El suizo desperdició una bola de partido con su servicio en el ‘super tie-break’ ante Sock y Tiafoe (6-4, 6-7 [2], 6-7 [9]).
Hubo algún fogonazo de ingravidez, algún detalle del genio incatalogable. Hubo un río de lágrimas derramándose por sus mejillas. Hubo escenas de conmovedora complicidad con Rafa Nadal, que se mostró más vulnerable de lo habitual con su servicio. Hubo momentos de histeria colectiva, traspasada ya la madrugada londinense. Hubo un match point que él, tantas veces infalible, dejó deslizar entre sus dedos. Fue el último vals de Roger Federer, resuelto con derrota en el O2 Arena (6-4, 6-7 [2], 6-7 [9]).
“Ha sido una día maravilloso y me siento feliz, no triste. He disfrutado al ponerme mis zapatillas por última vez”, balbuceó el campeón de 20 majors, agradeciendo a amigos y familiares. Ante la mirada acuosa de su mujer, Mirka Vavrinec, y las lágrimas de Nadal, Federer aún debió reunir suficiente coraje para hilvanar su discurso. “Yo sólo quería jugar al tenis. Ha sido perfecto y lo haría de nuevo. Este final ha sido como deseaba”, comentó en el micrófono de Jim Courier. Lástima del resultado.
La Laver Cup, un lucrativo torneo de exhibición, sirvió de pretexto. Después de 14 meses de inactividad, tras aquella derrota ante Hubert Hurkacz en Wimbledon, Federer saltó de nuevo a pista formando pareja con el hombre que le había noqueado en 10 finales de Grand Slam. El equipo europeo, con ventaja de 2-1, se sentía con cierto margen ante Francis Tiafoe y Jack Sock, dos sacadores de cuidado. A Federer y Nadal, 41 y 36 años, les faltó ese punto de frescura y explosividad en los desempates.
Por un agujero de la red
Hubo quien había bromeado, de modo algo lúgubre, sobre la posibilidad de que este último hurra coincidiese con el primer abandono de Roger, que jamás se había marchado de un partido por culpa de un problema físico. Y las cámaras apuntaron a esa rodilla derecha, que le hizo pasar tres veces por el quirófano, la última en agosto de 2021. Una articulación incompatible ya con las exigencias de la gran elite. Roger resistió las más de dos horas con aparente suficiencia.
El reparto de sonrisas se había iniciado en el calentamiento. Ni la hora intempestiva -determinada por el interminable pulso entre Alex de Miñaur y Andy Murray-, ni la doble falta de Nadal en el primer punto, iban a turbar los ánimos. La calidez de Mohamed Lahyani añadía otro peculiar contrapunto. En el tercer juego, el carismático juez de silla mostró su buen juicio ante una bola de Federer que había atravesado la red por un pequeño orificio a la altura de la cinta. Uno de esos golpes que sólo Roger podría patentar.
Entre esa atmósfera festiva se escondía algún rescoldo de competitividad. Como el que permitió decantar a Federer el primer set con un resto a la línea y un drive demasiado poderoso ya para Sock. Desde el banquillo, Novak Djokovic aplaudía con sincero entusiasmo y Matteo Berrettini, sustituto del suizo en los individuales, se sumaba con la mirada atónita de un niño.
La electricidad, liberada a borbotones, se transmitía por las gradas como a través de una inmensa turbina. Muchos aficionados venían de esperar pacientemente su turno en las tiendas de los aledaños, en busca de cualquier detalle conmemorativo. Otros, los más pudientes, exhibían su localidad de última hora, sin reparar en esos 50.000 euros de los asientos más caros. Todos participaban del mismo afán de Roger: “No quiero que sea un funeral. Quiero que sea algo verdaderamente alegre y potente, como una fiesta”.
Federer, para qué negar la evidencia, lleva desde hace algún tiempo sintiéndose bastante más cómodo como padre. Incluso aunque alguna tarea le haya impedido, por ejemplo, disfrutar del último set de la victoria de Carlos Alcaraz ante Jannik Sinner en el US Open. “Eran casi las nueve de la mañana y tenía que llevar a los chicos al colegio”, admitió el gran dominador del circuito entre 2005 y 2010, cuando sólo se perdió una de las 19 finales de Grand Slam.
El pelotazo de Tiafoe
El partido recobraría su nervio en el segundo set, especialmente tras el temprano break de la pareja estadounidense, que salvó a su vez tres opciones de ruptura en el turno siguiente. Parecía llegado el momento de Nadal, que vio frustradas por centímetros dos de sus heroicas recuperaciones. Incluso Tiafoe, tan propenso al espectáculo, cruzó la red para felicitarle por el esfuerzo. Seis bolas de quiebre llegó a salvar el manacorense en la segunda manga.
En el sexto juego, la gran revelación del último US Open entregó su saque tras un controvertido doble toque de su raqueta. De nada sirvieron las quejas de John McEnroe, capitán de los adversarios. Tampoco la empecinada resistencia europea en el desempate, dominado por el brazo de hormigón de Tiafoe. Ningún otro desenlace como el del super tie-break, donde Sock dejó constancia de su clase con un asombroso bote pronto y Tiafoe no dudó en largar un pelotazo contra el costado de Federer, que desperdició su bola de partido al servicio.