El Mundial 82: un escaparate para la España democrática que dejó sombras económicas y no impulsó al fútbol español

El Mundial 82: un escaparate para la España democrática que dejó sombras económicas y no impulsó al fútbol español

España volverá a ser sede de un Mundial de fútbol en 2030 con una experiencia previa de la que poco se puede aprender. Si acaso de los errores, que fueron más deportivos y económicos que organizativos. El Mundial 82 fue el inicio de una imparable mercantilización del mayor evento deportivo junto a los Juegos Olímpicos, del que el fútbol español no supo aprovecharse lo suficiente aunque que dio a España la oportunidad de exhibir su nueva democracia y una modernidad que la sacaba de años de dictadura y aislamiento. Un Mundial que fue el fútbol de Rossi y de Sócrates pero mucho más.

El país persiguió con ahínco acoger el campeonato desde 1960. Para el franquismo, era el momento de mostrarse aliado de occidente en plena Guerra Fría y la victoria en la Eurocopa de 1964 ante la Unión Soviética lo reforzó. Fue designada como sede en 1966, pero empezó a prepararse para que el mundo la mirada en 1975. Y el trabajo fue arduo. El fútbol español estaba a la altura en un país tenía que acelerar.

En una España centralizada y preautonómica, el primer movimiento fue determinar las sedes. Las 24 selecciones clasificadas, por primera vez representando a todos los continentes, se dividieron en seis grupos de cuatro equipos que competirían del 13 junio al 11 de julio en 17 estadios de 14 ciudades. La criba comenzó en 1976, cuando la organización envió un cuestionario a alcaldes de 29 ciudades, aunque el número se redujo por la retirada de algunas ciudades como Santander y por las exigencias FIFA: para los duelos de la primera fase era condición tener un estadio de Primera División, 150.000 habitantes en la ciudad y 1.200 plazas hoteleras; para la segunda, se ampliaba a 200.000 habitantes y 21.000 habitaciones de hotel.

La decisión de las elegidas la tomó ya el Real Comité Organizador del Mundial (CROM), formado en octubre de 1978 y presidido por Raimundo Saporta. Junto a él estaban representantes del Comité Olímpico Español, de la Intervención General del Estado, y empresas entonces estatales como Iberia, Aviaco, Renfe o TVE. La propuesta de sedes fue revisada por la FIFA y en julio de 1979 se dio oficialidad.

San Sebastián, fuera

Cada grupo jugaría en dos estadios por proximidad. Vigo y La Coruña acogerían a Italia, Polonia, Perú y Camerún; Gijón y Oviedo a Alemania (RFA), Austria, Chile y Argelia; Alicante y Elche a Argentina Bélgica, Hungría y El Salvador; Bilbao y Valladolid a Inglaterra, Francia, Checoslovaquia y Kuwait; Sevilla y Málaga a Brasil, URSS, Escocia y Nueva Zelanda; Zaragoza y Valencia compartían el grupo de España, Yugoslavia, Irlanda del Norte y Honduras, pero los partidos de la Selección Nacional serían entonces Luis Casanova, hoy Mestalla.

La segunda fase se concentraba en Barcelona, con Sarrià y el Camp Nou, que acogió el partido inaugural, y Madrid, con el Calderón y el Bernabéu, donde también se disputó la final. Las semifinales se jugaron en el Pizjuán (Alemania-Francia) y en el estadio del FC Barcelona (Polonia-Italia), mientras que el tercer y cuarto puesto fue en el Rico Pérez de Alicante (Polonia-Francia).

Llamativo fue entonces, con el Athletic y la Real Sociedad ganando Ligas y poblando la selección de internacionales, que San Sebastián quedara fuera. La razón fue política: el viejo Atocha no cumplía las condiciones y el Ayuntamiento, por los votos en contra de PNV y HB, no aprobó la inversión de 125 millones de pesetas en un campo nuevo en Zubieta.

Un estadio nuevo y créditos para remodelar

Sólo un estadio se alzó para el Mundial, el nuevo José Zorrilla de Valladolid, un estadio de 38.000 espectadores que fue inaugurado en 1982 con un coste de 629 millones de pesetas (3,7 millones de euros). Pero todos necesitaron remodelación. De hecho, se creó dentro del Comité un ‘Grupo supervisor de Obras en Sedes’, con representantes de 12 ministerios, RTVE, Telefónica, el CSD y la RFEF por la “necesidad de estudiar toda la problemática tanto en el aspecto de remodelación de los estadios, como de las demás obras que se lleven o se puedan llevar a efecto de acuerdo con las exigencias señaladas a las sedes”.

