Atiende la llamada del periodista mientras prepara la maleta para viajar a Zúrich, donde se disputa el Mundial de ciclismo. Óscar Freire (Torrelavega, 1976) quiere presenciar en vivo las últimas pruebas del campeonato que finaliza el domingo con el desafío de la ruta masculina. Pogacar, Evenepoel y Van der Poel son los favoritos. Las opciones españolas pasan por Juan Ayuso, Pello Bilbao y Pablo Castrillo. En el recuerdo permanecen aquellos Mundiales en los que Freire acaparaba protagonismo. El próximo 3 de octubre se cumplen 20 años de su hazaña incomparable: conquistar su tercera medalla de oro en Verona, en la misma ciudad en la que logró su primer Mundial cinco años antes. Nadie venció dos veces en la misma sede.
La medieval Verona, testigo de las disputas entre Montescos y Capuletos, marcó el destino de un sprinter portentoso. En 1999, el novato ganó el maillot arcoíris en un inmenso ejercicio de osadía. En la recta final sorprendió con un ataque desde larga distancia que descolocó a los veteranos Ullrich, Vanderbroucke, Konyshev, Casagrande y Zberg, Robin y Camenzind. Subió al podio y le llovieron las ofertas. «Siempre estaré agradecido a Verona. Me cambió la vida», reconoce.
Muchos afirmaban que aquella medalla de oro fue fruto de la casualidad. Craso error. En 2001 venció en el Mundial de Lisboa y en 2004 firmó una gesta histórica en los Mundiales. Hasta entonces, sólo Eddy Merckx, Alfredo Binda y Rik van Steenbergen (más tarde Peter Sagan se unió a tan ilustre nómina) habían sumado un triplete, pero ninguno repitió escenario. «En el segundo Mundial en Verona se juntaron varias circunstancias favorables, como que yo me encontraba en el mejor momento de vida. Antes del campeonato había trabajado mucho en casa y viendo los valores que tenía era consciente de que estaba mejor que nunca. Ese año había ganado la Milán-San Remo, una etapa en la Tirreno-Adriático y en la Vuelta a España, pocas victorias, pero de calidad. También influyó mucho que fuimos al Mundial con un gran equipo. Desde mi punto de vista, ese fue el mejor de la historia», recuerda el velocista español.
ALEJANDRO VALVERDE
Entonces, el seleccionador Paco Antequera construyó un grupo al servicio de Freire, en el que figuraban Alejandro Valverde, Luis Pérez, Paco Mancebo, Isidro Nozal, Igor Astarloa, Eladio Jiménez, Pedro Horrillo, Marcos Serrano y Tino Zaballa. España funcionó como una máquina perfecta. Tras la retirada del ídolo local, Paolo Bettini, por una avería, los escuderos de Freire controlaron la prueba e impusieron un ritmo altísimo. «La clave de la carrera estuvo en las dos últimas vueltas, en las que apretamos en la subida previa a la recta de la meta y rompimos el pelotón. Al final, llegamos un grupo pequeño, en el que estábamos Luis Pérez, Valverde y yo. Alejandro estuvo espléndido lanzando el sprint», sostiene. Oro para Freire, plata para el alemán Erik Zabel y bronce para el italiano Luca Paolini.
Alegría inmensa tras cruzar la meta en un lugar muy conocido por el cántabro. Sensaciones parecidas a las de 1999, pero ambiente distinto. «Todo fue muy diferente a la primera vez. En 1999 yo era un desconocido, me presenté sin presión, vi el momento y salté sin que nadie pudiera seguirme. En 2004, después, de vencer en el Mundial de Lisboa de 2001, estaba muy marcado. En el primer Mundial, antes de disputar la carrera salí por la ciudad, fui a ver la estatua de Romeo y Julieta. En 2004 apenas salí del hotel, sólo lo hice para entrenarme. Sabía que tenía que ganar por el gran momento de forma en el que me encontraba», rememora. Hasta la liberación de estrés fue distinto en ambas ocasiones: «En el primer Mundial apenas hubo celebración, porque prácticamente estaba solo. En el segundo fue distinto porque ya estaba la familia».
«Verona es talismán, me dio todo. Italia siempre se me dio bien, con las clásicas y la Tirreno-Adriático, pero nunca pude disputar el Giro, me venía mejor la Vuelta para preparar el Mundial y al Tour tenía que ir por obligaciones comerciales. He vuelto varias veces a Verona. Hace tres años me alojé en el hotel que está junto a la línea de meta», señala un campeón que sigue unido al ciclismo. Su hijo Marcos apunta maneras y ha sido fichado por el UAE de Pogacar para su equipo continental.
DIRECTOR Y POLÍTICA
Óscar, que participa en carreras amateurs y colabora con medios de comunicación, adelanta que se siente capacitado para ser seleccionador. A finales de año hay elecciones en la Federación Española. José Luis López Cerrón no se presentará a la reelección. Pascual Momparler, actual técnico, tiene intención de continuar. El valenciano accedió al cargo en 2019, un año después del triunfo de Valverde en Innsbruck. Desde entonces, ningún español ha subido al podio.
«Claro que me gustaría ser seleccionador nacional. Tengo experiencia en los Mundiales y creo que puedo aportar mis conocimientos. Ser seleccionador es muy distinto a ser director de un equipo, que está todo el año fuera de casa», afirma Freire.
«El trabajo de seleccionador es para ocasiones puntuales y lo que se necesita es saber motivar a los corredores. Yo algo sé sobre los Mundiales. Pero también comprendo que el puesto de seleccionador tiene que ver mucho con la política, y yo de eso no sé. Yo esto aquí para el que quiera contar conmigo», subraya.
Este viernes, Freire llegará a Zúrich para seguir el Mundial. «Este campeonato es duro, con desniveles positivos de más 4.000 metros y cerca de 274 kilómetros de recorrido. Se parece mucho al Gran Premio de Zúrich. Me parece que la selección española es muy compacta, con buenos corredores. Ayuso llega en gran momento de forma, Bilbao tiene posibilidades y es rápido. Castrillo se presenta con mucha motivación tras ganar dos etapas en la Vuelta… Tendrán sus oportunidades, deberían actuar antes de que se muevan los favoritos», advierte el tricampeón.