Cuando Mykolas Alekna, el plusmarquista mundial (74,35 desde el pasado mes de abril), entró en el círculo de fuego para disputar la final de lanzamiento de disco, estaba intentando ganar el oro y, de paso, si cuadraba, batir el récord olímpico (69,89) en poder, desde los Juegos de Atenas 2004, de otro Alekna. Su padre, Virgilijus.
En el segundo tiro se produjo el parricidio, uno de los pocos que pueden encantar a la víctima y no producir sentimien
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El Puente de Jena era una marea de banderas rojigualdas. María intentó agarrar alguna de ellas cuando ya afrontaba los últimos pasos hacia la meta, pero no lo logró. Un caminar rítmico y grácil, inolvidable. Técnicamente perfectos, sin una sola sanción. Él y ella durante los 42,195 kilómetros, un pacense y una granadina que son "matrimonio ya", bromean, o por lo menos familia, los lazos de un oro olímpico sobre el Sena. En mitad de las explicacio
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El oro lo albergaban los pies y el amor propio de dos atletas de época. María Pérez y Álvaro Martín, los dioses de la marcha, una pareja que recordará la historia, campeones olímpicos en París en la novedosa prueba del relevo mixto. Completaron una mañana impecable a los pies de la torre Eiffel, un maratón de éxtasis dividido en cuatro en 2:50:31, para la octava medalla de la marcha atlética nacional, el semillero de leyendas.
Fueron un martillo, la perfección. El temple y la calma cuando tocó, el sufrimiento en el momento oportuno. Mientras el resto padecía con la parte técnica, a ellos ninguna sanción en las casi tres horas de prueba. Cuando María cruzó la meta llegó el abrazo emocionante, las lágrimas. Justo asomaba el sol en el Trocadero. Son bicampeones mundiales, plata y bronce olímpicos individualmente y ahora también oro. Oro puro.
Había amanecido París con grisura, algo más fresco y lluvioso, con esta humedad que se va tornando en insoportable. El asfalto mojado, la brisa en un escenario idílico en el que marchar, en el estupendo circuito diseñado en los alrededores de la Torre Eiffel. Álvaro Martín, con su competir matemático y pulcro, cumplió en la primera posta (la más larga de todas, 11,45 kilómetros), sin abandonar la cabeza, sin entrar en pánico con los tempraneros intentos de fuga del japonés Kawano y del canadiense Dunfee.
El extremeño iba a llegar, limpio de amonestaciones técnicas, en el quinteto de cabeza que dio el relevo tras 43 minutos y 32 segundos, con una pequeña ventaja sobre los chinos que pronto remontó la campeona olímpica Jiayu Yang y su llamativo ombligo tapado, esta vez con el rojo de su bandera. No fue frenético el ritmo femenino, cómoda María Pérez, y el grupo se amplió a ocho con la llegada de la australiana, la mexicana (que, con problemas, hacía la goma una y otra vez) y la peruana.
La alarma saltó en esos últimos metros finales, cuando la granadina cedió con el pelotón de cabeza, menos grave los segundos, siete, que las sensaciones. Quizá sólo era un respiro. Porque Álvaro iba a recuperar enseguida. Y en ese comienzo de su relevo fue cuando todo se empezó a resolver.
Primero, por el tirón del ecuatoriano Daniel Pintado que sólo el español consiguió aguantar. Por atrás, un reguero de víctimas, entre ellos el italiano Stano, pero también el chino Zhang, que, además, iba a arruinar todas sus opciones con hasta dos tarjetas rojas.
Pintado era cada vez más agresivo pero también navegaba en los límites. Vio la segunda roja, a una ya de la sanción de tres minutos. Sobre aviso hasta los restos. Martín, que paladeaba la gloria, sufría. Perdió unos metros, pero sin venirse abajo. Todo lo contrario, puro coraje, remontó, adelantó al campeón olímpico, se dejó la vida y le dio tres segundos que eran un diamante para María, con 10800 metros hasta la meta.
