Es la primera vez este año que, sin mediar lesión, Carlos Alcaraz pierde dos partidos consecutivos. A la derrota contra Novak Djokovic en la final de los Juegos Olímpicos de París le ha seguido la sufrida ante Gael Monfils en su debut en el Masters 1000 de Cincinnati. Desde que en el último otoño cayese de entrada ante Roman Safiulin en Paris-Bercy y volviese a hacerlo frente a Alexander Zverev en el primer partido de las ATP Finals, el número 3 del mundo no había tropezado dos veces seguidas. (En el inicio del curso se retiró lesionado en Río frente a Thiago Monteiro tras perder contra Nicolas Jarry en semifinales de Buenos Aires).
El partido de este viernes ante Monfils vino acompañado de un arranque de ira tras perder el servicio en el tercer juego del tercer parcial: Alcaraz destrozó su raqueta con saña, golpeándola reiteradamente contra el cemento.
La situación no es, ni mucho menos, dramática. Alcaraz venía de ganar Roland Garros y de revalidar su título en Wimbledon con un considerable margen frente a Djokovic, siete veces campeón sobre la hierba londinense. Alcaraz es el máximo favorito para ganar el Abierto de Estados Unidos, que comienza el día 26. Resulta difícil discutir que estamos ante un jugador de cualidades superlativas, con tenis para romper barreras, como ya ha hecho con sucesivos récords de precocidad. En Nueva York, con Jannik Sinner lejos de su mejor estado físico y a la espera de medir los efectos de la implosión que el oro olímpico tenga en el rendimiento de Djokovic, su nombre resalta aún más en la rampa de salida.
Alcaraz posee más recursos técnicos que nadie. Más que Nole. Más que Roger Federer. Más que Rafael Nadal. Con buen criterio, el murciano ha tratado de eludir desde su despegue las analogías con el 14 veces ganador de Roland Garros, un jugador a todas luces irrepetible. La imagen de Alcaraz haciendo trizas su raqueta daña más su reputación en el contraste con Nadal, que a lo largo de más de dos décadas en las pistas nunca dejó un gesto semejante. La figura del zurdo está asociada a la ejemplaridad, sin entrar ahora en determinadas decisiones tomadas en el tramo final de su carrera, como la de convertirse en embajador tenístico de Arabia Saudí.
Innumerables recursos
Alcaraz no es Nadal. Posee su propia personalidad y, si bien, como ha quedado escrito, puede jugar mejor que nadie, su cabeza aún está lejos de la de quien ha sido su compañero de dobles en los Juegos. No le hubo ni le habrá más fuerte anímicamente que Nadal. Nadie duda del potencial de Alcaraz. Sí, y es algo lógico, a sus 21 años, de la gestión que sea capaz de hacer de sus innumerables recursos. En muchos momentos, y así él mismo lo ha dejado caer, sin que deba colegirse jactancia de sus palabras, de la impresión de que Alcaraz sólo puede perder contra Alcaraz.
Hay que poner en contexto su actitud en Ohio, una réplica casi idéntica a las frecuentes salidas de tono de Djokovic, a quien no le ha hecho falta fair play para convertirse en el mejor de siempre. Alcaraz viene de suscribir en París, culminado con la medalla de plata, el mayor compromiso con su país.
A diferencia de Nadal, que empezó a tomar vuelo precisamente como líder del equipo campeón de la Copa Davis, poco después de ingresar en la mayoría de edad, el tenista de El Palmar, bien haya sido por lesión o por otras prioridades en el diseño de su carrera, sólo ha disputado tres partidos en esta competición, con dos victorias y una derrota. De algún modo, se sentía en deuda con los aficionados que reclamaban una mayor coherencia con su propio discurso, en la defensa de intereses también colectivos, algo que le pesó en su rendimiento en la final ante Djokovic, como también el desgaste, más emocional que físico, de sumar voluntades en dobles junto a Nadal.
Nadie le conoce mejor que su entrenador, Juan Carlos Ferrero, quien sabe bien que el principal déficit en el joven a quien ha moldeado casi desde niño está en algunas inclinaciones a la distracción y en la tendencia, ya bastante subsanada, al embellecimiento, por la propia concepción del tenis como un juego que sólo tiene sentido cuando prima la diversión. La derrota ante Monfils puede quedarse en algo anecdótico, sólo magnificada por un gesto feo, del que ya ha manifestado públicamente su pesar. Hace unas semanas perdió ante Jack Draper en segunda ronda de Queen’s, adonde sólo acudió a rodarse. Poco después saldría a hombros del All England Club.