Colombia tardó mucho en más en abrazar el fútbol que el resto de los países sudamericanos. No tuvo Federación hasta 1936, y sólo en 1945 participaría por primera vez en el Campeonato Sudamericano de Fútbol, hoy Copa América, que existía desde 1916. El primer Mundial al que se clasificó fue Chile 1962, eliminando a doble partido a Perú (1-0 y 1-1), lo que reventó los planes a la organización, que había puesto una sede en Arica, junto a la frontera peruana. Una vez allí, quedó última de grupo con dos derrotas y un empate, este con un sensacional (4-4) ante la URSS, campeona de la Eurocopa disputada en 1960. En el minuto 68 perdían 4-1 los cafeteros cuando un gol olímpico de Coll al mismísimo Yashin abrió paso al derrumbe de los soviéticos. Aún sigue siendo el único gol olímpico en un Mundial y el autor quedó para los restos en el santoral futbolero del país. Falleció en 2017, rodeado de elogios en las exequias.
Siguió a eso una cadena de intentos frustrados para clasificarse a un nuevo Mundial, y hasta el proyecto, abandonado tras ser santificado por la FIFA, de organizar el de 1986. Aquel periodo coincidió con el esplendor del gran Willington Ortiz, al que aún se cita en su país como «el mejor jugador que nunca pudo ir a un Mundial».
El salto con Maturana
El salto iba a llegar con Francisco Maturana, un sabio bien conocido aquí, donde pasó por el Valladolid y el Atlético. Era un amante de la defensa en zona y el buen toque que encontró en Valderrama el punto de apoyo para su juego. Ese equipo sorprendió y deleitó ya en la Copa América de 1987, donde salió tercero con un fútbol precursor del tiqui-taca. Se clasificó para Italia 1990, donde pasó a octavos con un gol a ultimísima hora de Rincón a Alemania («¡Dios es colombiano!», llegó a proclamar en su éxtasis el locutor William Vinasco). Pero luego cayó ante Camerún, que le robó el papel de revelación del torneo.
Para Estados Unidos 1994 se clasificó, con Argentina, Paraguay y Perú como enemigos. Pasó invicta, con cuatro victorias y dos empates, cerrando con un estruendoso 0-5 sobre Argentina en Buenos Aires, un terremoto. Pelé, que una vez retirado gustaba de llamar la atención, declaró a los colombianos favoritos para ganar ese Mundial, lo que elevó al máximo la expectativa en torno al equipo. Eso haría que la decepción subsiguiente fuese mayúscula.
Los cárteles
El grupo se concentró en una finca en las afueras de Cali, donde no hubo la paz esperada por la intromisión y las exigencias caprichosas de capos del narcotráfico, para los que el fútbol era una diversión, les daba prestigio y les permitía lavar dinero. El Millonarios De Bogotá lo controlaba González Rodríguez Gacha, El Mexicano; el Atlético Nacional, de Medellín, Pablo Escobar; el América de Cali, el cuarteto del cártel local, los hermanos Rodríguez Orejuela, José Chepe Santacruz y Hélmer Pacho Herrera. Era sabido que Pablo Escobar y El Mexicano organizaban desafíos en la Hacienda Nápoles, la inmensa finca refugio de Escobar. Cada uno montaba su equipo, llevaban a los jugadores en aviones propios, bien pagados, y cruzaban apuestas de dos o tres millones de dólares.
Completaron la concentración en Los Ángeles, hospedados en el Hotel Marriott, y se estrenaron ante Rumanía, el 18 de junio, en el Rose Bowl de Los Ángeles, ante 91.586 espectadores. Todos los colombianos residentes en Estados Unidos estaban ahí, y también muchos llegados del país. No había duda de que Colombia era una de las estrellas de la competición, con nombres coruscantes. como los de Valderrama, Rincón, Lionel Álvarez, Asprilla, El Palomo Usuriaga, El Tren Valencia y su elegante central, Andrés Escobar, ídolo del Atlético Nacional y de Pablo Escobar, con el que no le unía parentesco alguno.
