El heptacampeón sorprende a Max Verstappen por estrechísimo margen (1:16.609), mientras el asturiano saldrá octavo, con Sainz, undécimo.
Por tres milésimas, en este Hungaroring donde suma ocho victorias, Lewis Hamilton se reencontró con el dulce sabor de la pole tras año y medio de sequía. Las escenas de júbilo en Mercedes, con su líder al borde de las lágrimas, contrastaban con el gesto torcido de Red Bull, que en las 10 carreras previas sólo había dejado escapar una pole ante Ferrari. Pero esta vez, Max Verstappen no mejoró en su último intento y Hamilton, por estrechísimo margen (1:16.609) comandará la parrilla por 104ª vez. Aún peor andaron las cosas para Fernando Alonso y Carlos Sainz, octavo y undécimo, ambos superados por la irrupción de Alfa Romeo y McLaren.
Lando Norris y Oscar Piastri, tercero y cuarto, confirmaron que lo visto hace unas semanas en Silverstone no había sido fuego de artificio en la escudería de Woking. Aún más pasmoso resultó el rendimiento de Guangyu Zhou y Valtteri Bottas, quinto y séptimo con un Alfa Romeo que ya venía apuntando maneras desde la última sesión libre. La progresión de ambas escuderías ha silenciado aquella alentadora primavera de Aston Martin. Y cada semana, la brecha entre Alonso y las plazas de podio se hace más grande.
Sobre un asfalto a 42ºC, con unas curvas lentas que parecían favorecer al AMR23, el asturiano jamás pudo competir con los de cabeza. Tampoco Lance Stroll, que partirá decimocuarto. Habrá quien alegue que el nuevo formato de clasificación, con neumáticos duros en Q1, medios en Q2 y blandos en Q3, desfigura el verdadero potencial de los coches. O que las nuevas gomas de Pirelli favorecen a Alfa Romeo. Pero lo cierto es que el declive de Aston Martin resulta de lo más preocupante.
Russell, eliminado en la Q1
La crudeza del análisis contrasta con la euforia de Hamilton, al borde de la ronquera bajo el casco. Desde el GP de Arabia Saudí 2021, el heptacampeón no trepaba hasta el primer escalón de la parrilla. Pero en Hungaroring, pese a partir con 19 centésimas de déficit ante Verstappen, sí supo aprovechar su última bala.
Los libres del viernes habían sembrado el paddock de enigmas y lo sucedido por la mañana, con Hamilton por delante de Red Bull ya supuso una advertencia. En una pista tan tortuosa y quebrada, cualquiera se veía capaz de la heroicidad, incluso desde la Q1. Porque en ese arranque, Bottas empezó a asomarse por cabeza al volante de su Alfa Romeo, mientras Charles Leclerc se veía obligado a estrenar un juego extra de neumáticos duros. Había tanto ajetreo en los puestos de cabeza que Norris sufrió un sobresalto cuando le borraron una de las vueltas. Entre tanto trasiego ya empezaba a percibirse que la ventaja de Red Bull no sería en absoluto tan abultada. Y que una ligera obstaculización podía dejar en la lona incluso a George Russell, autor de la pole de 2022.
Sin Q3 tras 33 carreras
En buena lid, el liderato provisional de Alfa Romeo con Zhou no debía asustar los favoritos en la Q2. Verstappen, que venía de marcar un clamoroso 1:17.296, se vio en problemas cuando le tacharon la vuelta por haber superado los límites en la curva 5. Parecían ir en serio los comisarios, que también anularon el crono de Stroll por traspasar la línea blanca en la curva 12. El próximo campeón mundial, obviamente, debió recurrir a un juego nuevo de amarillos para salvarse de la quema, aunque sin acercarse a menos de dos décimas del liderato, en manos de Norris con su McLaren (1:17.328).
Para alcanzar la Q3 apenas se contaban 51 milésimas entre el séptimo (Nico Hulkenberg) y el primer eliminado. Por desgracia, a esta undécima plaza cayó Sainz, tras un ligero error en el último intento. El triste final a una fantástica racha del madrileño, que había alcanzado la Q3 en sus últimas 33 carreras. Y un alivio para Alonso, que pudo colarse en el top-10 por tan sólo dos milésimas. Poco más pudo festejar el bicampeón en Hungaroring.
1-1 en Montilivi
MIGUEL A. HERGUEDAS
@herguedas
Actualizado Lunes,
27
noviembre
2023
-
23:13Un partido plagado de ritmo, alternativas y ocasiones se resuelve...
Se aburrieron de ganar y dejaron el Mundial porque cada victoria, sencillamente, había dejado de ser noticia. Lancia dominó el panorama de los rallies entre 1987 y 1992 gracias a la superioridad de su Delta Integrale, una joya del diseño que aún hoy alimenta el deseo de los coleccionistas. Un coche de tracción a las cuatro ruedas con un motor turboalimentado que conquistó seis títulos de constructores y cuatro de pilotos, repartidos equitativamente entre Juha Kankunnen y Miki Biasion. Sin embargo, aquel proyecto de Cesare Fiorio, desarrollado en el Martini Team por el mánager Claudio Lombardi y Ninni Russo, su jefe de mecánicos, levantó también una oleada de sospechas entre sus competidores.