Según recoge el profesor de Historia del Deporte en la Universidad Europea de Madrid, Juan Antonio Simón en su investigación El Mundial de Fútbol de 1982. Escaparate de la nueva democracia española, todos los clubes tuvieron que invertir en la remodelación de los estadios a través de préstamos.

En enero de 1980, el Consejo de Ministros, aún presidido por Adolfo Suárez, aprobó una línea de crédito de 5.100 millones de pesetas (30 millones de euros) a través del Banco de Crédito de la Construcción para que acudieran ayuntamientos y clubes a obtener financiación que deberían devolver a 20 años con un interés del 11%. El Real Madrid invirtió 704 millones de pesetas, el Barça 1.288 y en el Calderón acabaron 190. Lo que hoy es el Martínez Valero de Elche, entonces Nuevo Altabix, se llevó casi 200 y el Luis Casanova 285 millones que acabarían siendo un lastre para el Valencia, que tuvo que hacer frente no sólo a la ampliación del estadio sino también a la remodelación urbanística de su entorno. Eso disparó su deuda y provocó un colapso económico que lo llevó a Segunda en 1986. No sería el único club que pagaría muy cara la fiesta mundialista, que el Gobierno tuvo claro que no afrontaría. A Saporta le movía la premisa de “evitar el mayor gasto posible al Estado”, al menos de manera directa.

La seguridad contra ETA: Plan Naranja 82

Con un 12,44% de paro en España, según el INE, y una inflación del 26%, el débil gobierno de Calvo Sotelo (UCD) que salvó el golpe de Tejero se centró en cubrir lo básico. Buena parte se fue en seguridad. Era uno de los principales retos que debía afrontar este Mundial. A los equipos nacionales se les bunkerizó en sus sedes y se puso en marcha el llamado Plan Naranja-92 del que formaron parte 35.000 efectivos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para vigilar hoteles, desplazamientos, estadios y accesos. El terrorismo de ETA había acabado con la vida de 337 personas hasta principios de los 80, pero al fútbol le dio tregua.

Naranjito, la mascota del Mundial 82.E.M.

Impulso a RTVE: nace Torrespaña

También se afrontó la remodelación de RTVE. Ante la insuficiencia técnica para dar la señal al mundo, se alzó Torrespaña y se remodelaron los estudios en Sant Cugat. 15.000 millones de pesetas, una inversión histórica en la televisión pública que permitió que en los estadios se ubicaran seis cámaras, tres principales, dos tras las porterías y una más que cubría el ambiente en las gradas. Televisamente fue una retransmisión considerada impecable.

En lo deportivo, para España el Mundial fue un fracaso, pero en organización quedó demostrada la capacidad de un país que, diez años después acogería los Juegos Olímpicos en Barcelona. Lo que no fue es rentable.

La rentabilidad: beneficios y sospecha en la gestión

Los tres pilares de la financiación eran la venta de entradas, la televisión y la explotación comercial de productos con la imagen de la mascota Naranjito. La afluencia a los estadios se gestionó a través de paquetes que comercializó Mundiespaña, una empresa formada por cuatro agencias y cuatro cadenas hoteleras, que sólo arrastraron a una media de 35.000 espectadores, baja para lo esperado por la FIFA. Los derechos de retransmisión aportaron 1.638 millones de pesetas,78 millones más que Argentina 78.

En cuanto a la explotación publicitaria, en mayo de 1979 se firmó el contrato de merchandising del Mundial entre la FIFA, la RFEF, el Comité organizador y West Nally, una multinacional británica que adquirió los derechos comerciales de los símbolos y la mascota del campeonato, así como también la publicidad estática de los campos en los que se jugará. West Nally, por este contrato, se comprometió a pagar 1.200 millones de pesetas que no cumplió de manera estricta. Para España, la cantidad apenas sería una cuarta parte.

El balance económico que dejó el Mundial nunca estuvo claro. Mientras la FIFA hablaba de beneficios que superaron los 3.000 millones de pesetas surgieron sombras sobre la gestión económica de la RFEF y del Comité Organizador detectadas por la Intervención General del Estado y el Tribunal de Cuentas pero que nunca llegaron a aclararse.

kpd