Carlos Caszely, el delantero que se plantó ante Pinochet: “El futbolista ha de implicarse en política”

Carlos Caszely, el delantero que se plantó ante Pinochet: "El futbolista ha de implicarse en política"

Entrevista

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“Mi fichaje por el Real Madrid no se concretó por el pensamiento de su directiva”, asegura El Gerente, uno de los mejores goleadores de los 70.

Caszely, durante el Chile-Austria, del Mundial de 1982.GETTY

Por mucho castigo que recibiera, Carlos Caszely (Santiago de Chile, 1950) jamás rehuía el contacto. Ni ante los defensas, ni lejos del césped, donde siempre destacó por su compromiso y su rebeldía. El ex jugador del Levante y el Espanyol, uno de los mejores delanteros de la década de los 70, será recordado como el futbolista que negó el saludo a Augusto Pinochet. Y como el ídolo nacional que gritaba los goles con fervor de izquierda. Hoy, cuando se cumplen 50 años de su llegada a España, atiende a EL MUNDO aún envuelto en el dolor por la esposa fallecida.

Su fichaje por el Levante sigue rodeado de cierto misterio. ¿Puede aclarar cómo se gestó el acuerdo?
Tras un amistoso en Sevilla con el Colo Colo, donde hice un gol, se acercó el presidente del Levante, Manuel Grau Torralba, con un representante llamado José Luis Torcal, para contratarme. Grau tenía miedo de que volviera a Chile por culpa de la convulsa situación política, así que no dudó en seguirme hasta Francia, que junto con Italia, ya había roto relaciones con mi país por culpa del golpe de Estado. Y fue en París donde se resolvió todo.
¿Cómo recuerda aquella España que apuraba los últimos coletazos de la dictadura?
El 6 de octubre de 1973 me casé con María de los Ángeles Guerra, mi compañera, y sólo dos días más tarde llegamos a Valencia en mitad de un recibimiento apoteósico. España y Chile eran muy distintas. En mi país, justo cuando nos empezábamos a acostumbrar a una democracia, llegó aquel incomprensible golpe de Estado. Yo andaba terminando mi etapa estudiantil y la universidad le iba enseñando a uno muchas cosas. Porque el fútbol era un mundo maravilloso, increíble, pero en el aula entendías que a veces había que juntar plata para ayudar a quien tenías al lado.
Usted ha mantenido que pudo jugar en clubes más grandes, pero que las operaciones no se cerraron por su militancia política. ¿Entre esos clubes se incluye el Real Madrid?
Al poco de fichar por el Levante, un compañero de vestuario me dijo: “Chileno, me dicen que te viene siguiendo el Madrid”. Yo había marcado muchos goles ese año en la Copa Libertadores con el Colo Colo y aquello debió de desencadenar el interés.
¿Cree que hubo algún tipo de veto por parte del general Franco?
No creo que fuese directamente Franco, sino que se debió al pensamiento de la directiva del Madrid. No conviene olvidar que a Paul Breitner le echaron poco después de aquellas famosas fotografías junto a un póster de Mao. Años más tarde, tras una gran temporada en el Espanyol, donde llegamos a semifinales de Copa, Johan Cruyff pidió que me contrataran para el Barcelona. Yo ni siquiera tenía representante y el presidente del Espanyol me dijo: “Si te vendo al Barça, tengo que irme de la ciudad”.
En el Estadio Nacional de Santiago, que fue centro de detención y tortura en 1973, se lee aún hoy la pancarta: “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”. ¿Se siente partícipe de la historia de su país?
Claro que sí, sin duda. Y me parece muy bien que haya una mínima parte del estadio, aunque sólo sean unos tablones, donde siga recordándose lo que pasó entonces. Tuve a muchos compañeros de universidad entre los represaliados, incluidos los que conformaban el sindicato de futbolistas chilenos.
Horas antes de las últimas elecciones generales en España, Borja Iglesias y Héctor Bellerín se posicionaron políticamente y pidieron el voto “en favor del progreso”. ¿Tiene el futbolista la obligación moral de entrar en política?
Indudablemente sí. Porque primero somos personas y luego futbolistas. Igual que usted es persona antes que periodista. ¿Por qué los actores pueden participar en estos asuntos y los futbolistas no? Todos tenemos una cuota de responsabilidad para mejorar las cosas.
Ahora se suele usar el término comunista como un insulto. ¿Usted se da por aludido?
No, porque no soy comunista. Soy un futbolista con conciencia social. Ese es mi lema. Nunca firmé ni firmaré por ningún partido político.
Caszely, en Barcelona, en una imagen de 2015.ANTONIO MORENO