Para asistir a la génesis del Delta Integrale hay que viajar al Salón de Frankfurt de 1979, cuando Lancia presentó en sociedad su nuevo modelo compacto. Un diseño de líneas muy rectas, acorde a los gustos del momento, obra del genial Giorgetto Giugiaro sobre las bases del Fiat Ritmo. Un coche elegante y versátil como respuesta al recién nacido Volkswagen Golf, pero que no había sido concebido para la competición. Sin embargo, el empeño de Fiorio y Lombardi transformaría aquel vehículo funcional en la bestia rugiente que se impuso en 47 pruebas del Mundial durante siete años.
En realidad, la dinastía se erigió sobre las cenizas de la tragedia. La muerte de Atilio Bettega en el Rally de Córcega de 1985, sumada un año después a las de Henri Toivonen y Sergio Cresto, también sobre las diabólicas carreteras corsas, obligaron a la FIA a prohibir los coches del Grupo B, cuyo exagerado nivel de prestaciones impedía garantizar la seguridad de pilotos y público. Era el turno de los Grupo A, estrictamente basados en su versión de calle. El momento de Lancia, que contaba en la fábrica de Abarth con casi un centenar de mecánicos y técnicos expertos en rallies. Entre su selecto elenco de ingenieros destacaron Sergio Limone y Giorgio Pianta, dando el impulso definitivo a la tracción integral y los motores turbo, las claves para adaptar el coche a la nueva reglamentación. Por no hablar, claro, de los pilotos.
Destruir las pruebas
Algunos aficionados siguen hoy contando la historia de aquel tramo del Rally Mil Lagos que recorría el pueblo de la novia de Kankkunen y que él conocía de memoria porque pasaba por allí casi a diario. "Yo estaba en la salida y vi que se había dado un toque en el tren trasero, por lo que llevaba una llanta totalmente torcida. ¿Te puedes creer que con esa rueda sólo perdió unos segundos en la especial? Aunque flojeaba sobre asfalto, en los tramos de tierra Juha era una bestia. Al revés que Biasion", explica a este diario un testigo directo de aquella época dorada. Un rival que esboza una imagen bastante menos amable de Fiorio -"el típico italiano un poco estiradito"- y que desgrana, sin tapujos, algunos de los trapicheos que convirtieron a Lancia en una sospechosa habitual.
"Disponíamos de un aparato con el escuchábamos lo que se hablaba en los coches. En una ocasión, sin proponérmelo, oí preguntar a Lombardi: Si ha fatto el intervento? Al día siguiente, el Delta corría que era una barbaridad". Esa manipulación afectaba a una brida que Lancia ensanchaba para multiplicar el soplo del turbo. "Cuando iba a terminar el rally, antes de las verificaciones, dijeron que se les había roto el turbo y que para desarmarlo le habían pegado un martillazo. Por lo tanto, no dejaron pruebas de nada. Fue un gran escándalo".
Esas artimañas eran moneda habitual aquellos años, en plena belle époque de los rallies. Los equipos disponían de total libertad para desarrollar sus coches sobre el terreno; los pilotos fraternizaban en los hoteles; los duelos en el Col de Turini, el más legendario del Rally de Montecarlo, se prolongaban durante una noche entera, con casi 150 km cronometrados... "Aunque fuesen rivales, quedábamos para cenar, charlábamos y teníamos una relación que hoy ya no existe. No era ni mejor ni peor. Sencillamente, los rallies han cambiado y ahora son mucho más cortos. Hoy hacen test durante un par de días y antes nos pasábamos dos semanas", asegura Luis Moya, en conversación con este periódico.
"Existía un respeto mutuo, pero jamás contabas cómo iba tu coche y tampoco sabías nada del de al lado, porque nadie hablaba de ello. Nunca se trataba nada de rendimiento, ni de otras historias" añade el ex copiloto de Carlos Sainz. Al volante de un Toyota Celica, la pareja española conquistó los Mundiales de 1990 y 1992. Por aquel entonces, las ventas del modelo japonés crecían como la espuma en España. Cualquier éxito durante el fin de semana se trasladaba el mismo lunes a los concesionarios. El Mundial arrastraba pasiones y los patrocinadores tendían sustanciosos contratos. Había demasiado en juego como para mantenerse lejos de la tentación.
Un año, los tiempos del Team Martini despertaron tantos recelos que ya sólo quedó la pista de la gasolina. "No sabíamos cómo lograban tanto rendimiento hasta que un día nos llegó un extintor. Parece de chiste, aunque fue ahí cuando descubrimos que se trataba de un depósito con combustible enriquecido, con la entrada del caudal por un lado y la salida por el otro. Cuando llamamos al proveedor nos dijeron que se habían confundido con las prisas. En realidad, todo aquello era para Lancia y nos lo entregaron a nosotros por error", rememora la citada fuente, que ha preferido no revelar su identidad.
