El 27 de septiembre de 1975, tres miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y dos de ETA político-militar fueron fusilados en Hoyo de Manzanares, Burgos y Barcelona. Aquel mismo sábado, desde su habitación en el Hotel Rhin de Santander, Aitor Aguirre y Sergio Manzanera se enteraron de la noticia a través de Radio España Independiente, La Pirenaica. Al día siguiente, los dos futbolistas del Racing saltaron al césped de El Sardinero para jugar ante el Elche ataviados con unos brazaletes negros en señal de protesta. «No eran unos héroes. Eran terroristas y tenían que estar en la cárcel, pero una cosa es la cárcel y otra es la pena de muerte. Tanto nacionalcatolicismo para terminar olvidando lo que dice el quinto mandamiento: no matarás», cuenta Manzanera a EL MUNDO, medio siglo después.
Durante la primera parte, casi nadie reparó en aquellos cordones de botas que ellos mismos se habían atado -a hurtadillas, junto a las duchas- poco antes del pitido inicial. Ni siquiera cuando Aguirre anotó el 1-0 en el minuto 29, tras centro de Manzanera con la zurda. Sin embargo, poco a poco se fue extendiendo la voz. El runrún llegó hasta el palco, donde el gobernador civil dio orden a la policía. Una decensa de agentes se personaron en el vestuario durante el descanso. Debían retirar los brazaletes. «Accedimos porque ya habíamos conseguido la atención que pretendíamos. No tenía sentido perjudicar al equipo», añade Manzanera.
Aquel mismo domingo, los futbolistas del Athletic, con José Ángel Iribar al frente, también habían lucido brazaletes negros durante su visita a Los Cármenes. Aun con su indudable riesgo, aquella protesta resultaba por entonces más tolerable que la de dos futbolistas en la muy conservadora Santander. «Al término del partido, la Policía nos esperaba a la salida para llevarnos a la comisaría. Allí nos interrogaron por separado y nos dijeron de todo, auténticas barbaridades. Y no nos dieron de hostias porque éramos personajes públicos. Si nos hacían cualquier avería sabían de la repercusión que tendría aquello. De no ser por eso, nos linchan seguro», relata Aguirre, que en el minuto 88 había certificado el triunfo (2-1) con otro de sus certeros cabezazos.
«No había quien se lo creyera»
El gobernador civil impuso sendas multas de 300.000 pesetas «por alteración del orden público» y el fiscal del caso pidió una condena de cinco años de cárcel, en aplicación de la Ley Antiterrorista. Gracias a la labor del abogado de los acusados, la cantidad se redujo a 100.000 pesetas para cada uno. Una cantidad que representaba, aproximadamente, cuatro meses de ficha. «Les dije que aquella misma mañana había leído que era el aniversario de la muerte de un presidente del Racing, muerto el año anterior. No había quien se lo creyera. Me dijeron: “Joder, todavía entendemos lo de Aitor, por ser vasco. Pero tú, que eres de Valencia, ¿qué tienes que ver con esto?»
«Tuvimos suerte porque la Ley Antiterrorista decía que para que se aplicase la pena había que ir detenido a comisaría. Y nosotros no fuimos arrestados en ningún momento. Nos dijeron que debíamos ir a comisaría y fuimos. También que aquella misma tarde teníamos que acudir a los juzgados y fuimos por nuestro propio pie», detalla el ex jugador del Valencia, campeón de Liga en 1970 a las órdenes de Alfredo di Stéfano.
Aguirre, un mocetón de 188 centímetros, optó por mandar a su mujer a Sestao, para que atendiera allí, en compañía de su suegra, a sus dos hijos. «Me quedé solo en Santander y dije a mis amigos: “No llaméis a casa, porque no voy a abrir la puerta a nadie”», recuerda sobre aquellos días terribles, infectados de miedo. A las amenazas de los Guerrilleros de Cristo Rey, el brazo armado de la extrema derecha, se sumó el diario Alerta. «En Consejo de Guerra, celebrado en Toledo, se ha acordado ejecutar a Sergio Manzanera y Aitor Aguirre», publicó el rotativo local.
«Tenía la escopeta al lado de la puerta, como podía haber tenido un palo. Llegado el momento, no sé si la hubiera usado»
El asunto se puso tan feo que Rafa Alsúa, ex jugador del Racing en los años 50 y propietario de una armería, tuvo que facilitar la vida a sus dos colegas. «Tenía la escopeta al lado de la puerta, como podía haber tenido un palo. Llegado el momento, no sé si la hubiera usado. Yo también vivía solo y sentía una cierta aprensión. Aitor miraba debajo del coche por si nos habían puesto alguna bomba. Yo de vez en cuando también miraba, aunque cuando pasaron unos cuantos días, todo se normalizó», relata Manzanera, de 75 años, que ejerció durante más de dos décadas como dentista.
A los 27 años, en el cenit de su carrera, optó por colgar las botas para estudiar Medicina. «A veces no se veía bien que en el vestuario te pusieras a leer una revista así un poquito medio intelectual. Cuando llegaban las derrotas todos buscaban excusas y justificaciones. Entonces venía aquello de “a ver si leemos menos y trabajamos más”», rememora. Aguirre sí prosiguió la lucha, ejerciendo como cabecilla en la primera huelga de futbolistas. Fue en 1979, al lado de Luis Miguel Arconada o Vicente del Bosque, luchando contra el abusivo derecho de retención y en favor de incluir al fútbol en el régimen de la Seguridad Social.
En su memoria aún resiste el día que acudió en compañía de Sergio al Banco de España, en Santander, para la devolución de la multa. «Había policías en la entrada de la oficina y aún nos miraban con cara de mala leche. Cuando nos hicieron el reembolso nos fuimos a Suances a celebrarlo con nuestras esposas», relata Aguirre, con inequívoco acento rebelde.
«Pedagogía con los jóvenes»
En la voz de Manzanera, hijo de un represaliado que perdió su trabajo durante la atroz posguerra, también perviven ecos indomables. «Esto no va de que a ti te vaya bien, sino que le vaya bien a mucha gente. No me vale con eso de que pobres y ricos ha habido siempre. Lo que importa es que no siempre sean los mismos. La clave no está en que tú vivas muy bien. Si tú vives muy bien y a tu alrededor resulta que sólo encuentras miseria moral y miseria económica, no tiene ningún sentido», subraya. «Ahora todo es muy bonito gracias a la libertad de asociación o a la libertad de expresión, gracias a todas esas cosas que uno ahora ve como lo más normal y que entonces no podías hacer. Como por ejemplo, salir a la calle con banderas y gritar “¡Pedro Sánchez, hijo de puta!”», sentencia.
«Hay que hacer pedagogía, sobre todo con los jóvenes, para tener una conciencia de lo que fue la dictadura y para que aquello no vuelva a repetirse. La juventud actual debe saber que aquel régimen se mantenía a base de represión. Y la paz no se logra matando a gente que piensa diferente», concluye Manzanera sobre aquellos cinco asesinatos.
Los últimos de un régimen agonizante, pero firme en su determinación de morir matando. De nada sirvieron las manifestaciones en Atenas, París, Londres y Lisboa, ni la llamada de Pablo VI, implorando clemencia en El Pardo. Los nombres de Xosé Humberto Baena Alonso, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez Bravo, militantes del FRAP, se sumaron a los de Ángel Otaegi Etxeberria (Caraquemada) y Juan Paredes Manotas (Txiki), miembros de ETA, en la desmesurada lista de la ignominia.