Los dos estaban asegurando la medalla, casi 40 segundos con el italiano. Y todo iba a quedar en manos de María y Glenda Morejón. La ecuatoriana fue sexta en la plata de la española el pasado jueves. Esa era la esperanza de oro. Y pronto voló María, con su marchar rítmico, espoleada por las banderas españolas que poblaban el corazón de París. En su mente todos los peajes del éxito, la operación de este invierno, los kilómetros y kilómetros en la altitud de Sierra Nevada. Ese cuarto puesto de Tokio. Los problemas pretéritos con la técnica. Hasta el cielo se llega por caminos insospechados. Pero María tuvo tiempo para saborear todo eso, clavando parciales como un metrónomo, sonriendo ya al otear la meta, porque su ventaja con la ecuatoriana se fue ampliando sin prisa pero sin pausa.
La dupla ecuatoriana se quedó con la plata, a 51 segundos de los españoles. El bronce fue para Australia, con Jemima Montag y Rhydian Cowley. La otra pareja española - Miguel Ángel López y Cristina Montesinos- terminó en novena posición.
Es la octava medalla de la historia olímpica de la marcha española -que se había estacado desde Atenas 2004 y esa plata de Paquillo Fernández-, la punta de lanza del atletismo nacional desde el pionero Jordi Llopart. Es el segundo oro también, después del único de Daniel Plaza en los 20 kilómetros de Barcelona 92.
Gabrielle (Gabby) Thomas, una de esas atletas tocadas por la gracia de la apostura física y el brillo intelectual (graduada en Harvard en neurobiología), rompió el sueño de Julien Alfred de coronarse reina de la velocidad. La atleta de Santa Lucía, vencedora de los 100 metros, accedió a la plata en los 200. Se rindió ante Thomas, esbelta perla mulata estadounidense de 27 años, ya bronce en Tokio.
No hubo incertidumbre en la victoria. Gabby salió m
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Todo es amor encima del tartán. Como icono, Mutaz Barshim y Gianmarco Tamberi repartiéndose el oro de la altura en los Juegos de Tokio o Yulimar Rojas y Ana Peleteiro animándose en el triple salto de la misma cita. Como ejemplo más reciente, este lunes, todos los rivales de Armand Duplantis jaleándole para que batiera otro vez el récord del mundo de salto con pértiga. Muchos 'bromances', mucha sororidad, los atletas abrazados como uno solo. Pero hay un rincón en el que todavía hay lugar para el rencor, el odio, el desprecio: los 1.500 metros.
En los Juegos Olímpicos de París, este martes, estaban el noruego JakobIngebrigtsen y el británico SteveKerr, dos hombres que no se aguantan, es que no se pueden ni ver. Los mejores, los más rápidos. Dos personajes que llevaban retándose desde que el año pasado Kerr venció a Ingebrigtsen en la final del Mundial de Budapest. Ingebrigtsen proclamaba: "De 100 carreras hubiera ganado 99, la próxima le gano con los ojos vendados. No hay que darle atención". Y luego en un podcast aseguraba que entre sus rivales había "idiotas e imbéciles". Kerr, por su parte, más 'polite' respondía: "A su alrededor sólo tiene gente que le dice que sí, debe analizar más sus carreras".
Y así pasaban los meses previos a su reencuentro en la cita olímpica. Rivales desde que se enfrentaron por primera vez en el Mundial sub20 de 2016, Ingebrigtsen había ganado 15 de los 17 duelos, con sólo dos triunfos de Kerr, el citado Mundial y la última Bowerman Mile de la Diamond League este mayo. Y eso el noruego lo llevaba tatuado.
El ritmo salvaje de Ingebrigtsen
Acostumbrado a correr sin competencia, vigente campeón olímpico de los 1.500 metros, la presencia de Kerr le perturbaba tanto que Ingebrigtsen planteó toda la carrera en su contra. Él tiene más aguante y Kerr, más velocidad punta, así que el noruego atacó desde la salida. Como si se tratara de unos 400 metros, enfiló el grupo, los hizo pasar a ritmo de récord olímpico y esperó a que su enemigo se quedara sin responder. Pero Kerr también quería decir lo suyo. En la contrarrecta de la última vuelta recortó la distancia con Ingebrigtsen y el mundo se paró.
