Otra historia
La hija del mítico Paquito Fernández-Ochoa acaba el Marathon de Sables pese a las ampollas. “Mi padre no quería que me dedicara al deporte profesional”
«Mi padre nunca quiso que me dedicara a esquiar. Me inculcó el deporte, pero sólo por ocio, por disfrute. Siempre me aconsejó que estudiara, que hiciera una carrera, que me ganara la vida de otra forma. Él fue campeón olímpico, fue un deportista de bandera, uno de los pioneros del deporte español y pese a ello económicamente nunca lo tuvo fácil. Yo absorbía todo lo que me decía: le veía poco porque siempre estaba viajando a competiciones y cuando me hablaba sus palabras iban a misa. Si mi padre no quería que me hiciera deportista de élite, yo ni me lo planteaba. Eso sí, él siempre repetía: ‘Polilla, que a reír no te gane nadie’. Y estoy en ello».
Habla Paula Fernández-Ochoa de su padre Paquito, «genio y figura», después de la «prueba deportiva más dura» de su vida, el Marathon des Sables, 250 kilómetros de carrera por el desierto del Sahara, que a ella se le hicieron eternos por unas malditas ampollas. Abogada de formación, hoy tiene una consultoría de marketing llamada MoreThanLaw+, forma parte de la directiva de la Federación Española de Deportes de Invierno y dirige un proyecto personal, Vivir Corriendo, con el que busca inspirar a otros. Pero, primero, lo primero.
- ¿Cómo fue crecer en los años 80 junto a uno de los pocos deportistas conocidos en toda España?
- Fue una infancia feliz, la verdad. Mi padre era puro corazón, tenía una personalidad arrolladora, movía mundos y, a la vez, era muy campechano. Eso hacía que se le acercase mucha gente y que viviéramos muchas cosas. Un día vino el Rey Juan Carlos a comer a casa y a él se le ocurrió invitar también a gente del pueblo. En la misma mesa estaban el Rey y los vecinos. Era así. Cuando ganó el oro en Sapporo 1972 yo todavía no había nacido, pero siempre fui muy consciente de quién era mi padre. Él se sentía muy orgulloso de lo que había conseguido, de lo que había hecho por España, de que la gente lo parase por la calle.
En Cercedilla, hogar familiar, Paula Fernández-Ochoa, que hoy tiene 46 años, aprendió a esquiar y a ir en bicicleta, pero correr, corría poco. «Lo intentaba, pero me costaba muchísimo. No lo entendía porque tenía fondo del esquí y de la bici, pero me costaba. Hasta que un amigo me picó. Hace 10 años me invitó a la Desert Run, una carrera también en el Sáhara, mucho más corta que Sables, y por pura cabezonería me puse a entrenar. Al final le encontré el gusto, me enganché, y hoy animo a todo el mundo a que corra», explica la deportista que tras esos inicios no frenó: maratones en Nueva York o Barcelona, carreras por la montaña, la cima del Kilimanjaro y así hasta el Marathon des Sables, una prueba especial.
¿Y ahora qué?
Al ser una carrera de puro desierto dividida en seis etapas, la mayoría de corredores acaban valorando más la convivencia, las noches en las jaimas montadas en mitad de la nada, que la propia prueba. Al contrario que en la Ultra Trail del Mont-Blanc (UTMB) o que en cualquier otra prueba de trail, en Sables no se pasa por valles, por cimas, no hay paisajes ni bonitos pueblos que recordar; en Sables todo son largas rectas de arena y más arena.
«Es una carrera muy distinta al resto. En la montaña te distraes mucho más, en el desierto todo es igual, tienes la sensación de que no avanzas. Sables te exige un gran esfuerzo psicológico, debes tener la cabeza muy bien estructurada. A mí en la tercera etapa me salieron unas ampollas terribles y la cuarta, de 90 kilómetros, se me hizo durísima, un sufrimiento. Tardé 21 horas, se me caían las lágrimas de dolor, de impotencia, de pensar que tenía que abandonar. Al haber aguantado ahora me siento una heroína», reconoce Fernández-Ochoa que, eso sí, ahora también siente las dudas que dejan los logros personales.
Los compañeros con los que compartió jaima en el Sahara, entre ellos, Ragna Debats, la favorita para la victoria en Sables que acabó hundida por unos problemas estomacales, ya le azuzan para ir juntos al Coastal Challenge de Costa Rica, otra prueba por etapas, pero ella quiere recuperar su bici de carretera. «También quiero subir al Annapurna tarde o temprano. Parece una locura porque todavía me tengo que curar las ampollas, me cuesta hasta caminar, pero tengo muchos proyectos en la cabeza. Sé que mi padre me empuja desde arriba para que nunca pare», finaliza Fernández-Ochoa.