Sólo un descalabro, el infortunio de todos los infortunios, la mayor desgracia de la historia del deporte podría dejar este domingo (14.00 horas, DAZN) sin el Mundial de MotoGP a Pecco Bagnaia. Su ventaja juega a su favor, pues cuenta con 23 puntos sobre Fabio Quartararo y, por lo tanto, al italiano le basta con acabar entre los 14 primeros en Cheste, pero tan exagerada renta no es su argumento más sólido.
Seguramente la certeza de su éxito parte de variantes que le son ajenas. Incluso en un mal día, incluso con un error, una caída o un accidente, Bagnaia debería celebrar su primer título en la categoría reina. Porque para evitarlo Quartararo debe ganar y el francés parece lejos de optar a ello. Este sábado, en la clasificación, se colocó cuarto, otra vez fuera de la primera fila, por detrás de Jorge Martín, Marc Márquez y Jack Miller. Para vencer deberá superar a los tres, que no se juegan nada, y que además cuentan con una mayor velocidad punta que él. Una tarea complicado.
Pero aún si Quartararo remonta y aún si Bagnaia falla, el italiano tendrá una protección única: sus compañeros, sus amigos. Los pilotos de Ducati, mayoría en la parrilla, siete en total, ya han demostrado durante toda la temporada que le dejarán pasar si hace falta y algunos de ellos mantienen con él una relación de hermandad desde la infancia. Cuesta imaginar a Luca Marini y Marco Bezzecchi, miembros de la VR46 Riders Academy que ahora lidera Bagnaia, negando a éste una posición o, incluso más, haciendo cualquier cosa que no sea apartarse.
Su papel puede ser importante en caso de desdicha, así con el de otros adversarios que, aunque quisiesen, tampoco podrán frenar a Bagnaia. Pese a que el Mundial de MotoGP ha alcanzado una igualdad histórica, en los entrenamientos el líder de Ducati ha demostrado ser un segundo más rápido que pilotos como Darryn Binder, Raúl Fernández, Cal Crutchlow o Takaaki Nakagami y difícilmente detendrán su evolución en una posible remontada. El italiano, de hecho, pese a los nervios se colocó octavo en parrilla, una posición más que suficiente.
Bagnaia lo tiene todo para ser campeón y las razones en su contra son pocas. Si acaso su irregularidad durante la temporada, las dudas que ha mostrado este fin de semana -“Me falta algo de confianza”, aseguró- o las dificultades para adelantar que presenta Cheste. Pero con tantísima ventaja y tanta ayuda de su parte sólo un descalabro podría dejarle este domingo sin el Mundial de MotoGP.
Todo es amor encima del tartán. Como icono, Mutaz Barshim y Gianmarco Tamberi repartiéndose el oro de la altura en los Juegos de Tokio o Yulimar Rojas y Ana Peleteiro animándose en el triple salto de la misma cita. Como ejemplo más reciente, este lunes, todos los rivales de Armand Duplantis jaleándole para que batiera otro vez el récord del mundo de salto con pértiga. Muchos 'bromances', mucha sororidad, los atletas abrazados como uno solo. Pero hay un rincón en el que todavía hay lugar para el rencor, el odio, el desprecio: los 1.500 metros.
En los Juegos Olímpicos de París, este martes, estaban el noruego JakobIngebrigtsen y el británico SteveKerr, dos hombres que no se aguantan, es que no se pueden ni ver. Los mejores, los más rápidos. Dos personajes que llevaban retándose desde que el año pasado Kerr venció a Ingebrigtsen en la final del Mundial de Budapest. Ingebrigtsen proclamaba: "De 100 carreras hubiera ganado 99, la próxima le gano con los ojos vendados. No hay que darle atención". Y luego en un podcast aseguraba que entre sus rivales había "idiotas e imbéciles". Kerr, por su parte, más 'polite' respondía: "A su alrededor sólo tiene gente que le dice que sí, debe analizar más sus carreras".
Y así pasaban los meses previos a su reencuentro en la cita olímpica. Rivales desde que se enfrentaron por primera vez en el Mundial sub20 de 2016, Ingebrigtsen había ganado 15 de los 17 duelos, con sólo dos triunfos de Kerr, el citado Mundial y la última Bowerman Mile de la Diamond League este mayo. Y eso el noruego lo llevaba tatuado.
