El murciano, el ciclista en activo con más participaciones entre Tour, Giro y Vuelta (30), abandona tras sufrir una fractura de clavícula en el caótico final en Nogaro.
Luisle, tras la caída sufrida en los kilómetros finales.FRANCK FAUGERE / POOLEFE
Hasta donde alcanzan los recuerdos ciclistas, ahí está Luis León Sánchez (Mula, 1983). Hace 18 años, con el maillot del Liberty Seguros, corrió su primer Tour. El pasado sábado, en Bilbao, tomó la salida en su 30ª gran vuelta, nadie en activo como él. Sólo Matteo Tosatto (34), Alessandro Petacchi y Alejandro Valverde (32), por encima en participaciones en toda la historia. Un canto a la longevidad y a la competitividad. El año pasado, sin ir más lejos, fue el mejor español en la Grande Boucle (13º). Sin embargo, ni la experiencia puede esquivar la fatalidad.
En el diabólico final de etapa -los últimos 20 kilómetros se completaron a 51,7 kilómetros por hora- entre curvas demasiado rápidas en el autódromo Paul Armagnac de Nogaro y demasiados nervios, el murciano, valiente trabajo para otro tipo de mil batallas, su compañero en Astana Mark Cavendish -busca batir el récord de victorias de etapa de Eddy Merckx, fue quinto en meta-, se fue al suelo junto a Mateo Mohoric. Rápido su mano a la clavícula izquierda. En el hospital al que fue llevado en ambulancia de inmediato para comprobar los daños se confirmó lo peor: fractura. Luisle no tomará la salida mañana en Pau.
Partieron 15 españoles, que son pocos, pero bastantes más que los nueve del Tour del curso pasado. Y ya sólo quedan 13 tras el infortunio de Enric Mas el primer día.
Luisle se aventuraba en su 12º Tour, de nuevo con otro maillot. De vuelta al Astana tras un año en el que no terminó demasiado contento en el Bahrain. Y eso que rozó en Megève la que hubiera sido su quinta victoria de etapa en la Grande Boucle (acabó tercero, superado por Magnus Cort y Nick Schultz tras una intensa batalla). En noviembre cumple 40 años y hace unas semanas acabó en la 24º posición su quinto Giro. Como le ocurrió en 2018, donde también repitió en Italia y Francia, no podrá finalizar en París. Entonces fue una aparatosa caída en una rotonda en la segunda etapa. Sólo ese año y el siguiente (problemas de espalda) no logró terminar. Ahora tampoco.
El español no fue el único herido en Nogaro. Jacopo Guarnieri y Luka Mezgec también fueron trasladados al hospital de Pau con problemas en sus clavículas. También besó el asfalto el holandés Fabio Jakobsen, uno de los mejores sprinters, aunque pudo acabar pese a los rasguños. El propio ganador, Jasper Philipsen, se quejó del peligroso desenlace. “Logré ganar a pesar del caótico final. Francamente, es un privilegio tener a Mathieu (Van der Poel) conmigo. Nos gustaría que los sprints transcurrieran sin caídas, pero era de esperar después de una etapa bastante aburrida. También sentí mucho estrés al acercarme al circuito de Nogaro. Oí a Jakobsen caer detrás de mí. Es algo que no nos gusta ver y es una mierda cuando sucede».
Tantas veces no se aprecia lo que aportan los que ya estuvieron allí, los intangibles de los 'veteranos', el ADN competitivo único de tipos como Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y Llull -fundamentales también en la última Euroliga-, ausentes en Berlín, huérfano el Madrid de sus líderes y un tanto a la deriva durante más de media hora ante el último clasificado. Sin nada en juego, con seis derrotas consecutivas, con bajas como las de Procida y Spagnolo, el equipo de Israel González compitió mucho más de lo previsto y sólo sucumbió en la orilla. Un triunfo poco alentador en cuanto a sensaciones para Chus Mateo, pero tan rico en lo deportivo: sella el factor cancha en cuartos de final y deja casi amarrado el primer puesto (de principio a fin) en la temporada regular. [79-86: Narración y estadísticas]
Porque el Real Madrid sigue siendo líder, bien lejos el resto, aunque la noche en el Mercedes Benz Arena, donde en dos meses se disputará la Final Four, no fuera para presumir. Sin el trío de veteranos y también sin Musa, en el tercer partido a domicilio de los cinco que va a encadenar, los blancos sólo resolvieron en la recta de meta, sin alardes, casi por pura inercia, impulsados por lo que fue su resorte toda la noche en Berlín: el rebote ofensivo.
