McLaren cerró el viernes con un doblete que confirma su poderío en el Red Bull Ring, una de las pistas que mejor se ha adaptado a sus coches en las dos últimas temporadas. El MCL39 no sólo voló en manos de Lando Norris y Oscar Piastri, sino también en las del debutante Alex Dunne, que en la sesión inaugural, cuando ocupaba el asiento del británico, acabó cuarto. La jornada también acabó bien para Aston Martin, gracias al sorprendente cuarto puesto de Lance Stroll.
“El coche no estaba en la ventana de rendimiento y era difícil de pilotar. Lo sentía un poco desequilibrado en curvas de baja y alta velocidad”, aseguró Fernando Alonso, que acabó noveno. El asturiano había sufrido un susto por la mañana en la entrada hacia la recta de meta, aunque supo recuperar el monoplaza, evitando cualquier daño mecánico.
Los problemas también se hicieron sentir en el Williams de Carlos Sainz, decimoséptimo por la tarde. “Hemos tenido muchos problemas a la hora de hacer la vuelta con los neumáticos blandos, una tendencia desde Imola. No encontramos el punto con ese compuesto, pero hasta entonces éramos muy competitivos”, analizó el madrileño.
Verstappen, sin Lambiase
Max Verstappen, autor de cinco victorias en el circuito de su equipo, fue el único capaz de acercarse a los cronos de McLaren. Norris (1:04.580) aventajó en 15 centésimas a Piastri, mientras Mad Max fue el único del resto que rodó por debajo de 1:05. Un buen presagio para el tetracampeón, que este fin de semana no contará con su ingeniero de pista, Gianpiero Lambiase, de baja por motivos personales, y relevado por Simon Rennie.
“Nos falta ritmo y tenemos mucho subviraje, tanto en las tandas largas como en las cortas”, advirtió Verstappen, autor de las cuatro últimas poles en este trazado, el más corto del Mundial en cuanto a tiempos. De hecho, en la práctica matinal, todos los pilotos, excepto Oliver Bearman (Haas), rodaron en el mismo segundo de la cabeza, ocupada por George Russell (1:05.542).
Debut de Dunne
El foco de atención de la sesión matinal se lo reservó Dunne, de 19 años, el primer irlandés en un fin de semana de F1 desde Ralph Firman (GP de Japón 2003). El actual líder de la F2 rodó apenas seis centésimas más lento que Piastri. “Es el mejor día de mi vida, sin duda”, aseguró Dunne, muy agradecido con Norris “por confiar en mí con su coche”. “Debemos ser un poco más cuidadosos con sus tiempos, porque llegaron en la parte final del stint, con poco combustible”, advirtió Andrea Stella, director deportivo de McLaren.
Lewis Hamilton fue noveno y décimo respectivamente, ya que Ferrari tuvo un comienzo difícil en sus preparativos con los mecánicos trabajando en ambos coches durante la primera práctica. El heptacampeón también fue castigado por obstaculizar a Kimi Andrea Antonelli. “No le vi”, explicó por la radio después de que el rookie de Mercedes se saliera para evitar una colisión. Charles Leclerc se perdió esa sesión, cediendo su asiento al sueco Dino Beganovic, decimoctavo .
El 27 de agosto de 1995, en el antiguo Club de golf de El Prat, en Barcelona, un niño de Castellón, de apenas 15 años, vapulea a los mejores jugadores amateurs del momento y se convierte en el campeón de Europa más joven de la historia. El suculento premio asociado a aquella victoria era la posibilidad de jugar el Open Británico un año más tarde, de modo que aquel niño, un año más tarde, en 1996, juega su primer major. El próximo jueves, cuando se sitúe en el tee del 1 del Augusta National, aquel niño, hoy hombre, jugará su grande número 100. Aquel niño, hoy hombre, es Sergio García (Borriol, Castellón, 45 años).
Las historias de ese niño, al que por sus pecas y espíritu competitivo apodaban McEnroe en el Club de Campo Mediterráneo, corrían como la pólvora por los campos de golf a mitad de los años 90. Sergio no sólo era un buen jugador de golf. Tenía algo más, y el triunfo en aquel Europeo corroboró todos los indicios.
Pero volvamos a 1996, año de su debut en los grandes. Sergio llegó a Royal Lytham acompañado de sus padres. Pese a los 76 golpes de su primer recorrido se enamoró del torneo más antiguo, y fue un flechazo recíproco, porque el público británico, desde aquel primer día, hizo al español suyo para siempre. «Todo el mundo sabe que el Open Británico es el grande que más me ha gustado. Siempre. De hecho, me encantaría poder ganarlo», recuerda García en conversación con EL MUNDO, dispuesto como está a repasar este centenario de majors que han pasado desde aquel primer Open como amateur hasta el paseo por Magnolia Lane que hará el próximo jueves.
