La hispanovenezolana, que ya no cuenta en su banquillo con Conchita Martínez, estará por debajo del puesto 200 y cerca de los 30 años ante un hipotético regreso después de Wimbledon
El próximo 15 de julio, fecha de la final femenina de Wimbledon, habrán pasado 186 días desde que Garbiñe Muguruza disputó su último partido, con derrota en la primera ronda del Abierto de Australia ante Elise Mertens. Sólo sabemos, a través del escueto comunicado emitido la pasada semana en su cuenta de Instagram, que la ex número 1 del mundo y ganadora de dos títulos del Grand Slam seguirá sin jugar al menos hasta entonces, hasta la conclusión del torneo que ganó en 2017 y del que disputó la final un año antes.
Este miércoles, Conchita Martínez, quien fue su entrenadora en las últimas temporadas, anunció a través de su cuenta de Twitter, el final de su vinculación profesional, “de mutuo acuerdo”. “Han sido unos años fantásticos, cargados de grandes emociones y maravillosas vivencias, tanto dentro como fuera de la pista”, escribió la primera campeona española en Wimbledon.
La noticia alimenta más las dudas sobre una posible vuelta de Muguruza a la alta competición. “Pasar tiempo con la familia y los amigos ha sido realmente saludable y sorprendente, así que voy a alargar este periodo hasta el verano. Me perderé la temporada de tierra batida y hierba. Gracias por todos los mensajes encantadores y os mantengo al tanto”, hizo saber la hispanovenezolana el pasado día 3. Se trataba de una prórroga al anuncio realizado después de caer de entrada en Melbourne, un torneo en el que también había hecho final, en 2020.
Garbiñe Muguruza es ahora la número 132º en el ránking, pero después de Wimbledon se desplomará más allá del puesto 200. En caso de que pretenda regresar estaría abocada a pedir invitaciones en los torneos o partir de competiciones ITF, de segundo orden. Garbiñe Muguruza cumplirá 30 años el 8 de octubre.
“No es Rafa”
Mucho antes de que Paula Badosa, eliminada esta semana por Jessica Pegula en cuartos del torneo de Charleston, se desahogase públicamente tras ser avasallada por Simona Halep en octavos de final de la última edición de Wimbledon proclamando al mundo entero «no soy Rafael Nadal ni lo voy a ser», desde el entorno de la tenista que ahora nos ocupa, apelando a la indulgencia, se aclaraba: «Garbiñe no es Rafa». Corrían aún buenos tiempos para ella y el mejor lema que se encontraba desde ese entorno para explicar su irregularidad era eludir una analogía que a ningún medio de comunicación se le había pasado por la cabeza.
Naomi Osaka ganó su último partido el 20 de septiembre de 2022 por precipitado abandono de Daria Saville en la primera ronda del torneo de Tokio. La japonesa, de 25 años, cuenta con cuatro títulos del Grand Slam y un largo paso por el número 1 del mundo. Ahora es la 314ª. En enero anunció que va a ser madre y que tiene previsto reaparecer el próximo año en el Abierto de Australia.
Asleigh Barty se retiró a los 25 en lo más alto del escalafón, dos meses después de ganar el Abierto de Australia. Se confesó agotada física y mentalmente.
Las armas
Entre los periodistas que seguimos a Garbiñe Muguruza desde sus inicios siempre prevaleció la impresión de que no iba a ser una jugadora longeva. Atendió a la llamada del destino. Tenía las armas para ser una gran tenista y no iba a desaprovechar la oportunidad. Otra cosa es que exhibiese la constancia que exige un circuito enloquecedor, que no está hecho para jugadoras de momentos.
«He aprendido a no sufrir tanto, a no volverme loca, a no obsesionarme», comentaba en una entrevista con este periódico un día después de ganar Wimbledon. Transcurridos casi seis años, es evidente que se quedó lejos de tan loables objetivos. Temperamental donde las haya, nunca ha terminado de aceptar las exigencias del circuito ni ha estado dispuesta a asumir un estatus muy inferior al que sugieren sus capacidades. Tampoco encajó bien la impopularidad de trasladar su residencia fiscal a Ginebra, no mucho más tarde de elegir competir con España en lugar de con Venezuela, opción en la que prevalecieron los criterios profesionales.
Al igual que Osaka o Barthy, cada una con sus particularidades, después de más de una década como profesional, Garbiñe se siente seducida por la confortabilidad de una vida ajena a los rigores de la alta competición. Veremos si encuentra el pasaje de vuelta.