El año que nadie pudo parar a Luis Suárez: “Vamos a perder, don Santiago”

El año que nadie pudo parar a Luis Suárez: "Vamos a perder, don Santiago"

Adiós a una leyenda

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Los títulos de la Copa de Europa y la Eurocopa de 1964 evidenciaron la supremacía del centrocampista, pero ‘France Football’ premió aquel año con el Balón de Oro a Denis Law.

Luis Suárez, durante un partido con el Inter de Milán.INTER.IT

Había llegado a Milán a la chita callando, quizá ofuscado por mostrar que Angelo Moratti, el propietario del Inter, no se había vuelto loco pagando ese cerro de millones al Barcelona. Luis Suárez era un gallego con todas las connotaciones del gentilicio, pero en su debut ante el Atalanta, el 27 de agosto de 1961, disparó 27 veces a portería. Los veteranos del vestuario, de Armando Picchi a Mario Corso, no parecían entender nada. Helenio Herrera, desde el banquillo, tampoco. El Mago no le había traído para eso, sino para justo lo contrario. El fútbol cerebral de Suárez debía hacerse presente en cada aspecto del juego. Él tenía que mover al equipo con sus envíos hacia los dos puntas. Luis aprendió rápido y el Inter, tras nueve años de calamidades, fue campeón de la Serie A en 1963. El título que abría su primera participación en la Copa de Europa.

Suárez manejó cada eliminatoria de aquel torneo con la sutileza de sus pases. El Inter, amparado en la invulnerabilidad de Tarsizio Burgnich, Giacinto Facchetti o Aristide Guarneri, sólo había cedido un empate en cuatro eliminatorias, pero el 27 de mayo, en la final de Viena, aguardaba el Real Madrid. Para comprender el pavor que por entonces inspiraba el pentacampeón de Europa, baste el recuerdo de Sandro Mazzola: «De repente, en el túnel vi a Alfredo di Stéfano. Me pareció que medía dos metros. Para mí era el dios del fútbol».

Antes de saltar el césped del Prater, Suárez tuvo que advertir a Sandrino: «Ya le pedirás un autógrafo cuando termine el partido». Mazzola no podía siquiera sospechar que a los colosos merengues les pesaban demasiado las botas. Y eso que Miguel Muñoz, en la víspera, se lo había anunciado sin tapujos a Bernabéu: «Vamos a perder, don Santiago. Ellos son muy buenos físicamente y muy rápidos. Nosotros aún vamos al ritmo de Alfredo, así que lo más seguro es que nos pasen por encima». Mazzola, autor de un doblete para el 3-1, quería llevarse la camiseta de Di Stéfano, aunque se tuvo que conformar con la de Ferenc Puskas, que había jugado contra Valentino, su padre, fallecido en la tragedia de Superga.

Manga ancha de Villalonga

En aquel 1964 no había manera de contener el caudal de Suárez. Por establecer alguna correlación, su manera de llevar los partidos recordaba la de Andrea Pirlo en las Champions del Milan (2003, 2007). Era el regista de la Grande Inter. En su pie derecho se ajustaba una mirilla telescópica. Y ahora, sólo dos años después del fiasco del Mundial de Chile, disponía ahora de una oportunidad única con España.

Tras apear a Irlanda en cuartos, la selección de José Villalonga sólo necesitaba dos victorias para conquistar la Eurocopa. Y lo intentaría como local, dado que la UEFA aún se negaba a conceder la organización a selecciones de la órbita comunista. El seleccionador, que había dejado fuera a Enrique Collar y Paco Gento, confió su ataque a los Magníficos del Real Zaragoza, que venían causando sensación en la Copa de Ferias. Suárez asumiría el timón de la medular, con Amancio Amaro en la derecha, Carlos Lapetra en la izquierda, Chus Pereda de interior y Marcelino como ariete.

A diferencia de Herrera, maniaco del catenaccio, Villalonga concedía manga ancha en labores defensivas a Suárez, ayudado por el dilegente Ignacio Zoco. Luisito ofreció lo mejor de su juego durante la semifinal ante Hungría, resuelta en la prórroga con un tanto de Amancio (2-1). Ya nada podía fallar contra la URSS. Descabezar a la hidra comunista suponía un objetivo primordial para la dictadura. No se trataba de una final, sino de una cruzada contra los rojos. Nada como un triunfo para conmemorar lo que el régimen denominaba 25 años de paz.

El volvo de Marcelino

Así que España, vestida de azul, ganó 2-1 en un Bernabéu colmado por 120.000 personas. «Esta victoria se la ofrecemos en primer lugar al generalísimo Franco, que ha venido a honrarnos con su presencia», declaró el capitán Ferran Olivella, nada más alzar el trofeo. Suárez destacó por encima del resto, pero Marcelino, autor del 2-1 a seis minutos del final, recibió un espectacular Volvo color rojo, cortesía del dictador.

A Luis aún le quedaba la Copa Intercontinental, a finales de septiembre ante Independiente de Avellaneda, para concretar su absoluta jerarquía en el fútbol mundial. No obstante, por descabellado que parezca, sólo tres meses más tarde, France Football eligió como Balón de Oro a Denis Law, delantero del Manchester United.

kpd