Semanas negras se han vivido en Valencia con el escándalo Rafa Mir. Un caso que ha sacudido todos los cimientos de un club que con ese color se presentaba en el Metropolitano. Nunca ha ganado el equipo ché en la nueva casa atlética, de hecho lleva 13 años sin hacerlo, a la que se presentaba como colista. Quería el Atlético ponerle los últimos clavos en el ataúd. Y lo hizo gracias a los tantos de un inglés, un francés, y un argentino, como si fuera el inicio de un chiste y no de un velatorio. [Narración y Estadísticas, 3-0]
Empezaron los rojiblancos con un dominio tal que el Valencia no sabía ni de qué color era el balón. En los primeros 25 minutos, la posesión era 83% ante 17%. Sólo faltaba la contundencia a la que tanto apela Simeone. ¿Y qué hay más contundente que un sicario? El problema es que Sorloth, el hombre al que bautizó así el Cholo, empezó enchufado, pero con la pólvora mojada.
Cinco remates en 25 minutos, una barbaridad lo que se nota la presencia del nueve en el ataque rojiblanco. No se justificaba su suplencia en ningún partido salvo que su sustituto esté más acertado, y Julián Álvarez quiso sumarse al debate con un gol en el último minuto de partido. Sangrantes fueron los fallos del noruego en una doble ocasión que se generó el mismo yendo a un mal pase del central a Mamardashvili.
Se intuía que el mercado del Atlético de Madrid este verano había sido bueno, pero es que todos los fichajes estaban respondiendo salvo La Araña, en el club nunca dudaron de que lo haría pronto. La sobriedad de Le Normand, la omnipresencia ofensiva de Sorloth y la garra de Gallagher están enamorando a la parroquia colchonera… y a su entrenador, que no les está sometiendo a la clásica ‘mili’ que solían vivir las nuevas incorporaciones al club, antes, del Manzanares.
El inglés, además, decidió sumar el gol a su faceta como pegamento del equipo. Una característica que no le es ajena en su carrera. Definió un majestuoso pase de De Paul entre líneas, como si se viera habitualmente por esas latitudes. O algo cambiaba o al Valencia le esperaba un martirio. La primera parte fue un monólogo tal, que Oblak podría haber seguido con sus problemas físicos y el Atlético no hubiera echado en falta su ausencia.
El Valencia era un equipo sin alma, muy alejado de lo fue la temporada pasada. Aquel 4-4-2 dinámico que destacaba el Cholo no está funcionando este año y la presión de la clasificación, no ayuda a las probaturas y pesa en las piernas de los jóvenes. No en vano, tienen un once bastante imberbe ante un Atlético más maduro y con más poso y, pese a que salieron de la caseta con otra intención, los rojiblancos no les dejaron revivir.
De hecho, Griezmann, con apenas ocho minutos de juego de la segunda parte, les dio la puntilla tras recoger un remate de Lino que se quedó corto en una siesta de la defensa valencianista. La cuesta para el Valencia se empinaba no sólo en la etapa sino también en el torneo. Un punto en cinco partidos es una clara señal de que el equipo va a terminar luchando por un objetivo, la salvación, que no le es ajeno en los últimos años, pero en el que no se suelen desenvolver bien los equipos históricos.
Cambios ofensivos
Y el Cholo, que olió sangre, decidió retrasar a Griezmann para sacar a Julián y a Correa, para los que muchas veces alzan la voz por los cambios defensivos del entrenador argentino. Poco después sacó a Riquelme, para seguir apostando por la velocidad por un Lino que ya empezaba a dar muestras de cansancio.
Tuvo suerte el Valencia de que los rojiblancos no entendieron o no quisieron entender el mensaje del entrenador y, pese a la voluntad ofensiva, el equipo pareció firmar un armisticio para no hurgar en la herida de la escuadra de Baraja. Nadie se reveló contra la firma. Hasta que Julián Álvarez puso la bota a una carrera de Riquelme para gozo de entrenador y parroquia rojiblancas, que le esperaban con gusto.
Comienza bien el Atlético este maratón de seis partidos en poco más de 15 días tras el parón. Una delicia para romper las cabezas de los entrenadores. El jueves, además, debuta en Champions ante el Leipzig. Toda moral es poca, mejor dejar el luto a otros.