Didier Deschamps ha anunciado este miércoles que dejará la selección francesa tras el Mundial de 2026, fecha en la que termina su contrato. El técnico, de 56 años, ha desvelado en una entrevista con la cadena TF1 que se irá después de la cita que se celebrará en México, Canadá y Estados Unidos.
“Estoy aquí desde 2012, tengo previsto estar aquí hasta 2026, el próximo Mundial, pero ahí es donde va a terminar porque tiene que terminar en algún momento”, asegura Deschamps en un extracto de la entrevista que se emitirá más tarde este miércoles.
“Cumplí mi tiempo, con las mismas ganas y la misma pasión para mantener a la selección francesa al más alto nivel, pero 2026 está muy bien”, dice el entrenador sin desvelar su futuro después de los bleus.
Deschamps llegó al cargo como sucesor de Laurent Blanc y llevó a Francia a la victoria en el Mundial de 2018 y en la Liga de Naciones de 2021. También alcanzó las finales del Mundial’22, que perdió con Argentina en la tanda de penaltis, y de la Eurocopa’16, donde cayó con Portugal en la prórroga.
Después de esta última final perdida ante Argentina en Qatar, el entrenador renovó por cuatro años más en el cargo, una decisión que suscitó críticas en ese momento.
El juego poco vistoso de los bleus en la última Eurocopa acentuó los debates sobre el técnico que, pese a ello, consiguió llevar a su selección hasta las semifinales.
“No estoy aquí por los récords”, afirma Deschamps. “Lo más importante es que la selección francesa siga en lo más alto, como lo ha estado durante muchos años”, remarca.
De aquí a que se concrete su adiós, Deschamps tiene todavía una serie de desafíos en el banquillo, empezando por los cuartos de finales de la Liga de las Naciones contra Croacia en el mes de marzo.
En caso de victoria, Francia jugará la fase final de esta competición en junio y luego vendrá la clasificación para el Mundial de 2026, a donde Europa enviará 16 equipos para la primera edición de 48 selecciones.
Capitán de la selección francesa que ganó el Mundial organizado en su país en 1998, Deschamps es uno de los tres profesionales en haber levantado el título como jugador y como entrenador junto al brasileño Mario Zagallo y el alemán Franz Beckenbauer.
Era el único entrenamiento a puerta abierta de la semana y Didier Deschamps lo sabía. «¿Estás listo, Eduardo? ¿Podemos empezar?», dijo con ironía al principio de la sesión. A la media hora, con las cámaras agolpadas en la grada, el seleccionador francés se acercó a Camavinga. Empezó con un lenguaje corporal normal, de charla entre técnico y futbolista, pero con el paso de los segundos comenzó a agitar los brazos, a andar de aquí para allá mientras no paraba de hablar. En un momento, le dio la espalda al jugador, se volvió y se quedó mirándole durante unos instantes, en silencio, con cara de profesor enfadado. Así siguió durante tres largos minutos mientras los periodistas franceses no daban crédito. «Clásico Didier», apuntaron cuando el colega español les cuestionó la situación. Para terminar, varios movimientos de brazos más y un acercamiento cara a cara que resultó extraño para todos.
Lo curioso, por decirlo de alguna forma, es que se suponía que el origen de esa discusión estaba resuelto. Todo surgió tras el partido entre Francia y Polonia, el tercero de la fase de grupos. Camavinga, que todavía no ha sido titular en esta Eurocopa, siempre por detrás de N'Golo Kanté y Adrien Rabiot, saltó al campo en el minuto 61 y tuvo varias acciones que enfadaron al seleccionador. Se resbaló un par de veces y Deschamps se lo recriminó tras el duelo, incidiendo en sala de prensa en las pocas soluciones que habían aportado los suplentes.
Según los periodistas galos, el técnico discutió con Camavinga en el mismo vestuario del Signal Iduna Park. ¿Era necesaria una nueva conversación, delante de toda la prensa, 48 horas después? «Me resbalaba todo el tiempo, así que el entrenador me pidió que me pusiera tacos aún más altos, de rosca, pero me dolían bastante los pies», había asegurado el futbolista.