Otra vez, 44 años después de Sebastian Coe y Steve Ovett, una rivalidad para la historia. Un sprint entre dos resolvería quien tiene la razón. Entre el público, la respiración quebrada, los ojos como platos, los pelos de punta. Ingebrigtsen y Kerr, Kerr e Ingebrigtsen. ¿Quién ganaría?
Ni uno ni el otro. Tan centrados en detestarse, el noruego, completamente exhausto, se ralentizó al empezar la recta y el británico tampoco pudo rematar. Por el interior un estadounidense inesperado, Cole Hocker, superó a los dos y se hizo con el oro de su vida. Kerr, como mínimo, salvó la plata, pero Ingebrigtsen ni eso: le superó el también estadounidense Yared Nuguse -compañero de entrenamientos de Mario García Romo- para dejarle incluso sin bronce.
De repente, Google se inundó de búsquedas: ¿Quién es Cole Hocker? Un joven de 23 años muy católico, muy laureado en las competiciones universitarias, que hasta este martes había presenciado la lucha entre Ingebrigtsen y Kerr desde atrás. En el famoso Mundial de Budapest, por ejemplo, fue séptimo. Nunca había conseguido bajar de los 3:30 minutos, la frontera de la élite en los 1.500 metros y este martes, agazapado hasta el final, marcó 3:27.65, la mejor marca de la historia de los Juegos Olímpicos.
Por zona mixta Ingebrigtsen pasó con un cabreo de mil demonios, silencioso, y Kerr, por su parte, aceptaba su error: "Tendré la medalla que me merezco cuando sea el momento". Antes tendrán que relajarse. El rencor, el odio, el desprecio no es bueno. Encima del tartán todo es amor.
Desde las 7.30 de la mañana en los alrededores de la Torre Eiffel hasta las 22:30 aproximadamente en Roland Garros, un supermiércoles olímpico para no levantarse del sofá. Un frenético cóctel de deportes, por tierra, mar y aire, en el que España podría conseguir de cuatro a seis medallas (a falta de cuatro jornadas, igualaría ya las logradas en Río y Tokio) y meterse en varias semifinales por equipos. Tomen nota.
MARCHA
En el Trocadero, bien temprano, dos parejas españolas para seguir ampliando la leyenda de la marcha atlética española. Se trata del novedoso relevo mixto en el que recorrerán la distancia de un maratón (42,195 kilómetros), en cuatro postas. Álvaro Martín y María Pérez, bicampeones del mundo en Budapest y medallistas olímpicos la semana pasada (bronce él, plata ella) en los 20 kilómetros, son claros favoritos. Miguel Ángel López y Cristina Montesinos (décima la catalana) también tienen mucho que decir.
TAEKWONDO
No muy lejos de allí, en el Grand Palais, desde por la mañana -con suerte, hasta las 21.19 de la final femenina y las 21:37 de la masculina-, dos madrileños, Adriana Cerezo (-49 kg, plata en Tokio) y Adrián Vicente (-58), pelearán en una especialidad también siempre propicia. Ella arranca en octavos contra la uruguaya Grippoli (11.11 h.); él, bronce mundial, contra un rival que llegará desde una ronda anterior (11:24).
EQUIPOS
Con el fútbol masculino en la final olímpica, el femenino buscando este martes el mismo lugar y la estupenda plata de las chicas del baloncesto 3x3, los equipos tienen por delante un miércoles decisivo. Por orden, seis citas de cuartos de final. A las 9:30 h., en Lille, el balonmano masculino se enfrenta a Egipto, rival al que ya derrotó hace tres años en los Juegos de Tokio por el bronce. Ya a mediodía (14:00 h.), los chicos de waterpolo se las verán con Croacia. Y, media hora más tarde, en la reedición de la pasada final del Eurobasket, las chicas de Miguel Méndez ante Bélgica en el Bercy Arena. Un poco después (17:00 h.) será el turno del voley playa: ellas, Daniela Álvarez y Tania Moreno, contra la pareja canadiense. Y ellos, ya a las 21:00 h., los legendarios Pablo Herrera y Adrián Gavira, ante los noruegos.
