Manor Solomon, el único jugador israelí en la Liga, no abandonó el sábado el banquillo del Villarreal. Cosa rara, porque, deseado y perseguido, fue el postrer fichaje del equipo en el mercado de invierno. Su contratación se concretó a las 23:55 del último día, cinco minutos antes del cierre de las operaciones. Para el club no era, pues, un futbolista cualquiera.
Además, se le daba bien el Madrid. Cuando pertenecía al Shakhtar Donetsk, les marcó a los blancos dos goles en la Champions 2020-21. Uno en el partido de ida y otro en el de vuelta. Quizás Marcelino quiso evitar manifestaciones hostiles emanadas desde la grada que pudieran afectar al equipo. Una constante en esta Liga con el jugador sobre el césped. Ni siquiera fue convocado, a petición propia, el pasado miércoles en el partido contra la Juventus, que coincidía con el Yom Kipur, el Día de la Expiación, el más solemne del calendario judío.
El martes será 7 de octubre. La respuesta israelí a lo que ocurrió en tal fecha de 2023 está repercutiendo en el deporte en forma de llamamiento a la completa proscripción del Estado hebreo. Todo empezó con el sabotaje a la Vuelta, a causa de la presencia del equipo Israel Premier-Tech.
Tendemos a ser benévolos con las ricas monarquías absolutistas y teocráticas del Golfo, que constituyen hoy el centro propietario, organizativo y patrocinador del deporte mundial. Y no nos escandalizan divisas publicitarias como “Visit Rwanda” o “RD Congo, coeur de lAfrique”, países poco escrupulosos con los derechos humanos y las libertades, pero afables con el turismo. Tampoco protestamos mucho con China. Algo más con Rusia, cuya exclusión de todas las competiciones ponen como ejemplo quienes propugnan el mismo trato para Israel.
Pero Rusia e Israel no son lo mismo. Rusia, un país soberano con fronteras definidas y relaciones diplomáticas y comerciales planetarias, una entidad jurídica y política reconocida internacionalmente invadió, sin mediar provocación o amenaza, otro país en las mismas condiciones de soberanía y de reconocimiento e intercambio globales. Es un país agresor. Por el contrario, Israel, es un país agredido. El COI, la FIFA, la UCI y demás altos organismos deportivos así lo entienden.
El deporte nació inocente, limpio, idealista y neutral. Pero rápidamente fue manipulado aquí y allá, de modo más o menos grosero o sutil, por quienes fueron en el acto conscientes de su importancia sociológica y, por lo tanto, repercusión política. Marruecos, otra de esas monarquías feudales árabes, quiere aprovechar el Mundial de Fútbol de 2030 para instrumentalizarlo propagandísticamente.
Dentro de los ingentes gastos acometidos, la construcción de un gigantesco estadio en Casablanca ha hecho rebosar el vaso del descontento y desatado la ira, duramente reprimida, de gran parte de la juventud marroquí. La llamada Generación Z, los nacidos entre 1995 y 2010, que conforman la mayor franja de edad de la población, alzada al grito de “¡menos mundiales y más hospitales!”. Y escuelas.
No desean verse condenados a salir al mar en flotillas… de pateras.