La relación entre Camavinga y Deschamps nunca ha sido ideal. Mientras Carlo Ancelotti desea «bailar con Eduardo Camavinga» en cada fiesta del Madrid, el seleccionador nunca se ha mostrado como un gran fan del jugador. «Al principio de la Eurocopa vino a decirme cuál iba a ser mi papel. No hablamos todo el rato, porque sino sería un poco tóxico», admitió Camavinga el sábado en sala de prensa, dos días después de la discusión.
Otra circunstancia que sorprendió a los enviados especiales: la necesidad de sacar otra vez al foco al joven futbolista tras los tres minutos de bronca cuando ya había sido el protagonista en la zona mixta ante Polonia. «No suelen repetir», explicaban los compañeros galos, que no le preguntaron sobre las elecciones celebradas este fin de semana en Francia, tema central para el vestuario.
«Sigo sin disfrutar ahí»
En el entrenamiento, después de la discusión, Deschamps utilizó a Camavinga como lateral izquierdo. Theo Hernández estaba realizando trabajo en el gimnasio y el seleccionador no tenía más laterales zurdos, así que optó por el madridista. «Sigo sin disfrutar ahí, eso no ha cambiado, pero soy un jugador de equipo y si tengo que jugar de lateral, lo haré».
Deschamps fue el primero en utilizar al centrocampista en la banda, incluso antes que Ancelotti. Lo hizo durante el Mundial de Qatar y aunque a Camavinga no le gusta, sabe que es su única opción. En el medio es misión imposible. «No estoy contento, pero sé que un día u otro llegará mi momento», admitió, sin querer echar más gasolina a los problemas: «No veo muchas diferencias entre él y Ancelotti», cortó rápido, preguntado por su entrenador en el Madrid. La realidad es que sí las hay.
Para Carletto, Camavinga es capital, el décimo jugador más utilizado de la temporada a pesar de sufrir una lesión en la rodilla a finales de 2023. Es un fijo en el once campeón de Liga y de Europa. Para Deschamps, sin embargo, es el fondo de su armario. El jugador acumula 19 partidos, nueve de ellos como titular y diez como suplente, y otros diez en los que ha sido convocado pero no ha disputado ni un solo minuto. Hoy, ante Bélgica, nueva oportunidad.
En una semifinal de Eurocopa, contra el equipo más poderoso del mundo en lo físico, finalista en los dos últimos Mundiales, España salió, vio cómo le metían un gol, se sacudió el polvo de los hombros, silbó, aceleró para marcar dos goles, remontar, y luego decidió que allí, en una semifinal de Eurocopa, con una hora por delante, ya no iba a pasar nada más. Como si fuera su potestad elegir los caminos de los partidos, también los de una semifinal de Eurocopa, como si dispusiera de un mando a distancia para darle al play, y luego al pause, y luego hacia delante, y luego hacia atrás, y luego al stop. España, en una semifinal de Eurocopa, gobernó la noche como le dio la gana, decidió lo que ocurría y lo que no, y agarrada al maravilloso descaro de un niño de 16 años, dueño de un gol estratosférico, le dio la vuelta al tanto francés y echó la persiana. Hasta aquí, dijo. Y hasta ahí. Luis de la Fuente y su muchachada han llevado a España a su quinta final continental, a las puertas de un título impensable hace no mucho, posible, probable, hoy. En una semifinal de Eurocopa, hizo lo que quiso, como quiso y cuando quiso. Esta es España. [Narración y estadísticas (2-1)]
Una España nacida de la desconfianza, forjada en la ignorancia, cuando no en la mofa, de una parte de la afición, que miraba con displicencia a un grupo de jugadores que permaneció callado, cabizbajo, rumiando, eso sí, algo parecido a una venganza, agarrados todos ahí dentro a la esperanza de darle la vuelta a todo y poner al país a sus pies, un país obligado hoy a reconocer el trabajo y el talento de un grupo humano que, más allá de lo que ocurra en la final, se ha ganado el respeto que hasta ahora no tuvo. Honor para España, finalista de la Eurocopa. Y honor para Lamine Yamal, el niño de 16 años, hijo de inmigrantes, que personifica esta nueva realidad española, tan diferente, tan cambiante, tan rica.