Espigado (1,85 y 77 kilos), de pie firme para el quite pero de seda para salir jugando, los relatores de radio aludían a él como El Caballero del Fútbol. De familia acomoda, era un chico instruido y amable. Con 27 años estaba en la flor de la edad y de la vida. El Milán de Berlusconi le iba a incorporar tras el campeonato, como sucesor de Baresi.
Mal estreno ante Rumanía
Pero el estreno salió mal. Rumanía tenía un gran equipo con Hagi, El Maradona de los Cárpatos, y el velocísimo y afilado Raduciou. El toque de Colombia resultó premioso, faltó remate y los cafeteros perdieron 3-1. Se achacó a un descuido y se echaron cuentas. Pasaban los dos primeros de grupo y los cuatro mejores terceros. Quedaban los Estados Unidos y Suiza, que el mismo día empataron entre sí. Se les podía ganar a ambos. No se había roto nada.
Pero el día de la redención, 22 de julio, de nuevo en el Rose Bowl y ante 93.689 espectadores, dejó otra derrota, esta más hiriente, ante los detestados gringos, una selección advenediza de un país sin fútbol que se había comprado un Mundial por capricho. El marcador lo abrió un autogol del respetado Andrés Escobar, una fatalidad de esas que rondan este juego; en un contrataque, avanzó Wynalda por el callejón del 10, cruzó un pase oblicuo hacia la carrera de Stewart, que entraba en el área por el del ocho, Escobar acudió al cruce, se lanzó al suelo, tocó el balón, pero este no fue a córner, sino a portería, pillando a contrapié al meta Córdoba. Escobar se quedó en el suelo, boca arriba, las manos en la cabeza.
Era el minuto 13, quedaba tiempo para todo, pero Colombia no consiguió meterse en el partido, Stewart duplicó la ventaja en el 63′ y los cafeteros sólo pudieron maquillar el resultado ya sobre el pitido final por medio de Valencia. Total, 2-1, dos derrotas, cero puntos. Y Suiza complicaba más las cosas ganando 4-1 a Rumanía, lo que deslucía el rival de la primera caída colombiana.
Quedaba una remota esperanza: ganar a Suiza y pasar como uno de los mejores terceros. Lo primero se dio (2-0), lo segundo, no. Colombia, la favorita de Pelé, fue una de las ocho selecciones caídas en la primera fase, mientras dieciséis pasaban octavos.
“La vida no termina aquí”
El Tiempo, el gran diario de Colombia, le pidió a Andrés Escobar una columna sobre el desastre que él tituló: “La vida no termina aquí”. Ello no cayó bien entre la población más enfurecida, que lo entendió como una frivolidad. La familia y los amigos le aconsejaron no regresar con el grupo al país, pero a él no le pareció correcto hacerlo. Pensó que debía asumir su parte alícuota del reproche al llegar al aeropuerto de Bogotá. Luego se fue a su casa, en Medellín, junto a su novia, una odontóloga llamada Pamela Cascardo con la que ultimaba planes de boda para casarse antes de irse al Milán.
El 2 de julio, pasados 10 días desde el autogol y seis del partido de Suiza, se hartó del encierro autoimpuesto, y a instancias de un amigo llamado Juan Jairo Galeano animó a Pamela, no del todo conforme, a una salida para cenar los tres en un concurrido restaurante-discoteca llamado El Indio. Estaban tan a gusto cuando desde una mesa próxima empezaron a gritarle: «¡Autogol, autogol!». Aguantó un rato y cuando no pudo más se levantó, se dirigió a ellos y con buenos modos les pidió respeto. Los alborotadores resultaron ser dos hermanos, Santiago y PedroGallón Blanco, antiguos sicarios del célebre Pablo Escobar, finiquitado por la policía el diciembre del año anterior en una operación espectacular por los tejados del barrio de Los Olivos.