El ritmo salvaje de Ingebrigtsen
Acostumbrado a correr sin competencia, vigente campeón olímpico de los 1.500 metros, la presencia de Kerr le perturbaba tanto que Ingebrigtsen planteó toda la carrera en su contra. Él tiene más aguante y Kerr, más velocidad punta, así que el noruego atacó desde la salida. Como si se tratara de unos 400 metros, enfiló el grupo, los hizo pasar a ritmo de récord olímpico y esperó a que su enemigo se quedara sin responder. Pero Kerr también quería decir lo suyo. En la contrarrecta de la última vuelta recortó la distancia con Ingebrigtsen y el mundo se paró.
Otra vez, 44 años después de Sebastian Coe y Steve Ovett, una rivalidad para la historia. Un sprint entre dos resolvería quien tiene la razón. Entre el público, la respiración quebrada, los ojos como platos, los pelos de punta. Ingebrigtsen y Kerr, Kerr e Ingebrigtsen. ¿Quién ganaría?
Ni uno ni el otro. Tan centrados en detestarse, el noruego, completamente exhausto, se ralentizó al empezar la recta y el británico tampoco pudo rematar. Por el interior un estadounidense inesperado, Cole Hocker, superó a los dos y se hizo con el oro de su vida. Kerr, como mínimo, salvó la plata, pero Ingebrigtsen ni eso: le superó el también estadounidense Yared Nuguse -compañero de entrenamientos de Mario García Romo- para dejarle incluso sin bronce.
De repente, Google se inundó de búsquedas: ¿Quién es Cole Hocker? Un joven de 23 años muy católico, muy laureado en las competiciones universitarias, que hasta este martes había presenciado la lucha entre Ingebrigtsen y Kerr desde atrás. En el famoso Mundial de Budapest, por ejemplo, fue séptimo. Nunca había conseguido bajar de los 3:30 minutos, la frontera de la élite en los 1.500 metros y este martes, agazapado hasta el final, marcó 3:27.65, la mejor marca de la historia de los Juegos Olímpicos.
Por zona mixta Ingebrigtsen pasó con un cabreo de mil demonios, silencioso, y Kerr, por su parte, aceptaba su error: "Tendré la medalla que me merezco cuando sea el momento". Antes tendrán que relajarse. El rencor, el odio, el desprecio no es bueno. Encima del tartán todo es amor.
En la biografía de Carlos Alcaraz queda un capítulo por explicar. Su idilio con el tenis se ha narrado muchas veces: del niño que jugueteaba con la raqueta todo el día por las pistas de la Real Sociedad Club de Campo de Murcia al adolescente que asombró al mundo. Su ascenso siempre se narra directo, sin paradas, de la infancia al éxito. Pero no fue así. Durante unos meses, Alcaraz quiso dejar el tenis y dedicarse a otro deporte.
Lo recuerda Alfredo Sarriá, entrenador y coordinador de su club, ahora rebautizado como Carlos Alcaraz Academy: "Carlos tenía 13 años, cambió de categoría, se quedó sin grupo de entrenamiento y en muchas clases estaba solo. Estuvo una temporada así. Al mismo tiempo había empezado a jugar al fútbol sala, era el pichichi del equipo y los compañeros de la escuela le iban a animar. Recuerdo que decía: ‘Quiero dejar el tenis y pasarme al fútbol sala. Aquí ganó un punto, miro alrededor y no hay nadie. En el fútbol sala estoy con mis amigos’. Por suerte, su padre le animó a seguir y, bueno, el resto es historia".
Las dudas de adolescencia de Alcaraz hoy no son más que una anécdota, pero demuestran una máxima: necesita estar arropado. Más allá de lo tenístico, que revalide su título de Roland Garros, el Grand Slam en el que debuta este lunes ante Giulio Zeppieri, depende de que sienta el amor de los suyos. En un circuito repleto de jugadores que viven en Montecarlo o Dubai y viajan con sus entrenadores y, como mucho, sus parejas, Alcaraz todavía reside en El Palmar y moviliza a todo su entorno para los torneos.