NATACIÓN ARTÍSTICA
España se encuentra otra vez entre las favoritas, el sitio que le corresponde por tradición y palmarés. Después del escándalo que desmanteló al mejor equipo español de natación sincronizada de la historia, con Anna Tarrés al frente, hubo dos ediciones de vacío -los Juegos de Río 2016 y los Juegos de Tokio 2020-, pero ya está de vuelta. Con Mayuko Fujiki al frente, un nuevo grupo de nadadoras y otra filosofía de entrenamiento, España vuelve a estar en disposición de colgarse una medalla. Será en la rutina acrobática, a partir de las 19.30 horas, y con un riesgo alto. Con la China de la propia Tarrés como favorita al oro, las medallas se tendrán que discutir con Japón y Estados Unidos, que presentarán ejercicios con menor puntuación de dificultad, pero más seguros.
VELA
La clase 470 mixto, con Nora Brugman y Jordi Xammar, afronta la Medal Race hoy en la bahía de Marsella a partir de las 15:43 horas en inmejorable posición. Ayer sólo pudieron disputar dos de las tres últimas regatas previstas en la última jornada de la serie clasificatoria y siguen segundos en una general muy igualada. Son los números uno del ranking internacional y vigentes campeones de mundo. Ayer firmaron un tercero y un sexto puesto antes de que se quedaran sin viento. Fuera de las medallas quedaron ayer Tara Pacheco y Andrés Barrio en el Nacra 17. La pareja mixta, demasiado irregular durante las tres regatas del martes, se quedó a cuatro puntos de la Medal Race.
BOXEO Y...
El último en entrar en acción será el marbellí Ayoub Ghadfa, quien, con su medalla asegurada, buscará silenciar Roland Garros a las 22:18 h. ante el local Djamili Aboudou y colarse en toda una final olímpica de los pesos pesados. No hay que perder ojo tampoco a Leslie Romero, con plaza y sueños en la final olímpica de escalada. Daniel Arce estará en la finalísima de los 3.000 obstáculos en el Stade France. Y, sin medallas en juego todavía, comienza el golf femenino (Carlota Ciganda y Azahara Muñoz) y se disputan varias eliminatorias de piragüismo.
El contraste era extremo entre las dos grandes favoritas al oro en los 800 metros. Entre Keely Hodgkinson, la viva imagen de la rubia Albión, y Mary Moraa, surgida de las profundidades oscuras de la fértil Kenia. Entre el estilo grácil de una y el enérgico de la otra. Dos mediofondistas formidables. Fiel a su costumbre, a su táctica, Hodgkinson tomó en el acto la cabeza de la carrera. Moraa, a su lado. A su lado, no detrás. Corrió de ese modo, al
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Habrá un día en el que el cielo quede lejos; será inalcanzable para Armand Duplantis, como lo es para el resto de los humanos. De momento habita por encima. Más que ascender con su pértiga, allí vive, a una altura cada vez más increíble, con las nubes como suelo. Este lunes, en la final de los Juegos Olímpicos de París, el mejor saltador de pértiga de la historia alcanzó su punto más alto, 6,25 metros, su noveno récord del mundo.
En un Stade de France dedicado a su figura, 80.000 personas atentas exclusivamente a él, superó aquello que -una vez más- se consideraba imposible. En su tercer intento sobre la altura, parando la música cuando quiso, absolutamente convencido de sí mismo, hizo lo más extraordinario y luego lo más común: besos a su novia, zarandeos con sus amigos, abrazos con sus padres. La emoción como rutina, toda una vida allí arriba y más arriba y más.