¿Usted enviaba, como decían sus enemigos, parte del dinero que ganaba en España para financiar la lucha armada contra la dictadura?
Esa es la mentira más grande que inventaron para bajarme del pedestal. Nunca, jamás, he aportado dinero, pero sí he colaborado con quien pasaba un mal momento o con algún preso político.
En 1978, antes de regresar a Colo Colo a cambio de ocho millones de pesetas, usted rechazó una sustanciosa oferta para jugar en Arabia Saudí. ¿Cómo ve este fenómeno en nuestros días?
Hoy día, el fútbol es dinero. A mí, por entonces, ya me ofrecieron una cantidad enorme, pero aquello no era vida. Yo podía adaptarme, pero no mi señora, ni mis dos hijas. Mi mujer no podía usar minifalda, ni salir a la calle con la cara descubierta.
Horas antes del triunfo fantasma de Chile ante la URSS, cuando los soviéticos no se presentaron como protesta contra el golpe de Estado, la FIFA resumió la situación en su país con dos palabras: “tranquilidad total”. ¿Medio siglo después, sigue el máximo organismo con una venda en los ojos en casos como el del Mundial de Qatar?
Conviene aclarar que cuando los representantes de la FIFA llegaron al Estadio Nacional, los militares ya habían escondido a todos los presos políticos, así que no pudieron ver nada. Por lo que se refiere a hoy en día, la FIFA sigue siendo un ente totalmente aparte de las legislaciones nacionales o internacionales. Es como El Vaticano: nadie se puede meter con ellos.
Sólo dos meses antes, el 6 de junio, usted había perdido el partido de desempate de la final de la Libertadores en Montevideo. Salvador Allende llegó a decir entonces que Colo Colo era “lo único que mantiene unido al país”. ¿Cómo era el presidente en las distancias cortas?
Sólo estuve tres o cuatro veces con él, nada más. No se olvide que en ese contexto de un país subdesarrollado lo normal era que el presidente nos recibiera como embajadores de la nación. Por entonces, Chile se encontraba muy convulsionado y dividido. El único momento de tranquilidad, entre tanta revuelta, era cuando Colo Colo jugaba la Libertadores.

En Chile aún no nos llega para hablar de una democracia plena, porque 50 años después ni siquiera sabemos dónde están los desaparecidos.

¿Algún día, más pronto que tarde, como dijo Allende, “se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”?
Aquí en Chile, todavía hoy, aún no nos llega para hablar de una democracia plena, porque 50 años después ni siquiera sabemos dónde están los desaparecidos y qué ha sucedido con tanta gente perseguida por la dictadura.
Usted siempre será recordado por el momento en que negó el saludo a Pinochet durante la recepción en el edificio Diego Portales antes de partir para el Mundial de 1974.
Siempre me lo recuerdan en cada entrevista, sí. Yo no quería participar de aquella reunión. Fue una situación muy tensa, pero todavía recuerdo un enorme silencio antes de que se acercara y la mirada agria, sucia y dura de Pinochet.
En los estadios españoles le gritaban “sudaca” y usted se encaró con algún aficionado que le preguntaba si sabía jugar con botas. Sin embargo, nunca ha sido partidario de sanciones por los cánticos contra los futbolistas. ¿Sigue pensando igual tras los recientes episodios racistas?
Uno de los principales problemas de nuestro tiempo es que somos en exceso susceptibles con algunos temas. Yo aún tengo algún amigo en el barrio a quien llamo El Negro Juan. Depende cómo se mire y cómo se tome. Es un material demasiado sensible y en algunos asuntos te pueden llegar a involucrar por algo que no pretendiste.
Usted vuelve de vez en cuando a España. ¿Ve muy cambiado nuestro país?
Sigo manteniendo grandes amigos en Madrid, Valencia, Sevilla, Bilbao. En 2015, la última vez que les visité, me reencontré con muchos recuerdos gratos. Pero ahora me persigue una tristeza enorme por la muerte de mi señora [en febrero de 2022], que no me permite ni cruzar la frontera con Argentina. En cualquier caso, he seguido con mucho interés los resultados de las últimas elecciones españolas.
¿Percibe en nuestro país una regresión reaccionaria?
No lo sé. No tengo suficiente información para ofrecerte una respuesta concluyente.
En su última temporada con el Levante, justo después del Mundial de 1974, no dudó en disputar la Tercera División, con muchos partidos en campos de tierra. ¿Por qué jugaba solamente como local?
Después de un partido en Ibiza, donde recibí patadas hasta en la espalda, tuve una conversación con el presidente y el entrenador. Fue ahí cuando decidimos que no jugase más de visitante. Por esa razón solamente pude marcar 26 goles aquel año.
Usted recibió la primera tarjeta roja en la historia de los Mundiales, por contestar a una provocación de Berti Vogts.
Aún hoy, viendo vídeos y repeticiones, me parece difícil de creer, pero Vogts me bajó 13 veces con patadas. Años más tarde, el seleccionador alemán admitió que había preparado específicamente a Vogts para un marcaje específico contra mí y contra Cruyff.
En su último Mundial, en 1982, seguía siendo la estrella de una selección donde brillaban Elías Figueroa y Pato Yáñez. Sin embargo, su penalti fallado ante Austria en el Carlos Tartiere se tomó como el símbolo de la debacle chilena. ¿Cree que le pasaron la cuenta por su militancia política?
Sí, claro. Se tomó como un fracaso mío personal. En la prensa me hicieron tira. Dijeron cada barbaridad que me llegó a doler hasta el alma. Al menos, sabía que tenía al lado a mi compañera para salir de aquel terrible momento. No sólo sufrí la presión de los medios, sino que incluso cuando jugaba de local con el Colo Colo mi propia afición me puteaba.
Usted ha reconocido que fracasó en sus dos Mundiales con Chile, en 1974 y 1982…
Sí y lo repito de nuevo, porque no tengo miedo a la palabra fracaso. Lo único que me atemoriza es no poder levantarme de cada fracaso.

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