Si había que reforzar sensaciones, la visita al colista no fue el lugar adecuado. El Madrid, tan pleno en Bolonia y Málaga, despejando dudas y esquivando baches, fue un espejismo de plenitud en Alemania. Un equipo a arreones, desganado por momentos, sorprendido en otros ante la osadía del Alba. Mediado el tercer cuarto, perdía de 13 (51-38), sin haber aprendido la lección de una gris primera mitad.
Rebote ofensivo
Así que otra vez se tuvo que poner manos a la obra, reaccionar en defensa, encomendarse a Hezonja y pasar el apuro. Era la segunda vez que tenía que remontar, esta vez con un parcial de 1-14, también Yabusele decisivo en la anotación y Tavares en la pintura (aunque sólo anotara una canasta). Un resurgir clave para no pasar más sudores y para no salir con la cara colorada de Berlín.
Ya el amanecer no presagió nada bueno. Los cinco primeros minutos fueron una antología del disparate, un ratito para frotarse los ojos. Tras el 9-2 de arranque, el Madrid se pasó un buen rato en 'área' contraria. Lanzaba y fallaba y atrapaba el rebote ofensivo (hasta siete). Una absurda sucesión. Erró sus 10 primeros triples (cuatro de ellos Campazzo), la mayoría completamente liberados. Y cuando se quiso dar cuanta iba 10 abajo (15-5).
Alocén y Abalde le dieron el primer alivio, un parcial de 2-14 entonces, pero el Alba siguió valiente, con su ritmo endiablado y sus triples (cuatro Matt Thomas, tres Olinde...). Y el dominio de otro gigante: Koumadje dejó una de las acciones de la temporada, un mate brutal ante Poirier. Y los alemanes, algo tiernos, sólo sucumbieron cuando, en los últimos minutos, se vieron con opciones reales de tumbar al Madrid, al líder.
Jean Montero (Santo Domingo, 2003) tiene 21 años y mil vidas ya. «Todo ha ido muy rápido», responde a EL MUNDO, con la voz aún tomada por una fortísima gripe que le ha hecho ausentarse de los dos últimos partidos del Valencia Basket y perder tres kilos. La conversación telefónica se ha pospuesto una hora y se disculpa. «Me dormí, la pastilla, cuando me la tomo, me tumba», aunque ni la fiebre ni la tos ni el dolor de cabeza de estos días le impedirá afrontar el reto de su primera Copa.
De eso ha ido todo desde que nació. De superar desafíos, de escapar quizá de un destino marcado. «El baloncesto en mi país es una salida de las calles. También el béisbol. Vengo de una familia humilde. No nos faltaba de comer, pero no siempre teníamos para comprar zapatillas», cuenta el base, un talento descomunal, mejor joven de la ACB en 2023, fichado este verano por el Valencia a pesar de las muchas novias y propuestas, también de Euroliga. A las órdenes de Pedro Martínez y su «exigencia» crece sin dejar de asombrar, meciendo el veterano entrenador las cualidades únicas de un chico imparable en el uno contra uno, electricidad pura (promedia 14,2 puntos y 4,4 asistencias).
