La pasión de Jon Rahm por Severiano Ballesteros es como esos amores imposibles que transgreden las convenciones y el tiempo para encontrarse en un lugar imaginario, en el ‘green’ de la gloria como en el baile de ‘La bella y la bestia’. Los golfistas
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Un Madrid entre el gol y la ira puede haberse dejado el liderato en El Sadar. El gol lo representa Mbappé, que crece y crece mientras intenta alejarse de lo tóxico. Difícil. La ira la personifican, esta vez, Bellingham y Ancelotti. El inglés, expulsado presuntamente por un insulto o menosprecio a Munuera Montero sin el balón de por medio; el italiano, amonestado, lejos de su temple en la banda, incluso contenido por su hijo Davide. El empate en inferioridad ante Osasuna no puede disociarse de una actuación del equipo arbitral deficiente, con un posible penalti no señalado a Vinicius, el corregido por el VAR en el área contraria, tras una acción de Camavinga, y la expulsión de Bellingham. La Liga se calienta, y no para bien. [Narración y estadísticas (1-1)]
Bellingham lo hace solito. Ya se le ha visto dirigirse airadamente a jugadores o colegiados en otros partidos. Debe corregir esa impronta. La situación de Ancelotti, en cambio, es más sintomática y significativa del estado de nervios en que vive el Madrid en la Liga, no en la Champions, donde no sospecha. Con razón o sin ella por los errores arbitrales, que los hubo en El Sadar, no es algo que le convenga, porque resta energía a quien tiene la mejor. La discusión iguala a los equipos. La calidad los diferencia.
Sin discutir, el Madrid no es que fuera superior, es que abrumó a Osasuna con un arranque autoritario, de tirano, mucho más que de líder. Eso no es fácil en El Sadar, un lugar con electricidad esté como esté Osasuna. La intensidad es la primera característica de su idiosincrasia. Con Modric y Camavinga en el centro del campo, el Madrid se hizo con el mando del partido, amenazante, rápido en el movimiento de la pelota. Vinicius protestó una mano en la primera jugada y falló lo más claro en la siguiente jugada. No se habían alcanzado aún los tres minutos. El Madrid era un ciclón.
Jugada residual
Vinicius fue objeto, poco después, de una entrada de Moncayola en el pico del área. El desplazamiento fue claro, pero ni Munuera Montero señaló penalti ni el VAR recomendó al colegiado que lo revisara. Extraño. Era, al menos, para verlo. La comparación de esa jugada con la que el VAR pidió al árbitro que fuera a ver al monitor por la acción de Camavinga, en una jugada residual, da argumentos al Madrid en sus protestas. La única justificación reglamentaria es que, al ser amonestado con la tarjeta amarilla, haya de señalarse el penalti. De nuevo, una pena máxima por acciones de interpretación. El Madrid la suma a la que recibió en el derbi, por el pisotón de Tchouaméni con el balón pasado, y a la no roja a Romero sobre Mbappé en Cornellà, con la carta del club de por medio.
El gol de Mbappé fue, pues, como un espejismo, en una de las pocas acciones limpias, libres de protestas, que tuvo el partido. Valverde, de nuevo como lateral, cazó un rechace y puso la directa. Pocas conducciones en la Liga son tan imparables. El uruguayo es como un expreso. Corrió, centró y Mbappé llegó a la anticipación al central para colocar el balón justo bajo el larguero. Tremendo el remate del francés, activo, medido en los espacios para evitar el fuera de juego. La progresión, parada y centro que había hecho poco antes para Vini demostraban que está afinado. Lástima que la ira pueda llevárselo por delante.
Courtois, tras la concesión del penalti por el VAR.AFP
La amarilla a Ancelotti y la expulsión de Bellingham cambiaron el decorado, por la inferioridad y la crispación. Osasuna comenzó a aparecer, con Bryan Zaragoza por la izquierda y las llegadas de Aimar Oroz, que provocó la primera intervención salvadora de Courtois, mano abajo con fuerza, la suficiente para que el balón saliera por encima del larguero. Una parada de valor gol. El regreso del descanso trajo la misma tendencia, apoyado el equipo navarro en su superioridad y con Asencio como anticuerpo. Crece el central de la cantera. A Osasuna le convenían los quilombos en el área madridista. El polémico penalti de Camavinga, VAR mediante, llegó en ese contexto. Courtois había vuelto a evitar el empate, pero en los 11 metros ante Budimir, nada pudo hacer.
La igualada era ya una amenaza para el líder, que empezó el choque con uno y dos puntos sobre Atlético y Barcelona, respectivamente. Una vez consumada, el Madrid debía volver al juego. Ya habría tiempo de protestas. Lo hizo el equipo de Ancelotti, con un Mbappé que apurada sus fuerzas hasta la extenuación y forzaba lo mejor de Herrera bajo palos, y un Vinicius en estado puro, determinado, sin sonrisas irónicas. No las tuvo hasta el final ni las tiene un Madrid encorajinado, entre el gol y la ira.
El origen del mote de los 'indios' para los aficionados del Atlético de Madrid no sería, hoy, políticamente correcto. Empezó en los años 70 en la capital para aludir a sus jugadores latinoamericanos, como Panadero Díaz, Cacho Heredía o Ayala, la mayoría con sus largas melenas setenteras. Era un mote racista, fuera en los tiempos que fuera, del mismo modo que existe un componente racial en la palabra 'cholo', con la que se alude a su entrenador. El 'cholo' es el mestizo o el indígena que adopta la forma de vida del blanco, según el país en el que se utilice, y no siempre con el cariño con el que acompaña a Simeone. El Atlético de los 70, sin embargo, no tenía tantos jugadores sudamericanos como el actual. Seis argentinos (Musso, Nahuel Molina, Giuliano Simeone, Correa, De Paul y Julián Álvarez), más el uruguayo Giménez, central y capitán. Enrique Cerezo dice que el «Atlético no se entiende sin argentinos». Son parte de la idiosincrasia que Simeone encarna en carne y hueso, y que vuelven a encontrarse ante su montaña prohibida. Velan el siguiente asalto a la Champions sin pensar en la caída en Getafe, sólo en el deseo de que no sea un Everest inalcanzable, sino el Machu Picchu que permite pasar de lo terrenal a lo divino.
