El ganador de 20 Grand Slam colgará la raqueta después de la Laver Cup, que se disputa la semana que viene en Londres
Quedará el debate por los siglos, ¿Quién es el mejor tenista de la historia?, pero nadie dudará sobre quién fue el más técnico, el más virtuoso, el más elegante. Roger Federer cuelga la raqueta. Cuando la próxima semana termine la Laver Cup de Londres, un torneo que apadrinó desde sus inicios, el ganador de 20 Grand Slams y 103 títulos ATP e intratable dominador del circuito de 2004 a 2010 será ya ex jugador. A sus 41 años y después de tres temporadas prácticamente sin jugar por culpa de una lesión en su rodilla derecha, Federer se despidió con un comunicado en las redes sociales.
“Como sabéis muchos de vosotros, en los últimos tres años se me han presentado muchos retos en forma de lesiones y cirugías. He trabajado duro para volver a la mejor forma competitiva, pero también conozco los límites de mi cuerpo y el mensaje que éste me ha dado. Tengo 41 años. He jugado más de 1.500 partidos en 24 años. El tenis me ha tratado con una generosidad que nunca hubiera podido soñar. Y ahora debo admitir que es el momento de terminar mi carrera”, anunció. “Jugaré a tenis en el futuro, por supuesto, pero no será en Grand Slams ni en el circuito ATP. Esta es una decisión agridulce, porque echaré de menos todo lo que el circuito me ha dado”, añadió.
Hace unas semanas Federer había anunciado una recuperación cercana y su intención de competir en la temporada 2023. Su calendario para este año ya planeaba su participación en la Laver Cup y su posterior presencia en el ATP 250 de Basilea, su torneo de casa, donde ganó siete veces. En todo momento su intención era retirarse con un buen estado de forma, a poder ser con una victoria o un título. Pero deberá conformarse con el homenaje que muy posiblemente le brindarán en Londres, donde estará acompañado por Rafa Nadal y Novak Djokovic, quienes le discutieron tantos partidos y el mejor lugar en los libros de Historia.
De “perdedor horrible” a rey de Wimbledon
Pocos lo recuerdan, pero Roger Federer empezó su carrera como “un perdedor horrible”, como él mismo reconoce en ‘Máster’, una de las mejores biografías que le han dedicado. Aquel adolescente tenido de rubio, aquella música heavy en los auriculares… aquella prepotencia. Era el mejor y, por desgracia, lo sabía. Pero en el ATP 250 de Hamburgo de 2001, cayó en primera ronda ante Franco Squillari, rompió una raqueta, se vio por televisión y se dijo que nunca más. Ahí empezó uno de los viajes más asombrosos de la historia del tenis: un jugador que acariciaba la bola con violencia, que levitaba, ese revés, ese asombroso revés.
En 2003 ganó el primero de sus ocho Wimbledon, al año siguiente arrasó en todos los Grand Slam menos Roland Garros y en 2005 repitió en Wimbledon y el US Open. Aquel año empezarían dos rachas asombrosas. Desde entonces hasta 2010 jugó todas las finales de Grand Slam menos una, el Open de Australia de 2008: 18 de 19 posibles, una barbaridad. Desde entonces hasta la eternidad tendría dos rivales inevitables. Tanto contra Djokovic como contra Nadal disputó varios de los mejores partidos de tenis -¿quizá el mejor aquella final de Wimbledon 2008?- y tanto contra como contra el otro acabaría con récord negativo.
Pese a ello, en todo momento su imagen quedó marcada por su estilo fuera de las pistas, especialmente en esas derrotas, muy lejos de lo que le avergonzó en sus inicios. Con Nadal compartió una de las mejores amistades del deporte mundial y creó una tendencia, una amabilidad, que acompañará al tenis durante mucho tiempo. Como el español, Federer también protagonizó un regreso corajudo, el que le llevó a ganar dos Abiertos de Australia y un Wimbledon en 2017 y 2018 tras casi cinco años de sequía, y tras la pandemia se fue apagando. Su último partido fue el año pasado, precisamente en Wimbledon, en cuartos de final ante Hubert Hurkacz. Ahora le queda una semana de homenaje en la Laver Cup y toda una vida como el tenista más técnico, más virtuoso, más elegante.