Más de dos horas de espera
Antes, como es habitual, estuvo sentado en el banquillo durante más de dos horas y media. El resto de participantes se jugaban la vida y él, nada. Por ejemplo, con el listón a 5,90 metros, el griego Emmanouil Karalis lo superó, se aseguró el bronce y enloqueció con saltos por la pista y abrazos con los suyos. Duplantis, allí, todavía en pantalones largos, cruzado de manos, lo miraba, sonreía y se acercaba a él para felicitarle. "¡Bien hecho!", le decía.
Después caminaba un poco, toqueteaba las pértigas y simplemente charlaba con alguien, como el estadounidense Sam Kendricks que se llevó la plata. Su competición sólo empezó cuando el resto de saltadores ya se habían rendido. De las primeras tandas, Duplantis sólo se apuntó a los 5,70 metros, a los 5,85 metros y a los 5,95 metros por no aburrirse, por hacer algo. En los 6,00 ya era campeón olímpico. Y entonces le tocó escoger alturas. Podría haberse lanzado a las alturas de golpe, pero optó primero por otro objetivo, el récord olímpico, que borró a la primera con un salto sobre 6,10 metros. Luego, entonces sí, ¡a por el récord del mundo!
En el escenario que más le gusta, con su arte ya como único punto de interés en el Stade de France -se habían acabado las carreras de 5.000 y 800 metros-, con el resto de competidores animándole y empujándole, se desafió a sí mismo. Para mejorar los 6,24 que estableció en la reunión de la Diamond League de Xiamen, en China, el pasado abril, pidió que colocaran la barra a 6,25 metros. Por entender su figura, Sergei Bubka se quedó en 6,14 metros, mucho más abajo. Y al tercer intento lo logró. Un dominio absoluto de la pértiga, un brinco que hasta este lunes ni se conseraba.
¿Irá más arriba?
De hecho, entre los expertos de la pértiga hay dos corrientes. Una dice que Duplantis ya no puede saltar más, que sos 6,25 metros son un límite natural, si acaso superables uno o dos centímetros más. Al fin y al cabo, desde que se adueñó de la plusmarca mundial en febrero de 2020, el sueco ya se ha batido en ocho ocasiones, una cada seis meses, y la lógica dice no lo puede hacer para siempre. Su técnica no es perfecta como era la de Bubka, dicen, y los errores que comete -bate demasiado cerca del cajetín, por ejemplo- ya son irremediables. Pero la segunda corriente lo imagina por encima de 6.30 metros precisamente por eso.
Duplantis, a sus 24 años, todavía tiene margen de mejora y, junto a su padre y entrenador técnico, Greg Duplantis, siempre repasa todos los detalles. Por ejemplo, pese a que es el pertiguista más veloz de siempre, sigue potenciando su sprint hasta llegar a máximos (10,30 m/s) nunca vistos. Eso y su desarrollo muscular le permite utilizar pértigas más duras, coger más inercia y así saltar más alto. El cielo ya le queda por debajo, ahora sólo queda ver hasta dónde puede ascender.
En la red, Novak Djokovic, pletórico, se acerca a Carlos Alcaraz y le dice: «Estoy seguro de que algún día tú también ganarás un oro olímpico». Se abrazan. Y mientras el serbio se va a celebrar con su familia a las gradas de la Philippe Chatrier, Alcaraz se sienta en su banco y llora. En los Juegos Olímpicos de París acaba de perder la primera final 'grande' de su vida, pero lo que le apena no es la derrota en sí, son aquellos que le rodean. Como
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La recta de meta como medida de los límites humanos. Se apagan las luces en el Stade France, rugen las tribunas, se hace el silencio después. Un ritual que se alarga, minutos que se hacen eternos para los atletas antes de los 10 segundos más importantes de sus vidas. Se busca al hombre más rápido del mundo, al que ponga su nombre junto al de Usain Bolt, Carl Lewis o Jesse Owens. Nada menos. Y esta vez no hay favoritos claros, está todo tan abierto que la expectación es maravillosa. Como los segundos que siguen a los 100 metros de París 2024, cuando nadie sabe quién demonios ha podido ganar, de tan parejos que han llegado a la meta. Al fin. Es Noah Lyles con 9,79 segundos, la mejor marca de su vida en el momento más oportuno.