A estas alturas de torneo, los jugadores no entrenan. Ni españoles ni franceses habían hecho nada desde el viernes, cuando obtuvieron el billete a la semifinal. De hecho, se intuía un partido calmo, con los dos midiendo muy bien sus esfuerzos y los del rival. Sin embargo, en este juego de detalles que es el fútbol, y más llegados a este punto del torneo, Francia se puso por delante poco después de que lo hubiera podido hacer España. Fabién envió alto un cabezazo que parecía fácil, pero Kolo Muani sí acertó. No habían pasado ni 10 minutos y Francia estaba por delante casi sin haberse desperezado, y además Jesús Navas con amarilla por frenar una contra con pinta de 2-0.
Como quien se levanta de la siesta
Era la segunda vez que la selección estaba por detrás en el marcador. La otra vez fue contra Georgia. Y claro, Francia no es Georgia. O sí, porque lo que ocurrió desde ese momento es muy difícil de explicar. Cuando encajó, España mantuvo la calma. De hecho, tardó bastante menos en empatar, y no necesitó ni de coraje, ni de empeño, ni de suerte, ni de una jugada maravillosa. Bastó que un crío que acaba de aprobar la ESO cogiera la pelota, levantara la cabeza y pusiese en órbita un disparo maravilloso. Lamine Yamal es un niño, un puñetero niño que juega como un mayor, que levanta la cabeza, que pasa, que centra y que, sí, también regatea, pero que, ante todo, juega al fútbol como los dichosos ángeles.
La parábola de su disparo, inalcanzable en diez vidas de Maignan, catapultó a España, un equipo en trance que, cinco minutos después, se adelantaba porque Dani Olmo hizo un quiebro delicioso a Upamecano cazando el rebote de un centro. Su tiro, que iba a portería, lo desvió Koundé por si acaso, como para asegurarse de que entraba sí o sí. Había remontado España como quien se levanta de la siesta. Aguantó a pie quieto los intentos franceses, que no fueron pocos en la primera parte. El equipo de Deschamps trató de hacer daño a España en dos facetas: los cambios de orientación y las jugadas a balón parado.
Olmo festeja el 2-1 en Múnich.AFP
Mbappé, sin máscara, fue menos Mbappé que Dembélé. El ex futbolista del Barça molestó a ratos a Cucurella, y Nico Williams tuvo que ayudar lo suyo ahí. Navas, entretanto, en el duelo que se presumía tan desigual, se mantuvo con bastante más que dignidad hasta su lesión. Al equipo, en algún momento, le costó llegar a la presión porque las piernas están como están, y eso permitía a Francia encontrar alguna vía, sin éxito.
Jugar a que no pase nada
De modo que España, la España donde De la Fuente se limitó a poner a los suplentes de los sancionados y lesionados, ni más ni menos, llegó al descanso por delante y confiada, consciente, más que nunca, de la diferencia física con su rival. Era el momento de no ir al choque. Había que jugar a otra cosa. Había que jugar, por ejemplo, a que no pasara absolutamente nada.
Eso fue lo que hizo España a la vuelta del descanso, buscando trastear con la paciencia, y el físico, del rival, y al rival, claro, cuando le toca proponer, suda tinta. No pasaba nada, ni bueno ni malo, así que Deschamps quitó del campo a Rabiot y a Kanté para meter a Griezmann y a Camavinga. Mbappé ya era delantero centro, porque también se fue Kolo Muani para dar paso a Barcola, que se instaló en la izquierda. Para desgracia de Deschamps, siguió sin pasar nada.
España jugó toda la segunda parte como si fuese el tiempo de descuento. No hizo mucho por atacar, pero como tampoco le hacían daño, fue dejando pasar el tiempo en un ejercicio de madurez algo inquietante. Tanta tranquilidad en una semifinal de una Eurocopa asusta. De la Fuente debió pensar que no fueron tan buenos los cambios contra Alemania, y sí, metió a Merino y Oyarzabal, pero dejó en el campo a Nico y a Lamine por si acaso. Deschamps echó mano de Giroud como quien reclama al Cid, pero allí seguía sin pasar nada. En una semifinal de Eurocopa, hasta España pitó el final del partido.