Con el protagonista al otro lado del teléfono, hacemos este nostálgico recorrido. La casualidad ha querido que la conversación tenga lugar en la víspera de su victoria en el LIV de Hong Kong.
La contundencia de los números y la dimensión de la gesta no parecen provocarle siquiera un atisbo de melancolía. Todo lo contrario. Mira al pasado con orgullo, pero sigue muy enfocado en el presente. «Obviamente, cuando ya llegas a los noventa y tantos majors, empiezas a pensarlo. Es un número redondo y bonito. Y sinceramente, tampoco es que muchísima gente haya tenido la posibilidad de conseguir algo así, y españoles aún menos. Es algo que me enorgullece mucho», explica.
¿Es consciente de cuántos jugadores hay en ese club y sus nombres?
[Silencio]. Sólo algunos.
En pocos segundos, un gratificante paseo por la historia del golf ofrece la verdadera dimensión del récord que va a alcanzar García: Sam Snead, Gene Sarazen, Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Gary Player, Tom Watson, Raymond Floyd, Ben Crenshaw, Bernhard Langer, Mark O'Meara, Tom Kite, Fred Couples, Ernie Els, Sandy Lyle, Davis Love III, Nick Faldo, Vijay Singh y Phil Mickelson.
La lista es impresionante y usted va a ser el más joven en conseguirlo, de largo, pues Mickelson le saca casi 10 años.
Es una lista impresionante, ¿no? Te indica un poquito la calidad de jugadores que han conseguido jugar 100 majors o más y, bueno, pues es algo de lo que estar muy orgulloso.
¿Tiene algún recuerdo de ese primer major, hace casi 30 años?
Lo que recuerdo es que era un pipiolito que, obviamente, lo disfrutaba todo mucho. Me acuerdo de estar en Royal Lytham practicando con Seve las rondas de entrenamiento y con José María Olazábal, pero no mucho más.
Sergio García, durante el British Open de 2007.Christian LiewigMUNDO
El año de explosión de Sergio es, sin duda, 1999, tres después de aquel primer grande. Viene de ganar el British Amateur y juega su primer Masters de Augusta, logrando además coronarse como el mejor amateur. La foto es redonda, ya que a su lado posa José María Olazábal con su segunda chaqueta verde. Con 19 años, lleva seis semanas como profesional, es quinto en la Orden de Mérito del circuito Europeo y séptimo en la clasificación para la Ryder Cup. Su irrupción enmudeció al mundo del golf, que nunca antes había visto un prodigio así. Y llega su primer grande como profesional. Sergio García se presenta en el Open Británico de Carnoustie tras ganar en Irlanda y quedar segundo en Escocia. «Duelo de Niños», titula la prensa. García se medirá al número uno, un Tiger Woods que entonces tenía apenas 23 años y venía de ganar cuatro torneos en aquella temporada. Sin embargo, el tiempo infernal y el campo más duro de toda la rotación dieron al joven castellonense el primer baño de realidad. Empezó el torneo con un triple bogey y terminó la primera jornada con 89 golpes, su vuelta más alta jamás firmada en un major, la segunda peor tarjeta de aquel aciago día.
¿Cómo recuerda aquella experiencia?
Esa semana fue un poquito insólita. Fue diferente, no sólo por lo difícil que estaba el campo, sino por las condiciones, el clima, todo. Fue algo dantesco. Yo no fui el único que hizo muchísimos golpes, pero, bueno, por lo menos sí que tuve la fuerza de acabar y de jugar la segunda vuelta. Muchísimos jugadores se retiraron después de la primera. Quería aprender de la experiencia.
Y llegamos a un cálido domingo de agosto de 1999 donde Sergio García paró el tiempo. Lo cambió todo. Los comentaristas americanos se desgañitaban en aquella madrugada española ante una remontada irreal. El todopoderoso Tiger Woods estaba por primera vez contra las cuerdas, y enfrente estaba El Niño, como le bautizaron por su irrupción, coincidente con el fenómeno meteorológico. De aquel domingo quedará una imagen para la historia, con Sergio pegando ese golpe con los ojos cerrados junto al tronco del árbol en el hoyo 16 en un momento en el que todo parecía perdido. Cuando recuperó la visión, salió persiguiendo la bola y saltó de alegría. El mundo entero se hizo un poco garciísta aquella noche. Terminaría segundo, pero toda la prensa internacional coincidió en que Woods tenía un adversario. The Washington Post elogió su «irreverencia» y concluyó su crónica: «Ha ganado el jugador número uno del mundo, acorralado por el adolescente número uno del mundo».
Sergio García en el PGA Championship, en el Medinah Country Club en 1999.MICHAEL S. GREENMUNDO
¿Fue aquel su punto de inflexión?
Es el momento en que se me da a conocer más, sobre todo en Estados Unidos. No sólo porque estuve a punto de ganarle, sino porque pelearlo contra Tiger y todo como ocurrió, pues la verdad es que fue una historia muy bonita. La he disfrutado muchísimo y es la que siempre recuerdo.