A los 13 años Jean salió de casa en busca de un sueño. «Eso marca. He estado alrededor del mundo desde muy joven. Me tuve que apartar de mis amigos, de mis familiares a muy temprana edad. No tuve adolescencia. Aunque todavía soy super joven...», se dice, buceando en sus improbables inicios, un chico bajito y delgado que buscaba resquicios en las canchas callejeras de Santo Domingo junto a su primo Smerling, cinco años mayor. «Me acuerdo mucho de él, era la persona con la que me críe, recuerdo toda mi infancia, las travesuras... Era mi hermano, mi alma gemela...», cuenta con emoción, en pasado. La vida, a Pochocho (ese era su apodo), le llevó por el camino equivocado: «La delincuencia. Y partió de este mundo. Todos saben cómo acaban estas cosas».
«Nos hicimos un aro con la rueda de una bicicleta a la que quitábamos los radios. Es una historia muy bonita que yo comparto con mi primo. En Dominicana el baloncesto es muy diferente, somos muy apasionados. Como venimos de bajos recursos, la gente allí es muy creativa. Tienes que ingeniártelas para poder salir adelante, tener una vía de escape para lograr tu sueño. No todo es línea recta, no todos tienen la opción de ir a un club a aprender. Como lo hicimos yo y mi primo, mucha gente lo ha hecho. Hay que ser creativo, siempre que sea de cosas buenas», explica la forja de unos talentos que pronto le valieron un billete hacia otro mundo.
Con 16 años, cuando ya le llamaban El Problema -«jugando un torneo de las Américas sub 16 metía 40 puntos a Argentina, 30 a EEUU... Era un problema literalmente para los rivales. Alguien lo escribió y se quedó para siempre»-, apodo que aún conserva con gusto, llegó a España, captado por la cantera del Gran Canaria. Un año después debutaría en ACB, puro vértigo todo. Ahí estaba el cielo de la NBA y lo intentó con la academia de talentos Overtime Elite, una temporada que no le sirvió para ser elegido en el draft de 2022, aunque sí disputó una Summer League con los Knicks. De vuelta a España, sin embargo, todo se iba complicar.
Desavenencias con el Granca le hicieron acabar cedido en el Betis, donde asombró. No se presentó a los entrenamientos del comienzo de curso siguiente con el equipo insular y todo parecía abocado a los tribunales cuando encontró una solución, de nuevo cedido, esta vez en Andorra. El curso pasado resultó su confirmación y el impulso necesario para acabar en un equipo como el Valencia, al que en mayo le había asestado 35 puntos.
Jean Montero, en acción con el Valencia Basket.ACB Photo
Este viernes, precisamente en Gran Canaria ante el equipo local, debuta en Copa y no le asusta ni el ambiente ni la enfermedad recientemente superada. «Yo no espero nada. Sé cómo me van a recibir, no es un secreto, no hay que ser adivino para saberlo. No es todo lo que pasó, es todo lo que se habló, lo que se me atribuyó. Pero para mí siempre es bueno salir con la cabeza en alto, no me importan las circunstancias», desafía y habla de atmósferas que «motivan». «Si la gente supiera que los dominicanos nacemos y nos criamos en ese tipo de ambientes... El baloncesto se vive de esa forma. Ese tipo de escenarios me hace sentir como en casa, algo familiar y ya sé cómo manejarlo».
La vida, como el baloncesto, es frenesí en Jean. Que esta noche, en busca del primer título de su carrera, pensará en su primo Smerling y en aquel aro, pero también en Jaylen, el hijo que tuvo con apenas 16 años y que vive en la República Dominicana. «Tiene cinco años. Yo siendo tan joven, aquí... no creo que sea buena idea traerle. Pero pronto ya vendrá», pronuncia, entre sueños.
Aquella mañana en la playa de Fuentebravía, en el Puerto de Santa María, la carrera con Jaime, el pequeño de sus tres hijos, no había sido como las demás. "Joder, me ganaba con seis años. Estaba reventado", revisita Tomás Bellas (Madrid, 1987) en voz alta al instante preciso en el que todo cambia para siempre, en el que uno se da cuenta de que algo, de verdad, no va bien. Las vacaciones familiares en Cádiz el pasado mes de julio tornaron en pesadilla, en una sucesión precipitada de acontecimientos. Noches de sudoración descontrolada, "como un animal", inflamación de ganglios, tos, una visita de urgencia al hospital y un ingreso sin tiempo que perder. "A los pocos días nos confirmaron todos los presagios. Tenía un linfoma", recuerda el base, 14 temporadas en la ACB, el salto inicial del otro partido de su vida.
