De un cuerpo de gigante apenas sale la voz. Jon Rahm, abatido, parece buscar respuestas con su mirada, respuestas que no encuentra tampoco en sí mismo: "Ni yo sé cómo explicar lo que ha pasado". Lo que acababa de pasar era un hundimiento olímpico. Rahm dominó el último recorrido del torneo de los Juegos con una autoridad inesperada. Había estado irregular los días anteriores con el putt, pero, en cambio, el domingo parecía que todo le salía en el green. Lo mismo en las salidas del tee. Ese juego sin fisuras le hizo alcanzar el ecuador del recorrido con cuatro golpes de ventaja. Después, el colapso, los errores, los bogeys, el hundimiento.
El diploma que corresponde a un quinto puesto no colma a un gran campeón. Rahm lo es. Sólo quienes lo son arrastran riadas de gente, como las 80.000 personas que se acercaron al Golf National, cerca de Versalles, adonde llegaron con intenciones muy distintas a quienes tomaron su palacio hace más de dos siglos. Eran más de las que caben en el estadio de Saint Denis. Buena parte de los espectadores llegaban a animar a Rahm en un torneo olímpico con los mejores golfistas del circuito. El polémico fichaje del español por el LIV saudí no ha mermado en absoluto su carisma.
"Me va costar reponerme"
"No ha sido una buena semana para mí, pero ha sido una gran semana de golf para la gente. Me va a costar reponerme de esto. Es duro, sobre todo después de tenerlo en la mano", explicaba un Rahm huidizo, con ganas de irse, volar de vuelta a Estados Unidos y reunirse con su familia. Una nueva paternidad le espera.
Rahm sentía las miradas encima sin querer mirar a nadie. Un difícil ejercicio de concentración que ya era apreciable cuando el español apareció en el putting green, la última zona de calentamiento. Fueron minutos, al contrario que sus rivales.
Un último contacto con la hierba bajo un sol oblicuo, menos húmedo que los anteriores. Refugiado del ruido en sus auriculares, no embocó ninguna. No importaba, ahí no. Salió disparado, entre gritos de "¡Rahm!, ¡España! o ¡Europe!". A ninguno respondió, a ninguno escuchó. Estaba en modo concentración, en modo recorrido, perfecto hasta la mitad del campo. En el hoyo 11 llegó el primer problema; en el 14, el crack del que no pudo reponerse.
Maldito hoyo 14
"En mi opinión, el mayor problema no ha estado en el hoyo 11 o en el 12. Lo más importante ha sido el tercer golpe del 14", explicó Rahm. Fue el hoyo maldito, un par cinco en el que realizó un doble bogey. En ese mismo hoyo había hecho un eagle el primer día y un birdie en el tercero. En cambio, había salvado en el par el hoyo ocho, donde había tenido los mayores problemas los días anteriores. "A partir de ahí no ha sido fácil mentalmente, porque ves que pierdes lo que tenías en la mano", admitió.
La concentración ha sido un elemento clave en el crecimiento de Rahm, desde los tiempos en los que la Federación lo sancionaba por explotar en el green, golpear los palos y las bolsas. Incluso fue obligado a trabajar con golfistas discapacitados, una especie de servicio social que siempre ha reconocido como clave en su vida. Eso cambió a Rahm y París empezó por ver al Rahm maduro, seguro, con un juego compacto, sin fisuras. Los errores descubrieron a otro que empezaba a mover y hacer girar los palos tras los errores.
En los 10 primeros hoyos tan sólo se fue fuera de calle en dos ocasiones, algo que solventó sin superar nunca el par. Birdie a birdie, con cuatro en cinco hoyos consecutivos, firmaba un -5 en los primeros nueve. En los siguientes nueve, un +4. Partió con -14 y acabó en -15. Había dicho que era necesario estar seis golpes por debajo del par para el oro. Acertó en el diagnóstico, no en el campo. Sólo araño uno.
Récord de Scheffler
"Conozco este campo, aquí ganamos la Ryder y he jugado otras veces, pero es un campo complejo debido al viento, no lo notaba en el swing», añadió el español, aunque ello no explica la diferencia entre una parte y otra del recorrido. Los hoyos de mayor dificultad llegan al final, aunque para entonces Rahm ya había perdido la buena tendencia, al contrario que el vencedor, Scottie Scheffler, de menos a más para firmar el récord del campo, con nueve golpes bajo par y un total de -19, cuatro golpes menos que el español. El estadounidense, primero del ránking mundial, recibió este año de manos de Rahm la chaqueta verde de Augusta.
El británico Tommy Fleetwood (-18) fue segundo y Hideki Matsuyama (-17), tercero. Dos golpes separaron a Rahm, pues, del podio. Con un birdie en el 18 habría forzado el desempate por el bronce con el golfista japonés. Hizo un bogey. Estaba mentalmente fuera.
A sus 28 años, volver al mismo lugar no será un problema en Los Ángeles 2028, después de su ausencia en Tokio por un positivo en Covid. "Ahora no me habléis del futuro, por favor. Cuatro años es mucho tiempo y primero tengo que entender qué ha pasado", finalizó. Tenía prisa por irse.