Julio Granda, el campeón del mundo que sólo leyó un libro de ajedrez y prefiere trabajar la tierra a jugar
La carrera de Julio Granda es única en muchos sentidos. Es habitual verlo citado como «el gran maestro campesino», pero la expresión no le entusiasma «por sus implicaciones peyorativas, sobre todo en inglés». Lo cierto es que Julio nació en Camaná (Perú) el 25 de febrero de 1967 y que era el tercero de siete hermanos. Todos dormían en la misma habitación, casi amontonados. «Pobres no éramos», puntualiza. «No teníamos luz ni agua corriente, pero comida no faltaba». «Era una vida de campo un poco dura, porque éramos muchos, pero yo fui un privilegiado desde el comienzo. A mí me alimentaban y me vestían mejor gracias al ajedrez».
Su talento también le permitió viajar, ganar dinero y convertirse dos veces en campeón del mundo. Lo más sorprendente es que, pese a todos sus éxitos y a su predisposición natural, nada le gusta en la vida más que trabajar la tierra, a la que ha regresado y a la que se siente unido de una forma casi espiritual.
A Julio lo conocen casi todos en el mundo del ajedrez, donde es una persona muy querida, aunque también admite sus pecados y lo difícil que le ha resultado no reincidir. Enseguida contaremos alguno. Estudiar tampoco fue nunca su especialidad. Apenas ha preparado un par de partidas en su vida; se le podría comparar con alguna estrella del fútbol (deporte que le gusta), como Mágico González. Granda dice que sólo ha leído un libro de ajedrez y que lo hizo por aburrimiento, sin utilizar un tablero auxiliar para seguir las partidas, que reproducía en su cabeza. Es parecido a jugar a la ciega, con los ojos vendados.
Campeón mundial a los 13 años
Granda ganó el Mundial sub-14 de 1980, en México, casi 40 años antes de triunfar también en el Mundial de Veteranos, en 2017. Se trata de un doble hito insólito en su país. Hasta tal punto tuvo repercusión que de niño lo recibió en el Palacio del Gobierno el presidente de la República, Fernando Belaúnde.
Otra circunstancia única es que Julio alcanzó su mejor puntuación Elo después de cumplir los 50. De algún modo, no había desarrollado todo su potencial en sus mejores años. El suyo es un caso digno de estudio, ese estudio que a él nunca lo supo seducir. El gran maestro peruano, que valora la humildad por encima de cualquier otra cualidad, habla con EL MUNDO a lo largo de varios días, en el torneo Leyendas y Prodigios de Madrid (donde el niño Faustino Oro logró su primera norma de gran maestro), en una clase magistral organizada por el Club V Centenario, de San Sebastián de los Reyes, y en el Festival Salamanca Cuna del Ajedrez Moderno. Esta última cita supone su regreso a su «ciudad adoptiva». «Viví aquí 10 años gracias a mi amigo Javier Sanz, ex campeón de España, lamentablemente fallecido».
Granda se autodefine como ajedrecista jubilado, pese a la actividad tan intensa del último mes, que incluye varias lecciones magistrales más, una de ellas en Londres, el nacimiento de su nieta y un poco de turismo por Italia. De vuelta a su ciudad natal, seguirá conectado con el campo, dará clases por internet y tratará de construirse una casa biosostenible.
Jugar antes de saber leer
Julio se enganchó al ajedrez «de pura casualidad». «Mi padre sabía jugar, pero lo había dejado. Entonces, vino el duelo entre Bobby Fischer y Boris Spassky y lo primero que hizo fue conseguir un tablero para enseñar a mis hermanos mayores. Yo tenía cinco años y no sabía leer ni escribir, pero enseguida me llamó la atención. Mis hermanos no querían que aprendiera, pero la curiosidad me enseñó. Y ahí empezó la historia. Uno de mis hermanos se burlaba de mí cuando me ganaba y eso me enervaba. Me hizo bien, porque me permitió darme cuenta de dónde me equivocaba. Y así fue como los superé muy rápido».
Granda y Oro, durante el torneo de Madrid.
A los seis años, Julio ya era el campeón de su casa, pero quedaba mucho trecho por recorrer. «Hubo varias circunstancias favorables», recuerda. «En Arequipa había un bibliotecario que era jugador de primera categoría y, como no iba nadie a la biblioteca, la convirtió en un club de ajedrez. Gracias a Fischer había una afición tremenda».
El ajedrez no daba dinero, pese a todo, al menos en los primeros años, y después de alguna mala cosecha, su padre se planteó seguir con el sueño del pequeño campeón. «Yo no le dije nada a él, pero sí a mi madre: si papá no quiere enviarme a Arequipa, yo me voy a pie. Son 180 kilómetros, pero creo que lo dije con tal determinación que parece que mi papá vendió un torete y siguió la historia».
Las luces de la ciudad
Gracias a eso ganó el Mundial, lo recibió el presidente y se tuvo que ir a Lima para prosperar. «Pero claro, a un joven al comienzo le atraen las luces de la ciudad». Julio Granda recurre a otro deportista peruano para explicar su propio caso. «No si te suena el Cholo Sotil, que falleció el año pasado. Era un icono de nuestro fútbol que jugó en el Barça y en el Perú lo estigmatizaron. La gente tiende a poner en un altar a sus ídolos, pero el ser humano no es nada, desde mi perspectiva. Sotil llegó joven a Barcelona, sin nadie. "Me gasté la plata", dijo después. Se compró un Ferrari, se iba por las Ramblas y todo lo que conlleva eso. Tal vez yo no llegué a tanto porque ganaba menos dinero».
¿Julio Granda también habría caído en esa vida, si hubiera podido?
«Yo tuve dinero, al menos para un joven, y obviamente me lo gastaba. Pero me ayudó de una manera natural el haberme criado en el campo. Tenía cierta disciplina natural, por llamarlo así. Eso me frenó un poco, pero un joven hace lo que el mundo te ofrece. Es la tendencia natural».
«Tengo bastantes dudas como pareja y como padre. Lamentablemente, el ser humano tiene que pasar por eso para aprender».
Luego está su relación con la húngara Susan Polgar, varias veces campeona del mundo, quien contaba en un libro reciente cosas no demasiado bonitas sobre el gran maestro peruano. «Las relaciones son complicadas y uno tiene que ser autocrítico. Creo que no actué bien», admite Granda.
¿Fue una mala jugada? «No sé si diría eso, pero cuando uno tiene una relación, tiene que ser honesto y probablemente yo no lo fui. Uno debería hacer las cosas bien, pero no siempre se hacen. Y cuando hay relaciones que afectan a otra persona, evidentemente, uno tiene que ser muy autocrítico». ¿Ha cometido más errores así en la vida? «Continuamente. Es como cuando juegas una partida mala y luego dices: ¿cómo hice esta barbaridad? Entras en alguna inercia poco conveniente. Tengo bastantes dudas como pareja y como padre. Lamentablemente, el ser humano tiene que pasar por eso para aprender. Lo complicado es que muchas veces, aprendiendo, vuelves a reincidir. Eso es lo que me decepciona».
Dueño de una memoria prodigiosa, Granda encadena anécdotas en las que participan otras leyendas del tablero. Podría seguir durante horas, pero en cuanto tiene ocasión vuelve a hablar de la tierra. «Es una vida especial y yo agradezco mucho esa conexión. Mi infancia transcurrió en el campo y ahora vivo en el campo. Mi gran deseo era volver a mis raíces. En realidad, me considero un horticultor orgánico», añade en un último jaque a la descubierta.






