El 10 de mayo de 2024 Tomás, sin saberlo, se había vestido de corto por última vez. "Ganamos al Valladolid. A un entrenador que me echó de Fuenlabrada, que le tenía ganas... Bueno, no es mal colofón", saca pecho con media sonrisa melancólica. Repartió ocho asistencias, disfrutó y se despidió del Fernando Martín dándose el gusto de un baile más: la siguiente temporada seguiría en el Fuenla, uno de los clubes de su vida, al que ayudaba en su retorno a esa Liga Endesa en la que él disputó 466 partidos. "Nada mal para un tipo normal que no levanta el 1,80", reivindica una carrera que "ha sido la hostia". Ya en pasado, confirmada su retirada, pese a "estar ya sin enfermedad en el cuerpo". "Eso no quiere decir que este curado. El alta no te lo dan hasta que pasan 10 años", explica.
Tomás repasa con EL MUNDO su batalla de los últimos meses sentado en la mesa de reuniones de su empresa familiar, en Las Rozas. La que fundó su padre hace 32 años y en la que ahora le acompañan sus cuatro hermanos. A la que volvía cada verano unas semanas para echar una mano, para hacer gala de sus estudios universitarios. Un jugador profesional. Ya le ha crecido el pelo, aunque aún le acompaña una boina, nueva seña de identidad. Llegó a perder nueve kilos. Está volviendo al deporte, al crossfit, y va tachando de su lista las cosas que apuntó que no podía dejar de hacer. Esquiar, tirarse en paracaídas, viajar con sus hijos, ver en directo un Partizán-Estrella Roja (lo hizo este mismo viernes, en Belgrado)... Porque el final era una posibilidad. "Te pones en el peor escenario, claro. Y piensas: 'Mi vida ha sido fantástica, no tengo un solo pero a los 37 años", pronuncia con crudeza.
Tomás Bellas, en su empresa familiar en Las Rozas.ANTONIO HEREDIA
El sopapo fue inesperado. "Cuando me dicen, 'tienes un linfoma', yo estaba con mi padre en la habitación del hospital. Así, de frente. Es difícil describir las sensaciones. Intentas no llorar [se emociona, "ahora me cuesta"]. Intentas hacer ver a todos que estás bien. Porque creo que yo he sufrido, pero mucho más los que están alrededor", cuenta. El 19 de agosto recibió la primera sesión de quimioterapia en el Puerta de Hierro. "Hay cuatro estadios y yo estaba en el cuarto. Fue un tratamiento súper fuerte. Una bomba para mi organismo. Mi médula no estaba preparada, tuve un problema en el pericardio porque tenía el corazón encharcado, la quimio te inmunodeprime: cogí fiebre, varias semanas ingresado...", relata un infierno físico y mental del que escapó también con velocidad, como siempre deambuló por la cancha. "Antes del segundo ciclo, a finales de septiembre, me hicieron una prueba de Pet Tac y vieron que no tenía enfermedad. Había sido efectivo. Me dieron dos más, de refuerzo. El último, a mediados de noviembre", celebra.
"Estoy convencido de que el deporte me ha ayudado muchísimo. Para coger el toro por los cuernos. Era como un partido, había un objetivo y sabía que iba a tener que esquivar balas. Gran parte es actitud. El baloncesto me ha enseñado a saber sufrir, a que no siempre hay una recompensa inmediata, a gestionar las emociones...", relata un tipo al que no le cuesta admitir que nunca tuvo "pedigrí", pese a que con 12 años ya estaba en la cantera del Real Madrid.