Para tener opciones de hollar la cima, los 'indios' deben eliminar a los 'vikingos', como se aludía a los madridistas en la misma época por los alemanes Netzer, Stielike y Breitner, además del danés Jensen, en la batalla de las tribus de la capital, algo más difícil que ascender el Camino del Inca. Lo intentarán en un Metropolitano que podría ser el Metropolitano de la Boca, como se conoce al puerto de Buenos Aires, y donde volverán a verse pinturas de guerra y plumas. Los 'indios' del Atlético no sienten ya el mote de forma peyorativa. El Madrid carga la atmósfera emocional que quiere Simeone, aunque las atmósferas muy cargadas pueden confundir el fútbol. El entrenador las invoca, ataviado como un bailarín de tango, de negro riguroso. El tango, en cambio, es una combinación de aceleración y pausa. Como el fútbol.
El duelo con el Madrid tiene un sentido finalista, aunque la final está lejos, todavía en octavos. Tiene sentido, porque es el equipo que le venció en dos de las tres finales de su historia, y le apartó, en semifinales, de una cuarta. Ello implica un bloqueo mental que el Atlético debe superar. También su gente. También Simeone, al que la caída en Milán, en 2016, le hizo dudar sobre su futuro. Desde entonces, la Champions no es únicamente un objetivo. Es una misión.
El Atlético necesita su Wembley
El Atlético es el único de todos los equipos que han perdido tres finales de Champions o más que no ha ganado el torneo. La Juventus cayó en siete finales, pero levantó dos títulos, hecho que ahonda en su fatalismo, aunque sin urgencias históricas. También Madrid y Barcelona perdieron tres finales, pero los blancos, reyes del torneo, suman 15 títulos, por cinco de los azulgrana, que cayeron dos veces con tics fatalistas, los palos en Berna o los penaltis en Sevilla, antes de cambiar su destino en Wembley, en 1992. El Atlético aguarda su Wembley.
Simeone, durante la ida en el Bernabéu.JUANJO MARTINEFE
Son más de una veintena los argentinos que han conquistado el gran trofeo europeo. El primero, Di Stéfano, lo hizo suyo nada más empezar. En la actual plantilla del Atlético sólo hay uno, Julián Álvarez, con un City en el que no llegó a ser titular. En cambio, los rojiblancos cuentan con hasta seis campeones del mundo, el propio Julián, De Paul, Molina, Correa y Griezmann, al que la larga cohabitación con argentinos y uruguayos le hizo aficionarse al mate, y Lemar, hoy en la segunda unidad. Es el equipo con más integrantes de la gesta de Argentina en Qatar, después de River. En el Monumental no han olvidado la calidad de Julián.
El salto del futbolista al Atlético ha disparado el seguimiento que en Argentina ya se hacía del equipo, especialmente desde la llegada de Simeone. Es conocido entre los hinchas como el Asadito Mecánico, tras tomar parte del apodo de la gran Holanda de Cruyff, la Naranja Mecánica, a la que la albiceleste derrotó en la final del Mundial del 78, en el Monumental, aunque sin el mejor futbolista de su historia. Los componentes del Atlético utilizaron el sobrenombre en las redes en su regreso por Navidad.
«La atención por el Atlético es histórica, porque existe una larga tradición de representatividad argentina. En el pasado, por exigencia, era un salto más sencillo para los jugadores de acá desembarcar en el Atlético que en el Real. Una estación intermedia. En aquellos años para sufrir y, desde la reconstrucción del 'Cholo', para soñar», explica Cristian Grosso, editor de Deportes de La Nación y uno de los periodistas más influyentes.
"El 'Cholo' siempre provoca algo"
«Simeone tiene una debilidad por el jugador argentino, por su carácter, y ya desde el principio fichó a Cata Díaz, a Demichelis, aunque no llegara a debutar, a Augusto y otros muchos en una década», prosigue Grosso, que, no obstante, alude a los sentimientos encontrados que despierta el técnico en su propio país: «El Cholo no pasa jamás desapercibido, es un personaje pintoresco, que siempre provoca algo. Genera odios y amores también en Argentina, pero todos están pendientes. Unos, por ver si fracasa; otros, felices con su éxito».
Julián Álvarez celebra un gol en Mestalla.JOSE JORDANAFP
Para el periodista argentino, el Atlético es el reflejo de su entrenador: «También provoca, a su alrededor siempre pasan cosas. El Atlético garantiza partidos intensos, y eso conecta bien con lo argentino».
«Que el Atlético sea el equipo con más campeones del mundo, junto con River, pero con los más determinantes, salvo Messi, influye, claro. Sobre todo, la presencia de Julián Álvarez, que merece párrafo aparte. La expectación es enorme, mientras todos se preguntan si Simeone le hará ver a Guardiola que se equivocó», concluye Grosso. En el Bernabéu lo hizo, con un soberbio gol, pero en un Atlético demasiado precavido, que perdió la ocasión de castigar a un Madrid herido. El Metropolitano cargará o no de razones la respuesta.