la nobleza. El camino no podía ser otro. Había que volver al principio, volver a Vinicius. De nuevo, repitió el patrón. Llegó hasta el final y su pase atrás provocó la jugada de billar que acabó con el remate de Rodrygo, el hombre que siempre sabe dónde llegará el balón que, hoy, vale una Copa.