Cuando Mykolas Alekna, el plusmarquista mundial (74,35 desde el pasado mes de abril), entró en el círculo de fuego para disputar la final de lanzamiento de disco, estaba intentando ganar el oro y, de paso, si cuadraba, batir el récord olímpico (69,89) en poder, desde los Juegos de Atenas 2004, de otro Alekna. Su padre, Virgilijus.
En el segundo tiro se produjo el parricidio, uno de los pocos que pueden encantar a la víctima y no producir sentimien
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El 12 de septiembre, el Barcelona jugó un amistoso de pretemporada contra el Bàsquet Girona. El hecho no tendría nada de extraordinario si no fuera porque con el primer equipo del Barça debutó un joven de 2,10 de estatura. Tampoco eso sería nada llamativo en un deporte caracterizado por la aventajada talla de sus practicantes. Pero ese joven tenía sólo 13 años. Nacido en Burkina Faso, atendía por Mohamed Dabone y había sido fichado casi en la cuna por el Barcelona en 2022.
El Madrid reaccionó ante la amenaza de esa futura torre de destrucción masiva (¿de 2,30?) e importó de Mali, país fronterizo con Burkina Faso, a un antídoto de 2,07 de nombre Moussa Bala. No era tan alto como Dabone. Pero casi. Y, además, contaba únicamente 11 tiernos años. Dabone cumplirá 14 el martes. Y Bala, 12 el viernes.
Mali es una cantera de niños gigantes. El Barça dispone también, nacidos allí, de Sayon Keita, de 17 años y 2,14 (titular en Euroliga ante Maccabi y Dubai). Y de Abdrahamane Kone, de 16 y 2,08. Incluso aceptando que África y sus profundidades étnicas surten de ejemplares góticos al baloncesto mundial, cuesta aceptar que algunos de esos muchachitos tengan esa edad. La estatura no ofrece dudas. La edad, sí. Especialmente en el caso de Bala. Las facciones, la musculatura... no son las de una criaturita de 11 añitos, por muy desarrollado que esté. El África subsahariana, feraz especialmente en el atletismo, siempre ha suscitado sospechas respecto a la edad de sus deportistas.
Dabone y Bala no tienen nada que ver con los actuales Lamine Yamal, Franco Mastantuono y compañía. Ni siquiera con Max Dowman, del Arsenal, que en agosto debutó en la Premier con 15 años y 229 días y al que, se dice, pretende el Real Madrid. Ni con el último fenómeno con acné, el mexicano Gilberto Mora, también en el voraz radar blanco, que cumplió 17 años el martes y que, con 16 y 265 días, se convirtió, al ganar la Copa Oro, el equivalente norteamericano, centroamericano y caribeño de la Copa América, en el internacional absoluto más joven en levantar un título. Por delante de Lamine y Pelé, aunque éstos alzaron trofeos de mayor fuste.
Pelé, Messi, Lamine y demás estrellas juveniles eran o son adolescentes más o menos precoces. Dabone, Bala y los Dabone y Bala que puedan aparecer son niños. Literalmente. Lo mismo que un gigante mental, no físico, el argentino Faustino Oro (otro Oro en esta columna), el Messi del ajedrez, que el pasado día 14 cumplió 12 años. Fue Maestro Internacional con nueve y ya ha superado la primera norma para obtener el rango de Gran Maestro.
La Naturaleza se divierte creando especímenes humanos que son, a la vez, prodigiosos y anómalos, arrojados demasiado prematuramente a un entorno de cuyas dimensiones lógicas escapan. Con frecuencia no llegan a confirmar de adultos lo que prometían de menores.
El hoy les sonríe. Pero el futuro no les ofrece certezas. No les pertenece a ellos ni, por otra parte, a nadie. Es una página en blanco. Al igual que el camino, no existe de antemano. Se hace camino al andar. Y mientras andamos, vamos pisando, viviendo sólo el presente.
Fallecido después de una lucha de más de 20 años contra el Parkinson, que fue minando su movilidad, su voz y su aspecto físico, José Ángel de la Casa (Los Cerralbos, Toledo, 1950), El Tofo para la profesión y los amigos, será recordado popularmente por el célebre "gallo" que su garganta emitió con el gol de Señor en el 12-1 contra Malta.
Un desajuste vocal especialmente llamativo en alguien asociado con la sobriedad y la mesura en sus narraciones. También con la neutralidad. Nada que ver con el histrionismo de los narradores de hoy y, a menudo, con la parcialidad exhibida sin pudor ni censura. Hoy llamarían "soso" a José Ángel. Pero era impecable. Y nunca confundió, como ocurre actualmente, la narración televisiva con la radiofónica, que llega a ser estomagante por innecesaria, por superflua.
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José Ángel y Televisión Española llegaron a ser, en la narración futbolística, casi una misma cosa durante 30 años. A José Ángel le gustaba el fútbol, por descontado, pero aún más el atletismo. En él unió en muchas ocasiones su voz a las de Gregorio Parra y Carlos Martín. Pero el fútbol le hizo famoso en España ("contra el fútbol no se puede luchar"). Entre unos deportes y otros, cubrió, resumiendo a lo grande y por lo alto, seis Mundiales y seis Juegos Olímpicos.
Fue la voz y el estilo que celebraron el oro de Fermín Cacho en los 1.500 de Barcelona, el gol de Mijatovic para la Séptima del Madrid, el de Koeman para la Primera del Barça, la apoteosis de Butragueño en Querétaro...
Su maestro en el fondo y la forma fue José Antonio Fernández Abajo. Sus discípulos, casi todos los demás; aquellos, al menos, que gozaban de la esencia del deporte y no de su espuma.
José Ángel pudo ser futbolista. No como Míchel, con quien compartió narraciones televisivas, pero sí de buen nivel. Jugaba en el Talavera, en Tercera y pudo fichar por el Rayo. Pero una lesión de rodilla y su vocación lo inclinaron hacia el periodismo. Cursó los estudios en la Complutense e ingresó en Radio Nacional de España en 1974.
En 1975 pasó a la sección de deportes, a Radiogaceta de los Deportes. En 1977 se trasladó a TVE. Hizo el programa Polideportivo hasta 1981. Luego Tiempo y Marca (1981-87) y, desde 1988 hasta 1990, Estudio Estadio, del que, en una segunda época, entre 1994 y 1996, fue director. No le faltaron ofertas de cadenas radiofónicas y televisivas. Pero se quedó en TVE, su casa. Por lealtad. Por fidelidad a sí mismo. Debutó con la Selección en 1979 y concluyó su periplo en 2007 con un España-Islandia, tras más de 300 partidos en su garganta.
Llegaría luego, en TVE y RNE, un desdichado ERE que mandó prematuramente a la calle a algunas de las voces y las personalidades más relevantes de la narración y la vocación multideportivas: Juan Manuel Gozalo, Santiago Peláez...
Premio Ondas en 1988, su lucha, denodada y llevada con coraje y dignidad, más allá del deporte, contra el Parkinson lo convirtió en un emblema de la resistencia humana a una enfermedad que, como la ELA, no tiene cura. Ayudó a visibilizarla y, de algún modo, a combatirla también psicológicamente.
Sus hijos, Juanma y Javier, también periodistas deportivos, no han podido tener mejor maestro y ejemplo.