Fue como si el Real Madrid llevara toda la temporada o toda la vida aguardando este día. Una noche de Berlín para el recuerdo ya, un ejercicio de excelencia tan elevado que sólo un fracaso el domingo en la final contra Panathinaikos (20.00 h.) podría empañarlo. Pero en el Uber Arena no hubo mañana para los de Chus Mateo, sólo una batalla que afrontar con los ojos inyectados en pasión. Buscará hurgar en su propia historia y volver a levantar dos Euroligas consecutivas, como en el 68, tras despedazar al Olympiacos, ese querido enemigo otra vez frustrado por el blanco. [87-76: Narración y estadísticas]
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Pugnará por su duodécima Copa de Europa, la cuarta de las últimas 10, por la segunda de Chus Mateo, la cuarta de Rudy, Chacho y Llull y tantos otros hitos. Por agrandar una leyenda que se explica en movimiento y en hambre. Y también en resistencia cuando el rival, a la desesperada, intentó sin suerte la remontada en la segunda mitad.
Porque se puede definir gráficamente la perfección en el baloncesto en los 10 minutos con los que amaneció el Real Madrid en el Uber Arena. Habla de la mentalidad de un equipo nacido para estas cumbres. Llegados a la hora de la verdad, el colmillo, la determinación, el coraje. Ese extraño cosquilleo llamado miedo en el rival. Todo eso es parte del ADN y no se entrena.
Las finales se ganan, dice el tópico. Cuando se quiso dar cuenta, el Olympiacos, el fiero colectivo que defiende mejor que nadie en Europa, el que ganó el quinto en el Palau, el que dejó al Barça en menos de 60 puntos en los dos últimos partidos de la serie de cuartos, estaba tiritando en el Uber Arena, pese a lo rojo de la mitad de las tribunas. Le llovían los triples, cinco casi seguidos entre Hezonja y Musa, Campazzo repartía asistencias como un tahúr y Tavares dominaba las pinturas, la propia y la ajena, como en sus mejores días. Resultó un torbellino. Más madera con la aparición de Yabusele, que había dejado su sitio en el quinteto a Eli Ndiaye para cumplir con las tradiciones, como lo fue el canterano en los dos partidos de la pasada Final Four.
La segunda unidad no bajó la guardia y la distancia se disparó con dos triples del Chacho mediado el segundo cuarto. Chus Mateo recurrió a Causeur, en el ostracismo últimamente, siempre con el corazón a punto en estas citas el veterano francés. Mientras, el factor psicológico Llull aguardaba en el banquillo. Por si había conato de remontada, pues en la memoria lejana aparecía un primer cuarto casi calcado, el de la final de Londres 2013 (27-10 entonces), la única de las cuatro que Olympiacos ha ganado al Madrid.
Apareció el capitán y llegó una máxima de frotarse los ojos (54-29). Era el acierto (9 de 13 en triples), pero, principalmente, eran las ganas, la energía de dominar de manera apabullante el rebote: el Madrid le dejó apenas seis en toda la primera parte al Olympiacos, sólo uno en todo el segundo acto. Sólo un triple de McKissic, el único potable en los griegos, sobre la bocina, dio algo en lo que creer a sus desesperados aficionados, que un rato habían visto cómo el eterno rival regresaba a toda una final continental.
Apareció el alma del Pireo, porque los de Giorgios Bartzokas son mucho más de lo que habían demostrado. Ahora sólo quedaba morir matando, jugar sin red. Entre el segundo y el tercer acto, un parcial de 2-14 que les arrimó para despertar a sus incondicionales. Un empujón más (66-56) con Williams-Goss y, sobre todo, Alec Peters, que anotó 14 puntos en ese tramo, donde el Madrid ya no dominaba el rebote y donde Musa y sus puntos fáciles y Llull y sus canastas de guerrero suponían casi toda la resistencia.
El Madrid había perdido la chispa en pos de la agonía. En su mente se había encendido el botón rojo de la resistencia, de acercarse al final y olvidar el baloncesto, con lo peligroso que eso resulta. El tiempo estaba de su parte pero no las sensaciones (31 puntos en toda la segunda mitad). Williams Goss hacía daño ante sus ex compañeros, como si tuviera cuentas pendientes. Pero cuando se arrimó a ocho (77-69), también las fuerzas abandonaron ya al Olympiacos. Chus Mateo le dio la muleta al Chacho y, con el remate de Musa, bajó los brazos a una noche de perfección y sufrimiento.