Un paseo por Roma
Su hermano Álvaro es su sparring; su amigo íntimo Fran Rubio se ha incorporado este curso a su equipo como fisioterapeuta; sus padres no fallan en su palco; y en las gradas, siempre que pueden, animan sus colegas. Estuvieron muchos en Barcelona, donde fueron los más ruidosos, otros pocos en Montecarlo y estarán todos los que puedan en la Philippe Chatrier si todo va bien. En su entorno aseguran que su reivindicación en el documental de Netflix ‘A mi manera’ se entendió mal: no eran ganas de fiesta, eran ganas de seguir en su mundo. El tenis le exige una vida solitaria, pero él se resiste. Más importantes que las noches en Ibiza, eran las mañanas en el piso de sus padres, donde todavía duerme, aunque se ha comprado una casa cerca. "Nunca se sabe qué pasa en el futuro, pero a corto plazo es imposible que se vaya a vivir a otro sitio", comentan. La semana pasada en el Masters 1000 de Roma, de hecho, una de las cosas que más disfrutó Alcaraz fueron sus visitas al Coliseo y la Fontana di Trevi junto a dos amigos.
Roberto RamacciaEFE
"Los tenistas se acostumbran a viajar desde pequeños y algunos generan pronto un desapego, pero Carlos siempre ha necesitado ese vínculo con los suyos. Cuando estaba fuera, llamaba a familiares y amigos cada día. Tuvimos que trabajar su marcha a Villena para entrenar con Ferrero como una renuncia personal, aunque no dudó en hacerlo", analiza Josefina Cutillas, psicóloga deportiva de Alcaraz durante su adolescencia en Murcia, que añade: "Ha humanizado el deporte de élite. Tiene muchas cosas a su alcance, pero sabe que su felicidad no está en otro sitio que con su gente".
El mismo peluquero de siempre
Esta misma semana, Alcaraz ha pasado un par de días en El Palmar, lunes y martes, donde apenas tuvo tiempo de nada. Ni tan siquiera sacó un hueco para cortarse el pelo. En algunos hoteles caros en los que se hospeda e incluso en torneos como Wimbledon, el actual número dos del mundo cuenta con servicio de peluquería, pero él sigue recurriendo a un vecino, Víctor Martínez, al que conoce desde hace años. "No es mi cliente, es mi amigo. Voy a su casa a cortarle y también a sus hermanos Álvaro y Jaime. Iba a ir al Mutua de Madrid, pero como al final no jugó hubo que esperar. Por eso en Roma llevaba el pelo tan largo. Nos veremos cuando vuelva de París", cuenta Martínez que empezó con la estética masculina como hobby cuando trabajaba en El Pozo.
CHRISTOPHE PETIT TESSONEFE
"A veces le da por raparse y antes me pedía más degradados, pero en el tenis se llevan cortes más clásicos. En el fútbol es lo más normal, pero en el tenis queda agresivo", analiza quien ha podido ver en directo a Alcaraz en varias ocasiones, como en una Copa Davis. Cuando recibe visitas así, el tenista suele seguir una tradición: él pone las entradas, claro, pero también invita a la cena.
Carlitos, Carlico o Charly
"Carlos siempre va a jugar muy bien en Barcelona y en Madrid porque allí siempre tiene a muchos amigos en las gradas. En otros torneos es más difícil, en Roland Garros se intenta, pero escuchar a los suyos en casa le da un punto más de motivación. Sabe que piden permisos en el trabajo, que se pegan una paliza en coche, que se pagan el hotel y él responde", proclama Sarriá y concluye con una cuestión esencial que flota alrededor de Alcaraz y su gente: ¿Cómo le llaman?
De toda la vida, en su casa le han llamado Carlitos para diferenciarlo de su padre, pero últimamente los amigos le animan a base de gritos de "¡Vamos, Charly!". Por Carlitos responde -así todavía le reclaman muchos-, pero él mismo se autoproclama Charly cuando se anima en voz alta. "Lo de Charly se lo pusieron en Villena cuando se fue a entrenar con Ferrero y muchos amigos le llaman así ahora. En su casa siempre era Carlitos, o mejor dicho 'Carlico', que eso de Carlitos es muy fino para lo que hablamos nosotros en Murcia", concluye el coordinador de la Carlos Alcaraz Academy sobre el jugador que a partir de este lunes buscará su segundo Roland Garros consecutivo.