Rodrygo es un futbolista ‘top’ fuera del ‘Top 8’ de la Champions. Como el Madrid. Una situación anormal que penaliza las dudas y los errores en un arranque del torneo deficiente, aunque no catastrófico. Ancelotti está donde siempre, pero con la ceja más levantada. Es su forma de drenar la «mala leche», según dice su hija. Tendrá el Madrid una eliminatoria más que la aristocracia a la que pertenece, incluidos Atlético y Barça, y habrá que ver cuánta incidencia tiene en el desgaste de un curso interminable, con el Mundial de clubes en el horizonte. Puede no ser una eliminatoria cualquiera, porque la mala cabeza de Guardiola ha sido peor que los desvelos del Madrid y puede abocar a los blancos contra el City. Como una final en dieciseisavos. Empieza la cuenta atrás del sorteo.
Los dos goles de Rodrygo frente al Brest, más uno de Bellingham (0-3), no sirvieron al Madrid para un objetivo que parecía virtualmente descartado, pero al menos le permiten jugar los dieciseisavos con la vuelta en el Bernabéu y mejores sensaciones de las que tuvo en Lille, cuya victoria no fue una primavera, ya que está en el ‘Top 8’.
Modric, titular
Ancelotti movió un centro del campo donde es difícil sentirse titular. Ceballos se quedó en el banco, pese a los buenos minutos acumulados, Tchouaméni volvió a aparecer en la defensa sin mucho tino, como siempre, y Modric regresó al once. La sensación es que el italiano encaraba el choque con el propósito de ganar, claro, pero no de una forma extremada. Las cábalas que hacían casi imposible llegar a estar entre los ocho primeros no dejaban claro que era más conveniente, dados los cruces. Imposible hacer cálculos.
El sorprendente Brest partía en una situación similar, pero con un punto más. En el caso de los franceses, sucede lo inverso al Madrid, al tratarse de un modesto cuyo objetivo en la Ligue 1 es mantener la categoría. Lo mismo le ocurría el año pasado y acabó tercero. Entrenado por Eric Roy, que llevaba más de una década alejado de los banquillos, y sin poder jugar en su estadio habitual por las condiciones exigidas por la UEFA, su cuento de la Cenicienta continuará, al menos, en dieciseisavos.
Intenciones grandes del Brest
Partió, pues, el Brest con sus intenciones de equipo grande: la defensa adelantada y la presión alta. Al Madrid le incomodó, pero sin llegar a comprometer de verdad a Courtois. Apenas una mano tuvo que mostrar el belga frente a un ataque fogoso pero no preciso durante el primer tiempo. Cuando Ajorque la encontró, en la segunda mitad, le sobró el hombro y su gol no pasó el corte del Brest.
La precisión la tienen los delanteros del Madrid, todos. Rodrygo la puso en práctica en dos remates de forma consecutiva. La primera la rechazó el portero Brizot, al cabecear un centro de Lucas Vázquez. En la segunda, progresó por la izquierda y cruzó para tocar el palo opuesto, que orientó el balón hacia la red. Como si fuera sobre un tapete de billar. Cerró el duelo con su segundo tanto, tercero del Madrid, tras un rechace del portero a tiro de Mbappé.
Rodrygo partía en la izquierda por la ausencia de Vinicius, e hizo realmente de Vini, tanto en su primer gol como en una conducción en la segunda mitad hasta la salita de estar del portero. Con Mbappé por el centro, pitado, Brahim se posicionó en ataque por la derecha, aunque quien exploró la banda de verdad fue Lucas Vázquez, de vuelta tras su lesión. Discutido en lo defensivo, el gallego volvió a demostrar valor en lo ofensivo. De su centro final se benefició Bellingham para marcar el segundo tanto, cerrar el partido y esperar las cábalas: Manchester City o Celtic.