El pasado mes de julio, mientras Francia avanzaba rondas en la Eurocopa y él era vital para Didier Deschamps, una llamada llegó a los despachos del Santiago Bernabéu. «¿Podríamos negociar por Aurelien Tchouaméni?», preguntaron directivos de un club muy importante de la Premier League. La respuesta del Real Madrid fue simple: «No está en venta». La cifra que ponían en la mesa del conjunto blanco desde las islas británicas rondaba los 150 millones de euros. Ni así.
El centrocampista galo parece estar bajo sospecha entre el entorno madridista, juzgado por un estilo de juego más pausado que el de Valverde o Camavinga, más encajonado en la posición de cinco, de eje, menos suelto, menos bravo para presionar o para llegar a la portería rival. Menos vistoso, pero necesario, a fin de cuentas, para cualquier entrenador. Por eso para la dirección técnica de Chamartín y para el cuerpo técnico liderado por Carlo Ancelotti, Tchouaméni es absolutamente insustituible.
Cuentan desde Valdebebas que el salto personal ha llegado antes incluso que el salto futbolístico. Que la madurez que ha mostrado durante estas dos temporadas en el día a día del equipo, uniendo al grupo de franceses y españoles gracias a su perfecto castellano y siendo ahora anfitrión de Mbappé cuenta casi tanto como lo que hace sobre el campo. «Es insustituible», ha contestado varias veces esta temporada Ancelotti. «Es intransferible», contestan en los despachos.
«no podemos hacer todos todo»
A sus 24 años, todos tienen claro que le queda otro escalón por elevar en su juego. Lo sabe el club, lo saben los entrenadores y lo sabe el propio futbolista, que ayer fue el protagonista en la rueda de prensa previa al duelo contra el Lille. «Tenemos que entender que en un equipo no podemos hacer todos todo, hay un plan del entrenador, hay jugadores con mucha calidad y a veces tenemos que entender nuestra responsabilidad y hacer lo mejor para el equipo, que puede no ser lo mejor para mí», reflexionó, honesto, en castellano
«Para mí lo máximo es ayudar al equipo delante de la defensa, recuperar balones, conseguir intercepciones... Si juegas es un equipo como el Madrid es porque tienes calidad, no hay regalos aquí. Es la única cosa que puedo decir», terminó, con personalidad y contundencia.
Si vamos a los números, Tchouaméni es el segundo futbolista de las cinco grandes ligas que más intercepciones realiza por partido, 2,6, por las 2,8 de Lisandro Martínez, central del Manchester United, y es el sexto centrocampista que más pases da por encuentro (72). En el Madrid todo pasa por él, aunque el adiós de Toni Kroos ha cambiado la salida de balón del conjunto blanco y ha llenado al galo, a Valverde y a Bellingham de más responsabilidades en la construcción. Sin el alemán, todos sufren un poco más.
«hablamos todo el rato»
«Toni fue muy importante y tenemos más responsabilidades en salida de balón, pero vamos a mejorar y a hacerlo bien», admitió el centrocampista, que el curso pasado sufrió varios problemas en el pie izquierdo pero está recuperado. «Me siento mejor poco a poco y ya no tengo dolor», dijo.
El galo lo ha jugado casi todo en este inicio de temporada y sólo se ha perdido un partido, el duelo de San Sebastián ante la Real Sociedad, donde fue baja por un golpe en el pie. Por lo demás, 90 minutos en siete de las nueve citas en las que ha participado y la confianza total de Ancelotti, clave desde su aterrizaje y gran valedor de su juego. «Ancelotti es muy importante para mí, hablamos todo el rato. Trabajar con un entrenador como Carlo es un placer, me ayuda mucho con y sin balón», reflexionó el francés sobre la relación que le une al técnico.
Un técnico que, aunque a Tchouaméni no le guste, le ve bastante futuro como central. Una reflexión que también comparte la dirección técnica. Gusta su poderío aéreo y su salida de balón y creen que podría ser uno de los mejores del mundo. Mientras, seguirá siendo el eje sobre el que se mueva el Madrid.