LaLiga Santander
Barcelona-Real Madrid (D/21.00 h.)
Mientras el Barcelona aspira a definir la Liga frente al Real Madrid, sus presidentes escenifican una ruptura en el comedor y en el palco
Joan Laporta, más pantocrátor que presidente, y con más apóstoles que directivos, es uno de aquellos líderes que, emocionándose y apretando el puño, convierten el pecado propio en agresión ajena. Y Florentino Pérez, que no había sido invitado esta vez a comer, pero sí al palco, tomó este sábado la determinación de no acudir al clásico en el Camp Nou al entender que su presencia en el estadio azulgrana no tenía sentido.
Tan angustiado estaba Laporta por el caso Negreira que el pasado martes, aun sin haber pronunciado esa rueda de prensa convertida en El Dorado, y aunque tuviera que ausentarse de varios actos promocionales, tomó un vuelo a Oporto. Allí le esperaba el magnate de la representación Jorge Mendes, con quien compartió más horas de asueto que de negocios. Porque en realidad Laporta, por mucho que la tormenta judicial, mediática y social arrecie y amenace con llevárselo todo por delante, va a su ritmo.
El clásico de este domingo, además de definir el desenlace de la Liga -el equipo de Xavi Hernández aspira a dejar al Real Madrid de Carlo Ancelotti a 12 puntos, con 12 jornadas en juego-, pone en juego tanto la reputación del campeonato como la del fútbol español. Los 7,3 millones de euros pagados durante 18 años por el Barcelona al ex número dos de los árbitros, además de enlazar a cuatro presidentes –Joan Gaspart, Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu-, han obligado a las instituciones a posicionarse ante la crudeza de las acusaciones de la Fiscalía, que advierte un delito continuado de corrupción en el ámbito deportivo.
Así que en el Barcelona aguardaron con más expectación que inquietud la respuesta que pudiera ofrecer el Real Madrid, que, tras hacerse el remolón con el asunto, acabó por anunciar su intención de personarse en la causa como acusación particular. Un gesto que el club azulgrana aprovechó en un escenario en que el populismo es el camino más corto para explicarse ante los socios.
Alianza en entredicho
Porque, si bien los asesores de Laporta se han pasado la semana enorgulleciéndose de no querer sentarse a comer con la representación del Real Madrid, nadie en la entidad azulgrana se había atrevido a insinuar la ruptura de las relaciones. Laporta quería sentarse con Florentino esta noche en el palco del Camp Nou. Razones no le faltaban y así lo esperaban en el club azulgrana antes de que el mandatario blanco decidiera el sábado no viajar a Barcelona. Ambos dirigentes tendrán que pensar ahora si siguen aliados para que el moribundo proyecto de la Superliga no acabe de embarrancar; y si su pinza común frente a Javier Tebas en LaLiga podrá sobrevivir al caso Negreira.
Este estado de agitación y crispación, trasladado desde las redes sociales a los púlpitos mediáticos, y por ende a los estadios de fútbol, ha aumentado al ritmo de las revelaciones periodísticas y del avance judicial del caso. El juzgado de instrucción número 1 de Barcelona admitió a trámite la denuncia de la Fiscalía. Anticorrupción lograba hacerse con las pesquisas del caso. Y en el club azulgrana no cambiaron su política comunicativa. Consideraron adecuado que, por ahora, la entidad debía continuar defendiéndose a golpe de mensaje de su presidente. Ya fuera ante la alta burguesía catalana, ante unos peñistas vitorianos, ante los capitanes de las secciones o ante una cámara del propio club. Una estrategia comunicativa que ha incomodado a alguno de los principales asesores del máximo mandatario barcelonista.
El 7 de marzo, en el Círculo Ecuestre de Barcelona, y sin que los periodistas estuvieran invitados, Laporta azuzó el espantajo de la conspiración por parte de Tebas. «Hay voluntad de estrangularnos económicamente y convertirnos en sociedad anónima. Pero el Barça es de sus socios». Antes del recibimiento hostil sufrido por el Barcelona en San Mamés, el mandatario intervino el 11 de marzo en una cena de la Peña Barcelonista de Vitoria-Gasteiz. Subió el tono: «El Barça es un sentimiento que no se ensucia. Hay ataques gravísimos a nuestro escudo que no tienen nada que ver con la realidad. Vamos a luchar hasta la última gota de nuestra sangre [sic] para defender el honor, la reputación y los intereses del Barcelona». Frente a los capitanes de las secciones del club en un parlamento hecho el 13 de marzo en el Auditori 1899 del Camp Nou, Laporta pasó de controlar las lágrimas a sacar el martillo: «No penséis que me emociono por debilidad, me emociono porque tengo muchas ganas de enfrentarme a todos los sinvergüenzas que están manchando nuestro escudo». Y ya este viernes, ante los medios oficiales de la entidad en otro mensaje unidireccional, zanjó con vehemencia: «Quieren controlar el Barça. Quedárselo. No sólo nos defenderemos, atacaremos».
Mientras tanto, Tebas ha procurado mantener el pulso mediático. «Estamos ante la crisis reputacional más grande de la historia de LaLiga. Y nos afecta a todos, no solo al Barça. Si el Barça baja a Segunda tampoco pasaría nada, subiría el año siguiente», afirmó el pasado jueves en un foro organizado por La Vanguardia.
Más eslóganes que explicaciones
La grada del Camp Nou, hasta la fecha, ha obviado el caso Negreira. Son tiempos en que los eslóganes funcionan mejor que las explicaciones. Y quizá no haya esta noche uno más llamativo que el de Motomami de Rosalía, impreso en las camisetas del primer equipo azulgrana para este clásico gracias al acuerdo de patrocinio de Spotify. Si bien los tiempos de las pañoladas y la pancartas -incluso prefabricadas- quedaron atrás en un fútbol que insiste en apartarse del aficionado tradicional, ha influido también la escasa oposición que se ha encontrado el gobierno de Laporta. Víctor Font, su principal opositor en las pasadas elecciones, ha preferido no posicionarse públicamente por ahora. Y los movimientos de un grupo de empresarios por organizarse para refundar el club no han pasado de cenas en reservados.
«No conseguirán desestabilizarnos», se limitó a responder en la víspera Xavi Hernández. Y lo dijo el entrenador del Barcelona, no porque tuviera especial interés en meterse de lleno en el embrollo de la conspiración, sino para no contradecir a su presidente. Bastante tiene el técnico con intentar mantener cerradas las puertas de su vestuario -el vicepresidente Rafa Yuste se gustó dándole la manos a los futbolistas antes del entrenamiento del sábado-, y con zanjar por fin la Liga que certifique el valor de su obra.
Para ello tendrá Xavi que demostrar que su invento no se cae sin Pedri, cuyos músculos le atan a la camilla. Y que el fútbol, con más o menos estilo, continúa teniendo sentido pese a lo pringosa de la mancha del dinero.