Lo del respeto no les iba, el asunto se encrespó y el jugador optó por una prudente retirada. Salió hacia el aparcamiento con la prometida y el amigo, y tomaron el Honda azul que les había traído, pero al momento les interceptó una camioneta Toyota blanca, de la que se apearon los dos hermanos y siguieron insultándolo. Él les pedía respeto, ellos le acusaban de haber iniciado el conflicto por ir a su mesa a importunarles.
Cuatro disparos
Santiago, el mayor, le espetaba: «Usted no sabe con quién se está metiendo». En eso, el chófer de los dos hermanos, llamado Humberto Muñoz, que se había apeado del Toyota, fue a la ventanilla del Honda y le descerrajó seis tiros a quemarropa, de los que cuatro le entraron en el pecho, uno en un brazo y otro en el cuello. Pamela, espantada, tuvo el ánimo para coger el volante y llevar a su prometido hasta el hospital más cercano, donde llegó muerto.
El asesino fue detenido antes de 24 horas. Le cayeron 43 años de prisión, luego rebajados a 23, y finalmente salió en 2005, acogido a beneficios por trabajos carcelarios. Su libertad creó indignación en el país, donde el recuerdo del jugador quedó enaltecido. Los hermanos Gallón fueron condenados a 15 meses de prisión cada uno por encubrimiento, que se quedaron en tres a cambio de una fianza de un millón de pesos. Santiago volvería más adelante a la cárcel con una pena de tres años y medio por financiación de grupos paramilitares.
En todo el mundo y en la propia Colombia quedó flotando en el ambiente la idea de que el crimen obedeció a un deseo de venganza de narcos que hubieran apostado fuerte en favor de Colombia durante el Mundial. Se hicieron pesquisas, pero nunca quedó claro que fuera así. Otro antiguo sicario de Pablo Escobar, un expresidiario con el que mucho más tarde pude hablar en Colombia, me aseguró que aquello fue una «bronca fulera», sin más.
Realmente, en Medellín no hacían falta en ese tiempo muchos motivos para que alguien matara a alguien. En 1991 se estableció un récord de 6.349 homicidios en la ciudad, y por la época nunca bajaban de cuatro mil anuales. Por supuesto, muchos tenían que ver con guerras entre cárteles, atentados o enfrentamientos con la policía, pero también podían darse por cualquier cosa: una broca de tráfico, un que si tú le has mirado el culo a mi novia o un camarero que me ha servido mal y le espero a la salida. Tirar de pistola era más frecuente de lo que pueda ser hoy en España cruzar insultos.
Mauricio Chicho Serna, jugador colombiano del Boca Juniors, declaró que de haber estado vivo Pablo Escobar nadie se hubiera atrevido a matar al futbolista, pues era conocido el aprecio que le tenía. Quizás.
120.000 personas en el entierro
Al entierro, en Campos de la Paz, acudieron más de 120.000 personas, incluido el presidente del país. Una estatua recuerda al jugador en la Unidad Deportiva Belén, situada en la Comuna 13 de Medellín, otrora escenario de correrías de Pablo Escobar, hoy espacio de paz. RCN recogió los hechos en un capítulo de la serie Unidad Investigativa, emitido en 1999.
ESPN rodó un documental en 2010 sobre los dos Escobar, el jugador y el narco. A instancias del padre de Andrés Escobar se disputa desde hace años una copa de fútbol callejero con el nombre del jugador fallecido. En 2014, el Atlético Nacional fundó una orden al mérito llamada Andrés Escobar Salarriaga, el Caballero del Fútbol, para enaltecer a personas que hayan hecho algo de mérito por el club. El primero en recibirla fue Santiago Escobar Salarriega, su hermano, que también jugó allí. Pamela Cascardo reapareció en 2017 en un programa de Netflix. No se había casado. Se aferró al trabajo, transformando su clínica odontológica en estética. A Andrés Escobar se le pasó a conocer por un nuevo apodo: El Inmortal Número Dos.







