“Soy capaz de moverme sin limitaciones”, dice tras su segundo partido de una vuelta que recuerda sus otras reapariciones
Cuando Rafael Nadal levantó dos sets adversos y ganó la final del Masters de Madrid a Ivan Ljubicic en 2005, entonces en octubre, bajo techo, en el Madrid Arena, no sabía que iba a estar cuatro meses fuera de las pistas como consecuencia de la primera manifestación seria del mal de Müller-Weiss, la lesión crónica en el escafoides del pie izquierdo que le obligó a jugar con unas plantillas especiales. Su entrenador, Toni Nadal, llegó a dudar de que pudiera seguir jugando al tenis al más alto nivel. Nadal reapareció en febrero de 2006. Cayó en semifinales de Marsella ante Arnaud Clement y a continuación se fue hasta la final de Dubai, donde le derrotó Roger Federer. En primavera se hizo consecutivamente con Montecarlo, Barcelona, Roma y Roland Garros. Tenía 19 años.
Para saber más
Los éxitos de Nadal corren paralelamente a sus sucesivos contratiempos físicos. El jugador que ahora, a los 37 años, vuelve a sorprendernos en su vuelta a las canchas tras casi un año fuera de ellas, cuenta con un pasado sembrado de minas, del que siempre resurgió a lo grande. En 2012 perdió en segunda ronda de Wimbledon ante Lukas Rosol, ya condicionado por la también crónica lesión en el tendón rotuliano de la rodilla izquierda. Fueron siete meses en el arcén, la segunda convalecencia más larga hasta la fecha.
No volvió a jugar hasta el inicio del año siguiente, donde eligió la gira sudamericana de arcilla. Perdió contra el argentino Horacio Zeballos la final de Viña del Mar, para ganar consecutivamente Sao Paulo (David Nalbandian), Acapulco (David Ferrer) y, ya en la gira estadounidense de pista rápida, Indian Wells (Juan Martín del Potro). Entre otros logros, se haría con Roland Garros y el Abierto de Estados Unidos.
El hombre que este viernes (11.00 h., Movistar) buscará los cuartos de final del ATP 250 de Brisbane ante el australiano Jordan Thompson, 55º, tras superar al también local Jason Kubler por 6-1 y 6-2, nunca se había desplomado en el ránking hasta el puesto 672 con el que inició el torneo (ahora ya, virtualmente, 450). En una situación extremadamente difícil, por su edad y por el ritmo impuesto por contemporáneos como Novak Djokovic y jóvenes de la estatura de Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, está dispuesto a intentarlo una vez más.
SÍNDROME
El síndrome de Muller-Weiss volvió asomar en 2021, en una semifinal de Roland Garros que perdió frente a Djokovic en cuatro sets. Nadal causó baja en Wimbledon y los Juegos de Tokio y volvió fugazmente en Washington, cayendo en octavos contra Lloyd Harris. Ya no podría reaparecer hasta la temporada siguiente: tras vencer en un torneo 250 en Melbourne, llegó a la final del Abierto de Australia, con el resultado sabido: Medvedev tiene dos sets de ventaja, 3-2 y 0-40, y acaba siendo derrotado en cinco sets. El tenista español se convierte en el primer jugador con 21 títulos del Grand Slam, por encima de Federer y Djokovic, entonces con 20.
Ese mismo curso, gana Roland Garros y se presenta en las semifinales de Wimbledon, que no puede disputar contra Nick Kyrgios tras sufrir una lesión abdominal en cuartos, frente a Taylor Fritz. Otra vez contrariedades de las que no logrará levantarse en un flojo desenlace de aquel 2022.
Tras todo el 2023 fuera de concurso, en sus dos partidos en este torneo de Brisbane, el primero de ellos, también brillante, contra Dominic Thiem, Nadal no sólo ha adquirido la confianza suficiente para sentirse de nuevo competitivo, sino que ha dejado la impronta de siempre, un jugador muy capaz que, de no sufrir problemas físicos, y de seguir en esta línea, está dispuesto a litigar por todo y frente a todos.
«En términos generales, me siento bien. Lo más importante es que no tengo molestias de las operaciones del músculo y la cadera», aseguró después ante los medios. «Por el momento, el pie está respondiendo bien y esa es la principal noticia, que el pie no me da problemas y soy capaz de moverme sin limitaciones», insistió el español, que incidió mucho en la necesidad de sentirse competitivo, de pasar horas en pistas para recuperar esas sensaciones que los entrenamientos no dan. El mundo del tenis, entretanto, observa con admiración cómo el hombre que siempre vuelve parece haberlo hecho una vez más.