Entrevista a la delantera del Manchester United
- ¿Qué es la felicidad?
- Algo que me está costando encontrar en este periodo. No sabría decir por qué… Ser feliz es estar rodeada de mi gente. Es sentirme querida. Que la gente que tengo a mi lado me dé tranquilidad y me ayude en los momentos malos.
Lucía García Córdoba (Barakaldo, Vizcaya, 14 de julio de 1998) no habla como juega, disonancia habitual entre los deportistas. En el campo, ahora en las filas del Manchester United tras seis años en el Athletic, continúa siendo aquel torbellino de ceño fruncido que, con apenas 20 años, asomó en el Mundial de Francia. Incluso marcó en el debut contra Sudáfrica. Pero ante el periodista, y frente a un ventanal que sólo desvela ese cielo británico que siempre amenaza con derrumbarse, Lucía se muestra cauta. Por mucho que su sonrisa invite a interiorizar en una vida asombrosa. O que sus ojos, vivos, siempre vayan mucho más allá que sus palabras.
Lucía, que también participó en la última Eurocopa de Inglaterra, aún no sabe si podrá disputar la Copa del Mundo de Australia y Nueva Zelanda. Ella fue una de las 15 futbolistas que renunció a acudir a la selección que dirige Jorge Vilda hasta que se produjeran una serie de cambios estructurales. Y sólo puede esperar. Y mantenerse prudente. «No quiero pensar en nada. Están hablando de muchas cosas y quiero mantenerme al margen de todo esto», responde.
Las corazas no se crean al antojo de nadie. Nunca son ficticias. Aquí su historia.
- Hábleme de Pola del Pino (Aller, Principado de Asturias). Allí se crió.
- Según me han dicho mis padres, ahora viven poco más de 50 personas. Es un pueblo donde no hay nada. Solo casas. Callejuelas. No hay parque. Ni plaza. Ni bares. Ni siquiera un comercio. Nada. Pero mis padres siguen viviendo allí. Y no se quieren mover. Dos de mis hermanos están con ellos, y el tercero se fue a Oviedo. Somos cuatrillizos.
- ¿Le han contado cómo fue aquel embarazo?
- Mi madre nos tuvo en Barakaldo. Era un embarazado de riesgo. Nacimos a los siete meses y por cesárea. Pesamos muy poco. Ninguno de los hermanos llegó al kilo doscientos. Yo creo que a duras penas pasé del kilo de peso… Me contaron que nos llevaron en incubadoras hasta Asturias.
- ¿Hubo secuelas?
- Uno de mis hermanos se quedó sin oxígeno al nacer y tiene una lesión cerebral. Los otros tres estamos bien.
- ¿Cómo recibió aquello el pueblo?
- Mi madre me dijo que les dieron pañales y cosas así. Salimos en el periódico, en la televisión. ¡Fui famosa sin saberlo! Teníamos una Renault Trafic verde. Me daba hasta vergüenza ir en aquella furgoneta de nueve plazas.
- ¿A qué se dedican sus padres?
- Mi madre es asistenta en domicilios. Y mi padre es funcionario de prisiones.
- ¿Piensa mucho en ellos?
- Aún no han venido a verme a Manchester. Les da mucho miedo viajar. Pero son una referencia para mí. Recuerdo que me decían que siempre debía luchar por lo que quería.
- Ellos lo hicieron.
- Nunca nos faltó de nada, pero mis padres pasaron por momentos que no fueron fáciles. Y sé que hicieron todo por mantenernos. Han hecho muchos esfuerzos que quizá yo no supe valorar. Pero ahora , con 24 años, me detengo, y pienso en todo lo que han pasado…
- ¿Cómo era jugar a fútbol en un lugar en el que casi no había niños?
- A mis hermanos no les gustaba ni el deporte ni el fútbol. Ni a mis primos. Y a los del pueblo, menos. Tampoco a mis padres. A nadie. Me pasaba las tardes dando pelotazos contra la pared que había al lado de mi casa. Jugaba sola. Pero la pared estaba ahí siempre. Nunca supe por qué me gustaba el fútbol. Mi madre dice que a los tres meses ya daba patadas. ¡Desde que era una rata!
- ¿Nunca nadie la señaló por ser niña y futbolera?
- No. Mis padres nunca me dijeron nada. Algún hombre del pueblo se quejaba si rompía alguna maceta y me soltaba cualquier chorrada. Pero más por el hecho de estar enfadado.
- Antes de llegar al Athletic, se fijó en usted el Oviedo.
- Jugué un año a fútbol sala con unos chicos al lado de mi casa. Mi profesor de gimnasia me llevó al Infantil del Oviedo Moderno. Con 15 años ya debuté en el primer equipo y en Primera división. Fue todo muy rápido.
- Y con sacrificios.
- Hice esfuerzos descomunales. En bachillerato, salía las dos de la tarde. Cogía un tren hasta Mieres. Comía un bocadillo con mi hermano y tenía clases particulares otro par de horas. Después tomaba un tren de Mieres hasta Oviedo, y entrenábamos de siete y media a nueve y media. Me duchaba. A veces sí, a veces no. Y cogía el bus de vuelta desde Oviedo hasta mi pueblo. Llegaba a las doce menos cuarto. Mi madre me dejaba la cena en el microondas. Comía rápido. Y a la mañana siguiente, a las seis y media en pie. Así todos los días. Para mí no era un sacrificio. Pero si lo miro desde la distancia, pienso… «Uf, Lucía».