El Valencia siempre ha sido mal enemigo para el Real Madrid, con partidos cargados de electricidad y polémica aunque los puntos se quedaran en el Bernabéu. Ahora, ni las sensaciones son esas. En abril, un cabezazo de Hugo Duro en el añadido, y un penalti fallado por Vinicius, hicieron que los valencianistas volvieran a ganar después de 17 años. Casi nadie cree en que la proeza se repita.
Este partido es el peor para la crisis que vive el equipo de Calos Corberán. No consigue el entrenador que rescató al equipo casi del descenso que este funcione. Dos puntos en cinco partidos y un juego que ha provocado la bronca de Mestalla. Con siete puntos, otra vez está en la cola de una clasificación muy apretada, se ha de reconocer, pero sin transmitir sensaciones de mejora. El equipo se ha acostumbrado a vivir sobre ese alambre por el que transita desde hace tres años. De hecho, de todos los que merodean por la zona de peligro, es el que más jornadas lleva con la luz roja: 27 en los tres últimos cursos.
«En el fútbol los resultados condicionan muchísimo las sensaciones y los análisis. La línea entre un resultado positivo y negativo es muy fina; sin embargo, las consecuencias a nivel de sensaciones, análisis e interpretaciones son muy dispares», argumenta Corberán, el artífice del milagro que parece haber perdido su don. El Valencia no sólo no gana, sino que su juego es pobre y los jugadores son un manojo de nervios. Eso, ante el Barça, le costó recibir un escandaloso 6-0 en el Johan Cruyff. Ante un Madrid con Kylian Mbappé afilado aún podría ser peor.
Un Madrid “más redondo”
Para el entrenador, la mano de Xabi Alonso se traduce en un equipo «más redondo» que aprovecha «la verticalidad, pero da pausa al juego y ataca más y mejor». «El hecho de que el Madrid use más pases antes de finalizar las acciones hace mas difícil que le puedas sacar contraataques», analizó el valenciano.
En sus 90 visitas a Chamartín, el conjunto che apenas pudo rascar 10 victorias y 14 empates, sin encadenar nunca dos triunfos consecutivos. Tras este duro compromiso completará el mes de noviembre con dos partidos en Mestalla: el domingo 9 ante el Betis (18:30 horas) y el viernes 21, después del parón de selecciones, frente al Levante.
Con esta acumulación de esfuerzos, el partido de esta noche representa un reto mayúsculo, porque el Valencia ni ha conseguido solidez defensiva ni fluidez en ataque . No arranca en colectivo que, con la marcha de futbolistas como Giorgi Mamardashvili, Ezequiel Mosquera, Enzo Barrenechea o Umar Sadiq tiene menos pólvora para resistir en el Bernabéu.
Cuando Olga Carmona soltó un zurdazo en el minuto 29 de la final del Mundial que sorprendió a la portera inglesa Mary Earps, España volvía a hacer historia. Eran campeonas del mundo contra viento y marea, gracias al talento de sus jugadoras, que ya acumulaban tres Balones de Oro, y su capacidad de guardar bajo la alfombra los desprecios. Muy poco había cambiado desde que, un año antes, un grupo de ellas levantara la voz contra unas condiciones de trabajo inmerecidas. Algunas estaban en Sídney, en un ejercicio de resiliencia y olvido forzado; otras estaban en casa. Pero aquello que apartaron para jugar al fútbol lo sacudió un beso, una agresión sexual de Rubiales a Jenni Hermoso que escandalizó al mundo. «Se acabó». Una frase de Alexia Putellas que fue principio y final de todo.
En Sídney nació la España campeona que hoy volverá a pelear por un título que no tiene, la Eurocopa, de nuevo ante Inglaterra, dejando un reguero de elogios por su fútbol y su talento. Pero el legado supera al hecho histórico. «Sabéis todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos luchado, siempre manteniendo el foco en el fútbol. Y eso es muy complicado. Esta Eurocopa ha sido muy tranquila, cosa que agradecemos, y creo que eso también ha ayudado a sacar nuestra mejor versión. Siempre es más difícil jugar cuando tienes cosas externas», reflexiona Aitana. Esa resiliencia, que por momentos no fue eso sino un amargo trágala, les hizo más fuertes. «Este equipo es mucho más maduro, tiene mucha más experiencia y sabe competir en los partidos», añade la jugadora.