Miedo en los 11 metros. Podría ser el titulo de un thriller, pero es el titular de una crónica de fútbol, el diagnóstico de un mal que atrapa al jugador que llegaba al Madrid para ser el mejor del mundo y, hoy, es el futbolista más débil del mundo. Mbappé no ha perdido ninguna de sus cualidades, como demostró en el disparo que dio origen al efímero empate blanco, gracias a Bellingham, pero ha perdido la fe cuando se sitúa en el lugar en el que se encuentra a solas con sus pensamientos. Dos penaltis fallados y uno rechazado en tres partidos lo demuestran. El Madrid tiene un problema que va más allá de una derrota ante un Athletic mejor en todo lo que puede serlo, la intensidad o la fe. Lo demás es cosa de Vinicius, ausente, y Mbappé, de alguna forma también ausente. [Directo y estadísticas]
Sin lo mejor de esos dos futbolistas y muchas bajas en defensa, Ancelotti recompuso el equipo con sentido de la precaución. El regreso de Tchouaméni no fue un regreso a la defensa. Era una buena noticia para Asencio, cuyo trabajo había dejado buen sabor para el chef Carlo. Poco se le podía reprochar de lo que sucedió en Anfield. En San Mamés, dura plaza, una mala lectura suya y de Rüdiger dejó en ventaja a Sancet y Berenguer en la acción del primer gol. En descargo del canterano hay que decir que estaba cojo por una acción precedente.
Luis TejidoEFE
Tchouaméni volvió a situarse en el pivote, acompañado de Ceballos. Es un rol donde no se ha encontrado ni el Madrid ha encontrado lo que quiere. La inserción del francés, además, condicionó la disposición del equipo, al restar una pieza al ataque y dificultar la transición ofensiva, con Mbappé y Rodrygo a demasiada distancia. Era un Madrid muy largo. Valverde, a su vez, estaba más preocupado de auxiliar a Lucas Vázquez que de las conducciones con las que abre en canal a los rivales. El gallego y Fran García, en los laterales, eran dos talones de Aquiles, no uno, para el Madrid frente a tipos como Nico Williams o Sancet.
La ausencia de Vinicius
La presión alta del Athletic, intensa y constante, tenía una parte de la responsabilidad, pero no toda, ya que el Madrid en ocasiones encontraba caminos para superarla. El problema era cómo enlazar con sus piezas ofensivas antes de que el Athletic replegara, con un Vivian omnipresente. No lo consiguió. Mbappé recibía al pie, no al espacio. En mitad del tráfico se movía mejor Rodrygo, aunque ninguno, con metros o sin ellos, se mueve como Vinicius. Su baja para el Madrid es como decirle a un púgil que en el ring no use el directo.
Rodrygo pudo ser objeto de un penalti por parte de Gorosabel, que puso la pierna con la que contactó el brasileño. De ese modo lo entendió Figueroa Vázquez en el VAR, pero no Sánchez Martínez al revisarlo en el monitor. No es lo habitual. La jugada había acabado con un remate a la red de Mbappé, en posición de fuera de juego. Fue lo más cerca que el Madrid estuvo del gol en el primer tiempo. Poco, muy poco y poquísimo del francés frente a una defensa en la que Ernesto Valverde realizó hasta tres cambios con respecto a la última victoria, en Vallecas. La dinámica del partido, volcado el juego sobre el área de Courtois, no ayudaba al francés, pero un jugador de su jerarquía está para cambiar dinámicas por sí mismo. No es uno más. Se supone.
La mirada al césped de Mbappé
Esa dinámica, pese a no haber disfrutado el Athletic más que de una ocasión de Gorosabel tras un taconazo de Iñaki Williams, le llevó finalmente al gol tras volver del descanso. El mayor de los Williams fue quien volvió a lanzar un balón al área cargado de veneno y, tras la pasividad de los defensas blancos, Berenguer no tuvo más que empujar el balón en la llegada conjunta con Sancet, ambos hasta la línea, superado ya Courtois.
LUIS TEJIDOEFE
El Madrid se estiró, pero fue un error de Aguirrezabala al medir mal la salida y golpear en la cabeza de Rüdiger, lo que ofreció la reválida a Mbappé. Lanzó como un niño, blando, blando. El portero del Athletic detuvo el lanzamiento. El francés volvió a mirar al césped.