Tomás Bellas.ANTONIO HEREDIA
El hándicap de la altura siempre le acompañó. Fue a la vez su acicate. Como las miradas de sospecha: "Ser infravalorado forja tu carácter". "Nunca fui a una selección. Es mi espina clavada, lo reconozco. Me podían haber llamado, sin lugar a dudas. Hay gente que ha estado con mucho menos nivel que yo", se queja, consciente también de que no ayudó su forma de ser -"mi carácter. Yo no soy una ovejita a la que dirijas"-, para bien y para mal, es su otra gran seña de identidad. Ha habido pocos guerreros con más ardor en la cancha que Tomás Bellas, pesadilla para los rivales, pretoriano de los entrenadores en sus cuatro equipos ACB (Gran Canaria, Zaragoza, Fuenlabrada y Murcia), desde Pedro Martínez hasta Sito Alonso, pasando por Aíto García Reneses, Jota Cuspinera, Luis Guil... "Era una mosca cojonera. 'Joder, hoy me toca contra Bellas', decían los rivales. He tenido peleas con todos. Yo siempre fui a muerte. Hacía en la cancha lo que nadie quería hacer", admite de unas batallas que ahora son anécdotas de amistad con sus ex rivales, los que le han abrumado con mensajes de apoyo e interés.
¿Cómo llega un niño bajito de Las Rozas a la elite? "Todo es más o menos positivo en función de las expectativas que tengas. Las mías ni de lejos eran estar 14 años en la ACB, casi 500 partidos, más competición europea, haber jugado la Summer League de Las Vegas... y un denominador común: he jugado muchísimos minutos", se enorgullece de una trayectoria que empezó por su padre, entrenador en equipos femeninos, guardián de sus primeros entrenamientos en el patio de su casa. En infantil ya estaba en el Madrid, pero a los 18 jugaba en Primera Nacional en el Torrelodones, "entrenando a las nueve de la noche con abogados, dentistas, pintores...". Quería centrarse en sus estudios universitarios y en su novia. Y por eso rechazó, ahora ríe, hasta a Pablo Laso. "Me quería en Cantabria tras una pretemporada, se quedó alucinado", recuerda.
Tomás Bellas.ANTONIO HEREDIA
Pero le llamó el Cáceres de Piti Hurtado, destacó en LEB Oro, y después le surgió la oportunidad "de una vida". Saltar a la ACB con el Gran Canaria. Se acogió a aquel decreto 1006 que hizo famoso Alberto Herreros. "Con Pedro Martínez fue un máster de cinco años, diario. Con una exigencia bárbara. Pero es lo que me permitió estar tantos años en la liga". Tras seis temporadas en Las Palmas, sale a Zaragoza, la otra cara del baloncesto, "peleando por no bajar, impagos... No fue muy agradable. Remar y remar". "De ahí a Fuenlabrada. Decido acercarme a casa por el tema de la empresa, la familia...". Y después Murcia, "una segunda juventud". Tras tres cursos, repliega, otra vez el negocio familiar como prioridad, y Tomás, Paola y Jaime, claro. Pero mantiene el gusanillo del deporte de elite en su vuelta a Fuenlabrada. "Ha sido la hostia. Mi carrera ha sido la hostia", repite.
Cuando le sobrevino la enfermedad, Bellas, siempre celoso de su intimidad, no quiso hablar públicamente demasiado. Se centró en la recuperación, se fue despidiendo del baloncesto al que no sabe si volverá como entrenador o director deportivo quizá y del que, por ahora, sólo echa de menos lo bueno, "competir, el vestuario...". "Si me llega a pasar más joven, probablemente hubiera intentado volver. Pero ya no está en mis planes", dice. Ahora cuenta el proceso por primera vez. En unos días, en Gran Canaria, recibirá un homenaje durante la Copa del Rey, en el "club de su vida", en el que fue capitán. "Todo esto ha sido una lección de vida. Me ha retirado del baloncesto, pero no de la vida. Te hace cambiar las prioridades. Antes te preocupabas porque no metías dos canastas y ahora porque estás vivo".