Montse Tomé tiene claro por qué España merece ganar la Eurocopa, y va más allá del fútbol. «Somos un equipo, una selección, unas jugadoras, que llevan luchando, trabajando y esforzándose con mucha energía en muchos lugares. Y ahora hemos sido capaces de que la tuvieran en lo importante, que es el fútbol», sentenció la seleccionadora.
Una reconstrucción difícil
«Esto ha hecho tener un bagaje increíble de todas y que todos los que acompañamos a la selección podamos disfrutar de la profesión pura. Que pueda sentarme aquí y que todas las preguntas sean de fútbol es de las cosas más grandes que habla del cambio que estamos consiguiendo. Por todo el esfuerzo, el equipo se lo merece», añadió.
El camino de reconstrucción no ha sido fácil. El despido de Jorge Vilda y la inhabilitación de Luis Rubiales -en medio de un clamor político y social sin precedentes que terminó también en una condena judicial-, no cerraron las heridas. Con un presidente interino, Pedro Rocha, sin demasiada capacidad de maniobra y con desconfianza absoluta en Montse Tomé, segunda de Vilda, la selección echó a andar tras una larga noche de reproches y compromisos en el salón de un hotel de Oliva. Todo era tóxico menos el fútbol de España, que dos días después ganó a Suecia y goleó a Suiza en la Nations League.
La campeona se exhibió en la nueva competición, la ganó y, por primera vez, se plantó en unos Juegos Olímpicos. Tomé resistía la pregunta constante sobre las convocatorias de Jenni Hermoso, las que iba y las que no, y fue trabajando un equipo que necesitaba muchos cambios en el staff y algunos en el terreno de juego.
Aitana, Martin-Prieto y Esther, durante el último entrenamiento en Basilea.AFP
La RFEF, inmersa en una crisis de imagen, se vio abocada a un camino que imponía la igualdad, el respeto y la atención a sus jugadoras, a las que debía dotar de todos los medios posibles para seguir haciendo su trabajo. El modelo lo tenían en Inglaterra y, más cerca, en el Barcelona. Media docena de jugadoras pasaba de un club hiper profesionalizado, entre los mejores de Europa, a una selección precaria. El fichaje de Markel Zubizarreta empezó a poner en marcha un cambio que, ya sin él, aceleró la llegada a la presidencia de Rafael Louzán. Sólo había que acompañar.
A Montse Tomé, cuyo contrato acaba el 30 de agosto, le han permitido dotarse de un cuerpo técnico amplio y preparado, capaz de analizar rivales y transmitir a las jugadoras dónde están sus puntos débiles, como que Berger se adelanta. Luego Aitana, pura inteligencia en el campo, lo interpreta y lleva a España a una final. Porque en la élite, los detalles marcan diferencias.
a golpe de meritocracia
Tomé ha sabido manejarse con un grupo de jugadoras que desconfiaban de ella, pero a las que ha ido convenciendo. En tres años ha ido moldeando al equipo, primero con las convocatorias, renovando el grupo a golpe de meritocracia sin subvertir el orden natural del vestuario. Dejó en sus manos las capitanías, que volvieron a Irene Paredes y Alexia, y ha ido sumando al centro de mando a nuevas jugadoras que garantizan la cohesión. El bloque no ha cambiado demasiado, salvo la irrupción de jóvenes como Vicky López y Jana y el premio a veteranas como Martín-Prieto.
El legado en el campo es tan fuerte que puede servir para conquistar un título que completaría una triple corona inédita: España sería la primera vigente campeona del mundo que también gana la Euro, pero, además, suma una Nations que puede revalidar en noviembre. En el campo siempre quieren más. «Hemos hecho historia, pero somos ambiciosas, queremos ganar y competir al máximo», recuerda Alexia, brillante de nuevo en este campeonato.
