Sergio Campoy tiene 48 años y el mallorquinismo en vena. Pertenece al club de aficionados bermellones que han visto a su equipo transitar por el olimpo del fútbol: ha estado en las tres finales de Copa del Rey que el RCD Mallorca ha disputado en 107 años de historia. Estuvo en el Bernabéu en 1991, cuando fueron “clara minoría en la grada” y, pese a perder frente al Atlético de Madrid, sembraron “la semilla de todo lo que vendría después”. Estuvo en Valencia en 1998, sufriendo contra el Barça. Y estuvo, cómo no, en el Martínez Valero de Elche en 2003, en aquella final soñada, la tercera, la vencida, la epopeya de todas las epopeyas para el club de su vida.
Han pasado 20 años (y medio) desde aquel hito y Campoy, como todo el mallorquinismo, no podrá evitar sentir hoy el vértigo al tener cerca otra final, con la febril mirada de la nostalgia, como si veinte años fuesen la nada de Gardel. “La ilusión es máxima”, explica mientras cuenta las horas para que arranque el partido contra la Real Sociedad. “Sigamos soñando, las nuevas generaciones no han vivido la alegría que supone jugar una final y veo en sus ojos los nervios y la ilusión que yo disfruté en el pasado”, dice pensando en sus hijos. Alejandro, su hijo mayor, tiene 18 años y nunca ha visto al Mallorca en esas lides. “La Real es un equipazo pero es posible dar la sorpresa, ¿por qué no? Esto es fútbol”.
Hablar de una final de Copa no es cualquier cosa en Mallorca. La memoria colectiva de la isla tiene grabado a fuego aquel legendario título de Elche, cuando derrotaron al Recreativo de Huelva por 3-0 en una final rodeada de misticismo, gesta de un club que en 2017 llegó a descender a Segunda B y que ahora vuelve a competir en la élite.
“El camino a aquella final tuvo mucho mérito”, recuerda Mateu Alemany, presidente del club entre 2000 y 2005 y hasta hace poco director de fútbol del FC Barcelona. “Eliminamos a los mejores del momento”. En cuartos al Madrid galáctico y en semis al Superdépor, campeones de Champions y de Liga respectivamente. “Eso le dio un valor altísimo”, reivindica el ex directivo. Así llegó la tercera final en doce años. Pero aquella no fue como las otras. “No íbamos a una fiesta como comparsas, íbamos con la obligación y la presión de ganarla, como favoritos”, detalla Alemany, quien admite que no haberlo aprovechado hubiera sido un fracaso.
“El Mallorca no era ya un equipo pequeño que se cuela milagrosamente en una final”. Era un club que venía de jugar Champions y estaba ante una ocasión histórica de colocar un gran trofeo en sus vitrinas.
Eso generaba ilusión pero también cierto “sufrimiento” y un estado colectivo de ansiedad, el combustible para que 15.000 aficionados se desplazaran a Elche. Las navieras no daban abasto y llegar fue toda una odisea. “Sigue siendo la mayor movilización en la historia de un club deportivo balear”, rememora un Alemany todavía emocionado al recordar aquella noche. “Algunos barcos llegaron tarde, la Policía nos tuvo que escoltar, fue brutal”, apostilla al teléfono Sebastià Oliver, presidente de Moviment Mallorquinista, colectivo que agrupa a más de 7.000 hinchas.
Pero nada de aquella lejana noche se entiende sin un nombre propio. “Fue la final de Samuel Etóo“, zanja Tolo Ramón, entrenador y analista del Mallorca. El camerunés, al que Alemany considera “el mejor delantero de Europa” en la época, estaba disputando con su selección la Copa Confederaciones en Francia. Su participación en la final no estaba clara y era normativamente compleja. Pero el presidente desbloqueó la situación y liberó al jugador. “Él era el 40% del potencial del equipo, vino en avión privado y al acabar el partido se fue, no pudo quedarse a toda la celebración”, cuenta Alemany.
Entre un vuelo y otro, marcó dos de los tres goles de la final y forzó un penalti, llevando al éxtasis al club en el que mencionar su nombre es como pronunciar un sortilegio que despierta automáticamente el orgullo. A día de hoy, un gran mural con su rostro adorna la fachada del estadio.
“Tenemos mucha ilusión por esta Copa”, explica Nacho Bonnín, socio incombustible del Mallorca y otro de los que cumplió con la peregrinación a Elche hace dos décadas. “El partido del Girona prendió la mecha, todo lo que tenía que salir bien salió perfecto”. Ahora ve una eliminatoria dispar pero confía en la fortaleza de Son Moix. “Esperamos que nos salga una buena eliminatoria y vayamos a Sevilla”.
Para Ramón, al mallorquinismo “más añejo” le apetece una final contra el Atlético de Madrid “y que se repita la mítica final de hace 33 años, ahora en territorio neutral”, en Sevilla. El algoritmo dirá que la Real Sociedad, sexta en Liga y una de las mejores escuadras de Europa, juega hoy en Copa contra el decimoquinto clasificado. Sin embargo, en el territorio de lo intangible, los donostiarras se enfrentan a un club que reinó en esa competición. Y que se conjura y danza bajo el mural de Etóo para invocar al tornado de la historia.