9,794 para ser más exactos. Se impuso el estadounidense, como una centella en París, una brutal remontada tras volver a salir mal de los tacos, para recuperar el trono perdido, 20 años sin un campeón del hectómetro made in USA (desde Justin Gatlin en Atenas 2004). Y lo hizo con idéntico tiempo que Kishane Thompson, sólo cinco milésimas más veloz (9,789). Una final de foto finish. Lyles, el que tanto lo perseguía, el que opositaba a estrella mediática y ahora también deportiva. El histrión, el bicampeón del mundo en Budapest, es ya campeón olímpico en una carrera para el recuerdo. Con su compatriota, Fred Kerley tercero (9,81), y el cuarto más rápido de la historia olímpica, el sudafricano Akani Simbine (9,82).
Es la eterna búsqueda del heredero de Usain Bolt -como si fuera posible-, tan grande es su leyenda que nunca deja de estar presente. Pero las comparaciones, las similitudes y, por supuesto, las diferencias se agolpan en los conversaciones de Saint Denis, que luce precioso en estos lila y azul tan elegantes que van haciéndose más intensos a medida que anochece en París.
Pero, ¿quién ganará el 100? ¿Quién será el nuevo rey?, se preguntan los 80.000 ansiosos espectadores, ante el gran momento de los Juegos.
Y se presentan ocho candidatos -que, por primera vez en la historia olímpica, van a bajar todos de 10 segundos en la final-, cada uno con su historia, todo tan igualado (los dos jamaicanos y los dos estadounidenses ya se han quedado entre 9,80 y 9,84 en las semifinales), tan abierto, que el único nombre propio que se repite en las quinielas es, con tantos asteriscos, el de Noah Lyles.
El americano de Florida, el chico que se hizo profesional sin pasar por la Universidad de lo convencido que estaba de sí mismo, se ha pasado el invierno trabajando la técnica, la salida con Lance Brauman, su entrenador, y mejorando sus marcas en el 60. Es el rey del 200, pero quiere también el oro en el 100, como en el mundial de Budapest de 2023. Ese por el que fracasó en Tokio, cuando acababa de dejar los antidepresivos después de una pandemia que le pasó factura mental. «Me costó encontrar el equilibrio entre estar entusiasmado y mantener la calma durante todo el año», reconoció. Nada sencillo para él. En la infancia padeció un grave problema respiratorio , noches en el hospital y el deporte como practica no recomendada.
Quiere ser Bolt, como todos. E intenta imitar su show, pero no es lo mismo. Si Bolt encandilaba, él molesta a sus rivales con su juego psicológico, con sus guiños con las cartas de manga y sus bolos con Snoop Dogg. En la semifinal dedicó miradas retadoras a Oblique Sevilla, que le había superado. En la final, partió como un potro desbocado en la presentación, saltó, gesticuló, corrió hasta casi la mitad de la pista, pidió más al público, se golpeó el pecho. Todo mereció la pena, hasta el abrazo y las lágrimas con su madre, Keisha Caine Bishop, de después.
El abanico de opositores también incluía a otros dos tipos que se manejan por debajo de 9,80. Y que no fueron campeones olímpicos por un suspiro. Heredero de Bolt pretende ser Kishane Thompson (plata), el velocista con la tarea de recuperar el trono para Jamaica, que se quedó sin representantes en la final de Tokio. Las lesiones han sido su hándicap, pero le pule Stephen Francis, el mismo que manejó a Asafa Powell o Shelly-Ann Frazer Pryce. Y acudía a París con el 9,77, la mejor marca de todos este 2024, hace un mes en los trials de Kingston. Y en semifinales planta un 9,80 como aviso a navegantes. Junto a él, Seville y sus 9,81 de la primera serie como argumento, aunque luego no respondiera en la final. Dos chicos de 23 años.
También está Marcell Jacobs, el sorprendente italiano de Tokio, que apenas le da para entrar por tiempos en la final y ahí sí, da la cara, favorito del público, con una salida majestuoso, quinto finalmente, incluso lesionado después.