Lejos del césped la huella es casi igual de profunda. Igualdad, respeto, audiencias millonarias... el fútbol femenino ha ganado visibilidad en el deporte y seguimiento. Aunque el impulso a la Liga F ha sido limitado, estas jugadoras son iconos nacionales y mundiales. Empezando por Alexia y Aitana, las dos balones de Oro, y siguiendo por aquellas que han dado el salto a otras competiciones, como Esther o Mariona, cuyas experiencias enriquecen la selección. Es el círculo virtuoso de un éxito que se labró en Sídney con un gol y muchas lágrimas.
El Valencia y el Betis no vivieron sólo un partido de fútbol, fue mucho más. Un homenaje, un ejercicio de orgullo, un refugio colectivo ante la desgracia. La catarsis de volver a casa, a Mestalla, ese lugar desde el que alzarse del barro y reconstruirse. Será un camino largo, y aunque al Valencia no le sobren puntos para dar consuelo, se ha propuesto no dejar caer a nadie.
Sacó del barro a más de 600 aficionados que lo han perdido todo menos su sentimiento valencianista para brindarles el calor de un Mestalla lleno y con los brazos abiertos. Se acompasó el ritmo de la previa y la banda sonora al aura, que no era la de un duelo liguero más, por mucho que cada punto sea oro para el equipo de Baraja. La grada repartió su aliento en dos fases y tuvo energía para todo.
No hubo solo camisetas y bufandas, la grada se pobló de banderas de la Comunidad Valenciana, al cuello de los abonados, como siempre ocurre en los grandes momentos en Valencia. Hoy lo era. El aliento ya se cortó en el calentamiento ya con cuando sonó Mi tierra de Nino Bravo, con el vídeo homenaje con que se iniciaron los actos y las manos se rompieron aplaudiendo a 80 voluntarios que salieron al terreno de juego en homenaje a las mareas de solidaridad que cruzaron puentes para auxiliar a sus vecinos de L'Horta Sud.
Como auxiliará el Valencia a las once escuelas de fútbol conveniadas afectadas por la DANA que saltaron al campo de la mano de sus ídolos cada uno con la equipación que visten cada fin de semana, y que en cuatro de los casos, Aldaia, Algemesí, Sedaví y Catarroja, tardarán mucho en volver a hacerlo.
No hay momento histórico en Valencia sin Senyera. En este caso, el césped de Mestalla se cubrió con la gran bandera donada por el Real Madrid al tiempo que se proyectaba un vídeo en homenaje a todos aquellos anónimos que se han volcado en dar amparo.
El corazón se arrugó de nuevo cuando Rei Ortolá, guitarra y chelo, interpretó 'Voces de Valencia', esa canción que arrancó lágrimas con las primeras palabras: "Cuando el agua rompió el suelo...". Nadie se movía. Ni siquiera los jugadores. Tárrega, de Aldaia, que achicó agua como sus vecinos, apenas podía contener la emoción. Los 22 jugadores y los colegiados fueron los encargados de poner el crespón negro en homenaje a las 221 víctimas de la DANA y los miles de damnificados.
El broche lo puso el Himno Regional, con tabalet y dolçaina, mientras todas las gradas enmudecieron durante un minuto y se convirtieron en una gran bandera gigante. Una gran pancarta se desplegó con los nombres de todos los pueblos afectados bajo un lema: "Amunt Valencians".
Después llegó el fútbol y emergió la justicia poética. Ese jugador que se había emocionado en los actos, que quitó barro en Aldaia, que sufrió por sus padres aquella noche del 29 de octubre, se vengó recogiendo una pelota suelta en el área en un saque de córner y enviándola a fondo de la red. Segundo gol de César Tárrega en la temporada, el más importante de su carrera.
Mestalla se encendió, incluso gritó pidiendo la dimisión de Sánchez y Mazón, pero el partido ya era raro. Tanto que el Betis se volcó y Ruibal, en una falta que tocó en Hugo Duro, hizo un empate que celebró también con la bandera valenciana.
La carga emocional del partido hizo que se parada dos veces por sustos de aficionados en las gradas y que fuera cambiando de dueño a cada poco. Se estiró el Betis tras el empate y se estampó en Mamardashvili, pero se sobrepuso el Valencia y Diego López remató un centro de Gayà a la base del poste de Rui Silva.