Su adolescencia caminó hacia el tenis, como la de muchos y muchas, pero finalmente Gemma Triay encontró la felicidad y el techo mundial en el pádel. Ahora, con 33 años y todavía siendo número uno del mundo, reflexiona sobre una carrera tan inesperada como exitosa.
- Es usted número uno del mundo con 33 años.
- Uno de los años más felices. No es la primera vez que soy número uno, pero creo que por la madurez, por la edad que tengo ya lo estoy disfrutando mucho más. Ser número uno implica muchas cosas, esfuerzos, sacrificios, nervios, presión… Pero lo llevo de una forma diferente. Lo disfruto más. Aceptar cuando las cosas no salen, normalizar que hoy soy número uno y mañana puedo no serlo. Con el equipo que tenemos con Delfi (Brea) y Rodri, el entrenador, me siento muy afortunada.
- ¿Hay que estar un poco loco para ser número uno?
- Diría que sí. Tienes que ser un poco obsesivo en tu trabajo. Yo lo normalizo porque tal vez no te das cuenta y lo ves como algo normal, pero para la gente no lo es. Mi entrenador me lo dice, que yo puedo estar dos horas haciendo A y B y me resulta fácil y natural, y para otros no. Se desconcentran, quieren probar otra cosa… A mí eso me pone nerviosa. He llegado a la conclusión, con los años y el trabajo con la psicóloga, que tu compañera hace lo que puede, que somos diferentes y que no todo el mundo hace lo mismo que tú. Imagínate un clon mío al lado, nos mataríamos. Me gusta dar el 100% e irme tranquila a dormir. Venía de tres años siendo número uno, el año pasado fui la dos y este año si no acabamos como número uno, pues dolerá, pero lo habré dado todo. Si llega un día en el que no me apetece levantarme y entrenar es que algo habrá cambiado y será el momento de dejarlo.
- ¿En un deporte de pareja cómo se gestiona el error de una compañera?
- Es un trabajo que se tiene que hacer bien con tu psicólogo. Creo que me ha costado más asumir mi propio error que el de mi compañera, pero ambos son difíciles de gestionar. Llevo tiempo trabajando esa frustración y de hecho soy una jugadora que le tiene pánico al error. Lo que trabajo siempre cada año es aceptar mejor el error porque no me gusta fallar y mi entrenador me repite: “Permítete fallar”. Esa es la pelea que tengo y no es fácil, y aceptar el error de tu compañera tampoco, para mí lo más difícil es saber cómo ayudarla, porque las dos queremos ganar y no tiene sentido meterle más caña, decirle algo malo o meterle presión. Hay que encontrar la manera, y no siempre es la misma que te viene bien a ti. Es algo difícil que se trabaja tanto individualmente como en pareja.
- ¿Desde cuándo trabajas con la psicóloga?
- Llevo ya mucho tiempo, he tenido varios en mi carrera y ahora estoy con Eli Amatriain, que fue jugadora. Y me da una paz mental brutal. Cuando viene a los torneos solo verla ya me da calma. Es imprescindible y es un trabajo muy constante, hay semanas que hablo más y otras menos, pero siempre. Trabajo la frustración y aceptar el error, porque todas juegan muy bien y los partidos muchas veces se deciden por la capacidad de gestionar las emociones.
- En los ‘Major’ de Premier Padel los premios son los mismos en el cuadro masculino y en el femenino. ¿En el día a día se nota la igualdad?
- Creo que tenemos que estar contentos porque vamos dando pasos. Esos ‘Major’ reparten lo mismo, también el mundial por parejas, y luego en los demás los premios son diferentes, pero estamos trabajando mucho con Premier y ellos son conscientes de que tenemos que llegar a la igualdad. El pádel femenino está atrayendo mucho espectador y eso es importante. Sería preocupante que jugáramos con las gradas vacías porque dirían que no tenemos motivos para cobrar más, pero los motivos están, el esfuerzo es el mismo, tenemos los mismos gastos y queremos luchar por nuestros derechos.
- ¿En qué momento dejas el tenis, ves que no hay futuro ahí y terminas en el circuito de pádel?
- Pues yo soy de Menorca y toda mi familia jugaba al tenis. No tenía ni tres años y ya estaba con la raqueta por todas partes. Empecé a jugar en el club de tenis, destaqué y con 14 me fui a Mallorca, al Centro de Tecnificación de Baleares, donde estuve hasta los 19. Tuve una lesión en el abdominal, que me lo rompí, y estuve un año para recuperarme, y cuando volví, a los 18, sentí que algo había cambiado. Tenía ese dolor que también me iba a la espalda y sufría mucho. Fue un momento duro y me replanteé un montón de cosas. Llevas toda la vida jugando al tenis para intentar ser buena jugadora y te lo replanteas todo. Así que decidí dejarlo e irme a Barcelona a estudiar, como una adolescente normal y corriente. A los dos años me volvió el gusanillo del deporte y como el tenis lo tenía aparcadísimo y el pádel estaba en auge, me apunté a un torneo universitario con una compañera. Y de ahí a un club, a jugar interclubes, a entrar en el circuito catalán y a las previas de World Padel Tour. Fue todo muy rápido. A los seis meses de empezar a jugar estaba en mi primer torneo de WPT.
- Una segunda oportunidad.
- Fue una decisión compleja también. Cuando me dijeron de entrar en el circuito eso implicaba viajar, y justo estaba estudiando Lenguas aplicadas en pleno plan Bolonia, tenía seminarios, asignaturas a las que tenía que ir… Tuve que decidir, seguir estudiando o probar con el pádel. Yo no trabajaba ni tenía para pagarme los viajes, así que mis padres me ayudaron. Para mi padre dejar el tenis fue como tirar la toalla, no le gustó, creo, y el pádel era una segunda oportunidad. Y sé que la mentalidad que tengo ahora en el pádel no la tenía en el tenis. Podía haber dado muchísimo más de lo que di. Y creo que vivir la carrera de tenis, el no llegar a profesional, que es algo que le pasa a casi todos, me ha ayudado a ser como soy ahora.