El boliígrafo Bic
Estas triquiñuelas resultaban tan seductoras que Toyota, un equipo cuyo desorbitado presupuesto le permitía enviar 200 personas al Rally Safari, también terminó sucumbiendo. Los nipones fueron cazados por la FIA en el Rally de Catalunya de 1995 y apartados del Mundial durante dos temporadas. Hoy, los avances en la electrónica y las minuciosas telemetrías dificultan la adulteración, pero por entonces hasta un sencillo bolígrafo Bic permitía traspasar el reglamento. "Era una trampa mucho más sencilla. En el tubo de goma del turbo se metía la funda del boli, la punta con la parte transparente. Unos tres dedos nada más, para que el diámetro del turbo disminuyera y así soplara el doble. Como las asistencias se hacían en el campo, un mecánico retiraba el boli mientras te limpiaban el coche antes de la meta. Durante la verificación final de la presión del turbo imagina dónde podían buscar el Bic.
La estrella de Lancia empezaría a declinar a finales de 1991, cuando la cúpula de Fiat, la empresa matriz, decidió cerrar la división de fábrica del Martin Team. Dos años antes, Fiorio ya se había bajado del barco, por culpa de una oferta irrechazable de Ferrari, en busca de un director deportivo tras el fallecimiento de Don Enzo, Il Commendatore y presentara batalla a McLaren en el Mundial de Fórmula 1. "Había llegado un momento en que sólo salíamos en los titulares si no ganábamos", se justificaba Russo. En verdad, la razón más plausible para el final de este cuento de hadas deba achacarse a una errónea apuesta de Gianni Agnelli. El gran capo de Fiat, bajo el consejo de su director ejecutivo, Cesare Romiti, quiso potenciar una marca de lujo con lo mejor de Lancia y Alfa Romeo. Aquella estrategia se llevó por delante al rey de los rallies.
En 1992 aún pudieron despedirse con el último de sus seis títulos consecutivos de constructores. Pero ya no había vuelta atrás: el equipo oficial pasaría a manos privadas. Las del Jolly Club, propiedad de Claudio Bortoletto. El peor momento para el aterrizaje de Sainz, que se había comprometido unas semanas antes tras solventar un tormentoso conflicto de patrocinio entre Castrol y Repsol. Después de nueve victorias en tres años con Toyota, la pareja española no logró sumar ni una tras 13 carreras, incluida la descalificación del Rally San Remo por el uso de un carburante prohibido. Todo un descrédito para Lancia ante sus propios tifosi.
"No es que fuese el coche fuese malo, no, pero tampoco era bueno, porque no podíamos con nadie. Nos encontramos el Delta tal como lo habían dejado el año anterior. Hacíamos lo que podíamos, pero el coche se quedó en desarrollo cero. Desde principios de año no hubo ninguna evolución. Mientras los rivales iban avanzando y seguían trabajando, nosotros nos quedamos estancados", argumenta Moya.
Aunque el Volkswagen Polo cuenta con un mejor porcentaje de triunfos y de títulos consecutivos -cuatro entre 2013 y 2016- la huella del Delta Integrale sigue presente en las cunetas de media Europa. "Hay varios coches que han ganado mucho, como Citroën con Sebastian Loeb. También Subaru y Toyota han conquistado Mundiales, pero no podría decantarme por uno en particular. De hecho, no creo que tenga sentido comparar coches de diferentes épocas. Considero que no contamos con suficientes elementos de juicio", zanja Moya, sin un mohín de amargura pese a aquella funesta aventura.
"Es un modelo que marcó una época y siempre pensaré que es una lástima que Lancia no esté de vuelta en el Mundial"
Luis Moya
"Es un modelo que marcó una época y siempre pensaré que es una lástima que Lancia no esté de vuelta en el Mundial". De momento habrá que seguir esperando, ya que los rumores que situaban a Carlos Tavares, CEO del gigante automovilístico Stellantis, como nuevo condotiero nunca se confirmaron. El portugués, que ya lideró en 2017 el regreso de Citroën al Mundial, ha querido potenciar Lancia como una de sus tres marcas premium, aunque por ahora los balances de cuentas pesan más que el romanticismo.
La llama de la nostalgia, claro, sigue viva entre los fanáticos, que sobrellevan a duras penas la actual decadencia del WRC. Desde luego, el Delta Integrale es uno de los coches más eficaces y especiales jamás diseñados. Un modelo que toca la fibra sensible. Y es que, pese a su delicadísima puesta a punto, en algunas subastas se han escuchado ofertas de más de 250.000 euros. No sólo se trata del bramido de su motor (1995 cc y 300 CV) sino, a más pequeña escala, de su maravillosa colección de relojes en el cuadro de mandos, con un manómetro de la presión del turbo y otro de la temperatura del aceite. En cuaquier caso, nadie podrá medir o pesar el alma de este coche.