¿Marcó de alguna forma ese desenlace el principio de una etapa de relaciones tensas con Tiger Woods?
No. siempre nos hemos llevado bien, fue algo más de los medios de comunicación.
Sergio García, con la chaqueta verde, en el Masters de Augusta de 2018.Jamie SquireMUNDO
Era el domingo 22 de julio de 2007. García salía con tres golpes de ventaja para lograr su sueño más perseguido: ganar un major, que además era el Open Británico. El día fue tenso y, pese a las dificultades finales, Sergio llegó al hoyo 72 con opciones de victoria tras ver cómo su rival, el irlandés Padraig Harrington, se había ido dos veces al agua. García sólo necesitaba hacer el par, eso sí, en probablemente el hoyo final más exigente de la historia de los majors, el 18 en Carnoustie. El putt para ese par no llegaba a los tres metros, y García dibujó la caída de izquierda a derecha con sutileza. La bola parecía que iba a terminar dentro del hoyo, pero en el último momento lo esquivó por el borde izquierdo. García agachó la cabeza apoyado en el palo y salió ya derrotado al desempate.
Con la perspectiva del tiempo, ¿fue el momento más doloroso de su carrera?
No, no, en absoluto. Yo creo que fue una semana buenísima. Una semana en la que fue muy bien, en la que me di unas opciones muy buenas de ganar mi primer grande y ganar el British, que es un torneo que a mí siempre me había encantado. Desafortunadamente me quedé muy cerquita. Probablemente a dos centímetros de ganarlo. Lo importante de esa semana es eso, ¿no? Lo bien que jugué, las posibilidades que me di de ganar y, bueno, pues el estar ahí toda la semana es algo que no es fácil. Me siento orgulloso de eso.
Su relación con el Masters de Augusta siempre se ha movido entre el amor y el odio. En el año 2009 estalló tras finalizar el torneo: «Creo que el campo no es justo y no me gusta. Es una lotería. Que hagan lo que quieran con el campo, yo vengo, juego y me voy, y si no fuera un major, lo borraría de mi calendario». Solo tres días más tarde de esas declaraciones, pediría perdón a los socios del club, y ocho años después tendría un discurso bien diferente con la chaqueta verde de campeón sobre sus hombros.
¿Se esperaba sinceramente que su primer major fuera el Masters de Augusta?
Depende de cuándo me preguntes. Si me preguntas al principio de mi carrera, pues te diría que sí, porque creía que era un campo que se me podía dar muy bien. Luego, obviamente, a medida que han pasado los años hay un poco más de frustración y de que no salgan las cosas. Pero, bueno, al principio sí que lo veía como una posibilidad. Ha habido un poquito de todo.
Durante mucho tiempo se le etiquetó como el mejor jugador del mundo sin un major. ¿Le llegó a generar presión de verdad eso de no haber podido ganar uno hasta el Masters de 2017?
No, para nada. No sé por qué vosotros, la prensa, intentáis mirar todas las cosas muy negativamente. Yo, cuando decían eso, estaba encantado porque decía: 'mira, pues por lo menos me valoran'. Obviamente durante un tiempo no tuve major, lo veía todo el mundo, pero me estaban considerando el mejor jugador sin un grande, así que algo bueno tiene eso. Es mejor que me consideraran el mejor jugador sin un grande que cualquier otra manera, sin ninguna duda.
Elija un momento en un major en toda su carrera.
Sin duda diría que el putt para eagle en el hoyo 15 el domingo en el Masters de 2017. Ese fue un momento increíble que, bueno, siempre me va a poner la piel de gallina.
Los hinchas del Oviedo están viviendo un momento muy emocionante por su doble duelo ante el Espanyol por una plaza en la primera división de LaLiga. Y uno de los aficionados más especiales del combinado asturiano, Melendi, se vio totalmente desbordado durante el primer choque en el Carlos Tartiere.
El cantante era el encargado de animar la previa del partido, que no pudo ser más emotiva, con un estadio lleno cantando a pleno pulmón el himno de Asturias primero y después, ya con Melendi sobre el césped del estadio, el 'Volveremos' que tan famoso se hizo en la capital del Principado hace ya más de diez años.
"Volveremos a Primera División, porque nos lo merecemos. El equipo y su afición", dice la letra de la canción, que coreaba la afición dejándose la garganta ante la imposibilidad de Melendi de cantar parte del tema por su gran emoción.
La puesta en escena fue espectacular, con decenas de gaiteros y bailarinas ataviadas con el traje popular asturiano sobre el césped. Además, el cantante realizó su actuación con una camiseta con el '9' y el nombre de un ídolo oviedista, Borja Bastón.
Todo un espectáculo que se tradujo en una victoria del Oviedo por la mínima, 1-0, que ahora se jugará el soñado ascenso en el campo del Espanyol el próximo domingo 23 de junio. Seguro que Melendi no se lo pierde.