El impacto del error lo sufrió todo el equipo, también Ancelotti, que agitó el banquillo en busca de soluciones. El disparo que propició el empate de Bellingham era una prueba de vida, algo a lo que aferrarse, pero es difícil hacerlo tras una derrota debido al error del Valverde en el tanto de Guruzeta. No todo es culpa de Mbappé, pero esta caída que frena al Madrid en la caza del Barça, lleva su nombre, su miedo.
Luis es nombre de reyes en el país que sublima la república. Los Luises de Francia fueron prácticamente una veintena, incluido Luis Felipe I, de la Casa de Orleans, que reinó durante un breve periodo, conocido como la Monarquía de Julio, antes de abdicar y dar paso, en 1848, a la creación de la Segunda República Francesa. Desde Luis I el Piadoso, los franceses tuvieron de todo: Luis II el Tartamudo, Luis V el Holgazán, Luis VI el Gordo, Luis XI el Prudente o Luis XII del Pueblo hasta el gran Luis XIV o Rey Sol, cuyo reinado, de 72 años, fue el más largo de la historia y marcó un tiempo de esplendor militar, además de reorganizar administrativamente el país y aplacar a la nobleza en favor de la política. También llevó el centralismo y el absolutismo al extremo, con el lujo de Versalles como metáfora. Luis XV, su nieto, fue su némesis, un desastre, y Luis XVI acabó por pagar los desmanes heredados y propios en la guillotina. La restauración trajo a otro Luis, un Borbón, pero la fascinación por la Revolución había cambiado a Francia para siempre. El país de todas las revoluciones, la burguesa, la estudiantil y hasta la sexual, vive otra en el fútbol de la mano de un Luis que no llega de Versalles. Es un sans-culotte del fútbol y la Champions, su Bastilla.
La seducción que produce Luis Enrique en Francia no tiene que ver únicamente con su trabajo en el PSG, a un paso de clasificarse para la finalísima de Múnich, si es capaz de hacer valer su ventaja sobre el Arsenal (0-1)m en la vuelta de las semifinales. Los resultados provocan crítica o reconocimiento, pero con el asturiano existe identificación merced a su personalidad en un país que ama la rebeldía, la irreverencia. Más que un país, una ciudad: París. «Luis Enrique es perfecto, porque es provocador y soberbio, y eso, unido al éxito, encaja bien con la ciudad», dice el filósofo y editor Thibaud Leplat, profesor en el Liceo Internacional de Madrid.
Luis Enrique da instrucciones, junto a Arteta, en Londres.NEIL HALLEFE
«Existe una fascinación entre la intelectualidad francesa por los personajes irreverentes, provocadores, y Luis Enrique lo es», añade Leplat. Es patente en la literatura, desde Simone de Beauvoir a Michel Houellebecq, pero también en el cine y hasta en el fútbol. Uno de los jugadores más contraculturales y antisistema de la historia fue el francés Éric Cantona, nieto de un exiliado de la Guerra Civil española. Cantonà era la revolución en carne y hueso contra cualquier forma de poder, incluidos los del propio fútbol que adoraba y le encolerizaba.
Cantonà acabó por pasarse al cine, aunque jamás jugó en el PSG, en cuyo origen se implicaron muchos personajes de la farándula, humoristas y actores como Jean-Paul Belmondo, uno de los canallas de la ficción. El entrenador Luis Fernández o David Ginola fueron en el campo fieles a esa condición que encaja con el carácter del español. "Es un club latino, mediterráneo, en el París que buena parte de Francia mira con desdén por el centralismo, porque para todo hay que pasar por la capital. Eso también contribuye a ser un club más odiado y a convertir cada partido en Estrasburgo, Lille, Niza o Marsella en choques con mucha tensión, algo a lo que se adapta bien un carácter frontal como el de Luis Enrique", continúa el profesor de filosofía afincado en España.
«Cualquiera que represente la revolución es, asimismo, adorado, porque la Revolución no es únicamente un periodo de nuestra historia, sino parte de la idiosincrasia de Francia. Hasta Emmanuel Macron título su autobiografía Révolution, aunque realmente su revolución no sea tal. En cambio, Luis Enrique, de alguna forma, ha impuesto la suya en un club sometido al dictado y los caprichos de las grandes estrellas», prosigue Leplat.
Mbappé, en un partido con el Madrid en el Bernabéu.BallesterosEFE
El PSG al que llegó era, en realidad, un Versalles de futbolistas siempre adocenados por el lujo, desde Ibrahimovic hasta Messi, y donde sólo existía un Rey Sol: Kylian Mbappé. Cuando se marchó, Luis Enrique dijo que el PSG jugaría mejor sin el actual delantero del Madrid. Una declaración más que provocadora, temeraria. El tiempo ha demostrado que tenía razón. «Se ha producido un efecto liberador con su marcha de París. Liberador para todos, el entrenador, el resto de jugadores, la hinchada y hasta los propietarios qataríes, que ahora están encantados con Luis Enrique, aunque los inicios fueron difíciles», recuerda Leplat.
Broncas a Mbappé, Dembélé o Asensio
El asturiano mantuvo su dialéctica habitual con los periodistas, una frontalidad que, unida a la irregularidad inicial del equipo, generó muchas críticas en su contra. A pesar de alcanzar las semifinales de la Champions, la temporada pasada, la forma de caer ante el Borussia Dortmund aumentó la sensación de impotencia en un momento de depresión por la pérdida de Mbappé, que meses atrás había comunicado al club su decisión. El documental No tenéis ni puta idea, sobre la figura del asturiano y su método de trabajo, realizado el pasado año por Movistar, no tenía inicialmente compradores en Francia, al contrario que en otros países. Esas voces críticas volvieron a arreciar ante las dificultades en la fase previa de esta edición de la Champions, pero a partir de noviembre, con el despegue del equipo, todo cambió y el documental, finalmente estrenado, arrasó.
«Michael Jordan cogía de los huevos a sus compañeros y se ponía a defender como un hijo de puta. Te vas a pegar todo el partido presionando a Cubarsí, a Ter Stegen y volviendo rápido... Para ser un líder», dice Luis Enrique a Mbappé en una escena recogida por el documental. Hiperactuada o no, ha habido muchas broncas más. Mbappé se marchó a un lugar donde presionar no es una obligación, no por ahora, y también lo hizo Asensio, pese a pedir al asturiano discutir el problema en grupo. De eso nada.
Ni siquiera Dembélé, al que llamó personalmente para que dejara el Barcelona y fichara por el PSG, se libró de sus medidas disciplinarias por no respetar normas que el técnico considera claves para el crecimiento del equipo. Dembélé fue una petición expresa que Luis Enrique hizo a NasserAl-Khelaifi al llegar al club, la temporada pasada. Un futbolista de una verticalidad tan mortal como incomprensible, algo que conecta con el pasado como jugador del asturiano, delantero en el Sporting, lateral en el Madrid y prácticamente extremo en el Barcelona, pero siempre en vertical.
Dembélé celebra su gol en Londres.NEIL HALLEFE
La salida de Mbappé tras las de Neymar o Messi, convertía al ex azulgrana en la gran referencia. Por ello, su caída de la convocatoria antes de jugar en el Emirates, durante la primera fase de esta Champions, desató una crisis. «Lo volvería a hacer», dijo Luis Enrique, pese a caer (2-0). «Ousmane no tiene un problema conmigo, es un problema de sus obligaciones con el equipo», añadió. El delantero acudió a pedir disculpas al técnico. Meses después, en el mismo escenario, el titularísimo Dembélé cobraba la valiosa ventaja de la semifinal.
El técnico ha conseguido optimizar las cualidades de Dembélé, al que suele llevar al centro para dejar las bandas a Barcola o Doué, el gran talento que viene. El crecimiento individual de todos los jugadores ha sido enorme, y la prueba está en el mediocentro Vitinha o hasta en la renovada confianza del gigante Donnarumma. Hay equipo y hay juego, "el mejor de la historia del PSG", según concluye en Francia, claro, pero lo que verdaderamente hay es un liderazgo desconocido, que asombra e inquieta a los dueños qataríes, y enamora a los parisinos. C'est la révolution.